
Pese al silencio habitual de los domingos en la capital financiera de Alemania, Fráncfort presentó el 3 de septiembre de 2017 una imagen inédita: calles desiertas, comercios cerrados y una vigilancia policial estricta transformaron el centro urbano en escenario de una de las mayores operaciones civiles desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La razón detrás de la inusitada evacuación fue el hallazgo de una bomba británica de 1,8 toneladas, sepultada desde hacía más de siete décadas y cuyo potencial destructivo obligó a evacuar a unas 60.000 personas de sus hogares y puestos de trabajo.
El operativo se había organizado a raíz del descubrimiento accidental del artefacto durante excavaciones rutinarias en un solar céntrico. Las tareas de construcción quedaron inmediatamente suspendidas y las autoridades iniciaron una investigación minuciosa para confirmar el tipo, estado y peligrosidad de la bomba. El artefacto, al que bautizaron “blockbuster” por su extraordinario tamaño y potencial de destrucción, había permanecido oculto bajo tierra desde la campaña aérea aliada sobre Alemania en los últimos meses de la guerra. Los expertos calcularon que, de estallar, podía arrasar todo lo que encontrara a un radio de 1,5 kilómetros.

Con el correr de los días, el área de exclusión se fue delimitando con precisión, abarcando barrios densamente habitados y puntos neurálgicos de la ciudad, como la sede del Banco Central instalaciones policiales y la radiotelevisión local. La magnitud de la operación respondió justamente a la localización estratégica de la bomba- en el barrio de Westend, cuyos riesgos afectaban a una parte esencial del corazón urbano de una de las ciudades más importantes de Alemania.
La evacuación se programó para comenzar a las seis de la mañana del domingo 3 de septiembre, hace ocho años, aunque los preparativos incluyeron amplias campañas informativas y la colaboración de decenas de organismos de emergencia. “Les pedimos que abandone inmediatamente el edificio. Si no, la policía empleará la fuerza física para sacarlos”, repetían los agentes por megáfono a quienes se resistían a abandonar la zona que debía ser evacuada.
El acatamiento no fue absoluto: cerca del mediodía persistían retrasos, especialmente porque bomberos y agentes continuaban localizando vecinos reacios a dejar sus viviendas. Se advirtió que la medida era obligatoria y que no habría lugar para excepciones. Mientras tanto, el transporte público fue suspendido completamente en el sector afectado para evitar desplazamientos no autorizados, y las autoridades policiales reforzaron su presencia en las autopistas y rutas de la zona con el objetivo de prevenir posibles robos ya que no había casi nadie en las calles ni en los locales ni en las viviendas.

Hubo una logística monumental detrás de la evacuación. Unos 2.500 miembros de los cuerpos de emergencia —incluyendo policías, bomberos, rescatistas voluntarios y personal sanitario— participaron activamente en el despliegue. Solo el sábado, en la víspera del operativo principal, ya se habían evacuado todos los hospitales de la zona; además, 20 recién nacidos habían sido trasladados a clínicas cercanas, decisión tomada cuando se conoció que debía ser evacuada la zona. Caravanas de ambulancias y camionetas adaptadas recorrieron durante la madrugada los barrios afectados, para trasladar a personas mayores, enfermos y todos los que no pudieran trasladase por sus propios medios.
El dispositivo hallado era el modelo HC 4000, bomba que los británicos emplearon habitualmente en bombardeos estratégicos hacia el final de la guerra. La “blockbuster” —cuya traducción equivale a “revienta manzanas” por su capacidad de destruir manzanas enteras de edificios— estaba diseñada para quebrar estructuras pesadas y penetrar profundamente antes de detonar, maximizando así el daño estructural en infraestructuras críticas.
El equipo de desactivación, fue liderado por Dieter Schwetzler y Rene Bennert, quienes debieron trabajar durante varias horas bajo estrictos protocolos de seguridad. Finalmente, a las 18:30, la policía de Fráncfort comunicó que el procedimiento se había completado con éxito y la bomba había sido desactivada sin incidentes.
Las crónicas de entonces señalaron algunas bromas que hicieron los comerciantes de la zona afectada: “Hoy domingo, cerrado por la bomba”, podía leerse en carteles colgados en supermercados y bares del lugar. Las autoridades municipales hicieron también gala de su humor cuando consultadas por el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung recomendaron a los evacuados “aprovechar para visitar a sus suegras”.

Para quienes carecían de parientes o alternativas de hospedaje, el municipio había habilitado centros de refugio con atención básica y comida caliente.
No todos los operativos similares a aquel de 2017 habían transcurrido sin sobresaltos. Por ejemplo en 2012, durante una intervención en Múnich, una explosión accidental originada por la desactivación de un artefacto dejó varias fachadas dañadas y una lluvia de cristales en la zona cercana. Dos años antes, tres técnicos habían muerto y otros dos resultaron gravemente heridos mientras manipulaban una bomba en Göttingen. Ese mismo fin de semana de septiembre de 2017, aunque con menos repercusión y en una localidad más pequeña, 20.000 personas habían sido evacuadas en Coblenza —al oeste del país— para desactivar un artefacto de 500 kilos esta vez de fabricación estadounidense y también arrojado siete décadas atrás. Los vecinos de ambas ciudades compartieron la rutina de abandonar sus hogares, vivir una jornada de incertidumbre y regresar horas después aliviados, aunque más conscientes del legado latente bajo sus pies.

No hace falta remontarse hasta 2017 para buscar hechos similares a los ocurridos en Fráncfort. Ya que cada tanto suele suceder algo similar en Alemania, territorio que fue bombardeado de manera incesante durante la Segunda Guerra Mundial.
En los últimos años se multiplicaron los hallazgos de este tipo de artefactos. En junio de 2025, más de 20.000 personas fueron evacuadas del centro de Colonia por el hallazgo de tres bombas estadounidenses, dos de 20 toneladas y una de 10, todas con espoletas de impacto. La operación fue la más grande en esa ciudad desde el fin de la guerra. Se evacuaron hospitales, geriátricos, escuelas y hasta un estudio de televisión.

En agosto pasado, en Dresde, una ciudad ubicada a unos 200 kilómetros al sur de Berlín, la capital alemana, se halló otro dispositivo explosivo. El hallazgo en esta ocasión sucedió mientras se demolía el puente el puente Carola sobre el río Elba. El puente había colapsado en octubre de 2024. El hallazgo del explosivo provocó la evacuación de 17.000 personas.
Nunca hubo tanta gente evacuada por haber encontrado un explosivo de la Segunda Guerra Mundial como aquella vez en Fráncfort en septiembre de 2017.
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