
El asombroso hallazgo conocido hoy como las “joyas del pescador” surgió del fondo del mar veracruzano a mediados de la década de 1970 y cambió para siempre la vida de un trabajador local. Esta historia, que entrelaza azar, historia antigua y las consecuencias legales de descubrir un tesoro, es una muestra de cómo el patrimonio nacional puede emerger imprevistamente y reescribir el destino de quienes lo encuentran.
Todo comenzó en 1975, cuando una jornada común de pesca terminó en sorpresa. Raúl Hurtado, dedicado a la captura de pulpo, se encontraba buceando cerca de la desembocadura del Arroyo de Río Medio, en la costa de Veracruz, cuando notó un destello metálico en el lecho marino.
Pensando que podía tratarse de cobre, el pescador tomó la barra y la llevó a casa, donde sus hijos la usaron por un tiempo como juguete. La pieza, sin embargo, llamó la atención de su hermano, quien sugirió verificar su valor con un joyero local. El veredicto fue sorprendente: el objeto era de oro puro.

Impulsado por la posibilidad de encontrar más objetos valiosos, Hurtado realizó nuevas inmersiones en el mismo sitio. Pronto aparecieron varias piezas adicionales, de diferentes formas y tamaños. Asesorado nuevamente por el joyero, Raúl comenzó a vender los hallazgos poco a poco, recibiendo por cada gramo de oro una suma considerable para quien vivía de la pesca diaria, según Relatos e historias de México. El joyero, por su parte, fundía parte de las piezas para fabricar anillos y otras joyas modernas, como advierte
El estilo de vida del pescador cambió de la noche a la mañana. Las mejoras en su vivienda y los gastos inusitados en una comunidad modesta atrajeron pronto la atención y los rumores. Fue un conocido, enterado del origen del repentino bienestar, quien finalmente alertó a las autoridades sobre los movimientos de Hurtado.

En esos días, la policía local ya investigaba un robo de oro en una joyería, lo que facilitó que los agentes pusieran la mira sobre él. Al registrar su hogar encontraron varias piezas de oro, entre las que figuraban colgantes, brazaletes y figurillas. La particularidad artesanal de los objetos llamó la atención de especialistas de la Universidad Veracruzana y del INAH que, al ser consultados, confirmaron que se trataba de piezas de gran valor arqueológico y no simplemente oro robado a una joyería común, como reporta Arqueología Mexicana.

Las investigaciones permitieron recuperar un lote de al menos 64 piezas de oro, que juntas pesaban poco más de siete kilogramos, y formaban un conjunto excepcional de orfebrería prehispánica y colonial.
El contexto histórico sugiere que estos objetos formaban parte de un cargamento de ese metal reunido en Oaxaca durante la época colonial, destinado a ser embarcado rumbo a España; sin embargo, el naufragio de la embarcación los dejó sumidos en el fondo marino. El análisis posterior atribuyó una parte de las joyas al legendario “Tesoro de Moctezuma”.

El desenlace de la historia no fue especialmente feliz para el protagonista. Raúl Hurtado fue detenido, acusado de violar la ley de protección de patrimonio nacional, sentenciado a prisión y al pago de una multa. Más tarde fue absuelto, tras comprobarse su ignorancia sobre el carácter histórico de los objetos. Tiempo después, el pescador falleció añorando su efímera fortuna y lamentando las difíciles consecuencias del hallazgo, es recordada su lancha llamada El menso soy yo.
Finalmente, las “joyas del pescador” quedaron bajo resguardo del INAH y desde 1991 se exhiben al público en el Baluarte de Santiago en Veracruz. Actualmente, están valuadas en más de 230 millones de pesos.