
El arriero Pablo Sergio Catalán Martínez llegó agotado al puesto de Carabineros de Puente Negro. Venía de cabalgar diez horas de manera frenética, casi sin parar, y le costó caminar cuando se apeó del animal. Las piernas no le respondían. Hombre por lo general parco, las palabras se le atropellaron en la boca cuando quiso explicar que había encontrado a dos muchachos de un avión caído. Hombre por lo general de muy pocas palabras, no se expresaba con claridad y el cansancio –sumado a los prejuicios de los carabineros– hacían parecer que había tomado de más. Impotente, escuchó cómo uno le decía a otro:
-No puede ser, ese hombre está borracho, métanlo en una celda.
Por suerte tenía el papel escrito que uno de los muchachos le había lanzado envuelto con una piedra en un pañuelo de una orilla a la otra del “Barroso”. Por suerte, el río Azufre, nombre con que los mapas identifican al Barroso, no es muy ancho y la piedra alcanzó a atravesarlo a pesar de la debilidad de los brazos del joven. Catalán sacó el papel de entre sus ropas y se lo tendió a uno de los carabineros: “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”, leyó, todavía incrédulo, el uniformado.
El relato del encuentro
La actitud de los gendarmes cambió de golpe y Sergio Catalán pudo contarles que esa mañana estaba cabalgando con sus hijos cuando los vio. Que los jóvenes le gritaron algo desde la otra orilla, pero que el ruido de las aguas le impidió escuchar. Tampoco podían cruzar, porque ahí el Barroso corre muy fuerte y podía arrastrarlos. Que entonces consiguió un papel y un lápiz que tenía uno de sus hijos, los envolvió dentro de un pañuelo junto con una piedra y los arrojó hacia la otra orilla. Vio cómo uno de los dos jóvenes escribía febrilmente, volvía a envolver el papel, el lápiz y la piedra con el pañuelo, y se los devolvía con un lanzamiento que le exigió un esfuerzo supremo. Ese era el papel que les había entregado.
Catalán contó también que tomó cuatro panes amasados en su casa, los envolvió junto con la piedra e hizo otro lanzamiento. Después, por señas, les indicó a los dos jóvenes que se quedaran ahí y pidió a sus hijos (de 12 y 14 años) que no se fueran, que encendieran un fuego y no perdieran de vista a esos muchachos. Recién entonces había vuelto a montar su caballo para cabalgar hasta ahí, el retén de Carabineros más cercano, a 80 kilómetros de distancia. Había exigido a fondo a su montura durante esas diez horas desesperantes, porque sabía que cada minuto podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte para los 16 jóvenes que todavía vivían después de la caída del avión y más de dos meses en medio de la nieve. Corría el 21 de diciembre de 1972 y en ese momento lo que en el mundo se conocía como “la tragedia de Los Andes” se convirtió en el “milagro”.
“Primero, cuando los vi, estaba juntando el ganado, pero pensé que era gente que estaba turisteando nomás. Después, cuando ya los veo que se aproximan corriendo, casi hasta donde ya podían gritarme, me hacían señas con las manos, pero no les entendía lo que decían”, relató pocos días después, cuando los medios lo habían convertido en héroe, el arriero Sergio Catalán ante las cámaras de la Televisión de Chile.

Ya no los buscaban
Los dos jóvenes que llegaron al límite de sus fuerzas a uno de los márgenes del río Azufre eran parte de los 16 sobrevivientes del accidente ocurrido el 13 de octubre de 1972, cuando el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya con destino a Santiago de Chile se estrelló en la cordillera de los Andes con 45 personas a bordo, incluidos 19 miembros del equipo de rugby Old Christians Club, de Uruguay.
Al caer el avión, 11 personas murieron por el impacto y 18 más perdieron la vida con el correr de los días, algunos por sus heridas y otros aplastados por una avalancha de nieve. Los 16 sobrevivientes tuvieron que soportar temperaturas de entre 25 y 42 grados bajo cero, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, sin ropa adecuada ni experiencia para enfrentar las condiciones climáticas extremas de la zona andina conocida como el Valle de las Lágrimas. Tuvieron la posibilidad de refugiarse en el fuselaje del avión, pero una semana después de caer ya no tenían qué comer y solo bebían el agua que obtenían derritiendo la nieve. Después de muchas cavilaciones tomaron la decisión de alimentarse de los restos de sus compañeros muertos. Era eso o morir de hambre.
El 12 de diciembre, dos meses exactos después de la caída, los 16 sobrevivientes se convencieron de que ya no los buscaban más, que las operaciones de rescate ya estarían suspendidas porque los creían a todos muertos. Entonces, Fernando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín, los que estaban en mejores condiciones físicas, iniciaron una caminata hacia el oeste, para buscar ayuda. Poco después, Vizintín no pudo continuar y regresó, haciendo un esfuerzo extremo, al lugar donde estaba el fuselaje del avión mientras sus dos compañeros seguían adelante.
Débiles como estaban, Parrado y Canessa subieron y bajaron laderas montañosas hasta que finalmente llegaron a un valle. Llevaban casi diez días de una caminata infernal cuando, el 21 de diciembre, divisaron un río y, al acercarse más, vieron a tres hombres a caballo que estaban arreando a unas ovejas. Parrado y Canessa se encontraron entonces con Sergio Catalán y sus dos hijos.

El operativo de rescate
Una vez que se convencieron, gracias a la nota escrita en el papel, de que el arriero decía la verdad, los carabineros de Puente Negro se comunicaron por radio con la jefatura, en Santiago de Chile. Se puso un operativo en marcha, primero para rescatar a Canessa y Parrado, que no podían cruzar el río, y luego buscar al resto de los sobrevivientes. “Nosotros también pudimos tomar contacto con los dos cuando llegaron los carabineros. Después de agradecernos, algo que siguen haciendo hoy en día, nos dijeron que lo único que deseaban era volver a sus casas antes de la Navidad. Faltaban tres días para eso”, contaría años después Catalán. Su hijo Cucho, uno de los dos que estaba con él cuando los encontraron, recordaría así su primera impresión: “Estaban muy débiles, con los pómulos salidos, apenas podían sostenerse de pie y tenían muy mal olor”.
El 22 de diciembre, guiados por Parrado y Canessa, los helicópteros de Carabineros llegaron hasta el lugar donde estaban los otros 14 sobrevivientes y los rescataron. “Pero nosotros no teníamos mucha noción de lo que habíamos hecho. Habíamos ayudado a unas personas, como creíamos que cualquiera lo podría haber hecho, y nada más. Era nuestra obligación. La dimensión que después tomó el acontecimiento fue cuando nos fuimos enterando de la repercusión que hubo no solamente en Chile, sino, según nos decían, en casi todo el mundo”, recuerda Cucho Catalán.
Así, Sergio Catalán, que durante sus 43 años de vida no se había alejado nunca de su casa de Aguas Claras salvo para llevar a pastar a sus ovejas, se hizo conocido en todo el mundo como el hombre que salvó a los rugbiers uruguayos. Se supo que había nacido en 1928 en Isla de los Briones, que ahí hizo la escuela primaria y que la dejó a los diez años, cuando su padre se trasladó con toda la familia al campo. También que estaba casado con Virginia Honoria Toro Aros y que tenía nueve hijos. “Pensé que nadie se iba a acordar de mí. Encontré a los dos uruguayos, los ayudé, pero pensé que al día siguiente se olvidarían”, contó en la última entrevista que le hicieron antes de su muerte, publicada por el diario chileno La Tercera. No fue así, porque los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes siguieron siempre en contacto con él.

En 2007, cuando debieron operarlo de la cadera, se ocuparon de financiar la intervención quirúrgica para que pudiera volver a caminar. Fue Canessa quien se puso en contacto con el traumatólogo chileno Felipe Jugo para ofrecer su ayuda y la de otros de sus compañeros. “Entre ambos y con la ayuda del ex embajador de Chile en Uruguay Carlos Appelgren logramos gestionar la operación y felizmente todo salió bien”, explicó otro de los sobrevivientes, Javier Methol.
La vida de los sobrevivientes
Cincuenta y tres años después de aquel rescate que tuvo al arriero Sergio Catalán como protagonista, 14 de aquellos 16 sobrevivientes que quedaron 72 días atrapados en el Valle de las Lágrimas siguen con vida.
Roberto Canessa es el que tiene la trayectoria más conocida de todos ellos. Siguió estudiando medicina y llegó también a formar parte del seleccionado de rugby de Uruguay, con el que viajó a Sudáfrica en apoyo a la abolición del apartheid. Se convirtió en cardiólogo infantil y recibió tres veces el Premio Nacional de Medicina de Uruguay. Sigue trabajando como médico y también como docente del posgrado especializado de Cardiología Pediátrica de la Facultad de Medicina y, como varios otros de los sobrevivientes, como orador motivacional. En 2016, publicó el libro “Tenía que sobrevivir”. Tiene tres hijos y seis nietos.
Fernando “Nando” Parrado dejó sus estudios universitarios y empezó a trabajar en la cadena de ferreterías que era propiedad de su familia. Dejó también el rugby y se dedicó al automovilismo, primero como piloto y luego como periodista especializado. Escribió el libro “Milagro en los Andes” y recorrió el mundo dando charlas motivacionales basadas en su experiencia de vida. Se casó con Veronique Van Wassenhove, con quien tuvo dos hijas, Verónica y Cecilia.

Carlos Páez tenía 18 años cuando sobrevivió a la caída del avión y era el más joven del equipo. Su padre no dejó de buscarlo, aún después de que se lo diera por muerto. Se convirtió primero en empresario, luego en publicista, escritor y orador motivacional. Publicó dos libros: “Después del día 10”, en 2007, y “La cordillera del alma”, en 2019. Se casó y tuvo dos hijos, María Elena de los Andes y Carlos Diego, a quien bautizó así en homenaje a sus amigos Diego Storm y Gustavo Diego Nicolich, que murieron sepultados por una avalancha cuando estaban en la montaña. Tuvo seis nietos.
José Pedro Algorta es uno de los sobrevivientes que no pertenecía al equipo de rugby. Después del accidente, volvió a la facultad a estudiar Economía, en la Universidad de Buenos Aires y posteriormente en la Universidad de Stanford, donde consiguió una maestría en Administración de Empresas. Se casó con Noelle Sauval en 1974, con quien tuvo tres hijos y dos nietos. En 2015, publicó el libro “Las montañas siguen allí”.
Alfredo “Pancho” Delgado estudiaba Derecho y, luego de ser rescatado, fue quien se encargó de explicar que habían sobrevivido comiendo carne humana. Fue la primera y última vez que habló del tema. Luego desapareció de la escena pública y nunca concedió una entrevista.
Daniel Fernández Strauch dirigió una empresa informática y tecnológica. Se casó y tuvo tres hijos. En 2012, al cumplirse 40 años del Milagro de los Andes, publicó el libro “Regreso desde la montaña”.
Roberto Francois es otro de los sobrevivientes que ha preferido mantenerse alejado de la exposición pública. Es productor agropecuario, está casado con Graciana Manini, con quien tuvo seis hijos.

Roy Harley terminó sus estudios de Ingeniería. A él se deben las fotografías de los días que permanecieron aislados en la montaña ya que era el único que tenía una cámara. Está jubilado y da conferencias sobre la tragedia. Está casado y tiene tres hijos.
Álvaro Mangino se casó con su novia, Margarita Arocena, y se fue a vivir a Brasil. Tuvo cuatro hijos y varios nietos. Después de muchos años en Brasil, regresó a Uruguay, donde trabajó en una empresa de calefacción y aire acondicionado. Es otro de los que mantiene bajísimo perfil.
Ramón “Moncho” Sabella vivió un tiempo entre Montevideo y Punta del Este, y luego se mudó a Asunción, donde trabajó como empresario. Estuvo mucho tiempo en silencio. Pensaba que, teniendo en cuenta la pérdida de la familia de los que no habían regresado, era poco ético hablar de lo sucedido. Luego decidió dar conferencias y entrevistas, convencido de que su experiencia podía ser útil para la sociedad.
Eduardo Strauch terminó su carrera y se convirtió en arquitecto. Se casó y tuvo 5 hijos. Muchos años después, un montañista mexicano encontró su campera y sus documentos entre los restos del avión en los Andes. A partir de ese momento, entabló amistad con él y juntos van, cada año, al lugar del desastre. En 2022, coincidiendo con el 50 aniversario del Milagro de los Andes, CNN los acompañó en ese viaje para grabar un documental.

Adolfo “Fito” Strauch se recibió de ingeniero agrónomo y se casó con Paula, con la que tuvo 3 hijos. Se muestra muy poco en público, no ha dado casi entrevistas y vive en el campo, donde administra su estancia.
Antonio “Tintín” Vizintín se recibió de abogado y trabajó en una empresa importadora de productos químicos y, más recientemente, como muchos otros sobrevivientes, se dedica a dar charlas y conferencias. Fue presidente de la Unión de Rugby del Uruguay. Se casó tres veces: un matrimonio terminó en divorcio y su segunda esposa, con la que tuvo dos hijos, falleció.
Gustavo Zerbino trabajó en una empresa farmacéutica, fue presidente de la Asociación de Química y de la Cámara de Especialidades Farmacéuticas y Afines del Uruguay. También siguió ligado al rugby, jugó en la selección de su país y presidió la Unión de Rugby del Uruguay durante varios años. Ha dado charlas motivacionales por todo el mundo. Está divorciado y tiene cuatro hijos.
El arriero Pablo Sergio Catalán Martínez falleció a los 91 años, el 11 de febrero de 2020. Ninguno de ellos ha olvidado al hombre que los salvó. “Había un cariño muy especial. Lo consideraron su segundo papá hasta el día en que murió”, le contó en enero de este año a la colega de Infobae Cinthia Ruth, la hija menor del arriero chileno, Paula.
Quizás la imagen más potente de aquel encuentro en los márgenes del Barroso sea la que describió hace unos años Roberto Canessa en una entrevista: “Venía de la cordillera, del glaciar, donde no hay vida. Y vas volviendo: primero ves agua, después ves pasto, después una lagartija, después ves vacas… pero te falta el hombre. ¿Realmente llegaste a la civilización? Nos faltaba el hombre. Y, cuando lo vi, dije: ‘Tenemos la posibilidad real de un mañana’”, relató.
Últimas Noticias
El lado oscuro de la Navidad: historias reales de delitos cometidos bajo la figura de Papá Noel
Desde robos y estafas hasta agresiones, estos casos muestran cómo el disfraz más icónico de las fiestas fue utilizado para sorprender y engañar a las víctimas en distintos países

Cómo una tormenta real a bordo del Queen Mary inspiró “La aventura del Poseidón” y cambió el cine catástrofe
El casi vuelco del barco en 1937 sembró el terror y la fascinación en Paul Gallico, quien años después lo transformó en novela, película y fenómeno de masas. De ese episodio real surgió una ola de filmes que redefinieron el espectáculo y el peligro en Hollywood

La historia de Colleen Stan, la joven que desapareció al hacer dedo y sobrevivió a siete años de cautiverio
Aceptó un viaje rumbo a un cumpleaños y nunca llegó a destino. Su secuestro dio lugar a uno de los casos criminales más impactantes de Estados Unidos, marcado por el aislamiento, la manipulación psicológica y una extraordinaria capacidad de supervivencia

La noche que silenciaron a la voz de la selva: el crimen de Chico Mendes, el defensor de la Amazonia y los derechos laborales
El 22 de diciembre de 1988, el líder sindical y activista ambiental fue asesinado en su casa de Xapuri, Brasil. Su lucha contra la deforestación lo convirtió en un símbolo mundial de la defensa ambiental y campesina

La caída de la política “No preguntas, no digas”: cuando Estados Unidos puso fin a la discriminación de género en sus Fuerzas Armadas
En diciembre de 2010, Barack Obama pronunció un discurso para derogar una norma que prohibía hacer públicas las preferencias sexuales en el ámbito militar. Las negociaciones para acabar con una normativa impuesta en 1994


