
Hernán Cortés, el conquistador español que encabezó la caída del Imperio Mexica y dio inicio al periodo virreinal en México, también desempeñó un importante papel como promotor de diversas actividades económicas en la Nueva España. Entre los territorios que formaban parte de su Marquesado, el actual estado de Morelos fue una región clave en sus empresas productivas.
En Cuernavaca, Cortés construyó su Castillo-Palacio, fijando ahí la sede de su poder feudal. Aprovechando el clima cálido y fértil de la región, impulsó proyectos innovadores para su época, como la producción de seda, un producto de alto valor en Europa. Para ello, estableció plantaciones de moreras —los árboles cuyas hojas alimentan a los gusanos productores de seda— en lo que hoy es Yautepec, Morelos.
Fue precisamente durante una visita a estos morales cuando ocurrió un episodio que marcaría la vida personal y espiritual del conquistador: fue picado por un alacrán. El veneno del arácnido le provocó un fuerte malestar y, convencido de que su vida estaba en peligro, Cortés recurrió a la fe. Hizo una promesa a la Virgen de Guadalupe, pidiéndole que intercediera por su vida a cambio de un valioso presente.
Gracias a la intervención de curanderos indígenas y su propia resistencia, Cortés logró recuperarse. Convencido de que había sido salvado por la Virgen, cumplió su promesa. En 1528, durante su viaje a España para entrevistarse con el rey Carlos V, visitó el Monasterio de Guadalupe en Extremadura. Allí entregó su exvoto: un cofre de oro con forma de alacrán, engarzado con pequeñas cadenas y conteniendo en su interior el cuerpo disecado del insecto que casi le cuesta la vida. Esta pieza, semejante a un relicario, fue depositada en el camarín de la Virgen y quedó registrada en un inventario de 1778 realizado por un monje del monasterio.

Lamentablemente, con la aplicación de las leyes de desamortización de bienes eclesiásticos en 1835, los monjes jerónimos fueron expulsados y muchos de los tesoros del monasterio desaparecieron, entre ellos el alacrán de Cortés. No obstante, en 1948 se halló una carta en la biblioteca del Monasterio donde se menciona que, con motivo de los eventos en honor a Hernán Cortés, el exvoto fue enviado como “un granito de arena para que lo deposite a las plantas de la Patrona de la Hispanidad”.