
El 13 de diciembre de 2003, hace 22 años, fue detenido el dictador iraquí Saddam Hussein. Aquel hecho marcó el final de un extenso operativo militar estadounidense desplegado tras la invasión a Irak iniciada en marzo de ese mismo año. Luego de meses en la clandestinidad, el exmandatario fue hallado por soldados estadounidenses en las inmediaciones de la ciudad de Tikrit, oculto en un refugio subterráneo improvisado, después de una historia de huidas que desafió la inteligencia internacional y mantuvo en vilo al mundo.
Cuando las fuerzas lideradas por Estados Unidos entraron en Irak a inicios de 2003, justificaron la ofensiva bajo la premisa de eliminar supuestas armas de destrucción masiva y de terminar con el respaldo que el régimen iraquí prestaba, según alegaban, a redes terroristas internacionales. El avance militar hasta Bagdad, la capital, se desarrolló sin encontrar obstáculos importantes por parte del ejército iraquí, pero capturar o eliminar a Saddam Hussein se convirtió en el eje sin resolver de la campaña militar durante varios meses posteriores al ingreso de las tropas aliadas.
Previo al inicio formal del conflicto, George W. Bush, el entonces presidente estadounidense, explicó el 22 de marzo de 2003 que la operación buscaba “remover las armas de destrucción masiva supuestamente en poder de Hussein, poner fin a su supuesto apoyo a Al Qaeda y apartarlo del poder para liberar al pueblo iraquí”. Vale la pena recordar que en septiembre de 2001 se habían producido los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York, Estados Unidos, y se los había adjudicado la organización Al Qaeda.

Los primeros bombardeos, que afectaron la logística militar iraquí, también tuvieron como objetivo infraestructuras y posibles ubicaciones de Saddam y sus principales colaboradores, entre ellos sus hijos Qusay y Uday Hussein. Circularon versiones acerca de que el dictador había resultado herido o muerto pero eso fue luego descartado.
Durante las semanas iniciales de la invasión, Hussein mantuvo una imagen omnipresente en la televisión nacional iraquí. En sus intervenciones, manifestaba confianza en su entorno, en especial en la Guardia Republicana, el cuerpo de élite más leal al régimen. Sin embargo, luego de la caída de Bagdad, los registros de sus movimientos se desvanecieron. Las inspecciones meticulosas de las extensas propiedades que la familia presidencial poseía en la capital y sus alrededores no ofrecieron pistas útiles a los equipos de búsqueda.
La persistencia del exlíder como fugitivo acrecentó la inquietud entre los estrategas militares estadounidenses. Según sostenían, mientras Hussein lograra eludir la captura quedaba abierta, aunque lejana, la posibilidad de que intentara recuperar el control político o militar, lo que, unido al temor de parte de la población iraquí hacia eventuales represalias, dificultaba la consolidación de la autoridad aliada. Además, los altos mandos consideraban que la capacidad de Hussein para eludir la persecución fomentaba el crecimiento de insurgencias de tipo guerrillero, sobre todo en regiones históricamente leales al régimen, como Tikrit.

La muerte de los hijos del dictador se produjo en julio de 2003, tras un enfrentamiento de seis horas en la ciudad de Mosul entre fuerzas especiales estadounidenses y los fugitivos. La información para hallar a los hijos de Hussein fue proporcionada de manera anónima a cambio de dos recompensas de quince millones de dólares cada una. El fallecimiento de Qusay y Uday Hussein dejó claro que la administración Bush mantenía como prioridad la captura de Saddam, particularmente porque, pese al paso de los meses, las grandes reservas de armas químicas y biológicas esgrimidas como justificación del conflicto no habían sido halladas.
Durante el tiempo que estuvo prófugo, Saddam utilizó métodos rudimentarios para huir: viajaba en automóviles prestados y evitaba ir acompañado de los habituales guardaespaldas que lo protegían en tiempos de mando. Tras su detención, explicó a agentes estadounidenses que no recurrió al uso de dobles, desmintiendo una teoría ampliamente difundida entre adversarios y miembros de la oposición dentro y fuera de Irak.
Se estima que el exdictador frecuentó hasta treinta escondites por todo el país, la mayoría limitados a una habitación y una cocina básica. El ejército estadounidense llegó a concluir, según que algunos de esos puntos secretos eran accesibles solamente mediante el uso de pequeñas embarcaciones que navegaban por el río Tigris.

Tras varios meses adicionales de investigaciones, fue la presión ejercida sobre familiares lejanos de Saddam y miembros de tribus asociadas al régimen lo que permitió acotar cada vez más su zona de refugio. Finalmente, el 13 de diciembre de 2003, soldados estadounidenses localizaron a Hussein en una granja a las afueras de Tikrit.
Fue encontrado en una rudimentaria celda subterránea, portando un arma corta y rodeado por escasas provisiones. El ex hombre fuerte de Irak no opuso resistencia y ningún militar resultó herido durante el operativo que fue llamado Amanecer rojo. Pruebas genéticas realizadas posteriormente confirmaron sin lugar a dudas su identidad.
Documentos y reportes de aquellos días detallan la atmósfera que rodeó la operación de captura.La operación requirió una labor de inteligencia minuciosa, trabajo con informantes y un seguimiento sistemático de movimientos y lealtades tribales, sin los cuales resultaba impensable que se lograra encontrar el escondite final entre las ruinas y propiedades rurales familiares a Hussein.
En suma, la captura del dictador iraquí fue el desenlace de una operación sostenida por meses y que involucró persecuciones, recompensas millonarias, operativos en zonas de alta hostilidad y el despliegue de recursos de inteligencia y tecnología con propósitos de rastrear a Hussein.
La imagen de Hussein en el momento de la captura distó radicalmente de la que el público iraquí había visto durante décadas en lo más alto del poder: aparecía desaliñado y exhausto, lo que generó un profundo impacto entre quienes lo consideraban un símbolo de autoridad. Su arresto fue recibido con reacciones de asombro y alivio por buena parte de la población, aunque persistió el descontento en los sectores aún leales al régimen depuesto.
Desde su captura hasta el inicio del juicio, pasó más de un año bajo custodia estadounidense, tiempo durante el cual fue sometido a extensos interrogatorios. Esos encuentros revelaron datos relevantes para el análisis tanto militar como político. En ellos, Saddam reconoció que, antes de la invasión de Estados Unidos, ya no contaba con armas de destrucción masiva ni con capacidad real para fabricarlas en el corto plazo. Además, señaló que las existencias destruidas por los inspectores internacionales en años previos habían sido las últimas disponibles en su arsenal.

Respecto a los vínculos con grupos extremistas islámicos, el excaudillo negó toda relación, contacto o coordinación con Al Qaeda y su líder Osama Bin Laden, tildando a este último de fanático religioso. Respecto a crímenes pasados, Saddam no mostró señales de arrepentimiento. El agente del FBI George Piro, principal responsable de los interrogatorios, recordó que Hussein justificó el uso de armas químicas contra la población kurda en 1988 con la frase: “fue necesario”.
Durante las sesiones, Saddam también expresó que, de no haber ocurrido la invasión estadounidense, tenía intención de reconstruir eventualmente programas armamentísticos prohibidos.
El proceso judicial contra Saddam comenzó junio de 2005, una vez transferida la custodia al naciente sistema judicial iraquí, y funcionó como uno de los mayores desafíos para la joven institucionalidad del país en aquella etapa de transición. En el juicio salieron a la luz por testimonios sobre represión política, uso sistemático de la tortura y otras violaciones de derechos humanos realizadas a lo largo de su gobierno.

El liderazgo de Saddam Hussein finalizó formalmente en noviembre de 2006 seis cuando, ante el Tribunal Supremo iraquí, fue hallado culpable de crímenes de lesa humanidad. Aunque manifestó preferencia por la pena de muerte mediante fusilamiento, la sentencia dictada estipuló que sería ahorcado, decisión que provocó júbilo en numerosos sectores iraquíes, mientras que seguidores suyos la descalificaron, considerándola el resultado de presiones exteriores ejercidas por las fuerzas estadounidenses.
La reacción de la sociedad iraquí, así como la de la comunidad internacional, osciló entre la sorpresa, la celebración y la cautela. El impacto inmediato de la detención mitigó ciertas tensiones internas, aunque no puso fin a la violencia o al levantamiento guerrillero que persistieron por años subsecuentes. Varios informes contemporáneos indican que, a pesar de la caída del líder, la situación de seguridad en Irak.

El capítulo final de Hussein se cerró con su ejecución ocurrida el 30 de diciembre de 2006 en el centro de detención que se llamó Camp Justice y fue instalado en el distrito de Kadhimiya en Bagdad, la capital iraquí. El lugar desde donde había ejercido el poder con mano férrea -desde 1979 hasta 2003- el dictador que huyó y fue capturado hace exactamente 22 años.
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