
Antes de la llegada de los colonos europeos, entre 30 y 60 millones de bisontes de las planicies recorrían libremente América del Norte, según información del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Estos gigantes eran el mamífero terrestre con mayor distribución en el continente y una pieza fundamental en el equilibrio de los ecosistemas de las praderas, así como en la vida cultural, espiritual y económica de numerosos pueblos indígenas.
Sin embargo, el siglo XIX marcó un antes y un después para la especie. En 1889, la población de este animal se había reducido drásticamente a tan solo 512 individuos, víctimas de la expansión hacia el oeste, la caza intensiva, la demanda del mercado y un esfuerzo sistemático por parte del gobierno de Estados Unidos para eliminarlos y debilitar a las comunidades nativas que dependían de ellos. Una frase expuesta en el Museo de los Indios y Pioneros de las Llanuras ilustra la brutalidad de esa época: “Mata todos los bisontes que puedas. Cada bisonte muerto es un indígena menos”.
Gracias al esfuerzo conjunto de conservacionistas y pueblos originarios, el bisonte fue rescatado del borde de la extinción. Para 1935, la población había alcanzado los 20 mil ejemplares, muchos de los cuales fueron reintroducidos en refugios y parques naturales. Actualmente, de acuerdo con el New York Times, se estima que existen unos 400 mil, aunque la gran mayoría vive en manadas privadas o en cautiverio. Pero una manada migratoria salvaje, la que recorre libremente el Parque Nacional de Yellowstone, persiste en su estado natural.
Allí, más de cinco mil bisontes habitan nueve mil 700 kilómetros cuadrados, compartiendo su espacio con lobos, osos y una variada vida silvestre. Esta última manada migratoria, que recorre más de mil 600 kilómetros al año a lo largo de una ruta de 80 kilómetros, ha sido objeto de una reciente investigación científica que revela el profundo impacto ecológico que estos animales aún ejercen en su hábitat.
El papel ecológico del bisonte

El estudio, publicado recientemente en la revista Science, liderado por el ecólogo Bill Hamilton de la Universidad Washington and Lee, reveló que estos mamíferos de Yellowstone transforman activamente el ecosistema, promoviendo un crecimiento vegetal más saludable y una amplia biodiversidad.
“Si valoramos un sistema, debemos permitir que funcione de la forma más natural posible”, afirmó Hamilton, citado en el New York Times. “Y este fue un excelente ejemplo de cómo puede funcionar”.
Durante siete años, de 2015 a 2022, Hamilton y su equipo tomaron muestras mensuales de suelo en 16 sitios del parque con el objetivo de comparar las zonas pastadas por bisontes con otras donde estos animales no tenían acceso.
Los resultados revelaron que, en las primeras, se incrementó la abundancia de microbios y la tasa de descomposición del suelo, lo que derivó en una mayor diversidad de plantas y mejor nutrición para los herbívoros, con un aumento de hasta el 150% en la calidad del forraje.
Estos mamíferos actúan como grandes podadores naturales, al alimentarse, estimulan el rebrote de las plantas, fortalecen sus raíces y promueven el confinamiento de carbono en el suelo. Además, sus movimientos, acompañados de estiércol, orina y semillas, aportan nutrientes vitales como el nitrógeno, y facilitan la propagación de especies vegetales. La “ola verde” que dejan a su paso es tan intensa que puede observarse desde el espacio, detalla el Fondo Mundial para la Naturaleza.
“Es realmente un renacer de lo que alguna vez estuvo allí”, apuntó Hamilton en DW, destacando que el estudio valida una verdad que los pueblos indígenas han sostenido por generaciones. “No necesitaban la ciencia para demostrarlo. Pero en la actualidad, otros sí lo hacen, y me parece un gran resultado”, complementa el New York Times.
Troy Heinert, miembro de la tribu sioux Rosebud y jefe de la División de Gestión de Bisontes de la Oficina de Asuntos Indígenas, citado por el periódico estadounidense, respaldó esta visión: “El búfalo contribuyó a la formación de este continente. Y cuantos más haya, mejor será también el ecosistema para todos los demás animales”.
Oportunidades y desafíos de conservación

De acuerdo con el Fondo Mundial para la Naturaleza, la restauración del bisonte es una de las historias de éxito más emblemáticas de la conservación contemporánea, su regreso ha traído beneficios como la mejora de suelos, aumento en la diversidad de especies de plantas, más polinizadores, más aves y un ecosistema más resiliente al cambio climático.
Al pastar y revolcarse, los bisontes fragmentan la superficie del suelo, permitiendo que las raíces de los pastizales absorban mejor la lluvia y se profundicen, lo que a su vez ayuda al almacenamiento de carbono. Sumado a ello, su presencia también crea hábitats donde prosperan plantas medicinales e insectos.
“El poder de los grandes herbívoros migratorios no sólo reside en su tamaño físico, sino también en su número, densidad y libertad para migrar”, explicó el Dr. Hamilton, citado por el New York Times. “Esto sirve como ejemplo de cómo, si un gran número de ejemplares pudiera obtener grandes extensiones de tierra, se vería la posibilidad de recuperar la población de bisontes en otros lugares”.
Sin embargo, replicar el modelo de Yellowstone fuera de sus fronteras no es tarea sencilla. La mayoría de los bisontes actuales viven en espacios privados cercados, lo que limita su capacidad de migrar. Eliminar cercas para permitir su movimiento natural es una propuesta debatida entre científicos, conservacionistas y líderes indígenas, aunque enfrenta importantes barreras legales, sociales y económicas.
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