Ricardo Barreda: el cuádruple femicidio que estremeció a La Plata, la coartada fallida y la soledad absoluta en sus últimos días

En noviembre de 1992 el odontólogo platense asesinó a su esposa, sus hijas y su suegra. Jamás se arrepintió. Fue condenado y en su juicio se debatió si era o no imputable por los crímenes

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Ricardo Barreda, odontólogo, platense y
Ricardo Barreda, odontólogo, platense y asesino de cuatro mujeres

La soledad irreparable marcó los últimos años de Ricardo Barreda, el odontólogo que el 15 de noviembre de 1992 asesinó a su esposa, a sus dos hijas y a su suegra en una casona en el centro de La Plata.

Tras cometer el cuádruple femicidio en la vivienda de la calle 48 entre 11 y 12 de La Plata, Barreda actuó con frialdad y elaboró una coartada. Primero intentó simular que el hecho había sido producto de un robo, pero ante las inconsistencias de su relato, terminó confesando que asesinó a cada una de las mujeres de su entorno más directo.

Según su justificación, los crímenes respondieron a un largo proceso de “humillaciones constantes”, como reiteró en el juicio, citando entre ellas que lo apodaban “conchita”. Luego de perpetrar los asesinatos con su escopeta Víctor Sarrasqueta calibre dieciséis, Barreda se deshizo del arma en Punta Lara, visitó el zoológico de La Plata para “relajarse viendo elefantes y jirafas”, fue a la tumba de sus padres y, por último, cenó con su amante, la vidente María Mercedes Guastavino, antes de pasar la noche en un hotel. A ella le dijo aquella noche: “Me mandé una cagada”.

Ante lo endeble de la historia del robo, confesó. Y luego contó que había planificado los asesinatos. En su segunda declaración indagatoria de mayo de 1993, reconoció que, tras una operación de vesícula, comenzó a fraguar el plan para matar a su familia. “Desde hace dos años se me había puesto en la cabeza que era un problema entre ellas y yo. Después de la operación, cuando pude caminar, fui a la armería Cosoli y compré una caja de cartuchos para la escopeta que guardaba debajo de la escalera”, dijo. Y agregó: “Esa idea de matar que se inició durante el posoperatorio se fue acrecentando con el tiempo, hasta que se me hizo una cosa inexorable e inevitable. Es decir, una forma de hacer justicia. No sabía en qué momento iba a hacerlo, pero tenía que hacerlo”.

Ricardo Barreda confesó los crímenes
Ricardo Barreda confesó los crímenes luego de inventar que habían entrado a robar a su casa

Ya en el juicio oral dio más detalles de lo ocurrido el 15 de noviembre de 1992: “Aquel domingo bajé lo más tranquilo. Ellas acababan de almorzar. Pasé por la cocina y le dije a mi esposa: ’Voy a pasar la caña en la entrada, el plumero en el techo, porque está lleno de insectos atrapados que causan una muy mala impresión’. O si no, le digo ‘voy a cortar y atar un poco las puntas de la parra que ya andan jorobando. Voy a sacar primero las telas de araña de la entrada, que es lo que más se ve’. Me dice: ‘Mejor que vayas a hacer eso. Andá a limpiar que los trabajos de Conchita son los que mejor te quedan, es para lo que más servís’. No era la primera vez que me lo decía y me molestó sobremanera. El asunto viene a que yo me atendía mi ropa, si se me despegaba un botón me cosía el botón. Es decir, me atendía personalmente en todo lo referente a mi indumentaria. Al contestarme ella así, sentí como una especie de rebeldía y entonces le digo: 'El Conchita no va a limpiar nada la entrada. El Conchita va a atar la parra’. Para hacer eso había que sacar una escalera del garaje. Voy a buscar un casco que estaba en el bajo escalera, porque tuve dos conocidos que haciendo cosas similares se vinieron abajo y tuvieron lesiones serias en la cabeza. Entonces yo me había comprado un casco de esos de obreros de la construcción y voy a buscar el casco y encuentro que afuera del bajo escalera, entre una biblioteca y la puerta, estaba la escopeta parada. Los cartuchos estaban al lado, en el suelo, en una caja, y así habían estado desde hacía mucho tiempo. Y ahí, bueno, fue extraño. Sentí como una fuerza que me impulsaba a tomarla. La tomo, voy hasta la cocina, donde estaba Adriana, y ahí disparo”.

La esposa, las hijas y
La esposa, las hijas y la suegra. Las cuatro mujeres asesinadas por Ricardo Barreda en 1992

Al haber confesado ser autor de los asesinatos y de sus declaraciones durante la instrucción del caso y durante el debate, el juicio oral fue una batalla entre peritos psiquiatras y psicólogos para determinar si el acusado debía ser condenado a prisión perpetua o se establecía que era inimputable y se lo internaba en un instituto neuropsiquiátrico.

“No hay en el acusado alteración morbosa de las facultades mentales que le haya impedido comprender la criminalidad de sus acciones”, había dicho el fiscal Héctor Vogliolo en su alegato. El representante del Ministerio Público consideró que Barreda actuó sobre seguro, eligió concretar su tarea criminal un domingo cuando estuvieran todas las víctimas juntas en la casa y pidió que el odontólogo fuera condenado a prisión perpetua.

El caso del femicida de
El caso del femicida de La Plata conmocionó a la opinión pública y fue seguido con intensidad por los medios de comunicación

El 14 de agosto de 1995, el tribunal integrado por los jueces Eduardo Hortel, María Cecilia Rosenstock y Pedro Luis Soria, condenó a Barreda a prisión perpetua por los homicidios agravados por el vínculo de su esposa, Gladys Mc Donald; su suegra, Elena Arreche y sus hijas, Adriana y Cecilia. Pero el veredicto no fue unánime. Para la jueza Rosenstock, el odontólogo era inimputable. “He llegado a la íntima convicción de que Barreda actuó sin posibilidad de comprensión de la criminalidad del acto y de dirigir sus acciones por hallarse afectado de una psicosis delirante sistematizada y crónica, bajo la forma de delirio de reivindicación”, había dicho la jueza al fundamentar su voto en disidencia.

Barreda nunca expresó ningún arrepentimiento genuino por los asesinatos que cometió. De acuerdo con el perito forense Miguel Maldonado, quien lo entrevistó sólo 48 horas después del crimen, “Barreda nunca se arrepintió de matar a las mujeres de su familia. Pensaba que había hecho justicia”, afirmó hace unos años.

Ricardo Barreda junto a Berta,
Ricardo Barreda junto a Berta, una mujer que conoció en la cárcel (Gentileza revista Gente)

Maldonado intervino en el proceso y evaluó a Barreda tras los hechos. Según su análisis, el homicida presentaba “un delirio psicótico de reivindicación”, una fijación que lo llevó a considerar que los asesinatos equivalían a una acción de justicia propia. El perito detalló: “No estaba loco, pero tenía un tornillo desviado que le impedía comprender y dirigir sus acciones”. Y recordó: “Yo era partidario de mandarlo a un hospital psiquiátrico de alta seguridad, donde se le pudiera tratar ese delirio psicótico de reivindicación que tenía y del que no hubiera salido nunca. Pero dos de los jueces consideraron que no era inimputable y le dieron perpetua”. Hubo otro peritos que opinaron lo mismo y algunos que opinaron lo contrario. Que era imputable.

Ricardo Barreda murió a los
Ricardo Barreda murió a los 83 años durante la pandemia de coronavirus (Télam)

Condenado, fue encarcelado. En prisión, el odontólogo logró adaptarse a la vida carcelaria y, según relatos de la época incluso fue visto como un “héroe” y alguien respetado entre los otros reclusos. Dentro de ese ambiente, se “congració con sus compañeros” y, más adelante, cuando obtuvo el beneficio de la libertad condicional, volvió a vincularse sentimentalmente.

Su relación con Berta “Pochi” André comenzó mientras Barreda todavía estaba preso. Berta visitaba a otro interno y, con el tiempo, entabló una relación con el cuádruple homicida, quien se mudó a un departamento junto a ella en el barrio de Belgrano conseguir la libertad condicional en 2008. Tuvo arresto domiciliario que violó y volvió a la cárcel y en 2011 le dieron nuevamente domiciliaria. En 2016 se consideró extinguida la pena. Al morir Berta, a quien el odontólogo maltrataba, en 2015 tras un marcado deterioro neurológico, Barreda quedó nuevamente solo.

Ricardo Barreda en sus últimos
Ricardo Barreda en sus últimos meses de vida

En 2016, después de acceder a la libertad, se presentó en un hospital de General Pacheco bajo identidad falsa; su estado era notoriamente desmejorado y el diagnóstico médico incluyó problemas de salud mental. Las enfermeras del lugar denunciaron que las maltrataba, actitud que se reiteró en otros entornos donde estuvo internado. Tras año y medio en el hospital, fue trasladado primero a una pensión y luego a otra institución de salud en San Martín, ya sin círculos familiares o sociales cercanos.

En sus últimos meses de vida criminal exhibía cuadros avanzados de demencia senil, sufría de desnutrición y tenía dificultades para alimentarse, todo esto cuando ya residía en un geriátrico tras varias hospitalizaciones.

La tumba de Ricardo Barreda.
La tumba de Ricardo Barreda. Nadie fue a su entierro (Franco Fafasuli)

La muerte de Barreda, ocurrida a los ochenta y cuatro años en el geriátrico “Del Rosario” de José C. Paz el 25 de mayo de 2020, fue el epílogo de una vida marcada por el aislamiento y el deterioro físico y mental. Hacia el final de sus días, estuvo completamente solo y enfermo. Falleció durante el aislamiento social impuesto por la pandemia de coronavirus, y la escena final se caracterizó por un hecho revelador: Ni una persona fue a su entierro. Incluso su última voluntad, que consistía en que sus cenizas fueran esparcidas en la cancha de Estudiantes de La Plata, no se concretó pues el club rechazó el pedido.

La notoriedad de los hechos, el perfil del responsable y la crudeza del método empleado convirtieron el caso en un símbolo ineludible de la violencia de género en el país. Hace 33 años, cuando poco y nada se hablaba de esa temática tan grave.

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