Las iguanas, reptiles ectotérmicos que dependen de fuentes externas para regular su temperatura corporal, enfrentan serias dificultades cuando se exponen a temperaturas bajas. De acuerdo con varios especialistas, estas condiciones pueden llevarlas a un estado de inactividad extrema conocido como “torpor”, que, aunque no implica una congelación literal, puede ser fatal si no se toman medidas adecuadas. Este fenómeno subraya la vulnerabilidad de estos animales frente a cambios drásticos en el clima.
Recientemente, autoridades de la Procuraduría Federal de Protección Ambiental (Profepa) han reportado hallazgos de iguanas en diversos bosques de Veracruz y Tamaulipas, las cuales caen de árboles en un aparente estado de congelamiento.
Ante el hecho, algunos especialistas explicaron que el frío tiene un impacto directo en el metabolismo de las iguanas, que lo ralentiza significativamente. Esto afecta su capacidad para digerir alimentos y absorber nutrientes esenciales, lo que puede comprometer su salud general.
Además, las bajas temperaturas provocan una disminución en su actividad física, lo que las deja inmóviles y, por ende, más expuestas a los depredadores. En casos extremos, el frío puede causar parálisis total, lo que impide que las iguanas se muevan o respondan a estímulos externos.
El estado de “torpor” y su relación con la supervivencia
Cuando las temperaturas descienden considerablemente, las iguanas pueden entrar en un estado de “torpor”. Este término describe una condición en la que el animal reduce drásticamente su actividad y metabolismo para conservar energía. Durante este periodo, las iguanas pueden parecer rígidas o “congeladas”, pero no se trata de una congelación literal. Este mecanismo de supervivencia les permite resistir temporalmente el frío, aunque no es una solución a largo plazo.
El regreso a la actividad normal depende de un aumento en la temperatura ambiental. Una vez que las condiciones mejoran, las iguanas pueden recuperar su movilidad y funciones metabólicas habituales. Sin embargo, la exposición prolongada a temperaturas extremadamente bajas puede causar daños irreversibles o incluso la muerte.
Sin embargo, estas condiciones también afectan su coordinación motriz, lo que dificulta su capacidad para moverse de manera efectiva. Esto no solo las hace más vulnerables a los depredadores, sino que también limita su capacidad para buscar refugio o fuentes de calor. En situaciones extremas, la parálisis puede dejarlas completamente indefensas.
Además, la disminución de la actividad física y metabólica puede tener efectos secundarios en su salud a largo plazo. La incapacidad para digerir alimentos adecuadamente puede llevar a deficiencias nutricionales, mientras que la falta de movimiento prolongada puede generar problemas musculares o articulares.
El caso de las iguanas pone de manifiesto las particularidades de los reptiles de los ecosistemas mexicanos, que dependen completamente de su entorno para regular su temperatura corporal. A diferencia de los mamíferos, que generan calor internamente, estos animales son especialmente sensibles a los cambios climáticos, lo que los hace vulnerables en situaciones de frío extremo.