
En medio de las tensiones de la Guerra Fría y el temor mundial a una catástrofe, un grupo de estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) concibió el primer plan serio para evitar el impacto devastador de un asteroide contra la Tierra.
Su trabajo pionero, impulsado por el posible choque del asteroide Ícaro, sentó las bases de los actuales sistemas de defensa planetaria y demuestra hasta dónde puede llegar la creatividad científica, y más aún universitaria, cuando el futuro de la humanidad está en juego.
Un planeta bajo amenaza: el miedo que impulsó la creatividad
Durante los años 60, la amenaza de una destrucción global se sentía más palpable que nunca. El avance de la tecnología nuclear, sumado a conflictos políticos y ambientales, mantenía a la sociedad en un constante estado de alerta.
Fue en ese ambiente de incertidumbre cuando los astrónomos advirtieron que Ícaro podía acercarse peligrosamente a la Tierra. El físico Stuart Thomas Butler llegó a describir el riesgo como “capaz de reducir una ciudad a escombros en un instante”, mientras que reportes de la época recogidos por National Geographic muestran cómo el anuncio provocó una oleada de ansiedad colectiva y llamadas desesperadas a los medios de comunicación.

La situación se agravó tras el descubrimiento de Ícaro por Walter Baade en 1949 y las advertencias posteriores. En 1965, Robert Richardson calculó que un pequeño cambio en la órbita del asteroide bastaría para desencadenar una colisión letal en 1968. Aunque los especialistas buscaban tranquilizar a la población, la posibilidad de una catástrofe espacial se instaló en la opinión pública estadounidense como una amenaza real.
El aula como laboratorio de salvación global
A principios de 1967, el profesor Paul Sandorff del MIT decidió transformar esa alarma en una oportunidad educativa sin precedentes. Invitó a sus estudiantes de posgrado en ingeniería de sistemas espaciales a idear un plan para evitar el impacto de Ícaro.
Aquella propuesta, presentada en un contexto universitario, representó mucho más que un simple ejercicio académico. Frente al escepticismo inicial y algunas bromas sobre soluciones imposibles, el grupo de 21 alumnos aceptó el reto de enfrentarse a uno de los desafíos más grandes concebidos por su generación.
La dinámica del curso pronto se convirtió en una lección práctica sobre coordinación y gestión de sistemas complejos. Cada equipo de estudiantes se dedicó a aspectos específicos de la misión, descubriendo que la colaboración y la visión integral eran esenciales para abordar un problema tan vasto.

El objetivo era claro: imaginar un método verosímil para proteger a la humanidad ante una amenaza inminente. Según documentó National Geographic, los jóvenes vivieron la experiencia como “una misión con la más gratificante de las metas: salvar vidas humanas”.
Soluciones extremas ante peligros extremos
El análisis técnico realizado por los estudiantes reveló que la detección temprana del asteroide era crucial para aumentar las probabilidades de éxito. Solo si el peligro se identificaba con la suficiente antelación sería posible desviar el curso del objeto mediante un impulso sutil. Para Ícaro, sin embargo, esa opción ya no era viable, lo que obligó al grupo a pensar en alternativas arriesgadas y disruptivas.
El plan final consistía en lanzar seis cohetes Saturno V, cada uno equipado con una poderosa bomba de hidrógeno. La primera detonación debía producirse a solo 30 metros de la superficie del asteroide para vaporizar parte del material y modificar su trayectoria, mientras que el resto de las cargas servirían para corregir la ruta o eliminar fragmentos que pudieran continuar en dirección a la Tierra.
Los cálculos arrojaron un 71% de probabilidad de éxito y un presupuesto que equivaldría al 1% del Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos. Según explicó National Geographic, aquella propuesta se trató de “un ejercicio técnico sin precedentes” en la historia de la defensa planetaria.
El reconocimiento público y el olvido institucional

La presentación del proyecto en mayo de 1967 en el auditorio Kresge del MIT atrajo la atención de decenas de medios de comunicación estadounidenses.
El entusiasmo de los estudiantes y la solidez de su plan sorprendieron a periodistas y especialistas que, por primera vez, consideraron seriamente la viabilidad de una defensa activa contra asteroides. La cobertura generó debates sobre la posibilidad real de construir sistemas para proteger a la humanidad ante amenazas espaciales, tal como reportó The Wall Street Journal.
Pese al impacto mediático, tras el paso seguro de Ícaro en 1968, el interés político y social por la defensa planetaria se diluyó rápidamente. No hubo iniciativas gubernamentales inmediatas para desarrollar programas de detección o intervención, y el proyecto de los estudiantes del MIT quedó como un caso aislado de ingenio y anticipación.
Una idea que cambió la historia de la defensa planetaria
Con el paso de los años, aquel trabajo comenzó a ganar una relevancia que entonces nadie había imaginado. En 1979, la comunidad científica confirmó que la extinción de los dinosaurios fue causada por el impacto de un gran asteroide.

Durante la década de los 80, otros cuerpos celestes rozaron la órbita terrestre y, finalmente, el golpe del cometa Shoemaker-Levy 9 contra Júpiter en 1994 fue la señal de alarma definitiva para que el Congreso de Estados Unidos priorizara la defensa planetaria en la agenda de la NASA, según relató The New York Times.
Tres décadas después del curso de Sandorff, las recomendaciones surgidas en el MIT comenzaron a materializarse. Existen en la actualidad programas de detección sistemática de asteroides y técnicas experimentales para desviarlos, basados en principios que remiten al original Proyecto Ícaro. Los expertos calculan que actualmente están identificadas las órbitas de cerca de un millón de asteroides y que el riesgo de un impacto catastrófico es notablemente menor que en la década de 1960.
Desde ese momento hasta que la nave DART (Double Asteroid Redirection Test) despegó el 24 de noviembre de 2021 e impactó el 26 de septiembre de 2022 deliberadamente contra el asteroide Dimorphos, nunca se había realizado una prueba real de defensa planetaria por parte de la humanidad.
En los meses siguientes, a lo largo de 2023 y parte de 2024, los análisis realizados por la Universidad de Maryland y otras instituciones demostraron que el impacto expulsó más de cien rocas grandes y alteró la órbita de Dimorphos más de lo previsto inicialmente. Estos resultados, divulgados en marzo de 2024, subrayan que el material desprendido tras el choque jugó un papel clave y que desviar asteroides puede ser más complejo de lo supuesto, pues el comportamiento de los fragmentos modifica el efecto final de la misión.
La historia de los estudiantes del MIT y su proyecto para salvar al mundo es, al final, un llamado a transformar el miedo en acción. Allí donde muchos vieron un motivo de angustia, ellos encontraron una oportunidad para proteger el futuro de la humanidad con inteligencia, empeño y trabajo en equipo.
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