Fama, deseo prohibido y una muerte brutal a manos de gigolós: la vida del primer sex symbol latinoamericano que sedujo a Hollywood

Ramón Novarro, nacido en México, brilló como Ben-Hur y fue uno de los galanes más deseados y mejor pagos del cine mudo. Pero vivió prisionero de su homosexualidad secreta y murió de una forma violenta

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Ramón Novarro, el actor mexicano
Ramón Novarro, el actor mexicano que conquistó Hollywood en la era del cine mudo y se convirtió en el primer gran símbolo sexual latinoamericano (Foto: witter@buenastardesmx)

Nació en Durango, México, en 1899, como José Ramón Gil Samaniego, aunque el mundo lo conoció como Ramón Novarro, un apellido más fácil de pronunciar para la industria del espectáculo. Fue una de las figuras más rutilantes de la primera gran era del cine estadounidense, con una trayectoria marcada por los desafíos de ser latino y homosexual en una industria opresiva y excluyente.

Su recuerdo, sin embargo, quedó eclipsado por su trágico final. El 30 de octubre de 1968, Novarro fue asesinado en su casa de Hollywood por dos jóvenes trabajadores sexuales, los hermanos Paul y Tom Ferguson. Creyendo que iban a hacerse de una fortuna, perpetraron un crimen brutal que apenas les reportó unos pocos dólares. La noticia del crimen, cargada de morbo, devolvió fugazmente a las portadas el nombre de quien fue, durante años, el primer gran “Latin lover” latinoamericano en la meca del cine.

El ascenso como inmigrante

Novarro creció en una familia católica y acomodada. Su infancia estuvo marcada por la religiosidad, la disciplina y el cuidado de las apariencias. Su padre, odontólogo, debió dejar su profesión por motivos de salud, lo que golpeó la economía familiar. La Revolución Mexicana terminó de torcer su destino: en 1913 los Samaniego-Gil huyeron a Texas y poco después se establecieron en Los Ángeles.

A los 17 años, Ramón era ya un inmigrante que debía ganarse la vida con ingenio y educación. Trabajó como camarero, pianista y cantante para ayudar en casa y abrirse paso en la nueva ciudad.

Las oportunidades en Hollywood llegaron tras años de papeles menores y perseverancia, gracias al apoyo del director Rex Ingram y su esposa, Alice Terry. De su mano, Ramón Samaniego se transformó en Ramón Novarro, nombre artístico pensado para facilitar su ascenso en un ambiente que aceptaba la diferencia solo cuando podía convertirla en fetiche.

Los primeros roles lo alejaron del estereotipo del “villano latino”: pronto fue héroe, protagonista e ídolo romántico, consolidándose con títulos como El prisionero de Zenda, Scaramouche y, de manera rotunda, Ben-Hur (1925).

Ídolo de la pantalla en
Ídolo de la pantalla en los años 20, fue considerado el sucesor de Rodolfo Valentino y uno de los galanes más deseados de su tiempoo (Foto: Twitter@buenastardesmx)

El precio del silencio

Detrás de la fama y la fortuna —su contrato con MGM lo convirtió en uno de los actores mejor pagados de la época—, Novarro enfrentó en soledad el silencio impuesto por una época dramáticamente opresiva para los homosexuales. Jamás habló públicamente de su vida amorosa: era parte del secreto estructural de Hollywood, castigado en el plano social y laboral.

Construyó así la imagen del latin lover para las cámaras, mientras el amor y el deseo auténticos quedaban relegados al anonimato y al miedo a ser descubierto. La religión, omnipresente desde su infancia, acentuó su conflicto moral. Las pulsiones se volvieron culpa, y la represión social lo llevó a episodios de depresión y abuso del alcohol. Cualquier rumor podía poner fin a su carrera.

Los estudios y publicistas llegaron a sugerir —o incluso presionar— que se casara, una práctica conocida como lavender marriage, habitual entre las celebridades homosexuales de la época para evitar sospechas. Novarro se negó siempre. Algunos biógrafos sostienen que esa negativa influyó en la decisión de MGM de no renovarle el contrato a los 36 años, pese a su talento y a su capacidad para adaptarse al cine sonoro.

El sucesor de Rodolfo Valentino

A lo largo de su ascenso en Hollywood, el nombre de Ramón Novarro quedó inevitablemente vinculado al de Rodolfo Valentino, el primer latin lover del cine mudo, de origen italiano. Ambos compartieron un camino parecido en la industria: llegaron como extranjeros a Estados Unidos, destacaron entre los cánones anglosajones por su atractivo y terminaron encarnando, cada uno a su modo, el controvertido estereotipo del latin lover. Sin embargo, la rivalidad entre ambos fue esencialmente una construcción de la prensa sensacionalista, que necesitaba llenar el vacío dejado por la muerte prematura de Valentino en 1926.

En la vida privada, no existió una relación estrecha ni rivalidad genuina; apenas se conocieron, y Novarro nunca desempeñó en pantalla el tipo de seductor pasional que caracterizó a Valentino. Pese a ello, surgieron leyendas urbanas en torno a una supuesta intimidad o incluso vínculos románticos entre ambos, alimentadas por el silencio de los protagonistas y la homofobia de la época. Algunas versiones, fomentadas tras la muerte de Novarro, llegaron a afirmar que Valentino le había regalado un consolador, con el que se decía que había sido asfixiado, versión carente de evidencia y desacreditada por biógrafos e investigadores.

Ramón Novarro recibió su estrella
Ramón Novarro recibió su estrella en el Paseo de la Fama en 1960, un reconocimiento tardío a su talento y a su papel pionero como actor latino en Hollywood (Foto: Twitter@buenastardesmx)

El ocaso

Lejos del brillo de la pantalla, su vida afectiva se desarrolló en la semiclandestinidad. El periodista Herbert Howe, su publicista durante años, fue probablemente su pareja más estable, aunque nunca oficializada. Pero la imposibilidad de vivir con libertad y la vigilancia constante lo sumieron en una soledad creciente. En sus últimos meses, Novarro se rodeó de jóvenes dedicados a la prostitución, lo que lo volvió especialmente vulnerable al chantaje y la violencia.

Esa vulnerabilidad terminó por costarle la vida. El 30 de octubre de 1968, los hermanos Ferguson (de 17 y 22 años) irrumpieron en su casa de Laurel Canyon, donde vivía retirado y con una vida discreta. Convencidos de que el actor guardaba una gran suma de dinero —había comentado que invertiría 5.000 dólares en reformas— lo ataron y torturaron para que revelase el escondite. Solo consiguieron unos pocos billetes y Novarro terminó ahogado en su propia sangre por los golpes recibidos.

Insultos homofóbicos

A la brutalidad física se sumó la humillación: los asesinos escribieron con lápiz labial un insulto homofóbico en un espejo: "Nosotras las chicas somos mejores que los maricones”. Durante el juicio, intentaron responsabilizar a la víctima inventando historias de acoso. Los gigolós fueron condenados a cadena perpetua, aunque serían puestos en libertad a finales de los setenta.

Su vida terminó en 1968,
Su vida terminó en 1968, en un crimen que sacudió a Hollywood y desnudó los prejuicios de la época

La cobertura mediática de la época redujo su figura a un escándalo, alimentando prejuicios y olvidando su aporte artístico. La homofobia y el morbo desplazaron la mirada en lugar de señalar sus logros. Durante décadas, su nombre quedó asociado al sensacionalismo, hasta que en 1960 recibió una merecida estrella en el Paseo de la Fama, un reconocimiento institucional que apenas rozó la verdadera dimensión de su figura.

Hoy, una revisión más justa lo coloca en el lugar que merece: el de un pionero latinoamericano en Hollywood, que supo ser el actor mejor pago del cine mudo, especialmente en los años 20, un hombre que rompió barreras de clase, de idioma y origen, que pagó un alto precio por no encajar en los moldes conservadores de su época.

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