
La relación entre una gallina y sus crías comienza mucho antes de lo esperado. De acuerdo con un artículo publicado en la revista científica Animals, estas aves domésticas no sólo se limitan a cuidar de sus polluelos tras la eclosión, en realidad, también establecen comunicación con ellos antes de que salgan del cascarón, generando un intercambio temprano de sonidos que tiene un efecto significativo en el desarrollo de los pollitos, en particular en su comportamiento social y emocional.
En condiciones naturales, la gallina madre enseña a sus polluelos qué picotear, cuándo descansar, cómo identificar amenazas y, en general, cómo interactuar con su entorno. Los polluelos se “imprimen” en su madre, es decir, la reconocen como modelo a seguir y fuente de seguridad. Sin embargo, dicho proceso rara vez ocurre en la producción avícola industrial, donde los pollitos nacen en incubadoras artificiales y se crían sin contacto materno, lo que trae consigo comportamientos problemáticos, como el picoteo excesivo de plumas y niveles elevados de miedo.
Un aspecto relevante del fenómeno es que esta relación madre-cría comienza un día antes de la eclosión, cuando los embriones emiten llamadas desde el interior del huevo, y la gallina responde moviéndose o vocalizando, provocando que el bebé se calme o emita sonidos de placer. Esta comunicación prenatal, según los investigadores, facilita el reconocimiento vocal de la madre tras el nacimiento, permitiendo una conexión más rápida y efectiva.
Sumado a ello, el portal especializado Comunidad Biológica destaca que las gallinas utilizan distintos tipos de sonidos para comunicarse, como los cluck calls o llamados de cloqueo, lentos y rítmicos, que promueven la unión del grupo y captan la atención de los polluelos. Estas señales acústicas, además de funcionar como guía, también refuerzan la memoria de las crías mediante mecanismos neurológicos.
Cómo se estudió esta comunicación temprana

Para entender mejor cómo influye esta experiencia acústica temprana, investigadores de la Universidad de Exeter diseñaron un estudio controlado que analizó el efecto de las llamadas maternas en el comportamiento de los polluelos de Gallus gallus domesticus. El experimento consistió en incubar huevos bajo dos condiciones: un grupo fue expuesto durante la última semana de gestación a grabaciones de cluck calls, mientras que el otro no recibió ningún estímulo adicional.
Una vez nacidos, los polluelos se criaron en pequeños grupos dentro de recintos monitoreados por cámaras y micrófonos donde los investigadores evaluaron su comportamiento entre los 3 y 5 días de edad, y nuevamente entre los 17 y 21 días.
En la primera fase, se observó cómo respondían los pequeños individualmente a tres tipos de sonidos: ruido de fondo, llamadas de otros polluelos y llamadas maternas. De acuerdo con la información proporcionada, aquellos expuestos a sonidos maternos en etapa prenatal mostraron menos disposición a desplazarse en respuesta a los estímulos, lo que se interpretó como una mayor sensación de seguridad o menor necesidad de explorar en busca de consuelo.
De los 90 ensayos realizados con polluelos que habían escuchado los cluck calls, solo 47 respondieron explorando la arena de prueba, frente a 33 de 99 en el grupo de control. Además, aunque la mayoría de las vocalizaciones durante las pruebas fueron de auxilio (97,5 %), los polluelos tendieron a vocalizar más rápido y a emitir más llamadas de placer cuando el estímulo era una llamada materna.
Es importante destacar que la experiencia prenatal no modificó significativamente el tiempo que tardaban en vocalizar, pero sí el tipo de respuesta emocional que manifestaban, lo que sugiere una forma temprana de regulación emocional influenciada por la madre incluso antes de nacer.
El efecto a largo plazo de oír a mamá desde el cascarón

Los efectos de esta estimulación auditiva no se limitaron a los primeros días de vida. En la segunda etapa del estudio, entre los 17 y 21 días de edad, los investigadores observaron que los polluelos expuestos a los cluck calls maternos eran tres veces más propensos a explorar otros recintos donde se encontraban polluelos de diferentes grupos.
En números, 16 de 36 polluelos “estimulados” visitaron otros recintos, en promedio tres veces durante una hora de observación, mientras que solo tres de 36 polluelos del grupo de control hicieron lo mismo, y únicamente una vez. Lo más interesante es que este comportamiento no se relacionó con el grado de sociabilidad dentro del grupo original, concluyendo que el efecto de la exposición auditiva fue independiente del entorno social inmediato.
Aunque no hubo diferencias claras en el tiempo que los polluelos pasaban cerca de otros, sí se encontró que aquellos con mayor contacto social dentro del grupo también pasaban más tiempo posados en las barreras que separaban los recintos. De hecho, los polluelos que habían escuchado los cluck calls tenían una mayor probabilidad de posarse en esas barreras, lo que se interpretó como un comportamiento exploratorio vinculado con la curiosidad y menor temor al entorno.
Por otro lado, el estudio también midió el crecimiento físico de los polluelos. De acuerdo con la información consultada en la Royal Society Open Science, en una de las dos líneas genéticas analizadas, se observó que los polluelos expuestos a los sonidos maternos aumentaron de peso más lentamente y, en el caso de los machos, desarrollaron tarsos más cortos.
En la segunda cohorte, no se encontraron diferencias, lo que indica que estos efectos pueden depender de factores genéticos o del sexo de las aves.
Así, en general, la investigación concluyó que los sonidos maternos durante la incubación tienen efectos positivos en el bienestar de los pollitos, reduciendo su estrés, promoviendo su sociabilidad y mejorando su adaptación al entorno.
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