
No era solo una figura frente a la cámara, sino una mujer que encontró en los caballos un espejo de su propia fuerza. Débora Estrella, conductora de Telediario Matutino, no solo marcó la agenda informativa de las mañanas en Monterrey; también se definía, sin titubeos, como una amazona.
Ese término, para ella, no era metáfora: era identidad. Montar a caballo fue su refugio, su escuela y su manera de equilibrar la intensidad del periodismo con la serenidad de la naturaleza.
En entrevistas contaba que la equitación no era un pasatiempo sino una terapia. “Los caballos me enseñaron a ser paciente y fuerte, como ellos”, confesaba con la misma firmeza con que presentaba las noticias.
Mientras otros desconectaban con vacaciones o gimnasios, ella lo hacía entre bridas y monturas, respirando el olor del pasto y escuchando el ritmo de los cascos. Allí encontraba la calma que le permitía volver cada madrugada al set, lúcida y centrada.
Su amor por los caballos no surgió como una moda ni como hobby ocasional. Fue una experiencia que, según decía, le cambió la vida.

Débora Estrella encontró una terapia única
En ese vínculo encontró valores que trasladaba al periodismo: disciplina, temple y empatía. En cada transmisión de Telediario se percibía esa fortaleza. No era casual que en redes sociales se autodefiniera como horse girl y que sus seguidores la identificaran con imágenes de establos, entrenamientos y tardes al aire libre.
Esa doble vida, la de periodista y amazona, construyó un retrato único en los medios de comunicación mexicanos. A pesar de su licenciatura en Derecho y su paso por empresas corporativas como PepsiCo, Estrella eligió informar desde el corazón, como lo destacaron Grupo Multimedios y Milenio.
Su trayectoria televisiva abarcó espacios en Monterrey y en la Ciudad de México, incluyendo coberturas históricas como la muerte del papa Francisco y el especial sobre el nuevo pontífice.

Débora Estrella era muy activa en redes sociales
Sin embargo, su identidad no se agotaba en los reflectores. En sus redes compartía looks, reflexiones y momentos detrás de cámaras, pero siempre regresaba al mismo tema: su gratitud hacia la audiencia y su vida junto a los caballos.
Ese amor ecuestre era la fibra invisible que sostenía a la comunicadora: la paciencia para escuchar, la fuerza para enfrentar horarios implacables, la nobleza para construir confianza.
Incluso en su vida personal, mantenida en gran parte lejos del escrutinio público, incluida su relación con su exesposo, el periodista José Luis García, Débora Estrella proyectaba coherencia: trabajaba, se reinventaba y, cuando el ruido se volvía demasiado, cabalgaba. Esa era su manera de habitar el mundo.
Hoy, su legado no se mide solo en audiencias ni en coberturas. Se mide en la imagen poderosa de una mujer que domó dos mundos: el de las noticias y el de los caballos.
En un medio donde la prisa suele devorarlo todo, Débora Estrella demostró que la paciencia de una amazona puede convivir con la inmediatez de la información. Su historia ya no es solo la de una periodista; es la de una mujer que encontró en el galope una lección de vida y en la palabra un espacio para compartirla.
