
En el siglo VI a.C., un episodio singular marcó el pulso entre dos mundos irreconciliables: el Imperio persa y los escitas, nómadas célebres por su destreza ecuestre y su feroz independencia.
Durante la campaña de Darío I, el Gran Rey, las estepas al norte del mar Negro fueron escenario de un curioso intercambio diplomático: los escitas enviaron a Darío un ratón, una rana, un pájaro y flechas, obsequios cuyo significado misterioso definiría el desenlace de la expedición y terminaría por salvar a los escitas de la ocupación persa.
Según Heródoto y diversas reconstrucciones —incluida una detallada crónica publicada por National Geographic—, el ejército persa se encontraba en un momento crítico cuando recibió aquellos regalos.
Un emisario escita se presentó en el campamento de Darío, portaba —sin mediar explicación— un ratón, una rana, un pájaro y cinco flechas. Al ser interrogado, explicó que su única orden era entregar los presentes y regresar lo más rápido posible, dejando a los persas el desafío de descifrar el mensaje.

Darío reaccionó de inmediato. Según la interpretación del propio monarca, los escitas se rendían y entregaban su tierra y su agua: el ratón representaba la tierra, la rana el agua, el pájaro el aire y las flechas la sumisión militar. Sin embargo, uno de sus consejeros ofreció una visión radicalmente diferente.
“A menos que podáis convertiros en pájaros y volar, en ratones y esconderos bajo tierra, o en ranas y refugiaros en los pantanos, moriréis bajo nuestras flechas”, advirtió, según el relato de Heródoto. Esta lectura, apoyada por los propios escitas, transformó los regalos en una advertencia: los persas no tendrían escapatoria en territorio enemigo.
El simbolismo de estos regalos ha generado debate entre historiadores y filósofos. Mientras Darío personificaba la confianza imperial, su consejero comprendió la amenaza.
Sin embargo, más allá de la simple amenaza, estudiosos modernos han visto también una afirmación de la esencia escita: el ratón como símbolo de arraigo a la tierra, la rana a la vida de pantano, el pájaro como augurio o protección, el arado como dominio agrícola y el arco como deber sagrado de defensa. Así, el gesto expresaba tanto la identidad autónoma de los escitas como su decisión de resistir.

Esta ambigüedad pudo haber sido intencionada: servía para desconcertar a los persas y estirar el tiempo mientras los escitas profundizaban su estrategia de hostigamiento. Su ironía característica se reflejaba tanto en esa maniobra como en la seca respuesta del líder escita, Idantirso, a Darío: “Llora”, según relató Heródoto.
La campaña persa fracasó por algo más que simbolismos. El ejército imperial, tras cruzar el Bósforo y el Danubio, quedó atrapado en la lógica de una guerra de desgaste en un territorio sin ciudades, donde los escitas practicaban la táctica de tierra quemada y hostigaban con ataques inesperados, destruyendo recursos y evitando cualquier enfrentamiento abierto.
Según National Geographic, al carecer de ciudades para defender, los escitas podían replegarse y desgastar a sus agresores. La famosa frase de Idantirso a Darío, transmitida por Heródoto, ratifica su postura: “Nunca antes hui de ningún hombre por miedo, y no huyo de ti ahora… No recibirás ni tierra ni agua, sino los regalos que deban venir a ti”.
La moral persa se erosionó ante la imposibilidad de lograr una batalla decisiva y la escasez crónica de víveres. Incluso, los escitas intentaron cortar la retirada persa persuadiendo a los griegos que custodiaban el puente sobre el Danubio para destruirlo. Finalmente, Darío logró huir, pero la campaña quedó definida como un fracaso.

De acuerdo con National Geographic, el saldo del enfrentamiento fue la retirada de Darío I tras más de dos meses de hostilidades. El rey jamás volvió a intentar la conquista de los escitas, aunque su tumba enumere a este pueblo entre los “sometidos”. El Imperio persa nunca logró dominarlos y aquel misterioso intercambio de ratones y ranas, más allá de su simbolismo, selló el destino de la campaña.
La estrategia escita y su uso del simbolismo han sido comparados con tácticas vistas siglos más tarde en la defensa rusa ante invasores como Napoleón o Hitler: guerra de desgaste, control del terreno y diálogo enigmático frente a la prepotencia imperial.
Los escitas, según National Geographic, fueron un pueblo nómada de origen iranio, organizados en tribus jerarquizadas y unidos por la excelencia en la equitación, el tiro con arco y rituales funerarios fastuosos. Su reputación de guerreros feroces se consolidó con costumbres como beber la sangre del primer enemigo vencido o utilizar cráneos como copas.
La percepción final de Darío I sobre los escitas cambió tras ver cómo, en plena formación combativa, capturaban una liebre con absoluta calma. Convencido de la superioridad estratégica de sus adversarios, el rey persa ordenó la retirada, y así la astucia nómada y el uso magistral del simbolismo —encarnado por el ratón y la rana— resultaron más eficaces que cualquier ejército.
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