
“Estos crímenes no vencen nunca. Firmado Jorge López, detenido desaparecido”. De esta manera, fiel a su estilo comprometido, solía rubricar sus pensamientos puestos en papel este humilde albañil, que residía en su casa de Los Hornos, partido de La Plata, junto a Irene, su esposa, y Rubén y Gustavo, sus hijos.
López había declarado el 28 de junio de 2006 frente a los jueces Carlos Rozanski, Horacio Insaurralde y Norberto Lorenzo que fue torturado por el comisario general Miguel Etchecolatz, a quien describió como “un tipo alto, flaco, con cara de mono”, y detalló cómo asesinaron a Patricia Dell’Orto y Ambrosio De Marco en el Pozo de Arana –centro clandestino de detención ubicado en la calle 137, esquina 640, en La Plata–, donde fueron vistos por última vez.
Y el lunes 18 de septiembre salió de su casa para estar presente en los alegatos finales del debate oral de la querella contra el propio Etchecolatz, lugarteniente del general Ramón Camps, jefe de la Policía Bonaerense durante la dictadura y mandamás de una serie interminable de centros clandestinos de detención y tortura en los que fueron torturadas y desaparecieron miles de personas, y otros acusados, que se desarrollaron en Palacio Municipal, pero nunca llegó a destino.

López había sido secuestrado por primera vez la noche del 27 de octubre de 1976 en el barrio Los Hornos junto a otros compañeros de militancia. Fue torturado, presenció varias ejecuciones y salvó su vida de milagro, ya que lo fueron trasladando de un sitio a otro, lo que ocurrió con la mayoría que luego fueron asesinados o desaparecidos. Así pasó por varios centros clandestinos. Y recién el 4 de abril de 1977 apareció en un listado de detenidos de la Unidad Penal 9 de La Plata y terminó liberado el 25 de junio de 1979.
El domingo previo a concurrir al juicio y poder ver cara a cara a sus torturadores lo vivió en paz y en familia. Con la ansiedad propia del hombre que imploraba y necesitaba justicia. Estaba todo organizado, había charlado por teléfono con Nilda Eloy, otra detenida, desaparecida y militante de Derechos Humanos. Hugo, su sobrino lo pasaría a buscar a él y a su hijo Gustavo, pero por la mañana, misteriosamente, ya no estaba en su casa. Y nadie lo escuchó salir. A partir de ese día se convirtió en un desaparecido en democracia.
Pero había dejado un legado imposible de soslayar, que fue plasmado en un libro-documento imprescindible que publicó Marea Editorial bajo el título Jorge Julio López Memoria Escrita, donde aparecen los escritos y hasta dibujos de sus represores que él fue redactando como podía cuando estaba en cautiverio en cualquier papel que llegaba a sus ásperas manos por tanto trabajar. Todo le servía para dejar documentado el horror, desde boletas municipales hasta simples tickets de compras.

Así se manifestó Constanza Brunet, editora responsable de este libro que marcó la historia respecto a los textos escritos por Jorge Julio López –nacido un 25 de noviembre de 1929, y desaparecido dos veces, el 27 de octubre de 1976 en dictadura, y el 18 de septiembre de 2006 en democracia– durante su detención. Vale aclarar que su redacción y minuciosidad escritas donde podía, trascienden faltas de ortografía, acentos y sintaxis. Y brindan la sensación de que después de cada palabra llegarán irremediablemente la tortura y la muerte: “Estos documentos reúnen información, emoción, angustia, sorpresa... Detallan las condiciones de su cautiverio, narran las torturas y asesinatos de sus compañeros o nos cuentan sobre el resultado de sus investigaciones en su barrio... La escritura torrencial, abigarrada, nerviosa, casi ilegible por momentos, sugiere una intuición de cuál sería su destino y del poco tiempo del que disponía para dejar constancia de todo lo vivido y conocido. Su incipiente enfermedad de Parkinson también asoma en la caligrafía temblorosa. Su estilo de re-dacción, más que coloquial, es mental. Las frases brotan desordenadas, como los pensamientos o las pesadillas, sin respetar secuencias gramaticales del habla y mucho menos de la escritura... Están sus dibujos, con los que nos da a conocer la cara de sus captores, nos detalla la distribución de las celdas durante su prisión, y escenifica las torturas, las extrañas filmaciones y los asesinatos. Todo ello volcado sobre el reverso de formularios de la Municipalidad, calendarios o tickets... Hoy se convirtieron en su voz, que ya no podemos escuchar”.
El trabajo fue un excelente y detallado compilado realizado por Jorge Caterbetti –artista conceptual y profesor de la UBA–, con textos de Jorge Pastor Asuaje –amigo y compañero de militancia de López–, Hernán Brienza, Daniel Feierstein, Marcela Gené y Cecilia Rabossi. Una obra que impresiona por las precisas descripciones de los sufrimientos, humillaciones y muerte padecidos por aquellos que permanecieron secuestrados.

Caterbetti cuenta así en la obra cómo recibió los textos de Jorge Julio López: “Él había depositado parte importante de la memoria a resguardo en manos de su amigo y compañero de militancia Jorge Pastor Asuaje, quien a su vez las presentó a los tribunales luego de su segunda desaparición. Desde entonces, los escritos originales permanecieron en el Juzgado Federal N° 3 junto con el resto de las pruebas que culminaron con la cadena perpetua a Miguel Etchecolatz. López encabezó sus escritos con una nota dirigida a Pastor que decía: ‘Te dejo esta carta para ver si algún día podés hacer justicia’”.
Con maestría Jorge Julio López tituló sus manuscritos como “Archivo negro de los años en que uno vivía adonde termina la vida y empieza la muerte”. Así reflejó como nadie las torturas padecidas por los raptados durante la última dictadura militar, documentos que terminaron siendo prueba irrefutable durante los juicios por delitos de lesa humanidad.

Entre los textos puede leerse: “Así sentado el gorila de Etchecolatz hacía las preguntas”. Y aparecía también un dibujo del entonces represor, comisario general de la policía de la Provincia de Buenos Aires. En otro manuscrito describió: “Un cremadero funcionaba en la estancia La Armonía, para esto hacen funcionar un viejo aljibe que en los tiempos de esplendor de este lugar era donde se guardaba agua para tomar mate y muchas cosas domiciliarias. Dicen los vecinos que a veces cuando el viento soplaba de ese lugar no aguantaban el olor y hasta alguna vez tuvieron que irse a la casa de algún pariente. Para esto agarraban las monturas de cabalgar, las rociaban con algún combustible, las arrojaban prendidas fuego y después tiraban los cuerpos. Esto era hecho por unos tipos a los que los vecinos les decían los grandotes mercenarios, los ‘gurkas’”.
Hay más, todos contundentes y destacados por su precisión y detalles: “La Marina hizo todo al revés. Dejó de tirar los cuerpos al mar porque Uruguay les protestó a estos porque cuerpos aparecían en la costa de este país con mucha seguidilla y también Brasil protestó. Y entonces optaron por hacerlos desaparecer juntando los cuerpos en 122 y 50-52 (La Plata), donde está el cañón en la vereda, y después eran cargados en un tren carguero. Los primeros los tiraban en los costados de las vías en el tren que va desde Arana-Correa hasta Pipinas. Pero los dueños de quintas, campos, hacen una protesta... Y cuando se fueron a sus casas recibieron una balacera de intimación por parte de los efectivos que a muchos les rompieron techos, puertas y ventanas... Un vendedor ambulante, Anselmo Tito Mesa, me dijo: ‘Un día fui a hacer el reparto y entré a sentir un olor inaguantable, me puse a mirar y había tirados 19 cadáveres en bolsas, me puse tan mal que me volví para casa, después vino la policía’”.

El tema del robo de niños también estuvo reflejado por López: “Empiezan con el robo sistemático de bebés porque todos estos genocidas consumían grandes cantidades de drogas y bebidas blancas, tanto los grupos de tareas para tener coraje para cometer los crímenes de personas que estaban en los calabozos, mal alimentados y deshidratados. Muchos morían al ser picaneados porque agua te daban solo cada vez que venía alguno de los más cristianos. Y los verdugos que ponían la picana o te hacían el submarino seco, que consistía en ponerles a los detenidos una bolsa en la cabeza bien apretada y atada en el pescuezo, al estar sin aire a uno empezaba a agarrarle convulsiones. Algunos morían y otros quedaban en el suelo boqueando”.
Más allá de este libro, Caterbetti por entonces trabajaba en otra obra con nuevos manuscritos que aparecieron luego en el fondo de una caja de herramientas de López, que llamó Los demonios sin cuernos, donde surgieron textos como estos:

-“Miguel Angel Pajón presenció en la Compañía Ingenieros 10 de Pablo Podestá la quema de 20 hombres y mujeres en la Tosquera no mayores 25 años. Le echaban kerosene y nafta”.
-“Mujer embarazada picaneada en la comisaría 5a., Mirta Manchiola (de Otaño), fue torturada en Investigaciones el 8-11-76 (dibujo en el que un represor ejerce la violencia). Después que la torturaron en la 5ª perdimos el rastro. De los calabozos chicos la sintieron nombrar”.
-“El mugre o Loco de la motoneta era un suboficial del ejército y lo encontré en 2003. Este individuo era el que fusilaba en el cuerpo de remonta del ejército en la década del 70 en La Armonía (estancia que funcionó como otro centro de detención). Y también fusiló por encargo a varias personas en la zona, entre ellas a la bella inglesita, un portugués de Arana, quintero, un integrante de la Federal que andaba buscando su hermano desaparecido…”.
-“Sobrevivimos a las torturas Callotti (refiere a Atilio Gustavo Calotti, sobreviviente de la llamada Noche de los Lápices). Estuvo en el sótano con –Icama=peruano-. Los chicos de los lápices fueron fusilados el 17-11-76. Y después hicieron un simulacro de enfrentamiento frente la comisaría de Arana con sus cuerpos. Pueden estar enterrados en las vías del tren Arana a dos metros de rieles. Los argentinos tienen que saber”.
Es palabra de Jorge Julio López, quien aún continúa sin aparecer.
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