El extraño caso del niño ugandés al que le cayó un meteorito en la cabeza y el mito de las heridas provocadas por cuerpos celestes

El 14 de agosto de 1992 una lluvia de meteoritos cayó sobre una aldea de Uganda y uno de ellos impactó sobre la cabeza de un chico, que se salvó gracias a que la hoja de banano atenuó la fuerza de la caída de la piedra. Fue el segundo suceso registrado con certeza de un ser humano alcanzado por una roca estelar. Los otros casos y la increíble historia de Ann Hodges y el meteorito de la discordia

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“La lluvia de meteoritos de
“La lluvia de meteoritos de Mbale” se trató de un fenómeno que fue objeto de estudio: pequeños fragmentos espaciales que cayeron en un pueblo al sureste de Uganda (Meteorite Times)

“Existen más posibilidades de ser golpeado por un tornado, un rayo y un huracán, todo al mismo tiempo, que de ser impactado por un meteorito. Las chances de que un ser humano reciba el impacto de un meteorito son de uno en alrededor de 160 millones”, calculó alguna vez el astrónomo Michael Reynolds, autor de Estrellas fugaces, una guía sobre meteoros y meteoritos. Suena tranquilizador, porque es una posibilidad ínfima que hace mucho más probable ser víctima de un accidente de tránsito, de un choque de trenes o de la caída de un avión. Pero así y todo ocurre, porque meteoritos caen todos los días sobre la Tierra sin provocar ninguna catástrofe, ya que son pequeñas piedritas infinitamente más pequeñas que la roca estelar que acabó con los dinosaurios o, más cerca en el tiempo, la que cayó en Siberia en 1908 y liberó una energía equivalente a la de mil bombas atómicas.

Una pequeña piedrita de esas fue la que golpeó en la cabeza de un chico de cuyo nombre no ha quedado registro que el mediodía del 14 de agosto de 1992 iba a pie por un camino de tierra cerca de Mbale, la aldea ugandesa donde vivía. Le dolió y mucho, pero no lo mató ni hirió de gravedad porque el fragmento de meteorito en cuestión pesaba apenas tres gramos y antes de impactar contra su testa descubierta fue frenado parcialmente en su caída por la hoja de un banano.

El chico, ni nadie en la aldea, se habría enterado de que esa piedra era un meteorito si no hubiese sido apenas una de los cientos de pequeñas rocas estelares que cayeron en lo que se conoció como “la lluvia de meteoritos de Mbale”, un fenómeno que fue objeto de estudio. Los científicos llegaron a la conclusión de que la masa inicial del meteorito era de cerca de mil kilos, pero que afortunadamente se fragmentó a unos 25 kilómetros de altura y sus fragmentos se esparcieron en un área de 28 kilómetros cuadrados. La piedra más grande pesaba 27,4 kilos y por suerte no le pegó a nadie y las más pequeñas apenas si pesaban un gramo. Algunas de ellas y un extenso registro fotográfico del fenómeno se exhiben todavía hoy en el Museo Nacional Holandés de Historia Natural.

En su momento, la historia del niño de Mbale tuvo su repercusión mediática, porque es noticia que un meteorito –por más pequeño que sea– caiga sobre la cabeza de una persona y que, además, esa persona viva para contarlo. Tanto que el del niño ugandés es el segundo caso del que se tiene registro fehaciente de una persona golpeada por una piedra del espacio. Quizás porque ocurrió en África, ninguna de las crónicas que publicaron los medios occidentales dio a conocer el nombre del chico, como sí ocurrió con el primer caso, ocurrido unos cuarenta años antes en los Estados Unidos y que fue mucho más espectacular.

El certificado de autenticidad de
El certificado de autenticidad de un meteorito que cayó en Mbale, Uganda (Meteorite Times)

El meteorito de Ann Hodges

El 30 de noviembre de 1954, la señora Ann Hodges, por entonces de 34 años, dormitaba la siesta en un sillón del living de su casa de Sylacauga, un pequeño pueblo rural de Alabama, cuando una piedra extraterrestre del tamaño de un pomelo cayó del cielo, rompió el techo de la vivienda y le dio directamente en la panza. La crónica publicada al día siguiente por el diario regional Decatur Daily News relata que la tarde anterior los vecinos de Sylacauga observaron un extraño espectáculo en el cielo, “una luz rojiza brillante, como una vela romana que deja una estela de humo” y muchos creyeron que asistían a la caída de un avión incendiado. Otros describieron “una bola de fuego” y relataron que se escuchó una tremenda explosión, seguida de una nube marrón. El avistamiento causó alarma entre los pobladores, pero Ann Hodges no se enteró de nada porque en ese momento estaba durmiendo su habitual siesta.

El reloj marcaba las 16.46 cuando el meteorito se estrelló contra el techo de la casa donde la mujer vivía su madre y su marido. “El meteorito bajó por el techo de la sala de estar y rebotó en una radio de consola de pie que estaba en la habitación y aterrizó en su cadera”, precisa la crónica, y agrega: “Ann Hodges estaba durmiendo la siesta en el sofá de su salón y estaba debajo de una manta, lo que probablemente le salvó la vida en cierto modo”. Cuando sintió el golpe, la durmiente Ann se despertó sobresaltada y vio que la sala estaba llena de humo y de escombros. Gritó y fue socorrida por su madre, que estaba bien despierta en otra habitación de la casa y se había llevado el susto de su vida cuando escuchó el golpe contra el techo. Lo primero que vio al entrar al salón fue un agujero en el techo. La radio destrozada y a Ann todavía en el sofá, tomándose el vientre. También vio algo extraño junto al sofá: una piedra negra del tamaño de un pomelo. La madre llamó a una ambulancia que llevó a Anne al hospital, donde le sacaron la foto que la inmortalizó cuando fue publicada por la revista Time. Allí se ve a Ann en la cama, con el vientre semi descubierto, donde se ve el enorme hematoma que le provocó el impacto del meteorito.

La Fuerza Aérea estadounidense estudió el objeto y descartó de inmediato que se tratara de algún proyectil desconocido. Lo que había caído del cielo era el fragmento de un meteorito de 3,8 kilos, compuesto mayormente de hierro y níquel y de una antigüedad estimada en 4.500 millones de años. Después de hacerle todas las pruebas posibles a la piedra, se la devolvieron a Ann. “Siento que el meteorito es mío. Creo que Dios quería que fuera para mí. Al fin y al cabo, ¡fue a mí a quien golpeó!”, dijo ella cuando la recibió, según cuenta una publicación del Museo de Historia Natural de Alabama, donde hoy se exhibe la piedra.

El techo de la casa
El techo de la casa de Ann Hodges por donde entró un fragmento de meteorito de 3,8 kilos y la golpeó mientras dormía (UNIVERSITY OF ALABAMA MUSEUMS, TUSCALOOSA, ALABAMA)

Historias antiguas

Desde la más remota antigüedad circulan historias sobre cuerpos celestes que han impactado sobre personas, pero se trata de casos incomprobables, aunque sobre algunos de ellos existan documentos que los relatan. Uno de los trabajos más interesantes sobre estos posibles episodios es uno publicado en 1994 por tres científicos de la NASA encabezados por Kevin Yau, quienes analizaron miles de documentos históricos chinos escritos desde el año 800 antes de Cristo hasta 1920. En unos trescientos se mencionan meteoritos y en siete de ellos se registraron muertes causadas por ellos.

Uno de esos documentos relata que el 14 de enero del año 616 una decena de soldados se encontraba en un campamento del rebelde Lu Ming-yueh cuando un meteorito tumbó una de sus torres y los aplastó. Otro, de alrededor de 1341, menciona “una lluvia de hierro” que mató a personas y animales en la provincia de Yunnan. Un tercero cuenta que entre febrero y marzo de 1490 “cayeron piedras como lluvia” en el distrito de Ching-yang, en la provincia de Shansi, y mataron a más de diez mil personas, un dato que seguramente tiene más de mito que de realidad.

“Siento que el meteorito es
“Siento que el meteorito es mío. Creo que Dios quería que fuera para mí. Al fin y al cabo, ¡fue a mí a quien golpeó!”, reclamó para que le devolvieran la piedra

Un grupo llamado The Meteoritical Society también se ha ocupado de recoger testimonios registrados sobre posibles caídas de meteoritos que han impactado sobre personas. Uno de estos documentos, escrito por un monje, relata un acontecimiento ocurrido en 1667 en el monasterio de Santa María, en Milán, cuando una piedra caída del espacio golpeó a uno de los religiosos que vivían allí.

Uno de estos acontecimientos dudosos tuvo lugar en 1667 en el monasterio de Santa María, en Milán. Un testimonio escrito narra cómo un monje murió desangrado cuando fue alcanzado en el muslo por lo que podría haber sido un meteorito: “Los demás monjes se apresuraron hasta el que había sido golpeado, tanto por curiosidad como por lástima (…). Todos ellos examinaron el cuerpo cuidadosamente para descubrir los efectos más secretos y decisivos del choque que había recibido; encontraron que había ocurrido en uno de sus muslos, donde percibieron una herida ennegrecida por la gangrena o por la acción del fuego. Impulsados por la curiosidad, agrandaron la apertura para examinar su interior; vieron que había penetrado el hueso, y les sorprendió mucho encontrar en el fondo de la herida la piedra redonda que la había provocado, y que había matado al monje de una manera igual de terrible e inesperada”, dice el manuscrito.

Más de tres décadas después
Más de tres décadas después de la “lluvia de meteoritos” sobre la aldea ugandesa no se sabe que fue de la vida del chico golpeado por una piedrita caída del cielo (Meteorite Times)

Los que pegaron cerca

Más acá en el tiempo, en los archivos de los medios se encuentran crónicas o pequeñas noticias sobre casos de meteoritos que estuvieron a punto de caer sobre alguien y “fallaron” por cuestión de centímetros o pocos metros. Una de esas crónicas cuenta que al anochecer del 31 de agosto de 1991, dos niños llamados Brodie Spaulding, de 13 años, y Brian Kinzie, de 9, acababan de dejar sus bicicletas después de haber paseado por su pueblo, Noblesville, en Indiana, cuando escucharon un silbido y un objeto caído del cielo impactó a unos tres metros y medio de donde estaban.

Otro artículo relata que el 9 de octubre de 1992 una roca espacial 12 kilos cayó sobre el baúl del Chevrolet Malibú rojo de Michelle Knapp, una chica de 18 años de Peekskill, una pequeña ciudad al noreste de los Estados Unidos, cuando la chica acababa de bajarse del auto. También hay noticias en varios diarios neozelandesas sobre un meteorito que el 12 de junio de 2004, perforó el techo de la vivienda de la familia Archer, en las afueras de Auckland, y rebotó contra el piso del living, a pocos metros de la dueña de casa.

Son apenas unos casos y no todos comprobables. Lo cierto es que se calcula que entre mil y diez mil toneladas de material extraterrestre llegan cada día a la Tierra desde el espacio y que la mayor parte son pequeñas rocas de algunos centímetros que se desintegran al chocar con la atmósfera. La mayoría cae en los océanos y muy pocas en los centros poblados, como en los casos del niño de Mbale y de Ann Hodges.

Más de tres décadas después de la “lluvia de meteoritos” sobre la aldea ugandesa no se sabe que fue de la vida del chico golpeado por una piedrita caída del cielo. En cambio, si se sabe que para Ann Hodges, el meteorito que le cayó sobre el vientre y le dio su cuarto de hora de fama terminó acarreándole una desgracia: cuando la fuerza aérea le devolvió la piedra, ella quiso conservarla, pero su marido, Eugene, insistió en venderla para hacerse de algún dinero. El matrimonio terminó separándose en 1956 por culpa de esa piedra caída del cielo que se convirtió para ellos en la piedra de la discordia.

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