
Mientras Ucrania resiste los embates de la guerra, hay batallas silenciosas que se libran lejos del frente. Una de ellas es la lucha por la supervivencia del hámster europeo, de nombre científico Cricetus cricetus, una especie en peligro crítico de extinción cuya protección se convirtió en una misión personal para Mijaíl Rusin, biólogo ucraniano de 41 años, responsable del programa de cría y conservación de estos animales en el Zoológico de Kiev.
Rusin, quien podría ser “el mayor defensor de estos roedores en peligro crítico de extinción”, según un reportaje de National Geographic, no ha detenido su trabajo ni durante la pandemia de COVID-19 ni en medio de los bombardeos rusos que han afectado gravemente la infraestructura civil de Ucrania.
En febrero de 2023, por ejemplo, una ola de ataques con misiles dejó sin calefacción ni electricidad a su hogar durante casi una semana, en medio de temperaturas nocturnas que rozaban los -10 °C. No obstante, a pesar del frío extremo, su preocupación no se limitó a su familia, también pensaba en los roedores de pelaje marrón que hibernaban dentro de una habitación oscura del zoológico.
“Algunos piensan que estamos desperdiciando recursos en hámsteres”, admite Rusin, refiriéndose a las críticas que lo instan a redirigir esfuerzos hacia la defensa militar. Sin embargo, para él no se trata de elegir entre una causa u otra. “Aquí es donde encuentro mi paz interior [en medio de la guerra]”, afirma.
Una especie en declive

A menudo confundida con la especie común, la europea es en realidad mucho más grande y agresiva. “Imaginen un hámster doméstico pero del tamaño de una cobaya, con un temperamento realmente fuerte”, describe Julie Fleitz, experta del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, citada por National Geographic.
Sin embargo, a pesar de su temible reputación, estos hámsteres enfrentan una lucha por la supervivencia, de hecho, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) los ha clasificado como especie en peligro crítico, y en Ucrania están incluidos en el Libro Rojo, que cataloga a las especies más amenazadas del país.
Rusin trabaja para repoblar la especie mediante un programa de cría en cautiverio, y luego los libera en la estepa de Tarutino, una gran pradera al suroeste de Ucrania, cerca de Odesa. Desde 2020, a pesar de los confinamientos por la pandemia y los peligros de la guerra, ha logrado liberar ejemplares todos los años.
Históricamente, de acuerdo con National Geographic, este roedor ha habitado territorios desde Francia hasta Kazajstán, pero su área de distribución ha disminuido drásticamente. El cambio en los patrones agrícolas ha sido uno de los principales factores del declive, pues la expansión del monocultivo ha reducido la diversidad alimentaria y los escondites que necesitan para sobrevivir.
Además de la transformación agrícola, la guerra ha destruido buena parte del hábitat que les quedaba. “Hubo casos de hámsteres que cayeron en las trincheras”, cuenta Rusin. Peor aún, durante el conflicto bélico, han documentado actos de violencia animal: “Tuvimos, por ejemplo, casos en que los militares ahorcaron hámsteres y otros animales salvajes. Lamentablemente, la gente suele ser cruel, sobre todo en la guerra”.
El estrés de la guerra también afecta a los hámsteres

En 2019, el Zoológico de Kiev invitó a Rusin a liderar su nuevo programa de cría de hámsteres, inspirado en un modelo alemán. Para entonces, él era el único doctor en Ucrania especializado en esta especie; poco después llegó la pandemia. “Tuvimos un confinamiento y se prohibió circular por la ciudad”, recuerda. Necesitó un permiso especial del gobierno para acudir diariamente a alimentar a los animales.
Posteriormente, en el verano de 2023, Kiev fue golpeada por intensos apagones y olas de calor, mientras continuaban los ataques aéreos. En julio, un misil impactó el hospital infantil de Okhmatdyt, quitándole la vida a dos adultos y dejando heridos a diez niños. A solo un kilómetro de distancia, el Zoológico de Kiev también sufría. “Las instalaciones que teníamos en ese momento no estaban preparadas”, cuenta Rusin para National Geographic. “Sin ventilación, sin electricidad, sin aire acondicionado”.
Ese verano, las temperaturas superaron los 32 °C., los roedores, incapaces de soportar el calor extremo, comenzaron a sufrir hipertermia. Muchos murieron. El equipo de Rusin trasladó a los supervivientes a un sótano improvisado, fresco pero sin terminar, sin embargo, incluso allí se vieron obligados a evacuar. El estrés adicional causó estragos. “Los hámsteres son muy propensos al estrés, y sufrieron varios infartos”, explica. Para él, fue una pérdida devastadora: “Fue un golpe desgarrador”.
Y aún así, cada verano, con las poblaciones diezmadas en el este del país, donde la acción militar ha sido más intensa, su trabajo se vuelve más apremiante. Los hámsteres no solo necesitan protección, también necesitan un futuro.
“En medio de la guerra, muchos voluntarios se han unido a salvar hámsteres”, dice Rusin. Así, mientras algunos disparan armas de fuego, otros, como él, protegen la vida más pequeña y vulnerable.
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