
La tradición de arrojar crías de pájaros es una práctica ancestral para los habitantes de las Islas Vestman de Islandia, donde cada año miles de polluelos de frailecillo atlántico son lanzados desde los acantilados entre principios de mayo y finales de agosto, la cual está profundamente arraigada en la cultura local y cumple un propósito fundamental en la conservación de estas aves marinas.
Dicha costumbre nace como respuesta a un fenómeno provocado por el entorno urbano, en el cual los polluelos, denominados “pufflings”, utilizan la luz de la luna para orientarse hacia el mar abierto, pero las luces artificiales de los pueblos y ciudades cercanas los desorientan, provocando que muchos terminen perdidos o atrapados en áreas urbanas, en riesgo de morir, según información del National Geographic.
Durante esta época, niños y adultos participan activamente ayudando a las criaturas cuando se desorientan para trasladarlas hacia su hábitat natural, lo cual es crucial para asegurar que los pufflings inicien con éxito su vida en libertad.
Después de ser lanzados al mar, pasan varios años navegando por el océano antes de regresar a su lugar de nacimiento para reproducirse, garantizando así la continuidad y conservación de la especie.
La conservación esencial para la supervivencia de los frailecillos

Kyana Sue Powers, fotógrafa de aventura, descubrió esta costumbre durante su visita a Vestmannaeyjar, las Islas Vestman, frente a la costa sur de Islandia, hace tres años.
La mujer contó a la radio nacional pública de Estados Unidos (NPR) cómo al salir de un restaurante después de cenar observó un comportamiento poco común entre niños y adultos en las calles y aceras, quienes corrían con linternas y cajas en las manos: “La gente corría frenéticamente por las calles, las esquinas y las aceras, persiguiendo cosas sin descanso”.
Durante los meses de agosto y septiembre, muchos residentes de la región dedican varias semanas a patrullar las calles del pueblo en busca de frailecillos perdidos.
Estos polluelos, desorientados por las luces artificiales que confunden con la luna, a menudo terminan estrellándose en la ciudad en lugar de dirigirse hacia el mar. Tras ser recogidos, son liberados al día siguiente en los acantilados, guiándolos hacia su hábitat natural y asegurando que retomen el camino correcto hacia el océano.
Rodrigo A. Martínez Catalán, biólogo del Centro de Investigación de la Naturaleza del Sur de Islandia explicó a NPR que estos pájaros, que forman parejas monógamas, solo incuban un huevo por temporada y no lo hacen todos los años: “Si una generación tras otra falla, la población está prácticamente al borde de la extinción”, advirtió.
Una especie en peligro de extinción

Erpur Snær Hansen, biólogo y director del Centro de Investigación de la Naturaleza del Sur de Islandia, alertó sobre la crítica situación que atraviesa esta especie.
El conservacionista explicó en entrevista para National Geographic que Islandia ha perdido la mitad de sus ejemplares en las últimas tres décadas, un dato aún más preocupante debido a que este país concentra el 40% de la población mundial de frailecillos atlánticos: “El descenso que enfrentan representa un riesgo a nivel mundial y, de continuar así desaparecerán”.
Los habitantes de Vestmannaeyjabær viven un profundo compromiso hacia la fauna que comparte su territorio. Cada noche, forman brigadas de rescate que recorren las calles en busca de frailecillos desorientados por las luces urbanas, atrapados o extraviados en medio del pueblo.
Óskarsd, uno de los rescatistas, describió las dificultades que enfrentan en estas operaciones: “Te rasguñas, puedes lastimarte. Puedes torcerte el tobillo persiguiendo un frailecillo; hay muchos riesgos porque piensas que solo estás atrapando un pájaro, pero es mucho más que eso”. Entre sus hazañas se encuentran atravesar cargamentos, cruzar debajo de vehículos, escalar techos e incluso lanzarse al puerto para salvar a estas aves marinas, demostrando un compromiso profundo con la conservación de la especie.
Patrón migratorio y reproducción del frailecillo atlántico

Al terminar el verano en Vestmannaeyjar, el frailecillo atlántico inicia un largo viaje por alta mar que condiciona su supervivencia. Durante ocho meses, estas aves adultas se desplazan primero hacia el mar de Labrador, entre Groenlandia y Canadá, para luego continuar su migración hacia el sur, hasta llegar a la dorsal mesoatlántica, un área abundante en alimentos marinos.
Otro de los retos significativos es la reproducción de esta especie, pues de acuerdo a National Geographic, hembra pone un único huevo por temporada en madrigueras que pueden tener entre 1.2 y 4 metros de profundidad y que se curvan al final para impedir la entrada de luz.
Durante las primeras seis semanas, las crías permanecen en completa oscuridad mientras sus padres se turnan para alimentarlas con pescado y tras este cuidado inicial, los adultos abandonan las islas para comenzar nuevamente su largo viaje migratorio de ocho meses, dejando a los polluelos solos.
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