
Quizá aprendiste que el príncipe azul se encargará de cuidar y proteger a la bella princesa durante toda su vida a cambio de su amor incondicional y así vivieron felices para siempre. Es una linda historia que se repite constantemente con diferentes títulos, pero ¿qué pasa si nos dedicamos a entregarnos sin condiciones a los deseos de nuestra pareja?
Si haces cosas por complacer o agradar a tu pareja, para evitar que se enoje, para retener su compañía y olvidas tus deseos e intereses por “ver feliz a la pareja”, lo más seguro es que estés desdibujando tu esencia, distanciándote de tus valores, intereses y deseos, así como de tus objetivos de vida, es decir, de tu identidad.
Todo lo que se hace por la pareja y que significa un sacrificio o sometimiento de tu conducta en algún punto vas a querer cobrarlo. Las facturas de cada cosa que hiciste en contra de tu voluntad tienen forma de peticiones imposibles, reclamos, reproches, cantaletas que llevan al conflicto y así se desencadena la destrucción del vínculo, acompañada muchas veces de violencia.
Quien lo dio todo por amor sentirá que la frustración inunda su vida porque el tiempo ha pasado y se quedó sin concretar sus aspiraciones personales (quizá adoptaron las de su pareja como propias y sólo vieron un vago reflejo de su esfuerzo en los logros del otro), sus propias alas se acortaron y sienten que su única opción es seguir aguantando lo inaguantable ante la imposibilidad de encontrar una solución a sus necesidades, esto es el círculo tóxico de la dependencia en las relaciones de pareja.

Una vida así construída (basada en depender del otro) es una vida muy dura, llena de frustraciones y sufrimientos y es radicalmente distinta al amor.
¿Cómo salir de ese círculo tóxico de codependencia?
El primer paso siempre es ser amorosamente responsables con nosotros mismos, si lo que estamos viviendo nos disgusta. . . es momento de volver a decidir cómo queremos vivir.
A través de un proceso de autoconocimiento para (como adultos) hacernos cargo de nuestras autonomías y, desde esa renovada versión de nosotros mismos, aprender a relacionarnos primero desde el amor propio, sin atropellos, sin sometimientos, sin sacrificios, sin violencia, sin depender del otro.
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