
Líderes “ungidos por Dios”; pastores de doctrinas y castigos severos; esclavitud y vejaciones que se extendieron durante más de 40 años. Todos estos elementos, que enhebran una trama tenebrosa, comenzaron a ser juzgados este miércoles en el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°2 de San Martín, donde se inició el debate oral contra los miembros de una secta religiosa conocida como “Templo Filadelfia”, acusados de integrar una asociación ilícita dedicada a la trata de personas, reducción a la servidumbre y abuso sexual agravado en perjuicio de una decena de víctimas.
A sala llena, la jornada en los tribunales de la calle Ugarte 1735, de la localidad de Olivos, empezó pasado el mediodía con la lectura del requerimiento de elevación a juicio elaborado por el fiscal de instrucción Sebastián Basso, quien llevó al banquillo de los acusados a 28 presuntos integrantes de un engranaje con domicilio principal en San Justo, partido de La Matanza, pero con “filiales” o “anexos” en distintas provincias del país e incluso en Paraguay y Brasil.
Según el documento firmado por Basso, titular de la Fiscalía Federal N°1 de Morón, el “Templo Evangélico Filadelfia” fue fundado entre 1972 y 1973 y registrado como congregación religiosa en 1981. A través de este culto, la organización se dedicó a captar personas “con características de vulnerabilidad”, principalmente menores y adultos en situación de pobreza o familias disgregadas, “a quienes se les hacía creer que Dios los había elegido para vivir en la sede central de San Justo -calle Centenera 3715-, en donde serían bendecidos y sus condiciones de vida mejorarían”.

Las víctimas, siempre de acuerdo a la hipótesis acusatoria, eran recibidas en distintos inmuebles de la secta y eran inducidas a despojarse de sus bienes y hacer entrega al culto “de lo más preciado”, que podía ser desde una propiedad hasta un hijo. Allí comenzaba el adoctrinamiento religioso y la precariedad: familias enteras, hijos, padres, menores y adultos pasaban a vivir hacinados en habitaciones chicas y sin ventilación, una comida al día y baños en malas condiciones. Además, cumplían jornadas laborales de 12 horas sin remuneración, que incluían la producción de alimentos panificados y su venta ambulante. Todas las ganancias se entregaban a los líderes del Templo, que controlaban estrictamente las ventas.
La señalada como la jefa de toda la articulación es Eva Petrona Pereyra, conocida como la “Tía Eva”, quien junto a su hermana Divina Luz Pereyra -fallecida en 1998- y su sobrina Adriana del Valle Varranza -fallecida en 2019-, llevó al extremo las riendas de la manipulación para convencer a los fieles y seguidores de que “el Señor” hablaba a través suyo y que ella era, en rigor, una “ungida por Dios”.
De hecho, en el debate oral Eva Pereyra, nacida en octubre de 1944 en la provincia de Santiago del Estero, está acusada de cometer abusos sexuales a través de la escenificación de ritos conocidos como “castraciones espirituales”, donde sometía a las víctimas -menores y adultos- a tocamientos “para conseguir la eyaculación de los hombres y el orgasmo de las mujeres. La excusa utilizada para llevar adelante estos abusos era que Dios les estaba sacando el deseo sexual por el cual podrían pecar”, postuló el fiscal Basso como corolario de la instrucción penal que inició en 2019.

Además, el adoctrinamiento de la iglesia también incluía la formación de matrimonios dentro de la congregación, que eran determinados por los líderes y se presentaban como “designios de Dios”. Los hijos nacidos de estas parejas crecían en el marco de las mismas condiciones de explotación y se formaban según las ideas que hacían circular los distintos pastores encargados de la formación religiosa de las víctimas.
Con el liderazgo de la “Tía Eva” el Templo Filadelfia creció en poder y extendió sus actividades a otras regiones de Argentina, como Tucumán, Neuquén, Mendoza y Salta, además de instalar sedes en las ciudades de Asunción y Rio Grande do Sul, siempre bajo la misma dinámica de captación de personas vulnerables, traslado, adoctrinamiento, aislamiento social y explotación laboral cumplida a base de un sistema aceitado de castigos que contemplaba golpes, humillaciones públicas, maltratos psicológicos y prohibición de interacciones sociales.
Este miércoles, en uno de los costados de la sala de audiencias, se sentó una joven de nombre Julieta, quien junto a su familia había caído en las manos de la red de trata de San Justo. En 2018, tras cobrar dimensión de ciertos episodios sufridos en el Templo, decidió realizar una denuncia y presentarse como querellante bajo la representación de la abogada Mariana Barbitta, cuya acusación, junto a la de la Defensoría Pública de Víctimas en cabeza de Inés Jaureguiberry, también fue leída en la primera jornada del juicio que tramitarán los jueces Fernando Marcelo Machado Pelloni, Walter Antonio Venditti y María Claudia Morgese Martín.

La lectura de los hechos y la calificación de los delitos finalizó alrededor de las 16. Un grupo de imputados escuchó los cargos de manera presencial y otro de forma virtual por aplicación de la prisión preventiva. El cronograma del juicio, en tanto, prevé otras ocho audiencias a desarrollarse entre los meses de noviembre y diciembre. El fiscal del caso, Alberto Gentili, intentará sostener la acusación mediante la declaración de las víctimas, escuchas telefónicas y los resultados de los distintos allanamientos efectuados durante la etapa instructoria.
Por su parte, la segunda audiencia se llevará a cabo el próximo viernes 1 de noviembre al mediodía. Allí los acusados, si así lo deciden junto a sus defensores, tendrán la oportunidad de declarar por primera vez frente al tribunal. También se espera que la joven Julieta brinde su testimonio.
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