El día que el humor estuvo de luto: la muerte de Leslie Nielsen, el niño que aprendió a hacer reír para evitar ser golpeado

Pasó del drama a la parodia, de galán solemne a policía torpe e inolvidable. La vida inesperada del actor que encontró su destino cuando dejó de actuar tan en serio. Murió el 28 de noviembre de 2010

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Leslie Nielsen pasó del drama
Leslie Nielsen pasó del drama a la parodia, de galán solemne a policía torpe e inolvidable

Durante décadas, Leslie Nielsen caminó por los pasillos de Hollywood como un hombre hecho de solemnidad: mandíbula perfecta, porte de héroe, voz profunda y una presencia dramática que parecía destinada a interpretar comandantes, capitanes, doctores o caballeros rectos como un mástil. Nadie –ni siquiera él mismo– sospechaba que aquel actor imperturbable terminaría convertido en uno de los mayores iconos del humor absurdo del siglo XX.

El giro llegó tarde, casi como una broma del destino: después de toda una vida intentando que lo tomaran en serio, Nielsen descubrió que su verdadero talento residía en exactamente lo contrario. Le bastó entrar en ¿Y dónde está el piloto? (Airplane!) con un estetoscopio en el cuello y luego decir, sin un músculo moviéndose en su rostro: “No me llame Shirley”, para cambiar la historia de la comedia para siempre.

Pero detrás del inspector Frank Drebin y sus catástrofes gloriosamente ridículas de La pistola desnuda, había un hombre silencioso, disciplinado, amable, y sorprendentemente tímido; un canadiense hijo de un policía severo, una madre que soñaba con el mundo artístico y un tío ejemplar. Leslie llegó a Hollywood sin imaginar que, algún día, su cara sería suficiente para provocar carcajadas antes de abrir la boca.

El extraordinario Leslie Nielsen (Captura
El extraordinario Leslie Nielsen (Captura de video)

La infancia en Canadá y la disciplina rígida

Leslie William Nielsen nació en 1926, en Regina, Saskatchewan (Canadá). Su infancia, lejos de los reflectores, fue austera y marcada por momentos difíciles. Su padre, Ingmar Nielsen, un estricto oficial de la Real Policía Montada de Canadá, era un hombre tan severo que, muchas veces no dudaba en golpearlo para calmar su furia. En ese ambiente, Leslie aprendió muy pronto que había una forma de suavizar el clima en casa: hacerlo reír antes de que se desatara la tormenta. Años más tarde lo resumiría con brutal sinceridad: “Cuando la gente se ríe, no te pega”.

Su madre, Elizabeth, inmigrante galesa, aportaba sensibilidad y equilibrio a ese hogar que Leslie describiría como un territorio de disciplina casi militar. Allí perfeccionó por necesidad la capacidad que luego sería su arma cómica más poderosa: la cara seria en medio del caos.

Su salud se volvió frágil cuando la familia se mudó a los Territorios del Noroeste, cerca del círculo polar ártico. Allí, padeció raquitismo de niño —las piernas arqueadas y una característica forma de caminar— y quedó sordo de un oído. Eso fue usado en su contra en la escuela y lo convirtieron en blanco de burlas, pero también esa escasa audición le enseñó a observar, a escuchar con atención y a medir los tiempos. El humor –como él mismo diría después– depende del ritmo, y Leslie terminó desarrollando un radar interno que, más tarde, sería su brújula en la comedia.

Su hermano mayor, Erik, siguió el camino estricto del padre y llegó a ser vicepresidente de Canadá. Leslie, en cambio, le contó a la familia que su deseo era otro, ser actor de cine, idea que fue tomada como descabellada; pero gracias al consejo de su tío, el reconocido actor de Hollywood Jean Hersholt, célebre por su papel del abuelo en Heidi (1937) no escuchó las críticas. Él le sembró la idea de que ser actor no solo era posible, sino respetable.

Cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, por deseo de su familia (y la “esperanza” de que cambiara de opinión), Leslie se alistó en la Fuerza Aérea canadiense. Recibió entrenamiento como artillero, pero nunca llegó a combatir: la guerra terminó antes. Y cuando la vida parecía empujarlo a un futuro convencional, su tío Jean volvió a intervenir y lo alentó a perseguir su vocación.

Así, sin dinero pero con determinación, Nielsen hizo dedo desde Canadá hasta Hollywood. Era un joven flaco, prácticamente desconocido, que llegaba a la meca del cine con menos de un dólar en el bolsillo y muchos sueños encima.

Leslie Nielsen con Anne Francis
Leslie Nielsen con Anne Francis en Forbidden Planet (1956)

De galán de cine a capitán serio

Hollywood no lo recibió con alfombra roja. Llegó sin formación formal, sin contactos y sin dinero, y chocó de frente con la realidad. Frustrado, volvió a Canadá decidido a prepararse mejor: estudió actuación, trabajó en radio y aprendió a dominar su voz grave y su dicción impecable. Luego regresó a Estados Unidos —esta vez a Nueva York—, donde obtuvo una beca en una prestigiosa escuela de teatro. Allí se codeó con jóvenes prodigios como Marlon Brando y empezó a ganar confianza en su potencial.

Sus primeros trabajos en televisión fueron breves, pero cada uno significaba un paso adelante. Y cuando finalmente debutó en cine en 1956 con El ladrón del rey y, sobre todo, con Planeta Prohibido, quedó claro que Hollywood lo veía como un actor serio. Su figura limpia, su porte elegante y ese rostro esculpido lo convertían en candidato perfecto para encarnar capitanes rectos, comandantes honorables y galanes disciplinados: era el prototipo ideal del héroe clásico de los años 50.

En 1957 coprotagonizó Tammy y el soltero junto a Debbie Reynolds, reforzando aún más esa imagen de caballero impecable. En fotos promocionales de la época, Nielsen apenas sonríe: parece hecho para dramas grandilocuentes, no para chistes absurdos ni tropiezos cómicos. Y sin embargo, ya entonces llegaba a los rodajes con un accesorio que traicionaba su espíritu real: su inseparable fart machine, el pequeño dispositivo que imitaba flatulencias y que él accionaba en reuniones formales, entrevistas solemnes o sets tensos. Era su forma secreta de recordarse que no era tan rígido como los papeles que interpretaba.

Ese contraste —el hombre de una seriedad de mármol con alma de bufón— tardaría casi treinta años en revelarse al mundo. Hollywood aún no lo sabía, pero tenía entre manos un diamante cómico sin pulir.

Anna Nicole Smith y Leslie
Anna Nicole Smith y Leslie Nielsen en una escena de "La pistola desnuda 33 1/3: El insulto final" (1994), dirigida por Peter Segal (Paramount)

A medida que avanzaban los años 60, su presencia en el cine empezó a reducirse. Había sido encasillado en un molde tan rígido que, cuando esos papeles se volvieron menos frecuentes, la industria dejó de encontrarle un lugar. Pero lo que perdió en la pantalla grande lo recuperó (y con creces) en la televisión.

Durante la década del 70, Leslie se convirtió en el rostro de los dramas policiales, thrillers y películas televisivas. Con su aura autoritaria y su voz grave, era el antagonista perfecto: villanos de frialdad elegante, detectives ambiguos, hombres con secretos. Llegó a aparecer tanto que algunos espectadores bromeaban diciendo que Nielsen era “el sospechoso automático” de cualquier producción de la época. Aun así, su carrera seguía siendo irregular. Trabajaba mucho, pero sin un rol que lo consagrara; seguía siendo “el actor serio confiable”, nunca la estrella indiscutida.

En 1971 logró un papel destacado en La aventura del Poseidón, donde interpretó al capitán del barco que se hunde en uno de los grandes éxitos de taquilla de la década. Pero, para su sorpresa, ni siquiera ese logro relanzó su carrera. Mientras otros actores del elenco despegaban, él continuó en un discreto segundo plano. Era como si Hollywood no supiera qué hacer con él. O, más bien, como si aún no hubiera descubierto el verdadero tesoro que llevaba adentro.

Una desopilante escena de "La Pistola desnuda"

¿Y dónde está el piloto? y el nacimiento del mito

A finales de los años 70, el destino de Nielsen estaba a punto de cambiar para siempre, aunque él aún no lo sabía. Los directores David y Jerry Zucker y Jim Abrahams buscaban algo muy específico para ¿Y dónde está el piloto?: actores que no supieran (o que fingieran no saber) que estaban en una comedia. El humor, decían, debía construirse sobre la misma solemnidad que había encasillado a Nielsen durante décadas. Era un experimento extraño, casi una travesura cinematográfica… y era perfecto para él.

Lo convocaron para interpretar al doctor Rumack: un hombre serio, técnico, profesional, sumido en un caos del que parecía no darse cuenta. Nielsen apareció en el set con su habitual aplomo, y cuando pronunció su célebre línea —“No me llame Shirley”— sin que un solo músculo de su rostro se inmutara, los directores comprendieron que habían descubierto oro puro. Ese instante fue una epifanía. No para él, que solo estaba haciendo aquello que había hecho toda su vida sino para el mundo, que por fin vio el potencial cómico escondido.

A los 54 años, cuando la mayoría de los actores consolidan su estilo, Nielsen hizo el movimiento más inesperado: abrazó la comedia. Y no cualquier comedia, sino la más difícil de todas: la parodia absurda. No necesitó transformarse, ni exagerar, ni reinterpretarse. Simplemente usó su misma seriedad como arma. Ese contraste entre su porte dramático y el ridículo circundante era tan perfecto que Airplane! (título original) no solo lo revitalizó sino que lo reinventó.

Pero el verdadero fenómeno llegaría unos años después, con el personaje que lo convertiría en leyenda: el inspector Frank Drebin en La pistola desnuda (The Naked Gun).

Murió el 28 de noviembre
Murió el 28 de noviembre de 2010 a causa de una neumonía

Drebin era, en esencia, la culminación de todo lo que Nielsen había construido sin querer: caminaba hacia el caos con la convicción heroica de alguien que cree estar salvando al mundo cuando, en realidad, está incendiando la mitad de la ciudad. Los directores decían que el secreto de Nielsen era no actuar como comediante, sino como un héroe trágico. Drebin nunca se reía: él creía en lo que decía, en lo que hacía y en su misión. Y justamente ese compromiso radical con la tontería convertía cada escena en un estallido de humor. Su torpeza se volvía épica: las caídas, los choques, la destrucción accidental de patrullas, las entradas gloriosas en edificios equivocados... Era una mezcla perfecta entre torpeza física y convicción emocional.

La trilogía de La pistola desnuda lo elevó a la categoría de icono mundial. El contraste entre su seriedad inmutable y el desastre permanente que lo rodeaba se volvió parte de la cultura popular. Y fuera de cámara, lejos de cualquier actitud estelar, Nielsen seguía siendo un hombre amable, tímido y juguetón, que llevaba su fart machine a todos lados. Hay una anécdota memorable: en una entrevista en vivo, cada vez que el conductor intentaba hacerle una pregunta seria, Nielsen accionaba el aparatito sin mover un músculo de la cara. El periodista quedó desconcertado; el público, fascinado. Él, imperturbable, mientras los sonidos de las flatulencias invadían los estudios.

En un mundo donde muchas estrellas buscaban llamar la atención a través de la exageración, Nielsen lo hacía con una ceja levemente levantada. Era el mismo actor serio que Hollywood había moldeado durante treinta años, pero al fin utilizado en el rol para el que parecía haber nacido. El hombre supo como nadie convertir la solemnidad en su mayor chiste y la torpeza en un arte.

Una escena de Drácula, Muerto Pero Feliz (1995)

Los últimos años, Scary Movie y el legado eterno

Fuera de cámara, Leslie Nielsen era casi lo opuesto a los personajes que lo volvieron inmortal: un hombre sereno, tímido, amante de la música, los animales y la vida doméstica tranquila. Fue embajador de UNICEF en Canadá y colaboró con numerosas organizaciones benéficas. Su humildad era tan profunda como su talento: jamás se consideró una estrella, aunque el mundo entero lo tratara como tal.

En los años 90 siguió brillando con Drácula: muerto pero feliz y Duro de espiar, parodias que con el tiempo se volvieron de culto. Y ya entrados los 2000, vivió un inesperado renacimiento con Scary Movie 3 y Scary Movie 4, donde interpretó al presidente de los Estados Unidos. A sus más de 75 años, compartía pantalla con comediantes jóvenes como Anna Faris y Charlie Sheen y se destacaba en cada escena con su estilo atemporal capaz de desafiar cualquier moda.

Su última aparición cinematográfica llegó en 2009 con Spanish Movie, un cameo breve pero suficiente para recordar que Nielsen podía provocar carcajadas con apenas entrar en cuadro. Con esa película cerró una carrera de más de cuatro décadas y más de cuarenta títulos, un recorrido tan improbable como inolvidable.

Escena final de la película "Wrongfully Accused", en la que parodia "Titanic"

En lo personal, atravesó un camino sentimental lleno de cambios y reinvenciones. Se casó cuatro veces: primero con la actriz Mónica Boyer; luego con Alisande Ullman —madre de sus dos hijas, Thea y Maura—; más tarde con Brooks Oliver; y finalmente con Barbaree Earl, el gran amor de su vida. Fue con ella, a partir del 2000, cuando encontró una paz afectiva que había demorado décadas en llegar.

En noviembre de 2010, Nielsen fue hospitalizado en Florida debido a una neumonía que se agravó rápidamente. Tras doce días internado, el 28 de noviembre, murió mientras dormía, rodeado de su familia y amigos. Tenía 84 años. Su despedida fue serena, pero dejó una resonancia profunda: se iba el hombre que transformó la solemnidad en arte, que convirtió una frase absurda en un hito cultural y que demostró que, a veces, la mejor comedia nace de la absoluta seriedad.

Y aún entonces hizo un último chiste. En su lápida dejó grabada la frase “Let ’er rip”. Puede traducirse como “déjalo salir”… pero también como “tírate un pedo”. El broche perfecto para una vida que, voluntaria o involuntariamente, siempre tuvo la misión de hacernos reír.

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