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La foto muestra a Rosa
La foto muestra a Rosa Parks viajando en un autobús de Montgomery. Su acto desencadenó el boicot que llevó a un fallo de la corte federal contra la segregación en el transporte público (AP)

Aquel jueves 1 de diciembre de 1955, hace setenta años, Rosa Parks estaba cansada. No se trataba de cansancio físico, que también, era un hastío moral, cierta repugnancia mental hacia una realidad que la hería, y hería también al resto de la población negra de la ciudad de Montgomery, Alabama, donde la segregación racial era irracional y ajena a los nuevos vientos que soplaban, todavía como una brisa leve, en la sociedad estadounidense.

Rosa subió a uno de los micros del servicio de autobuses de la ciudad, el número interno 2857, y se sentó donde supuestamente no debía: en el medio del vehículo, en los asientos destinados a la población blanca: los negros debían viajar, sentados o parados, en la parte trasera. Tanto, que hasta tenían impedido circular por el interior del micro hacia sus asientos. Las normas eran tan absurdas y tan severas que un negro que quería viajar debía trepar por la parte delantera, pedir su boleto, pagarlo, descender y volver a subir al micro, ahora por la puerta trasera.

Cuando el omnbus atravesaba la Cleveland Avenue en el centro de la ciudad, y ni siquiera el pasaje estaba del todo completo, el chofer, James Blake, le pidió a ella y a otros dos jóvenes negros que cedieran su asiento a un muchacho blanco que acababan de subir. Luego, Rosa revelaría a la BBC: “El chico blanco ni siquiera había pedido el asiento…”. Los dos jóvenes negros se levantaron y marcharon hacia la parte posterior del micro. Pero Rosa dijo que no y explicó por qué: estaba cansada.

Blake se encabritó un poco porque un viaje tranquilo y sin dramas, se había tornado un pequeño desastre por la actitud terca de esa mujer de cuarenta y dos años que decía no, así que la amenazó un poco con hacer cumplir la ley: “Si usted no se levanta, voy a tener que llamar a la policía y hacer que la arresten”, le dijo. Y Rosa: “Bueno, hágalo entonces”. Y Blake lo hizo. Cuando la apresaron, en la parada siguiente, ella le preguntó al policía que la conducía del brazo y sin alterar demasiado su ánimo de mujer cansada: “¿Por qué nos hacen esto? ¿Por qué nos empujan por todos lados…?”. Y el policía le contestó: “No lo sé. Pero, la ley es la ley y usted está ahora bajo arresto”. La acusaron de perturbación del orden y la encerraron en la comisaría local.

En 1955, los autobuses segregados
En 1955, los autobuses segregados racialmente de Montgomery transportaban entre 30.000 y 40.000 personas negras cada día, que representaban el 75% de los pasajeros

Rosa no era una improvisada. Tampoco era una mujer ingenua. Había nacido el 4 de febrero de 1913 en Tuskegee, Alabama, el sur profundo de Estados Unidos. Su papá, James McCauley, era carpintero, y su mamá, Leona Edwards, maestra de escuela. Rosa tenía ascendencia africana pero también corría por sus venas sangre nativa americana, escocesa e irlandesa. Al contrario de la mayor parte de la población negra de Alabama, Rosa estudió en la Montgomery Industrial School for Girls y luego, a instancias de su madre, en la Alabama State Teachers College for Negroes. Cuando egresó, se casó con un peluquero y barbero, Raymond Parks, con quien vivió los duros años de la Segunda Guerra, cuando los soldados negros que luchaban en el Europa y en el del Pacífico, veían anulados, ellos y sus familias, sus derechos más elementales, como el de votar. Y el voto era fundamental para afirmar sus derechos.

En 1940, los Parks se asociaron a la Montgomery Voters League para ayudar a la población afroamericana a inscribirse en las listas electorales y tener derecho al voto. Era una campaña larga y dolorosa que se extendería a lo largo de un cuarto de siglo. Los estados sureños, a los que la Corte Suprema les había ordenado abrir la posibilidad de voto a todos los ciudadanos, decidieron tomar un examen a los aspirantes a inscribirse en el listado electoral. Sabedores del gran porcentaje de analfabetismo que reinaba en la población negra, el examen consistía en responder preguntas sobre la historia y la Constitución de los Estados Unidos. Además de impulsar a los negros a ir a votar, el matrimonio Parks intentaba ayudarlos en el duro examen que debían aprobar para ser elegidos para poder elegir: un disparate. Rosa y su marido también se unieron al movimiento de derechos civiles, todavía en embrión, y ella consiguió un trabajo como secretaria de la National Asociation for the Advancement of Colored People (NAACP), en su filial de la durísima ciudad Montgomery.

De manera que el cansancio de Rosa, su terca negativa a ceder su asiento, su decisión de ser detenida si se daba el caso y sin importar las consecuencias, fue un acto de militancia. Lo de Rosa no fue una declaración de principios, fue una declaración de intenciones. Ni siquiera fue la primera en decir que no: fue la primera en decirlo tan fuerte. Una de sus amigas, Johnnie Carr, enterada de su arresto, se encargó de dar la noticia entre la población negra: los ánimos se caldearon y Rosa se convirtió en una mujer muy popular.

El boicot liderado por la
El boicot liderado por la comunidad negra, con Martin Luther King como figura clave, duró 381 días y logró la prohibición de la segregación en el transporte público

Su marido y unos amigos lograron reunir los quince dólares para pagar la fianza y, una vez libre, Rosa se reunió con parte de la dirigencia negra que sacó cuentas y tomó una decisión. Las cuentas dijeron que los veinticinco mil habitantes negros de Montgomery constituían el setenta y cinco por ciento de la clientela de la compañía de micros; la decisión fue la de boicotear por veinticuatro horas el servicio de transportes. El boicot fue un éxito.

Lo siguiente que hizo entonces la dirigencia negra fue ampliar el boicot y establecer una serie de condiciones para ponerle fin. Eran requisitos elementales: que se pusiera fin a la absurda medida de separar a los pasajeros por el color de la piel (la Corte Suprema americana ya había declarado ilegal la discriminación racial en las escuelas), que los conductores trataran con más consideración a la población negra, que se contratara a choferes afroamericanos, y que los ciudadanos negros pudieran sentarse donde quisieran en cualquiera de los micros en servicio y seguir sentados hasta el final de su trayecto. La compañía de transporte respondió que sus conductores serían más corteses con los pasajeros negros. Y nada más.

Al frente de los segregacionistas estaba el propio alcalde de Montgomery, William Armistead “Tacky” Gayle Jr., un veterano de las dos guerras mundiales, condecorado y con el grado de general de brigada, que había sido elegido alcalde en 1951. Era un hombre decidido, en 1955 tenía cincuenta y nueve años y una receta infalible, o que creía infalible, para domar a aquel sector arisco de la sociedad: Gayle, sus colegas, sus funcionarios y sus discípulos se inscribieron todos en el Comité de Ciudadanos Blancos de la ciudad y luego el alcalde anunció que Montgomery jamás cedería ante los instigadores del boicot: “Llevamos demasiado tiempo dando rodeos –declaró– y ya es hora de hablar claro. Por lo visto, los negros están convencidos de que tienen a los blancos atrapados y pretenden no ceder hasta conseguir que la comunidad blanca acceda a sus demandas”.

Rosa Parks fue multada con
Rosa Parks fue multada con quince dólares por violar la ordenanza de segregación de Montgomery para los autobuses urbanos. Pagó la fianza para apelar ante el Tribunal de Circuito (AP)

El principal adversario de Gayle en la comunidad negra, al que Rosa Parks rendía tributo, era un joven pastor protestante de veintiséis años al que casi nadie conocía. Había llegado a Montgomery el año anterior al conflicto, estaba doctorado por la Universidad de Harvard y sus mensajes no hablaban tanto del río Jordán como del pensamiento de los griegos Sócrates y Aristóteles, citaba a William Shakespeare, a Galileo, y a su contemporáneo filósofo e historiador británico Arnold Toynbee. Estaba inspirado en las enseñanzas de Mahatma Gandhi y predicaba “la victoria sobre nuestros enemigos a través del amor”. La voz de ese pastor negro, Martin Luther King, resonaba profunda en el templo baptista de la avenida Dexter, en pleno Montgomery.

Lo que empezó como gesto simbólico se convirtió en símbolo de resistencia: el boicot a los micros duró más de un año, trescientos ochenta y un días, la compañía de transporte perdió fortunas, muchos de sus conductores renunciaron y se fueron a trabajar a otras ciudades, el conflicto se extendió a otras poblaciones del Estado, después a otras ciudades del país, y por fin se hizo conocido en todo el mundo. La población negra demostró que podía prescindir del transporte público; muchos caminaron a diario hasta sus puestos de trabajo, otros usaron sus bicicletas; King, siempre junto a Rosa que era la bandera del boicot, organizó un servicio paralelo integrado por doscientos autos que trasladaron ida y vuelta a la gente más alejada de sus empleos; el alcalde Gayle descubrió incluso que las familias blancas que empleaban a cocineros, criados y niñeras negros, los trasladaban en sus coches o les pagaban el taxi. El señor alcalde estalló de furia y acusó a los negros: “Pugnan por destruir nuestra armazón social, como hacen los líderes radicalizados que los guían. Los negros se burlan de los blancos a escondidas: les perece muy divertido que algunos blancos contrarios al boicot de los negros sirvan de choferes a los negros que boicotean el servicio de micros”.

En pleno boicot, un fiscal desempolvó una ley de 1921 que prohibía “la obstaculización del comercio”. Por lo que Luther King y otros ciento catorce líderes negros fueron arrestados y acusados ante un tribunal penal de ese delito; el boicot, según el fiscal obstaculizaba el comercio de la empresa de transportes. La acusación decía, entre otras cosas: “En este Estado, defendemos la segregación porque así lo quiere la costumbre y la ley, y tenemos el propósito de mantenerla”.

Un hombre bebe de una
Un hombre bebe de una fuente en la que hay separación para el uso según el color de piel. Rosa Parks motorizó un modo activo de protesta contra la legislación segregacionista de EE.UU. (Departamento de Agricultura de los Estados Unidos)

El juez encontró culpables a King y al resto de los acusados y los condenó a pagar una multa de mil dólares, más las costas del proceso: todos fueron puestos en libertad bajo fianza mientras esperaban el resultado de la apelación. Pero la ocasión sirvió para que la comunidad negra llevara el boicot de Montgomery a instancias judiciales superiores. El 5 de junio de 1956 el Tribunal del distrito, por dos votos a uno, declaró que la segregación en los micros era inconstitucional, de acuerdo con la décimo cuarta enmienda a la Constitución de Estados Unidos. Alabama y Montgomery, estado y ciudad, apelaron a la Corte Suprema y cinco meses más tarde, el 13 de noviembre de 1956, la Corte, que ya había rechazado para parques, recreos públicos y colegios la doctrina jurídica del sur que hablaba de “separados pero iguales”, una justificación hipócrita del racismo, terminó por prohibir la segregación en el transporte público federal.

El “no” de Rosa Parks fue el primer paso, el banderazo de salida para el gran movimiento por los derechos civiles de la sociedad negra que iba liderar Luther King y que iba a ensangrentar, a enlutar, a dividir a la sociedad americana en los años ’60 y, también, iba a definir de una vez y para siempre una nueva convivencia social, abierta y más libre. Siempre hay matices.

Trescientos ochenta y un días después de aquel “no” de Rosa Parks, Martin Luther King trepó a un micro de Montgomery y pidió un boleto. Quería, dijo luego, que la comunidad negra no perpetuara la costumbre de sentarse en la parte de atrás y con ella perpetuara también la segregación. Días antes también había predicado a los suyos: “Me llevaría un gran desengaño si alguno de ustedes alardeara de que los negros hemos vencido a los blancos. Si lo hacen, habremos perdido toda nuestra lucha en el sur. Vuelvan con humildad y mansedumbre”. El conductor del micro al que el líder negro trepó para sellar la victoria, supo enseguida quién era su pasajero: “¿Usted es el pastor?”. “Sí –le dijo King– ¿cuánto es?”. Eran quince centavos, cinco centavos más que el año anterior, cuando había empezado todo. Luther King pagó los quince centavos y se sentó en uno de los asientos delanteros. Viajó hasta el final del recorrido y dijo al llegar a destino: “Fue un viaje estupendo”.

Un cartel en Alabama que
Un cartel en Alabama que indicaba la segregación. La gente de color no podía comer, dormir ni utilizar los mismos baños que los blancos

Gran parte de la comunidad blanca se tomó el final del boicot con alivio y con cierto humor. El cajero de un banco dijo en broma a un grupo de ciudadanos negros: “Ahora se van a dar cuenta de que, después de un año de boicot, van a disfrutar del mismo servicio de porquería que disfruto yo cada día”.

Rosa Parks, ya famosa en todo el mundo, siguió con su actividad política por los derechos civiles y, a su tiempo, en contra de la guerra en Vietnam. Fue admiradora del líder negro Malcom X, un religioso que había abrazado el islam cuando joven y estaba en la cárcel, que era contrario al pacifismo que predicaba Martin Luther King y que sería asesinado en 1965, un año después de sancionada la esperada Ley de Derechos Civiles y tres años antes del asesinato del propio King. A inicios de los años ’60, Rosa era una celebridad y también una figura de consulta en el movimiento por los derechos civiles. Se mudó con su esposo a Detroit, Michigan, de nuevo cansada ahora de las amenazas de muerte que la pareja recibía en Montgomery, y fue durante veinte años secretaria del congresista demócrata afroamericano John Conyers.

En 1994, a sus ochenta y un años, fue asaltada en su casa por un delincuente juvenil, Joseph Skipper, que entró en la vivienda seguro de que no había nadie en casa; manoteó cincuenta y tres dólares que estaban sobre una mesa y se topó de golpe con Rosa, a quien le exigió más dinero; ella le dio tres dólares primero y otros cincuenta después, cuando el tipo se puso más pesado. Luego diría que le había preguntado al muchacho si sabía quién era ella. Skipper, afroamericano también, dijo que no y, antes de escapar, golpeó a Rosa en la cara. Por precaución, la internaron unas horas en el hospital local. A Skipper lo pescaron días después y lo condenaron a quince años de cárcel. Admitió que ni bien hubo pisado aquella casa, supo quién vivía allí. Hizo responsable de su comportamiento de bandido al consumo de drogas, aceptó su culpa y expresó su deseo de pedir el perdón de Rosa en persona, ni bien dejara la prisión. No pudo ser, ella murió antes de que el malandrín recuperara su libertad.

Una estatua de Rosa Parks
Una estatua de Rosa Parks se encuentra en un autobús como parte de una exposición dentro del Museo Nacional de los Derechos Civiles, que también alberga el motel Lorraine, donde fue asesinado Martin Luther King Jr., en Memphis, Tennessee (REUTERS/Karen Pulfer Focht)

Rosa Parks murió el 24 de octubre de 2005, hace dos décadas, a los noventa y dos años y porque su corazón dijo que ya estaba bien de tanto trajín y tantas ansias. Hasta entonces había recibido cantidad de premios y honores: en 1979 la NAACP le concedió la medalla Spingarn, su más alta distinción; al año siguiente recibió el Premio Martin Luther King Jr. y fue incluida en 1983 en el Michigan Women’s Hall of Fame. En 1996 el entonces presidente Bill Clinton le prendió al cuello la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto honor civil que entrega el gobierno de Estados Unidos y en 1999 recibió la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos, un reconocimiento que se hizo esperar. Fue la primera mujer velada en la Rotonda del Capitolio y la segunda persona afroamericana en ser honrada con ese inasible privilegio.

Su lucha, que empezó con un no, es recordada por monedas, por sellos postales y hasta por una estación de los trenes regionales de Francia.

Una foto, una de tantas, la consagra: Rosa está sentada en un autobús, delante de un hombre blanco, días después de iniciado el boicot a los micros de Montgomery. Es una foto falsa si se quiere; el autobús, el del no, es real y se exhibe hoy en el Museo Henry Ford de Detroit; la pasajera también es real, pero el hombre blanco no es un verdadero pasajero de Montgomery, sino un periodista de la revista Look que se prestó a recrear una realidad que, días antes de la foto, era impensable.

Hoy, cuando voces como la de Rosa Parks acaso precisan ser escuchadas otra vez, el viento de la historia trae en un susurro una de sus frases favoritas: “El mayor enemigo de la verdad no es la mentira: es el silencio”.

Sabía de qué hablaba.

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