
En noviembre de 1978, más de 900 personas murieron en la selva de Guyana tras un suicidio colectivo ordenado por Jim Jones, líder del Templo del Pueblo. En pocas horas, una comunidad entera quedó aniquilada y el mundo descubrió la dimensión del fanatismo. Entre las víctimas había cientos de niños. Solo unos pocos escaparon con vida. Una de ellas, Tracy Parks, una niña de doce años, logró huir y su testimonio permitió conocer cómo fue sobrevivir a Jonestown.
El surgimiento del Templo del Pueblo y la llegada a Jonestown
El Templo del Pueblo fue fundado en 1954 en Indiana, un estado del Medio Oeste de Estados Unidos, por Jim Jones, quien prometía igualdad, justicia social y solidaridad para todos sus seguidores. Con una congregación predominantemente afroamericana, Jones construyó su liderazgo sobre el atractivo de un mensaje que mezclaba cristianismo y socialismo, convocando a quienes sufrían discriminación y buscaban un futuro mejor. Pronto, el Templo del Pueblo se trasladó a California, donde amplió su base de seguidores y logró acercarse a figuras políticas y sociales influyentes, de acuerdo con National Geographic.
A medida que las denuncias por abuso y fraude se multiplicaron, Jones decidió alejar a su comunidad de las autoridades estadounidenses. Así nació Jonestown, enclavado en la selva de Guyana, un escenario en el que prometía concretar su utopía lejos del control externo. Más de mil personas aceptaron ese sueño y partieron hacia Sudamérica, convencidas de que estaban construyendo un espacio seguro y autosuficiente.

La vida diaria y la consolidación del control
La rutina en Jonestown se desarrollaba lejos del contacto con la civilización y bajo una estricta organización. Se repartían tareas agrícolas, se impartía educación a los niños y se organizaban actividades recreativas, con la ilusión de una nueva sociedad. Sin embargo, detrás de la fachada de armonía, crecían la vigilancia y el sometimiento absoluto. Jim Jones mantenía bajo su poder los pasaportes, imponía castigos físicos y dirigía la vida comunitaria por medio de altavoces que sonaban día y noche.
Al principio, muchos residentes describieron haber experimentado, por primera vez, la sensación de formar parte de una verdadera comunidad multirracial y multigeneracional. La convivencia diaria y el sentido de pertenencia ofrecieron alivio a viejas heridas. Sin embargo, la desconfianza, las amenazas y la constante supervisión pronto reemplazaron el entusiasmo inicial, y la supuesta utopía empezó a revelar su costado opresivo, tal como desarrolló National Geographic.
Paranoia, simulacros de suicidio y la ruptura definitiva
El control de Jim Jones se volvió aún más severo con el paso del tiempo. El líder temía una irrupción del gobierno de Estados Unidos y, obsesionado con su propio poder, endureció las condiciones de vida. Los castigos y la intimidación aumentaron, y los simulacros de suicidio se integraron a la rutina, con el fin de preparar psicológicamente a sus seguidores ante una catástrofe inminente, según National Geographic.

A través del temor y la presión constante, la comunidad quedó atrapada en una lógica de encierro total. Exmiembros que lograron escapar relataron cómo la paranoia de Jones, alimentada por el consumo de drogas, hizo de la vida en Jonestown una lucha diaria contra la opresión. El ambiente se volvió cada vez más tenso, con reuniones nocturnas obligatorias y mensajes que auguraban un final violento para cualquiera que desobedeciera.
El 18 de noviembre: la tragedia que estremeció al mundo
El 18 de noviembre de 1978, la visita del congresista estadounidense Leo Ryan y el temor a una intervención definitiva precipitaron el final abrupto. Jones ordenó el suicidio colectivo y la tragedia se volvió una certeza: niñas y niños, junto a sus padres, murieron tras consumir una mezcla letal de cianuro. Muchos menores recibieron el veneno con jeringuillas, mientras que adultos que intentaban resistirse eran obligados por otros miembros y por la guardia personal de Jones, según People.
El saldo estremeció al mundo: más de 900 cuerpos quedaron esparcidos bajo el calor y la humedad de la selva, entre ellos el propio Jones, hallado con un disparo en la cabeza. La devastación fue total y la noticia recorrió el planeta, dejando una advertencia imborrable sobre los riesgos del fanatismo y la manipulación de masas. Familias enteras desaparecieron en cuestión de horas y el dolor se instaló entre quienes lograron sobrevivir y quienes aguardaban noticias desde lejos.
La huida de Tracy Parks: una historia de supervivencia

En ese marco de muerte, una niña de doce años protagonizó una de las fugas más conmovedoras. Tracy Parks y su familia intentaron escapar, pero fueron emboscados a pocos kilómetros del complejo. Tracy presenció la muerte de su madre y atendió la orden desesperada de su padre: "Métete en la selva. Corre“. Junto a su hermana, corrió selva adentro, enfrentando el miedo, la desorientación y el agotamiento. Pasaron tres días sin rumbo, guiadas solo por el instinto de supervivencia y el recuerdo de sus seres queridos.
“Corrimos sin mirar atrás. La selva era tan densa que pensé que nunca volveríamos a ver la luz”, recordó Parks. “En mi mente solo tenía la voz de mi papá repitiendo que corriéramos. El miedo era tan intenso que ni siquiera sentíamos el cuerpo”. Más adelante, relató la dimensión de sus pérdidas: “Perdí a mi mamá, a mi papá y a mis hermanos ahí. Perdí casi todo lo que tenía. A veces me preguntan cómo logré sobrevivir o seguir adelante. La respuesta es que no tuve opción; solo quise vivir, aunque no sabía para qué”.
Al salir de la jungla, Tracy y su hermana se enfrentaron a la magnitud de la tragedia: habían perdido a cinco miembros de su familia y la comunidad que conocían había dejado de existir. Años después, Tracy Parks fue enfática al reconstruir la verdad: "Esto no fue un suicidio. Fue un asesinato. Esos niños no querían morir y tampoco muchos de los adultos“, tal como desarrolló en People.
La huella que dejó Jonestown
Jonestown no solo dejó una estela de muerte en la selva de Guyana, sino también un largo camino de dolor, incertidumbre y preguntas sin respuesta para sobrevivientes y familiares.
A más de cuatro décadas de la tragedia, la experiencia de Tracy Parks y de quienes lograron escapar demuestra que el impacto sigue presente. Su relato da cuenta de la destrucción que puede causar la manipulación, el aislamiento y la obediencia ciega. Jonestown se mantiene como un recordatorio de los peligros que implica el fanatismo, y de que la memoria es la única herramienta para que historias como esta no se repitan.
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