
El Monte Rushmore se alza en las Black Hills de Dakota del Sur, donde los rostros de cuatro presidentes estadounidenses emergen del granito y atraen cada año a millones de visitantes.
Si embargo, la historia detrás de este emblemático sitio combina desafíos técnicos, decisiones políticas y la superposición de memorias nacionales con las identidades de los pueblos originarios, como detalla el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos.
El sueño turístico que cambió el nombre de la montaña
La idea del Monte Rushmore surgió en los años veinte, cuando Doane Robinson, apodado como “el padre de Mount Rushmore”, propuso un monumento colosal para promover el turismo y dar a conocer Dakota del Sur.
Robinson quería en un principio esculpir figuras vinculadas al “viejo Oeste”, pero la propuesta fue modificada para representar a presidentes estadounidenses con fuerte impacto nacional, como George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt. Esta decisión tenía el objetivo de atraer la atención de todo el país y garantizar el apoyo federal, según documenta Smithsonian Magazine.

El lugar elegido, un promontorio de granito en las Black Hills, era conocido ancestralmente por los Lakota Sioux como la “Montaña de los Seis Abuelos”. La zona, además de ser un espacio sagrado para varias naciones originarias, había sido reconocida como suya en el Tratado de Fort Laramie en 1868. Sin embargo, la llegada de colonos y la fiebre del oro llevaron al Gobierno de Estados Unidos a revocar los acuerdos, dejando la región en permanente disputa.
En 1885, el abogado neoyorquino Charles E. Rushmore visitó el área y, a partir de entonces, la montaña recibió su nombre definitivo, superponiendo una nueva denominación sobre la tradicional, según consignó el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos.
Gutzon Borglum: arte monumental, carácter fuerte y huella imborrable
La dirección del proyecto recayó en Gutzon Borglum, escultor nacido en Idaho en 1867. Borglum era conocido por su temperamento, su ambición desmedida y una vida personal marcada por constantes reinvenciones. Había estudiado arte en París bajo la guía de Auguste Rodin y adquirido fama en Estados Unidos por retratar personajes históricos.

Antes de Mount Rushmore, Borglum trabajó en el polémico relieve de Stone Mountain en Georgia, una obra destinada a conmemorar a líderes confederados, patrocinada por asociaciones sureñas y vinculada con el resurgimiento del Ku Klux Klan, como relató The New York Times.
En Dakota del Sur, Borglum se inspiró en la escala monumental del lugar para su mayor desafío: tallar, a lo largo de catorce años, el granito de la montaña junto a un equipo de unos 400 trabajadores.
Combinaron explosivos y herramientas neumáticas para dar forma a los cuatro rostros, cuyos detalles asombran hasta hoy: cada cabeza mide dieciocho metros de altura, las narices alcanzan los siete metros y el labio de Lincoln mide casi dos metros, según el Servicio de Parques Nacionales. En total, se retiraron cerca de 400.000 toneladas de roca sin que se produjeran víctimas mortales, un logro en sí mismo dada la envergadura y el peligro del trabajo.
Una obra entre el arte, la ingeniería y la política
El proyecto estuvo acompañado desde el inicio por tensiones políticas y económicas. El presupuesto inicial, de 400.000 dólares, se multiplicó con los retrasos y cambios en el plan. Hubo aportes privados, como el realizado por el propio Charles E. Rushmore, pero el respaldo decisivo llegó del Gobierno federal, que a partir de 1933 —cuando Franklin D. Roosevelt asumió la presidencia— quedó a cargo oficial del sitio a través del Servicio de Parques Nacionales.

Borglum había ideado un plan aún más ambicioso: los torsos de los presidentes y una enorme sala tallada en la roca que contendría archivos históricos (“Hall of Records”). Sin embargo, los contratiempos técnicos y la falta de fondos obligaron a simplificar la obra.
Borglum murió en 1941, poco antes de que se terminara, y fue su hijo Lincoln Borglum quien supervisó las etapas finales. La sala de archivos nunca se concluyó, aunque décadas después se colocó allí una cápsula con documentos y registros.
Las ceremonias de presentación fueron eventos multitudinarios, con la presencia de políticos, veteranos y miles de curiosos. La relevancia simbólica del monumento creció a lo largo del siglo XX, al convertirse en escenario de celebraciones patrióticas y filmes emblemáticos.
Tierra sagrada, conflicto y litigios sin cerrar
Para los pueblos originarios, Mount Rushmore constituye una afrenta que marca la continuidad del despojo de sus tierras sagradas. Los Lakota nunca aceptaron la pérdida de las Black Hills, por lo que su reclamo llegó a la Corte Suprema de Estados Unidos.

En 1980, el máximo tribunal admitió que las tierras habían sido tomadas ilegalmente y dictaminó una compensación de 105 millones de dólares, una suma que los Lakota rechazaron en nombre de la restitución territorial, manteniendo hasta hoy su postura, según relevó The New York Times.
Durante el siglo XX, Mount Rushmore fue escenario esporádico de protestas. En 1970, un grupo de activistas indígenas escaló el monumento y desplegó una pancarta reclamando la devolución de las Black Hills, en un acto que llamó la atención de la prensa nacional, según consignó Indian Country Today.
Un símbolo nacional con historia compleja
Hoy, Mount Rushmore es uno de los grandes íconos de Estados Unidos, visitado por cerca de dos millones de personas cada año, aunque hay temporadas donde superó los tres millones, de acuerdo con el Servicio de Parques Nacionales.
Sus imponentes figuras siguen inspirando admiración y generando debate, como reflejo de una nación que construyó su identidad sobre historias cruzadas, hazañas artísticas y conflictos no resueltos respecto a su memoria original.
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