El día que Hitler salió de la cárcel con el original de “Mi Lucha” terminado y una nueva estrategia para tomar el poder en Alemania

El 20 de diciembre de 1924, el líder nazi recuperó su libertad luego de que la Justicia le conmutara la pena de cinco años de prisión que había recibido por liderar un intento de golpe de Estado. Durante los nueve meses que estuvo preso en la fortaleza de Landsberg escribió el libro que serviría de guía ideológica para sus seguidores y tomó la decisión de reestructurar al partido nazi

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Adolf Hitler en la prisión
Adolf Hitler en la prisión de Landsberg

Mediaba la tarde del sábado 20 de diciembre de 1924 cuando las puertas de la antigua fortaleza de Landsberg se abrieron y un hombre de bigote tipo cepillo de dientes, muy de moda en la Alemania de la época, salió a paso firme y sin mirar atrás. Había pasado los últimos ocho meses y medio detrás esos gruesos muros que databan del medioevo, encerrado en la celda número 7 del edificio convertido en prisión. Recuperaba la libertad mucho antes de los previsto porque la condena que había recibido en abril de ese mismo año por intentar un golpe de Estado contra la República de Weimar era de cinco años, pero se la acababan de conmutar.

Adolf Hitler —el hombre del bigote— no la había pasado mal en el encierro, durante el cual disfrutó de condiciones impensadas para un preso. Las autoridades le permitieron vestir de civil, reunirse con otros reclusos cuando quisiera y mantener correspondencia sin censura y sin límites. Además, había aprovechado bien el tiempo, pasando muchas horas por día en compañía de su amigo, lugarteniente y secretario personal, Rudolf Hess, también condenado por el putsch fallido, para dictarle su autobiografía Mein Kampf (Mi Lucha), que se convertiría en el libro guía para sus seguidores, cada vez más numerosos.

Tenía solo 35 años y en ese encierro dorado había encontrado el ámbito ideal para reflexionar sobre sus errores e idear la siguiente fase de su asalto al poder. La cárcel no había logrado sacarlo de la escena política, porque el golpe de Estado fracasado y el juicio que había logrado transformar en una tribuna para la difusión de su ideario político, lo convirtieron en una figura popular entre los alemanes. “La víspera del juicio, Adolf Hitler era una figura política menor, si bien bastante ambiciosa, a la que un grupo relativamente pequeño de incondicionales idolatraba. En la prensa internacional, su nombre seguía apareciendo mal escrito, y los perfiles biográficos que le dedicaban contenían numerosas imprecisiones (…). En cuanto comenzara el juicio, sin embargo, esos días estarían contados”, escribe David King en El juicio de Adolf Hitler. El putsch de la cervecería y el nacimiento de la Alemania nazi.

La tarde de ese 20 de diciembre, Adolf Hitler salió de la cárcel convencido de que debía reestructurar su partido, el Nacional Socialista Alemán, para ganar elecciones y llegar por esa vía al poder. Una vez allí, otro sería el cantar.

"Mein Kampf" ("Mi Lucha"), la
"Mein Kampf" ("Mi Lucha"), la autobiografía de Hitler que se convertiría en el libro clave para sus seguidores

Un ascenso meteórico

Cuando recibió la sentencia que lo llevó a la cárcel, Hitler hacía menos de cinco años que había dado su primer paso en la política al incorporarse al ultraderechista Partido Obrero Alemán (DAP) liderado por el cerrajero Anton Drexler, luego de asistir, como espía del Ejército, a un mitin realizado el 12 de septiembre de 1919 en una cervecería de Múnich, la Sterneckerbräu, de la Avenida Tal 54. Había entrado allí por órdenes de sus superiores para hacer un informe de inteligencia sobre las actividades de la organización, es decir, para espiar. En ese momento, el futuro dictador nazi no tenía militancia política alguna, pero sí unas pocas ideas claras sobre lo que pasaba en Alemania. Culpaba a los gobernantes socialdemócratas por haber promovido el humillante armisticio que había oficializado la derrota alemana en la Gran Guerra y acusaba también a los políticos socialistas y marxistas de haber traicionado y “apuñalado por la espalda” al Ejército y a los ciudadanos alemanes.

Lo que ocurrió ese día fue crucial para la historia de Alemania. Entre las instrucciones que sus superiores le habían dado a Hitler no figuraba en absoluto la de hablar durante la asamblea, pero el joven espía no pudo contenerse y con un discurso flamígero interrumpió al orador oficial. En una improvisada mesa redonda, uno de los presentes, de apellido Baumann, sostuvo que Baviera debería separarse de Alemania y anexarse a Austria, una propuesta que indignó al hasta entonces silencioso espía, a pesar de ser él mismo austríaco. Tomó la palabra y en una breve pero tajante intervención no solo hizo callar a su interlocutor, sino que impresionó con su fervor y sus dotes para la oratoria a los dirigentes del partido, especialmente a Drexler.

Una vez terminada la asamblea, el líder del DAP se acercó a Hitler, le propuso sumarse a la organización y lo invitó a participar, ya como orador, en un próximo mitin que se realizaría un mes más tarde, el 16 de octubre. El joven informante aceptó y se convirtió en el afiliado número 555 del Partido Obrero Alemán, una numeración mentirosa, porque para ocultar la escasez de partidarios, la lista de integrantes del DAP se iniciaba con el número 500. En su segunda aparición pública, Hitler volvió a mostrar sus capacidades como propagandista, con las que sedujo a las apenas 111 personas presentes, que salieron “electrizadas” luego de escuchar su primer discurso como integrante del partido.

Uno de los asistentes a la reunión describió así su intervención: “En un torrente de palabras irresistible y de tensión creciente, durante treinta minutos descargó todas las pasiones, afectos que se habían acumulado en él desde los lejanos días del asilo para hombres, con todos aquellos sentimientos de odio almacenados en sus monólogos frustrados; como en una erupción volcánica, que tenía su base en la falta de contacto y de conversación de aquellos años anteriores, salían despedidas las frases, disparadas las locas imágenes y las acusaciones”, escribió Joachim Fest en Hitler. Una biografía.

Ese discurso disparó su carrera hacia la cima del partido. Lo nombraron responsable de propaganda, un lugar desde el cual se volvió cada vez más influyente. Tanto que apenas unos meses después, el 24 de febrero de 1920, no solo fue uno de los fundadores del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), heredero DAP, sino el redactor junto a Drexler, de su programa político.

Cuando Hitler recibió la sentencia
Cuando Hitler recibió la sentencia que lo llevó a la cárcel, donde escribiría el libro que sería la base de su plataforma ideológica, hacía menos de cinco años que había dado su primer paso en la política al incorporarse al ultraderechista Partido Obrero Alemán

La plataforma nazi

En ese programa de 25 puntos, Hitler, convertido en una de las figuras de mayor peso en el partido, introdujo la existencia de un grupo paramilitar uniformado, llamado más tarde Sturmabteilung (SA), similar al de las Camisas negras de Mussolini, así como postulados altamente racistas y antisemitas. En los puntos más salientes del programa ya se prefiguraban la futura guerra para obtener el “espacio vital” y la persecución de los judíos que llevaría al Holocausto. Allí se podían leer exigencias como estas:

—La reunificación de todos los alemanes, sobre la base del derecho de los Pueblos a la autodeterminación, a fin de crear una Gran Alemania.

—Reivindicamos espacio y tierras (colonias) que permitan alimentar a nuestro Pueblo y establecer en ellas nuestro excedente de población.

—No puede ser ciudadano, sino quien posee la cualidad de miembro de la comunidad nacional. No puede serlo sino quien tiene sangre alemana, cualquiera que sea su Confesión. Ningún judío, consecuentemente, podrá ser miembro de la comunidad nacional.

—Es necesario impedir toda nueva inmigración de personas no-alemanas. Demandamos que todas las personas no-alemanas llegadas a Alemania desde el 2 de agosto de 1914 sean constreñidas a abandonar el Reich inmediatamente.

Para el verano de 1921, Adolf Hitler había desplazado a los otros dirigentes fundadores y ya era el líder del partido, con poderes dictatoriales. A su alrededor comenzó a reunir personajes como Rudolf Hess, Hermann Göring, Ernst Hanfstaengl y Alfred Rosenberg, que serían determinantes en su ascenso al poder.

Adolf Hitler y Goebbels visitando
Adolf Hitler y Goebbels visitando la taberna Sterneckerbraü, primer lugar de reunión del NSDAP en 1920 donde Hitler habló en público por primera vez (The Grosby Group)

El golpe de la cervecería

Por entonces, las elecciones parlamentarias no eran una opción que Hitler y el resto de los dirigentes del NSDAP consideraran como camino para conducir Alemania. Sus planes para acceder al poder eran otros y en noviembre de 1923 los pusieron en práctica con un complot para tomar bajo su poder a la región de Baviera, de la que Múnich era la capital. El plan implicaba utilizar al comisionado estatal de Baviera, Gustav von Kahr, y a un importante general de la Primera Guerra Mundial, Erich Ludendorff, como símbolos del golpe. De lograrlo, y con Baviera bajo su control, Hitler marcharía hacia Berlín de la misma forma que Benito Mussolini había protagonizado la Marcha sobre Roma y que dio inicio al período fascista de Italia.

La oportunidad llegó la noche del 8 de noviembre, cuando von Kahr presidiría una importante asamblea en la cervecería Bürgerbräukeller. Hitler y las SA rodearon el local e irrumpieron en el mitin. El líder del NSDAP disparó al techo para interrumpir al orador, amenazó a los presentes, y con Ludendorff a su lado obligaron a von Kahr y a otros dos importantes asistentes, el general von Lossow, líder del ejército de Baviera, y el coronel von Seisser, jefe de la policía bávara, a acompañarlos a una habitación trasera, donde los obligaron a volver a salir para mostrar públicamente su apoyo a los nazis.

Concretada esa parte del plan, Hitler salió de la cervecería para ocupar oficinas estatales y ampliar el golpe en otras partes de la ciudad. Se suponía que al menos 2.000 nazis tomarían el control de las reparticiones públicas y marcharían al día siguiente para demostrar que Múnich estaba en su poder. El líder nazi había organizado la marcha junto con Ludendorff, considerado un héroe de guerra, con la expectativa de que ningún miembro de la policía bávara se atreviese a dispararles. Fue un error de cálculo, porque después de haberle jurado lealtad bajo amenaza en la cervecería von Lossow se dio vuelta y dio la orden a sus policías subordinados de abrir fuego para contener la marcha.

La lucha duró dos horas y dejó a 16 nazis y cuatro policías muertos en la calle. Herido de bala, aunque no de gravedad, Hitler logró escapar a la casa de su amigo Ernst Hanfstaengl, donde se ocultó dos días hasta que la policía logró finalmente localizarlo y detenerlo. El golpe había fracasado y a su cabecilla, en lugar de la ansiada toma del poder, lo esperaba un juicio donde podía ser condenado a la pena capital.

En noviembre de 1923 Hitler
En noviembre de 1923 Hitler intentó dar un golpe de Estado para tomar bajo su poder a la región de Baviera y desde allí seguir avanzando. Pero su plan fracasó y terminó capturado y esperando un juicio y una condena (Crédito: Captura de Video)

Un tribunal muy parcial

El proceso judicial se desarrolló entre el 26 de febrero y el 1 de abril de 1924, ante el Tribunal Popular de Múnich, integrado por cinco magistrados y presidido por Georg Neithardt. Como la mayoría de los jueces del período de Weimar, Neithardt tendía, en los casos de alta traición, a demostrar indulgencia hacia los acusados de derecha que afirmaban haber actuado por sinceros motivos patrióticos.

Usando su Cruz de Hierro, otorgada por su valentía durante la Primera Guerra Mundial, Hitler aprovechó la indulgencia de los jueces para pontificar en contra de la República de Weimar. Afirmó que el Gobierno federal en Berlín había traicionado a Alemania al firmar el Tratado de Versalles y justificó sus actos al sugerir que existía una clara e inminente amenaza comunista. También se hizo cargo de haber liderado el intento de golpe: “No he acudido ante el tribunal para negar nada ni evitar mis responsabilidades. Este golpe lo he llevado a cabo solo. En última instancia, soy el único que lo deseaba. Los demás acusados únicamente han colaborado conmigo al final. Estoy convencido de no haber deseado nada malo. Cargo con la responsabilidad de todas las consecuencias. Pero debo decir que no soy un criminal y que no me creo tal, todo lo contrario”, dijo en una encendida declaración frente a los jueces.

El alegato del fiscal principal fue más un elogio que una acusación. “Hitler es un hombre dotadísimo que, con poco, ha alcanzado merced a su seriedad y a su trabajo incansable una posición respetada en la vida pública. Se ha sacrificado totalmente a las ideas que lo imbuyen y ha cumplido plenamente su deber de soldado. No podemos reprocharle haber aprovechado en beneficio propio la situación que se ha labrado”, sostuvo.

Todas las penas dictadas fueron llamativamente benignas. Hitler fue condenado a cinco años de cárcel en una fortaleza, de los que se restaron los seis meses que habían pasado en prisión preventiva. Los demás acusados, entre ellos Ernst Röhm, recibieron condenas tan cortas que quedaron compensadas por el período que habían pasado encerrados preventivamente y obtuvieron la libertad condicional tras el juicio, a pesar de ser uno de los cabecillas más conspicuos, fue absuelto. El tribunal justificó la clemencia argumentando que a los golpistas “los había guiado un espíritu puro de patriotismo y la voluntad más noble”. El líder nazi evitó, además, ser deportado a su país natal, Austria, porque según los jueces esa pena no podía aplicarse a un hombre “que piensa y siente como alemán”.

La decisión de la Justicia fue calificada por la prensa alemana e internacional como “una farsa y una burla” o “una parodia judicial”, pero el daño ya estaba hecho. El artífice principal había sido el propio juez Neithardt, simpatizante de las ideas nazis, que lo acusó sólo de una parte de los delitos cometidos durante el golpe y desestimó los más graves. Incluso se dio el lujo de exaltar la figura de Hitler al dictar la sentencia, diciendo que el acusado había actuado “con un ánimo puramente patriótico y por los motivos más nobles y desinteresados”. La farsa judicial tuvo su último acto ocho meses y veinte días después de la lectura de la condena, cuando el tribunal decidió conmutarle la pena a Hitler y dejarlo en libertad.

Hitler con Maurice, Kriebel, Hess
Hitler con Maurice, Kriebel, Hess y Weber, en la prisión de Landsberg, en 1924, donde las autoridades le permitieron vestir de civil, reunirse con otros reclusos cuando quisiera y mantener correspondencia sin censura y sin límites (FM Archive)

El destino de la Celda 7

Escarmentado por el fracaso del pustch de Múnich, Hitler se abocó a convertir al NSDAP en un partido electoral. Para 1928, obtuvo unas escasas 12 bancas, pero para 1932 ya tenía 230. A principios de 1933, aunque los nazis distaban de ser la fuerza mayoritaria, los partidos conservadores presionaron al presidente alemán, Paul von Hindenburg, para que nombrara canciller a Adolf Hitler, con la idea de utilizar al líder nazi como instrumento de sus políticas y frenar el avance de las fuerzas de izquierda.

Dos meses más tarde, luego del incendio del edificio del Reichstag, del que acusó a los comunistas, Hitler se hizo del poder absoluto en Alemania, un poder que utilizaría para desatar la mayor guerra del Siglo XX y perpetrar el Holocausto.

Durante la dictadura nazi, la celda donde Hitler estuvo encarcelado se convirtió en un “santuario nacional” y Landberg fue bautizada como “la ciudad de la juventud”. El líder de las Juventudes Hitlerianas, Baldur von Schirach, denominó a Landsberg “el lugar de peregrinaje de los jóvenes alemanes” y “base de la educación nacionalsocialista”. Luego de participar del congreso nacional del partido nazi en Núremberg en 1937 y 38, las Juventudes Hitlerianas hicieron un peregrinaje a la ciudad y visitaron la celda de Hitler, donde se les entregó un ejemplar de Mein Kampf.

Después de la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas de ocupación estadounidenses desmantelaron por completo la celda para evitar que se convirtiera en un lugar de peregrinación para los seguidores de Hitler. Hoy ese espacio se utiliza como sala común de los tribunales de Landsberg. No se permite la entrada a los turistas ni tampoco se pueden tomar fotografías.

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