
A las 2:54 de la madrugada del 12 de octubre de 1984, una bomba que había sido escondida semanas antes en la habitación 629 del hotel Grand de Brighton explotó con tanta fuerza que derribó una de las chimeneas victorianas de cinco toneladas del hotel.
En aquel octubre de 1984 se estaba realizando el congreso del Partido Conservador, en el balneario de Brighton. La primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher y su gabinete se alojarían en el Grand Hotel, un imponente edificio victoriano.

Cerca de un mes antes, Patrick Magee —experto en explosivos del Irish Republican Army/Ejército Republicano de Irlanda (IRA) apodado “el Aventurero” por su tendencia a asumir riesgos— se hospedó tres días en la habitación 629 y construyó una bomba. Escondió el artefacto tras un panel desmontable bajo la bañera y programó el temporizador para 24 días, seis horas y 36 minutos después.
La facilidad de Magee para entrar y salir de Inglaterra sin ser detectado, a pesar de estar bajo vigilancia, lo llevó al hotel Grand la mañana del sábado 15 de septiembre de 1984. Se registró como Roy Walsh y pagó en efectivo una estadía de tres noches en la habitación 629, que tenía una vista amplia de la rambla y el mar. En los días siguientes lo visitaron un hombre —probablemente su cómplice encargado de preparar y ocultar el artefacto— y dos mujeres, que llevaron los materiales para fabricar la bomba.

Con el consejo de un ingeniero y con el objetivo de provocar una mayor destrucción, Magee había colocado la bomba de forma que una de las dos chimeneas cayera sobre los pisos inferiores. La chimenea se inclinó ligeramente hacia un costado y cayó sobre las habitaciones con números acabados en 8, mientras que las terminadas en 9, entre ellas la de Thatcher –situada en el primer piso–, apenas fueron afectadas por su trayectoria.
La explosión del 12 de octubre de hace 41 años fue solo la chispa. La verdadera arma era el propio hotel: ladrillos, mármol, piedra y vidrio liberados tras 120 años, convertidos en una avalancha.
Apenas dos minutos antes de la explosión, Thatcher, en franco enfrentamiento con el IRA, salió del baño de la suite Napoleón, en el primer piso, para seguir trabajando en varios documentos de gobierno que requerían su atención. Y se salvó.

Horas más tarde, Thatcher se paró en el estrado del Centro de Conferencias de Brighton para dar un largo discurso en el congreso partidario. En el comienzo dijo que: “El atentado con explosivos en el Grand Hotel esta mañana fue, ante todo, un intento inhumano e indiscriminado de masacrar a hombres y mujeres inocentes que se alojaban en Brighton para la Conferencia del Partido Conservador. Nuestros primeros pensamientos deben estar en las víctimas y en quienes se encuentran hospitalizados recuperándose de sus heridas. Pero el atentado claramente significó mucho más que eso. Fue un intento no solo de perturbar y dar por terminada nuestra Conferencia; fue un intento de paralizar al Gobierno democráticamente elegido de Su Majestad. Esa es la magnitud de la indignación que todos compartimos, y el hecho de que estemos reunidos aquí ahora, conmocionados, pero serenos y decididos, es una señal no solo de que este atentado ha fracasado, sino de que todos los intentos de destruir la democracia mediante el terrorismo fracasarán”.
El discurso fue extenso y finalizó de la siguiente manera: “La nación se enfrenta a lo que probablemente sea la crisis más difícil de nuestro tiempo: la batalla entre los extremistas y el resto. Luchamos, como siempre lo hemos hecho, tanto por los débiles como por los fuertes. Luchamos por causas nobles y justas. Luchamos para defenderlos del poder y la fuerza de quienes se alzan para desafiarlos. Este Gobierno no flaqueará. Esta nación afrontará ese desafío. La democracia prevalecerá”. Cuando terminó de hablar y luego de dar una muestra de fortaleza política Thatcher fue a visitar a los heridos al Hospital Royal Sussex County.

El experimentado periodista irlandés, Rory Carroll, corresponsal en Irlanda del diario The Guardian, escribió un libro sobre el atentado que casi termina con la vida de “La Dama de Hierro”. Se llamó Killing Thatcher en su edición en el Reino Unido y en Estados Unidos se publicó con el nombre de There will be fire” cuya traducción “Habrá fuego” fue el título elegido para países de habla hispana. Publicado en 2023 es, según los críticos, una profunda investigación sobre un hecho que podría haber cambiado la historia.
Si se hubiera demorado un poco más, como señala Carroll, “habría sido herida, quizá mortalmente” por el trayecto letal de los escombros que cayeron.
Otros integrantes del entorno de Thatcher, que se habían reunido para la conferencia anual del Partido Conservador, no tuvieron tanta suerte. Murieron cinco personas, entre ellas el diputado y viceministro Sir Anthony Berry y Lady Jeanne Shattock, esposa de un presidente local del partido, quien fue decapitada por la fuerza de la explosión. Margaret Tebbit, esposa del destacado ministro Norman Tebbit, resultó gravemente herida al caer por cuatro pisos y quedó paralizada de la cintura hacia abajo.
“Como una monstruosa guillotina, cortó concreto, acero y madera hasta llegar a la planta baja”, describe Carroll en su libro cómo fue el efecto de la bomba.
En el centro de la historia relatada por Carrol están tres figuras: el autor del atentado, Patrick Magee; su objetivo, la primera ministra británica; y, en el trasfondo, la figura fantasmal del dirigente republicano Bobby Sands. En 1981, la intransigencia absoluta de Thatcher en el tema del estatus político de los prisioneros del IRA llevó a Sands y a otros nueve a iniciar huelgas de hambre que terminaron con sus muertes. La frialdad de Thatcher ante ese largo sufrimiento -Sands murió como consecuencia de la huelga de hambre- fue clave en la decisión del IRA de intentar lo que muchos pragmáticos del movimiento creían imposible: el asesinato de ella y varios integrantes de su gabinete.
El libro muestra la trama política de entonces, con profundas incursiones en la historia de los militantes del IRA y extensos relatos de las investigaciones realizadas por detectives, peritos en explosivos de Scotland Yard y otros organismos gubernamentales.

Carroll acumula detalles del caso con meticulosidad, algo muy similar a lo que hizo uno de los investigadores de Scotland Yard del que habla en su libro: David Tadd, experto en huellas dactilares.
En tiempos previos a las pruebas de ADN, Tadd y su equipo revisaron escombros y posibles escenas del crimen hasta 15 horas seguidas, intentando, señala Carroll, “vincular la marca borrosa de un pulgar con un nombre en el enorme archivo de sospechosos de terrorismo de Scotland Yard”. Tadd y su equipo lo lograron con éxito: identificaron al autor del atentado contra Thatcher, todo sin ayuda informática.

De los tres personajes principales, Magee surge como el más enigmático, una figura difícil de descifrar, un errante cuya vida tomó forma a partir de la entrega a una causa definitiva. “Algunas personas llegaron al IRA como si hubieran nacido para eso, impulsadas por el destino”, escribe Carroll y agrega “Patrick Joseph Magee se metió de a poco, como un cangrejo que fácilmente podría haber terminado en otra orilla”.
Politizado en las calles de Belfast por la experiencia directa de la brutalidad de las fuerzas británicas, el reservado Magee pronto dominó el arte de fabricar bombas. Los agentes de inteligencia británicos lo apodaron “el Aventurero” por su disposición a encarar operaciones clandestinas que otros consideraban imprudentes o temerarias.

Carroll, a partir de múltiples fuentes y entrevistas, detalla minuciosamente la historia. Traza con precisión el contexto más amplio del conflicto sangriento y muestra la apuesta a todo o nada en el juego del gato y el ratón entre el IRA y las fuerzas de seguridad británicas. Como en todos los relatos sobre el conflicto, aparecen la matanza y la tragedia: las víctimas de la campaña de bombas ejecutada por Magee y sus compañeros del IRA no fueron principalmente miembros de las fuerzas de seguridad, sino civiles.
Magee fue capturado tras una persecución en Glasgow y condenado a ocho cadenas perpetuas. Cumplió 14 años de prisión ya que fue liberado bajo los términos del Acuerdo de Viernes Santo firmado en abril de 1998 por el que se puso fin al enfrentamiento armado entre protestantes unionistas y católicos republicanos en Irlanda del Norte.

En una entrevista en 2002, Magee declaró: “Lamento que haya habido muertos; no lamento haber participado en una lucha”.
Dos años antes, se había reunido con Jo Berry, hija de Sir Anthony Berry, a pedido de ella. Su asombroso acto de reconciliación lo desconcertó. “Esperaba enojo, podría haber lidiado con eso”, le dijo en un encuentro posterior. “Lo que no esperaba era que alguien me escuchara. O incluso que me perdonara por haber matado a su padre”.
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