Se acomoda la corbata en la antesala del tribunal. Un grupo de ciudadanos, sentados a un costado, esperan sus palabras. El jurado popular será el que decida si ese que está sentado allí, frente a ellos, es culpable o inocente. Guillermo Lennard, el fiscal del debate, se para ante ellos, repasa una y otra vez el detalle del delito y las pruebas que lo incriminan y pide su condena. La audiencia termina y Lennard se despide del tribunal y sube a su auto. Desde Mercedes a la Capital Federal. El viaje funciona como una transformación: apenas llegue, tendrá que pasar por el camarín para subirse al escenario de su verdadera pasión, el music hall.
La vida de Guillermo Lennard tiene epicentro en Mercedes. Allí todos los conocen. Desde chico sintió una inclinación por el arte. Tocaba el piano, la guitarra, cantaba. Pero, dice, eran otros tiempos. Y cuando terminó la escuela, su padre le dijo qué elegía: si medicina, derecho, ingeniería o arquitectura…”Y respondí abogacía porque era lo que habían seguido mi padre y mi hermano”, le dice a Infobae en un café, poco antes de una función. Al año, se casó. “Embarazado, como nos casábamos casi todos”, bromea. Entró a tribunales y, aunque siguió en grupos vocales o folklóricos, el rol judicial ocupó sus días.
Y un día le tocó tomarle declaración a Diego Armando Maradona. Fue cuando el Diez fue acusado de haber baleado a un grupo de periodistas que rodeaban su casa, en Francisco Álvarez, en Moreno. “Él estaba en su esplendor. Los tribunales eran un caos. Recuerdo que el juez le tomo la declaración. Dio su versión de los hechos que ni me acuerdo qué era a esta altura. Lo único que le importaba a todo el Poder Judicial era ver a Maradona”, recuerda. También intervino en un accidente que protagonizó un auto en el que iban el entonces presidente de Boca Mauricio Macri, junto con los futbolistas Martín Palermo y Diego Cagna, y que atropelló a dos chicas que iban en bicicleta. Pero Lennard se detiene en otra causa: la que lo unió con Celeste Carballo.
“Yo ya era fiscal y viene una empleada a la mesa de entradas. ‘Te busca Celeste Carballo’, me dice. Pensé que era una broma porque todos sabían que yo era fan del rock nacional. La hacen pasar y, efectivamente, cruza la puerta de mi despacho Celeste. Yo estaba ahí como funcionario público, no podía demostrarlo. Le habían robado unas guitarras en una quinta de Francisco Álvarez en donde vivía. Le tomé declaración, resolviendo lo que venía a pedir… Conversamos, terminamos, nos saludamos y cuando se estaba yendo le dije: “no puedo más. Me muero.” Se sentó de nuevo, empezamos a charlas de su vida, del rock nacional... Es el día de hoy que seguimos en contacto, nos saludamos para los cumpleaños, vamos a cenar. Voy a sus shows”, recuerda.
Y aquel diálogo sirvió para que en el 2001 buscara nuevas respuestas. Se separó de la madre de sus cuatro hijos y se comenzó a ir a clases de teatro. Se topó con Marisol Otero, un ícono de la comedia musical. “Tenés que volver”, le dijo. Y ahí arrancó. “Desde 2013, hace once años, estoy en esta historia, a la par de mi vida judicial”, señala. Se convirtió en el capitán Von Trapp de La Novicia Rebelde o en el padre de Cris Miró en 2022 en el Teatro Regina. Incluso llegó a actuar en el Luna Park con Jesús de Nazareth.
Pero hay una realidad: “yo no puedo hacer casting. Cualquier proyecto artístico puedo hacerlo después de las cinco de la tarde, cuando termina mi trabajo en tribunales. Y si hay un juicio oral, que dura todo el día, no puedo irme de mi función, que es la pública”, explica. “Nunca deje de ejercer correctamente por hacer algo del arte. El arte fue mi cable a tierra, mi hobby y queda en un segundo plano porque tengo juicios orales”, repite.
De ahí muchas veces se cruza con la miseria. Este año logró condenar a un hombre que en 2020 mató a su ex pareja frente a sus hijos y la enterró en un baldío de Moreno. También reclamó la perpetua para los acusados de haber matado a Marcelo Jorge Longhi, el presidente del club municipal Vilo encontrado muerto en la caja de su camioneta en Luján. “El arte también ayuda a pasar los malos tragos”, le dice Lennard a Infobae.
Hace dos años, en Mercedes comenzó a hacer juicio por jurados. Una de las juezas del tribunal le dijo antes del inicio del debate. “Vos acá te vas a lucir”, le dijo. Aquel día enfrentó a Gabriela Aracy Moreira, acusada por haber matado a su esposo, el empresario rural Rolando Nusbaum (68), de un disparo en la cara en la casa que compartían junto a sus hijos en un barrio privado del partido de Luján. La mujer aseguraba que era víctima de violencia de género. Pero el tribunal hizo lugar a su pedido: la condenaron a la pena de prisión perpetua.
“Una cosa es hacer un alegato frente a jueces conocedores de leyes, pero otra cosa es ante ciudadanos, gente común, en donde te puede tocar un empresario o una señora que trabaja en la verdulería, y le tenés que hablar como la vida cotidiana. Mostrar las pruebas y explicarlas para que ellos lo entiendan. Al jurado hay que hablarle en criollo. Y el teatro me sirvió para ese día”, señala el fiscal.
¿Justicia y actuación se parecen? “La justicia es un valor. Los operadores del poder judicial que actúan a través de las leyes es otra cosa. En el ámbito que me muevo, el penal, en una ciudad chica donde todos nos conocemos, el poder judicial es honesto. Si vas a un juicio es porque alguien ocultó. En el teatro uno se da cuenta cuando hay un mal actor. Me permite ver cómo mienten, qué mal que mienten”, afirma. En mayo planea jubilarse. Ya ensaya un musical con orquesta en vivo en donde interpreta a un “psicofarmacólogo”.
Y hay una obra que sueña actuar: Chicago, uno de los musicales más famosos de la historia en donde se destapa la trama de la corrupción del sistema judicial.