
María Dolores Rivero Hernández, mejor conocida como Lolita Pluma, dedicó gran parte de su vida al cuidado y alimentación de los gatos callejeros del parque Santa Catalina, en Las Palmas de Gran Canaria.
En una época marcada por la falta de conciencia sobre las colonias felinas y donde ser diferente era motivo de rechazo en la sociedad española de los años 50, su dedicación y singularidad la hicieron destacar.
Gracias a su compromiso y amor por los mininos, la mujer se transformó en un ícono popular y entrañable de la región, ganándose el afecto y el respeto de toda la comunidad que la conoció, de acuerdo a un artículo publicado por el diario de Canarias, La Provincia.
La memoria de la activista Lolita Pluma perdura en el corazón de Las Palmas de Gran Canaria a través de su escultura construida en el parque Santa Catalina, donde aparece rodeada de sus queridos gatos, testigos de su incansable labor y compasión por los animales callejeros.
Este monumento se ha convertido en un símbolo de empatía, libertad y autenticidad, recordando a quienes la visitan el profundo impacto de una mujer que desafió las normas de su tiempo y dejó una huella imborrable en la historia y cultura local.
Lolita y su labor con los gatos

Los mininos de la calle la adoraban, pues Lolita Pluma los alimentaba con un cariño y ternura que conquistaban a todos a su alrededor. Su vestimenta y maquillaje, llamativos y llenos de colores chillones y estridentes, convertían su figura en un espectáculo único e inolvidable.
La activista dominaba el lenguaje de la calle y poseía un carácter fuerte que hacía que la gente se cuidara bien de llevarle la contraria. Siempre tenía una respuesta ingeniosa para todo, pero sin perder nunca la capacidad de sacar una sonrisa a quien le hablaba, reporta la Asociación Encoan para la protección animal y la naturaleza de Calafell.
Su presencia diaria en el parque Santa Catalina combinaba su trabajo vendiendo pequeños objetos a los turistas con la dedicación absoluta a los gatos que rondaban por allí.
Los años de Lolita transcurrieron entre la venta de chicles, sus estrafalarios atuendos y la atención a los turistas que se detenían para admirarla y capturar su imagen con sus cámaras, como si fuera un souvenir típico.
Al mismo tiempo, su preocupación constante eran los gatos que cuidaba, a quienes mantenía controlados en los alrededores del Castillo de la Luz, el muelle pesquero y el entorno del complejo turístico Fataga, situado en el propio parque.
Sin darse cuenta, se convirtió en toda una atracción, pues representaba una mezcla única de libertad, decadencia y humanidad, pues en un tiempo y lugar donde era casi imposible ser diferente, ella vivía ajena a las rígidas normas estéticas, mostrando con orgullo bajo su maquillaje sus múltiples arrugas, trazadas por el dolor y la pena, que solo añadían profundidad a su personalidad profundamente humana y resiliente.
Un legado inspirador que trasciende generaciones

La muerte de Lolita Pluma en 1987 no apagó su influencia ni el cariño que despertó en la comunidad, pues su imagen se mantiene viva en Las Palmas, especialmente en el parque Santa Catalina, donde los vecinos y visitantes pueden contemplar la escultura dedicada a ella y a sus gatos.
Además, artistas y músicos canarios han homenajeado su figura en canciones y exposiciones, perpetuando su memoria como una pionera en cuidados animales y activismo social.
En 2004, con motivo del centenario de su nacimiento, se organizó una exposición titulada “Lolita Pluma, 100 Aniversario (1904-2004)” que reunió a casi setenta artistas canarios, incluyendo pintores, fotógrafos y creadores gráficos. Según información del diario de Gran Canaria, estos reinterpretaron la imagen de Lolita a partir de fotografías históricas, dando lugar a una diversidad de obras que celebran su singularidad y vitalidad.
El cantante Braulio rindió un sentido homenaje a Lolita Pluma dedicándole una canción que lleva su nombre, incluida en su álbum “Canto a Canarias” de 1994. A través de esta pieza musical, se celebra la vida y la singular personalidad de la cuidadora de mininos, resaltando su impacto en la cultura popular de Gran Canaria.
Su legado sigue inspirando a artistas, activistas y a la comunidad en general, manteniendo viva la memoria de una mujer que desafió las normas sociales y se dedicó con pasión al cuidado de los más necesitados.
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