La sospechosa muerte del “Carnicero de Milwaukee”, el asesino, violador y caníbal que quería convertir a sus víctimas en zombies

Jeffrey Dahmer purgaba una condena de 900 años y las autoridades de la prisión debían protegerlo de los otros presos, que lo odiaban por sus brutales asesinatos y sus provocaciones. Sin embargo, el 28 de noviembre de 1994 lo dejaron solo en el gimnasio con otros dos detenidos. Su escabroso historial criminal y la disputa de sus padres por el destino de su cerebro

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Autor de 17 asesinatos y
Autor de 17 asesinatos y condenado a 15 cadenas perpetuas consecutivas, Jeffrey Dahmer ocupa un lugar siniestro en la historia delictiva de los Estados Unidos. Sus crímenes se narran en la serie de Netflix "Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer" (Netflix)

Todo fue muy extraño y nunca se dio una explicación lógica, que cerrara. La mañana del 28 de noviembre de 1994 hubo un inesperado e inexplicable cambio de rutina en el Instituto Correccional de Columbia, en la ciudad de Portage. El primer hecho inhabitual fue que sacaran de su celda a Jeffrey Dahmer y lo llevaran a limpiar el gimnasio junto con otros dos presos, Christopher Scarver, un esquizofrénico, y Jesse Anderson, culpable de asesinar a su esposa. El segundo, que lo dejaran solo con ellos, porque los guardias que debían vigilarlos se esfumaron. Era una ley no escrita que nunca había que dejar al “Carnicero de Milwaukee” solo con otros presos. Desde que había llegado a la cárcel, dos años antes, había pasado los primeros meses en un estricto aislamiento, hasta que protestó porque se sentía solo y pidió que le dejaran compartir algunas actividades con la población del penal. Se lo permitieron, pero siempre con un guardia que no le sacaba los ojos de encima.

Tantas precauciones no tenían que ver con la potencial peligrosidad de Dahmer dentro de la cárcel, aunque estaba condenado a quince cadenas perpetuas, que sumaban 900 años de prisión, por el asesinato de 17 jóvenes para violarlos después de muertos y, a veces, comer alguna parte de sus cuerpos. Lo escalofriante de sus crímenes iba incluso más allá: en por lo menos dos casos intentó convertir en zombies a sus víctimas para que se quedaran con él. Para eso, luego de emborracharlas o drogarlas, les había inyectado ácido o agua hirviendo en el cerebro. No le resultó.

El problema de Dahmer en la cárcel era otro: se hacía odiar contando sus crímenes hasta llevar a los demás presos al borde del vómito y haciendo bromas sobre su canibalismo. Lo que más le gustaba era dar formas de partes de cuerpos —una mano, un brazo, una pierna— a la comida de su plato y después rociarlas con ketchup diciendo que era sangre y que así era como se las comía. También se burlaba, sin hacer distinciones entre presos y guardias, diciendo que no se descuidaran porque los iba a morder. En la pared de su celda tenía pegado un póster que decía “Caníbales Anónimos”. Por todas esas cosas lo odiaban y más de uno se la tenía jurada.

No se trataba solo de amenazas. Unos meses antes, un preso del que se burlaba constantemente había intentado degollar a Dahmer en el baño, pero sólo alcanzó a hacerle una herida leve en el cuello. Después de eso, las autoridades de la prisión habían pedido una vez más que lo trasladaran a un instituto psiquiátrico, pero el juez se había negado. Tenía que cumplir su condena en prisión hasta morir en ella. Y así ocurrió, pero no de muerte natural.

Jeffrey Dahmer, conocido como el
Jeffrey Dahmer, conocido como el "Carnicero de Milwaukee" fue asesinado en prisión el 28 de noviembre de 1994, a los 34 años (AP Photo)

Asesinato en el gimnasio

Hasta ese 28 de noviembre, la protección de Dahmer por parte de las autoridades de la prisión y de los guardiacárceles había funcionado como un reloj. Por eso resultó extraño que esa mañana lo dejaran solo con los otros dos presos en el gimnasio, sin grilletes para que pudieran limpiarlo con más comodidad. Lo que sucedió allí se conoce por la declaración de su asesino, Christopher Scarver, que no solo lo relató en el interrogatorio de las autoridades de la cárcel y en el juicio al que fue sometido sino también a un periodista. “Estaba llenando un balde con agua cuando alguien me golpeó en la espalda. Me di vuelta y vi que Dahmer y Jesse se reían en voz baja. Los miré a los ojos y no pude darme cuenta de quién lo había hecho”, contó.

Siempre según su relato, los tres hombres se separaron y él siguió a Dahmer hasta uno de los vestuarios. Antes, agarró una pesa de metal y se la metió en el bolsillo. “Le pregunté por qué se había burlado de mí y quiso escaparse corriendo hasta la puerta pero lo bloqueé. Le di con la barra (la pesa) en la cabeza y terminó muerto”, le dijo Scarver al periodista. Después de asesinar a Dahmer, Scarver fue hacia donde estaba Jesse Anderson y lo mató con la misma pesa.

Un chico con problemas

Cuando murió, el Carnicero de Milwaukee tenía 34 años y un historial de crímenes que había horrorizado al país, pero su conducta sanguinaria había comenzado mucho antes de que empezara a asesinar personas. Nacido en Milwaukee, Wisconsin, el 21 de mayo de 1960, Jeffrey era el único y deseado hijo de Lionel Dahmer y Joyce Flint, quienes soñaban un gran futuro para él. La familia vivía sin contratiempos económicos, aunque la profesión de Lionel —era químico y trabajaba en una gran empresa— los obligaba a mudarse con frecuencia. En 1967, la familia se estableció de manera permanente en Bath, Ohio, donde el joven Dahmer pasó el resto de su infancia y de su adolescencia.

Jeffrey tenía una muy buena relación con su padre, a quien admiraba. Estaba feliz cuando podía ir de pesca con él. Cada vez que Lionel cobraba una pieza con su caña, Jeffrey se ocupaba de limpiarla de una manera muy particular: la abría por la panza y se quedaba observando cómo moría antes de sacarle las vísceras. Los perros y otros bichos tampoco escapaban a su pasión. A los 10 años ya tenía una colección de piezas diseccionadas en formol, armada con animales muertos que recogía en una ruta cercana a su casa, los llevaba al patio y los abría para estudiar su interior. “Mi preferido fue un perro grande que encontré en la ruta. Iba a separar la carne, blanquear los huesos, reconstruirlos y venderlo. Pero no llegué a hacerlo. No sé cómo empecé a meterme en esto; es una afición un poco rara. Encontré al perro y lo rajé para ver cómo era por dentro. Después se me ocurrió que sería divertido clavar la cabeza en una estaca y dejarla en el bosque. Llevé a uno de mis amigos y le dije que me lo había encontrado entre los árboles. También le tomé una fotografía”, le contaría muchos años después al perfilador Robert Ressler, creador de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI, que lo entrevistó exhaustivamente después de su detención.

Esa afición por abrir animales muertos le trajo también contratiempos. Sus compañeros comenzaron a mirarlo como un freak y eso le dolió. Además, Dahmer se dio cuenta de que lo atraían los varones y entró en conflicto. Era algo que no quería. “Por entonces la homosexualidad era mal vista en los Estados Unidos. Por eso intentó reprimir sus impulsos. Empezó a tener fantasías en las que mantenía relaciones sexuales con hombres a los que posteriormente asesinaba y descuartizaba. En el colegio, estas fantasías lo tenían traumatizado y, para olvidarlas, empezó a beber. Muy de mañana se pasaba por la casa de un amigo y se tomaba un vaso de licor. Luego iba a clase”, describe esa época de Dahmer el periodista Chris Campos, uno de los fundadores del medio especializado Criminalia.

La separación de sus padres le pagó muy fuerte. Se sintió perdido y para adormecer el dolor que le producía la situación, además de seguir bebiendo, empezó a consumir drogas. No tardaría mucho en empezar a matar.

Jeffrey Dahmer, el 8 de
Jeffrey Dahmer, el 8 de agosto de 1982, acusado de "conducta desordenada" (Departamento del Sheriff del Condado de Milwaukee/AP Photo)

De la imaginación al acto

Los archivos del FBI guardan como una joya de los perfilamientos criminales las entrevistas del agente Ressler con el “Carnicero de Milwaukee”. En una de ellas, Dahmer relató que una de las imágenes más frecuentes en sus fantasías era la de levantar a un joven atractivo con su auto y tener relaciones sexuales con él. La primera vez que quiso hacerla realidad fue en junio de 1978, cuando iba manejando el auto de su madre y vio a Steven Hicks haciendo dedo en la ruta. Lo levantó y lo invitó a tomar algo en su casa vacía porque su madre había salido de la ciudad.

Todo marchaba sobre rieles hasta que Dahmer intentó acariciar a Hicks y este lo rechazó. Jeffrey salió de la habitación y volvió con una barra de hierro, lo mató de un golpe en la cabeza y lo violó. “No sabía cómo retenerlo, más que agarrando la barra de las pesas y golpeándolo en la cabeza. Luego lo estrangulé con la misma barra. Estaba muy asustado por lo que había hecho. Anduve un rato de un lado para otro por la casa. Al final me masturbé. Más tarde bajé el cadáver al sótano. Me quedo allí, pero no puedo dormir, vuelvo a subir a la casa. Al día siguiente tengo que pensar en una manera de deshacerme de las pruebas. Compro un cuchillo de caza. Por la noche vuelvo a bajar, le abro el vientre y me masturbo otra vez”, le contó al perfilador del FBI.

Para deshacerse del cuerpo aprovechó su consumada habilidad para la disección. Lo desmembró, puso las partes en bolsas de plástico y las metió en el asiento de atrás del auto de su madre para ir a tirarlas a un basural cercano. En el camino, un policía lo detuvo por ir demasiado rápido. Al ver las bolsas, le preguntó qué llevaba y Dahmer contestó que era basura que iba a tirar. El policía le labró una multa y lo dejó ir.

Ese encuentro con la ley lo dejó aterrado, pero aún así se dio cuenta de que si tiraba las bolsas en el basural podrían identificarlo, de modo que volvió a su casa. Dejó los restos del cadáver en el sótano y se llevó la cabeza al baño, donde la lavó y la apoyó en el suelo. Se masturbó mirándola. Esa misma noche llevó las bolsas a una tubería abandonada cerca de su casa, las metió ahí y las tapó con tierra.

En sus conversaciones con el agente Ressler, Dahmer le contó que al tomar conciencia de lo que había hecho se sintió aterrorizado y se propuso reprimir sus deseos o, por lo menos, canalizarlos de manera no violenta. Dejó el alcohol y empezó a asistir a la Iglesia; también se atrevió a ir de tanto en tanto a algún bar gay.

El asesino en serie Jeffrey
El asesino en serie Jeffrey Dahmer es escoltado a un Tribunal de Circuito del Condado de Milwaukee por un agente del Sheriff para su segunda comparecencia en julio de 1991. Fue condenado a cadena perpetua en febrero de 1992 (AF/JP/Reuters)

“El cráneo me lo guardé”

Quería ser “un tipo normal” y casi lo logró: aguantó casi diez años sin volver a asesinar. Pero asumir su deseo e incluso satisfacerlo no era suficiente, Dahmer sentía que le faltaba algo, que las relaciones sexuales no le alcanzaban. Volvió a beber y en 1986 lo detuvieron por exhibicionismo público. Por esa época también había intentado desenterrar a un joven que habían inhumado ese mismo día para violar el cadáver. No pudo porque la tierra que cubría la tumba estaba congelada.

Terminó de desbarrancar en septiembre de 1987, cuando conoció a Steven Tuomi en un bar gay y lo invitó a ir a un hotel. Dahmer contaría después que no recordaba qué habían hecho ahí ni cómo había matado a su víctima. Se bañó, se vistió y compró una valija grande, metió el cadáver y se lo llevó al sótano de la casa de su abuela, donde por entonces estaba viviendo.

En el registro del interrogatorio al que lo sometió el perfilador del FBI se puede leer este diálogo:

—¿Por qué no dejaste el cadáver en la habitación?

—Porque estaba a mi nombre.

—Sigamos. Tenés el cadáver escondido allí abajo (en el sótano de la casa de la abuela) una semana…

—Mi abuela sale un par de horas para ir a la iglesia, y yo bajo a buscarlo. Agarro un cuchillo, le rajo el estómago, me masturbo, luego separo la carne y la meto en bolsas, cubro el esqueleto con una colcha y lo hago pedazos con una maza. Lo envuelvo todo y el lunes por la mañana lo echo a la basura. Excepto el cráneo. El cráneo me lo guardé. Lo metí en lavandina concentrada para blanquearlo. Quedó limpio, pero demasiado frágil y lo tiré —relató.

El asesinato de Tuomi fue el punto de partida para una cadena de 15 crímenes más, en cuyos modus operandi Dahmer iría incorporando nuevos elementos, como el canibalismo y la experimentación para crear un zombie que quedara sometido para siempre a sus deseos.

Richard Guerrero, de 22 años
Richard Guerrero, de 22 años y origen mexicano, fue la cuarta víctima de Jeffrey Dahmer

Entre muertos y zombies

Dahmer no demoró en descubrir que vivir en la casa de su abuela presentaba obstáculos casi insalvables para lo que quería hacer y para tener libertad total de movimientos alquiló un departamento en Milwaukee. Iba a los bares gay o se detenía a levantar a hombres jóvenes que estaban haciendo dedo e invitaba a sus víctimas a ver pornografía o a sacarse fotos en su casa. Allí les ponía droga en las bebidas, los adormecía, los estrangulaba y, una vez muertos, los violaba y se masturbaba encima de los cadáveres. Después sacaba fotos del cuerpo y de cada etapa del proceso de desmembramiento. En los últimos crímenes, también llegó a cocinar y comer el corazón o trozos de los músculos de sus víctimas. Guardaba las fotos y los cráneos, pero se deshacía de todo lo demás.

En dos oportunidades intentó transformar a sus víctimas en zombies —así lo confesó— para que se quedaran con él y dejaran que les hiciera lo que quisiera. En mayo de 1991, llevó a un joven llamado Konerak Sinthasomphone a su departamento y allí lo drogó y le realizó unas trepanaciones en el cráneo para inyectarle ácido en el cerebro. La víctima quedó inconsciente, pero respiraba y Dahmer creyó que había conseguido realizar una transformación exitosa: tendría su tan deseado zombie. Para celebrarlo, salió de su casa para comprar whisky en un negocio cercano. Cuando regresó, vio aterrado que el joven había logrado escapar desnudo y que corría por la calle. Lo persiguió y lo alcanzó, pero los vecinos habían llamado a la policía que no demoró en llegar. Sin embargo, en lugar de investigar un posible crimen, los uniformados ayudaron involuntariamente a Dahmer. En un interrogatorio, el agente Ressler le preguntó sobre ese episodio.

—¿Hasta dónde perforaste el cráneo con el taladro? —quiso saber.

—Sólo hasta el hueso. Lo inyecté. Estaba dormido y salí a tomar una cerveza rápida al bar de enfrente antes de que cerrasen. Cuando volvía, lo vi corriendo por la calle y alguien había llamado a la policía. Tuve que pensar deprisa: les dije que era un amigo mío que se había emborrachado y me creyeron. En mitad de un callejón oscuro, a las dos de la madrugada, con la policía a un lado y los bomberos al otro. No podía ir a ninguna parte. Me pidieron el carnet de identidad y se los enseñé. Trataron de hablar con él y no entendieron qué les respondió. No había rastros de sangre; le examinaron y se creyeron que estaba completamente borracho. Me dijeron que me lo llevara adentro; él no quería entrar, pero entre dos agentes lo subieron hasta la puerta del departamento —le respondió.

Si hubieran entrado con ellos —como la sospechosa situación requería— los policías se habrían topado con varios cráneos en una repisa y con el cadáver de otra víctima en una habitación. Pero no lo hicieron.

La serie "Monstruo: la historia
La serie "Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer" es de 2022 y es protagonizada por Evan Peters, quien se mete en la piel del asesino serial (Netflix)

Carnicero y también caníbal

A excepción de los cráneos que barnizaba y conservaba como trofeos de sus andanzas, Dahmer se deshacía de los cadáveres de diferentes maneras, siempre después de trozarlos. Los enterraba, los disolvía en un barril con ácido o, por lo menos una vez, fue tirando parte por parte de la carne por el inodoro.

—¿Nunca se tapó? —le preguntó el agente Ressler.

—No, jamás —contestó.

Pronto empezó a guardar en el freezer de su heladera algunas partes de los cuerpos, generalmente el corazón y los bíceps, para prepararse platos especiales y comérselos. Era una manera de que sus víctimas no lo abandonaran del todo. En los registros del interrogatorio de Ressler se puede leer:

—¿Cómo ocurrió que empezaras a comer cadáveres?

—Mientras desmembraba. Guardé el corazón. Y los bíceps. Los corté en pedazos pequeños, los lavé, los metí en bolsas de plástico herméticas y las guardé en el congelador; buscaba algo más, algo nuevo para satisfacerme. Después los cociné y me masturbé mirando la foto.

El zombie del final

La segunda vez que a Dahmer se le escapó una víctima no tuvo la misma suerte que la primera. El 22 de julio de 1991, un hombre al que después se identificó como Tracy Edwars, logró salir esposado del departamento del Carnicero de Milwaukee.

En esta ocasión, los policías sí entraron a la vivienda. Lo que encontraron consta en el informe policial: decenas de fotografías de cadáveres, manchas de sangre en las paredes, restos de huesos humanos, siete cráneos barnizados y una cabeza fresca en el congelador de la heladera.

Antes de ser sometido a juicio, Dahmer fue interrogado por el perfilador Ressler y entrevistado por varios psiquiatras. Los informes coincidieron en que estaba enfermo, por lo que en primera instancia se lo declaró culpable con el atenuante de enajenación mental y se lo envió a una cárcel especial para enfermos psiquiátricos. La sentencia fue apelada por la Fiscalía del Estado y en un segundo juicio, en febrero de 1992, Jeffrey Dahmer fue condenado por un jurado a 15 cadenas perpetuas consecutivas (unos 900 años de prisión). Así fue a parar al Instituto Correccional de Columbia y allí estuvo hasta que Christopher Scarver le partió la cabeza con una pesa.

Después de la muerte de Dahmer, el perfilador Ressler fue consultado por periodistas de todos los Estados Unidos para que diera su opinión sobre la personalidad del Carnicero de Milwaukee. “En mi opinión, Dahmer no respondía ni al perfil clásico de criminal organizado, ni al del desorganizado, mientras que un asesino organizado sería legalmente cuerdo, y un asesino desorganizado sería para la ley claramente demente, Dahmer era ambas cosas, y ninguna de las dos. Era una especie de criminal mixto, por lo que cabía la posibilidad de que un tribunal considerase que no estaba en su sano juicio cuando cometió uno de sus últimos asesinatos”, explicó.

Antes de ser juzgado, Dahmer
Antes de ser juzgado, Dahmer fue interrogado por el perfilador Ressler del FBI y por varios psiquiatras: todos coincidieron en que estaba enfermo (AP Photo/Pool/Benny Sieu)

“Ellos también lo querían muerto”

Mientras tanto, los padres separados del “Carnicero de Milwaukee” entablaban una disputa pública sobre qué hacer con los restos de su hijo. Su madre, Joyce, quería que se donara su cerebro a la ciencia para que lo investigaran, pero su padre, Lionel Dahmer, lo impidió y ordenó que cremaran su cuerpo y, especialmente, su cerebro. “Para que la memoria de sus crímenes sea borrada de la faz de la Tierra”, dijo.

Para entonces, las autoridades y los carceleros del Instituto Correccional de Columbia estaban siendo investigados por las sospechosas circunstancias que rodearon a la muerte de Jeffrey Dahmer. El escándalo se potenció cuando su asesino, Christopher Scarver, le dio una entrevista a The New York Post.

—Dahmer se pasó de la raya, con los prisioneros y con el personal de la prisión. Algunas personas de aquí están arrepentidas de lo que hicieron, pero él no. Por eso lo golpeé con la barra —dijo Scarver en esa entrevista.

—¿No había guardias?” —le preguntó el reportero.

—No estaban. Tuvieron que ver algo de lo que pasó, pero se fueron… creo que ellos también lo querían muerto —contestó.

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