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El libro "Fantasmas Yokai" ofrece
El libro "Fantasmas Yokai" ofrece fascinantes relatos de los yūrei y yōkai, fantasmas del Japón antiguo

En Japón, los fantasmas no son una anécdota, ni una superstición. Son parte del paisaje cultural, de las noches de verano, del teatro Nō y kabuki, de los grabados ukiyo-e que aún hoy se exhiben en los museos, y de la literatura y el cine de terror que han viajado por el mundo.

En ese territorio intermedio entre lo antropológico y lo fantástico se adentra el francés Philippe Charlier, médico forense, arqueólogo y profesor universitario, que en su libro Fantasmas Yokai que acaba de publicar en español la editorial Lunwerg ofrece una puerta de entrada a un repertorio tan hipnótico como aterrador.

Esta colección ilustrada dedicada a los fantasmas japoneses es un compendio de las más impactantes representaciones de los yūrei y yōkai. Los primeros son espíritus que no pudieron encontrar la paz después de la muerte debido a un trauma, una muerte violenta, o la falta de un funeral. Su propósito suele ser cumplir aquello que quedó pendiente en vida —como la venganza— antes de poder desaparecer. Los segundos son seres sobrenaturales y espíritus, que abarcan desde monstruos y fantasmas hasta dioses.

Charlier es una figura destacada en su ámbito, ya que estudió los restos humanos históricos de figuras como Enrique IV, Juana de Arco o Ricardo Corazón de León, y estuvo al frente de investigaciones pioneras en el ámbito de la antropología funeraria. Como autor prolífico y divulgador, lleva publicadas más de una treintena de obras sobre temas tan fascinantes como los fantasmas, los zombis, los vampiros y los misterios del cuerpo humano tras la muerte.

El médico forense y escritor
El médico forense y escritor Philippe Charlier

Sus libros, escritos con una combinación de precisión científica y una mirada profundamente humanista, son una puerta a los enigmas del más allá desde la mirada del investigador que explora los límites entre la vida, la muerte y lo desconocido.

En Fantasmas Yokai, Charlier se deja guiar por los maestros del ukiyo-e —Hiroshige, Hokusai— y por siglos de relatos transmitidos de boca en boca. En sus páginas desfilan almas deformadas por el veneno, mujeres que vuelven para atormentar a sus amantes, espectros que emergen de pozos o de las olas del mar, y esqueletos colosales que devoran a los vivos. Un catálogo de terror y belleza que muestra hasta qué punto la frontera entre vivos y muertos ha sido, para los japoneses, un espacio de convivencia delicada y perturbadora.

Portada del libro de Charlier
Portada del libro de Charlier que es un compendio de las más impactantes representaciones de los yūrei y yōkai

“Relacionarse con fantasmas ya conlleva, en sí mismo, propagar miasmas y resulta perjudicial para la salud. Pero declararles tu amor equivale a firmar tu sentencia de muerte.” La advertencia, recogida en un antiguo ritual, resume la lógica del yūrei.

Desde el siglo XVIII, cuando Ōkyo Maruyama pintó por primera vez a tamaño natural el espectro de una mujer llamada Oyuki, las veladas de cien velas (hyaku monogatari) alimentaron la imaginación popular. Cada llama apagada acercaba a los vivos al contacto con los muertos. Los lienzos, como espejos, se convertían en portales.

Okiku

Okiku
Okiku

Entre los fantasmas más célebres está Okiku, criada en el castillo de Himeji. La joven trabajaba bajo la protección de la familia y tenía bajo su cuidado diez valiosos platos. El samurái Aoyama intentó forzarla a convertirse en su amante. Al recibir constantes rechazos, éste escondió uno de los platos y acusó a Okiku de haberlo perdido. Al no encontrar el décimo plato, sufrió maltrato y amenazas. Finalmente, fue arrojada a un pozo y perdió la vida.

Convertida en un yūrei, se dice que su espíritu emerge periódicamente del pozo, contando los platos uno por uno hasta llegar a nueve, siempre en busca del faltante. A veces la historia se mezcla con temas de venganza y locura. La figura de Okiku trascendió los siglos, apareciendo en obras de teatro bunraku y películas de terror moderno, y sigue siendo símbolo de un alma atrapada por la injusticia.

Otsuyu

Otsuyu
Otsuyu

Cada año, durante la festividad de Obon, el espíritu de Otsuyu, reconocible por su farolillo adornado con peonías, visita al samurái viudo Ogiwara Shinnojo. Noche tras noche, Otsuyu comparte momentos con él y desaparece antes del amanecer. Un vecino descubre la verdad: el samurái duerme abrazando un esqueleto.

Un sacerdote budista le advierte sobre el peligro de estar bajo el hechizo de un yūrei. Aunque tratan de protegerlo con talismanes, los sirvientes terminan rompiendo el resguardo, movidos por el deseo del joven. Tras pasar esa última noche con el fantasma, al día siguiente encuentran a Ogiwara muerto, abrazado al esqueleto. La leyenda presenta el amor más allá de la muerte como una condena inevitable.

Ubume

Ubume
Ubume

El espectro conocido como Ubume representa el dolor de las mujeres que fallecieron durante el embarazo o el parto. Aparece como una figura devastada que deambula de noche, llevando en brazos lo que parece un recién nacido. Cuando los vivos intentan ayudar, descubren que en realidad sostienen piedras u hojas.

Otras variantes cuentan de mujeres muertas en el parto que intentan llevarse a los bebés de otras madres, o que amamantan a niños con una leche mortal. Para apaciguar a estas almas y evitar su regreso vengativo, se colocan muñecas o fetos en los brazos de los cadáveres. El mito refleja la carga y la culpa que la sociedad imponía a las mujeres incluso después de la muerte, convirtiendo a Ubume en símbolo del dolor por la maternidad truncada.

El Nō

El teatro se adentra en la naturaleza espiritual de los yūrei mediante máscaras, trajes tradicionales y gestos rituales. Los actores logran fusionarse con los papeles, encarnando de verdad a los espectros y no solo representándolos. La puesta en escena y la pintura yūrei-ga comparten este poder de reencantar y provocar la sensación de lo sobrenatural ante los ojos del público.

Funayūrei

Funayūrei
Funayūrei

El mar es parte integrante de la cultura japonesa, y con él los naufragios y los cuerpos perdidos para siempre en las aguas. Las almas que jamás recibieron un ritual funerario, al no poder reencarnarse, se transforman en funayūrei, fantasmas errantes que rondan costas y arrecifes. Llevan grandes cazos y pueden provocar hundimientos o ahogamientos. Se manifiestan en noches de tormenta o niebla, creando ilusiones destinadas a atraer y destruir barcos.

Para evitar su furia, los marineros llevan tatuajes protectores o dejan ofrendas como flores, incienso, arroz y farolillos flotantes, y evitan zarpar en fechas consideradas peligrosas.

Yuki-onna

Yuki-onna, la más poética
Yuki-onna, la más poética

De piel traslúcida y helada, Yuki-onna es quizás el fantasma más poético. Es un espectro femenino de piel blanca y fría como la nieve, capaz de diluirse en el aire si la rodea calor. A menudo aparece acompañada de un niño, que si es tomado en brazos crece hasta oprimir mortalmente a la persona que lo lleva. Esta figura espectral drena la energía vital, extrae el hígado de los niños o mata a los humanos con un beso helado.

Existen relatos de viajeros que se cruzan con ella: ofrecerle agua fría permite que crezca, darle agua caliente la hace desaparecer. Según la versión del escritor Lafcadio Hearn, Yuki-onna perdona la vida a un joven por su belleza y juventud, pero le advierte que si revela su identidad, morirá. Décadas después, su esposa le confiesa ser este espíritu, y tras perdonarlo de nuevo, se desvanece en una bruma gélida

Oiwa

Oiwa, la cara de la
Oiwa, la cara de la muerte

Oiwa es el yūrei más célebre del país. Nació en 1825 con la obra “Yotsuya Kaidan”. Su historia es trágica, marcada por el abandono y la traición. Tamiya Iemon, su esposo, desea separarse para estar con otra mujer llamada Oume, quien la envenena utilizando una crema facial. El veneno desfigura a Oiwa, y su esposo intenta aprovechar esto para repudiarla. Al ver su reflejo en un espejo, Oiwa, presa de la locura, se hiere mortalmente y lanza una maldición antes de morir. Como yūrei, su espectro atormenta y acaba con quienes participaron en su desgracia. Frecuentemente es retratada en farolillos y obras teatrales, hasta el punto de que los actores suelen efectuar rituales antes de representarla para evitar la supuesta ira de su espíritu.

Kasane

La historia de Kasane, también llamada Orui, es una cadena de tragedias. Hija de un hombre que mató a su yerno, Kasane nació con deformidades y una pierna coja. Su esposo, Yoemon, la abandonó y luego la asesinó. El espíritu de Kasane volvió de la muerte como un yūrei dedicado a causar la desgracia y la muerte de las nuevas esposas de Yoemon. Su nombre encarna la idea del karma que se repite incesantemente. La leyenda ganó notoriedad en el teatro kabuki y en textos religiosos; en 1672 se cuenta que el monje Yūten exorcizó a una joven poseída por este espíritu.

Kuchisake-onna

A la izquierda, Kuchisake-onna, la
A la izquierda, Kuchisake-onna, la sonrisa de la muerte, en el centro una cabeza voladora y a la derecha, Oiwa

La sonrisa de la muerte. Kuchisake-onna es una figura femenina espectral que oculta su rostro tras una máscara. Su historia cuenta que, tras cometer adulterio, fue brutalmente mutilada por su esposo celoso, quien le cortó la boca hasta las orejas. Desde entonces, vaga por las calles al acecho de transeúntes solitarios y formula una sola pregunta: “¿Me consideras hermosa?”. Quien le responde que no, muere. Si la respuesta es afirmativa, Kuchisake-onna muestra su herida; quienes ratifican su belleza sufren la misma mutilación. Algunas leyendas proponen respuestas evasivas o pequeños obsequios para librarse de la maldición.

Hannya

La máscara Hannya, utilizada en el teatro Nō, encarna el rostro deformado de un espíritu vengador consumido por los celos y el odio. Con cuernos, ojos llenos de tristeza y una boca feroz, varía su color según el estatus social del espectro representado: blanco para los nobles, rojo para los campesinos y negro para los demonios. Aunque su imagen resulta aterradora, el actor puede dotarla de matices y hasta sugerir la posibilidad de redención, oscilando entre lo monstruoso y lo humano.

Demonología en los campos de batalla

Caer en combate o morir en guerra, generalmente de modo abrupto y violento, impedía un reposo adecuado a los muertos. De los huesos sin sepultura emergen los gashadokuro, gigantescos esqueletos envueltos en restos de piel y dotados de ojos saltones, que acechan y devoran a los vivos. En el siglo X, Takiyasha Hime, hija de un rebelde, unió los huesos de antiguos guerreros para constituir un espectro descomunal que devastó Kioto. Junto a estos monstruos, otros yūrei como los ochimusha se convierten en espíritus errantes atrapados por la violencia y el destino de la guerra,

Kohada Koheiji

“El fantasma de Kohada Koheiji”
“El fantasma de Kohada Koheiji” (1833) de Katsushika Hokusai

El actor de kabuki Kohada Koheiji nunca logró el éxito, condenado a papeles menores de fantasmas. Su esposa y su amante, ambos actores, lo asesinaron y arrojaron su cadáver a una ciénaga. Desde entonces, su espectro aparece incansablemente para atormentarlos, manifestándose como esqueleto y presencia ominosa en los momentos más íntimos. El fantasma de Koheiji refleja el rencor y la humillación perpetuada más allá de la muerte.

El catálogo de lo invisible

Con Fantasmas Yokai, Philippe Charlier ofrece algo más que un bestiario japonés. Pone en escena la relación universal entre los vivos y los muertos, y muestra cómo el arte, el teatro y la literatura se convirtieron en herramientas para convivir con lo inexplicable. Los yūrei siguen habitando películas, mangas, videojuegos. Pero también siguen presentes en rituales, en festivales de verano, en templos donde se recuerda a los muertos sin sepultura.