
Durante cuatro décadas, Sally Winey tiene una ocupación tan inusual como tierna: restaura muñecos de peluche para devolverlo tal como una vez fueron a los brazos de niños o adultos nostálgicos. El estado de destrucción no siempre está asociado al deterioro inexorable del tiempo o travesuras de la infancia sino, en muchos casos, por destrozos provocados por perros, cuando las zapatillas o las chinelas no les parecen suficientes. En su cuenta de Instagram @wineybearsrepair, puede observarse cómo llegan a su taller: a veces sin ojos, con media cara destruida, decapitados o desmembrados.

Sally, fundadora de Winey Bears Repair, en Pensilvania, Estados Unidos, asegura que por su taller, fundado en 1983, ya pasaron casi un millón de estos amigos de tela. La restauradora cuenta que a veces llegan rozando lo irrecuperable. “Es como armar un gran rompecabezas”, dice, mientras una vieja máquina Singer ayuda a transformar un monstruo en un muñeco con cara feliz.
La historia de Sally se remonta a una circunstancia modesta y familiar: el nacimiento del tercero de sus hijos, en 1983. Los recursos escaseaban y tuvo que recurrir a la creatividad, que nunca imaginó tan fructífera. Sally recuperó viejas lecciones aprendidas junto a la máquina de coser de su abuela y decidió, con ternura y empeño, confeccionar tres osos para sus hijos usando vieja ropa de trabajo de su esposo. Aquellos fueron los primeros osos hechos a mano y punto de partida en su emprendimiento.

Nadie en aquel entorno sospechaba que esos años de práctica creando patrones y ensamblando retazos forjarían el destino de toda una familia. La mujer había aprendido a coser de niña observando a su abuela, quien hacía arreglos para Macy’s y usaba una máquina Singer de 1897 que Sally aún conserva.

La dedicación de esa mamá de tres pequeños fue traspasando el círculo íntimo, pasó de confeccionar muñecos para los suyos a vender piezas a conocidos, participar en ferias de artesanía y finalmente ganar espacio en convenciones de prestigio como la de Juguetes de Nueva York. En esos ámbitos, ofrecía tanto sus coleccionables únicos como nuevas criaturas para fabricantes. Su talento incluso llamó la atención de nombres mayores como Ty Inc., que recurrió a ella en busca de diseños originales.

Así, la pequeña aventura entre las paredes de su casa se transformó en una empresa de restauración y creación de osos de peluche cuyo prestigio creció hasta alcanzar dimensiones nacionales. En la actualidad, su taller es considerado uno de los principales “hospitales de osos” en EE. UU., con pacientes enviados desde todo el mundo. Todo mientras mantiene el sello de lo familiar y el espíritu de aquel primer gesto de amor.
El proceso de reparación y restauración en Winey Bears Repair revela una artesanía meticulosa, casi quirúrgica, pensada para devolverle la integridad y el alma a cada muñeco de peluche que atraviesa la puerta del taller.

Todo comienza con la evaluación del caso: los clientes deben enviar fotografías detalladas del estado del peluche —de la cabeza a la punta de los dedos— y, si es posible, alguna imagen que muestre al muñeco en sus días de esplendor. Esta documentación resulta fundamental para que el equipo pueda trazar el plan de restauración y acercarse todo lo posible al aspecto original.
Luego del “diagnóstico”, Sally y su equipo, que es toda su familia, desarrollan una estrategia que varía según la magnitud de los daños. El primer paso consiste en extraer cuidadosamente el relleno, no sólo para limpiarlo, sino para acceder a la estructura interna y evaluar con precisión los insumos necesarios. El lavado es un capítulo aparte: tras la extracción del relleno, cada peluche recibe un baño y es tendido en una soga con broches. Si la restauración es parcial, se reemplazan secciones localizadas con tela nueva y se renuevan piezas sueltas como ojos, orejas, nariz o extremidades. Cuando el deterioro afecta a más del cincuenta por ciento del muñeco, el proceso exige una restauración total: nuevas telas, estructura, accesorios y una reconstrucción minuciosa hasta devolverle la apariencia perdida. Los gastos pueden ascender a cientos de dólares.

La tarea requiere materiales de todo tipo, procedentes de tiendas mayoristas, beneficencias, ventas de garaje e incluso comercios lejanos. Sally selecciona cada insumo con el mismo respeto con el que elige los hilos que enhebrará en su vieja Singer. Cada costura rescata un pedacito de memoria y cada intervención transforma el peluche en una pequeña obra de reconstrucción textil, de reciclaje, lista para vivir nuevas aventuras y abrazos. No hay detalle demasiado pequeño ni gesto irrelevante: reparar un ojo, una oreja, o diseñar una nariz con puntadas, pueden dar vida a un tesoro familiar o devolver intacto ese juguete de apego de un niño. Ofrecen un servicio telefónico en esos casos mientras el oso está “internado en el hospital”. Son videollamadas de 15 minutos que el equipo pone a disposición: durante la estadía del muñeco en el taller de Pensilvania, los niños —frecuentemente angustiados por la separación de su amigo de tela— pueden ver su estado, seguir el avance de la reparación y mantener ese vínculo indispensable mientras se prolonga la espera.

Para Sally y su familia, el verdadero motor de Winey Bears Repair nunca fue el dinero, sino la alegría que devuelve a grandes y chicos. “Es la sonrisa de felicidad de la gente”, dijo Sally en una entrevista, con una sonrisa sincera.
Sally y su hija Abby, quien trabaja con ella desde 2021, entienden la carga emocional que tienen esos muñecos, heridos o desgastados, testigos silenciosos de historias de vida. Como madre e hija asumen: “Llevan historias y secretos, han viajado, han sido compañeros de quienes se sentían solos y han ayudado a muchos a superar momentos difíciles. Son un recordatorio del tiempo pasado y es un honor mantener vivas esas memorias, puntada a puntada”.

Cada restauración se vive como una bendición, especialmente cuando el mundo parece caótico y hostil. Se trata, en definitiva, de un trabajo signado por la empatía y el deseo irreductible de restaurar no solo tela y relleno sino, sobre todo, la ternura, la confianza y los recuerdos.
Winey Bears Repair se distingue, además de por su pericia con aguja e hilo, por ser un emprendimiento genuinamente familiar, donde cada integrante tiene un rol esencial en la cadena de restauración y afecto. Con el correr de los años, y a medida que la demanda por restauraciones fue en aumento, la vida y el taller de los Winey conservaron ese tono doméstico, casi ritual, donde el trabajo es, además, ocasión de encuentro intergeneracional.
La incorporación de Abby marcó el regreso a una dinámica propia de los orígenes, cuando la familia entera reunía fuerzas para cumplir plazos y alimentar la creatividad. Tras diecisiete años en una carrera corporativa, Abby decidió abandonar la oficina y regresar al lado de su madre, primero en tareas de ventas y marketing, y pronto de nuevo ante la máquina de coser. Redescubrió no sólo su antigua destreza manual, sino también una pasión renovada por dar nueva vida a los peluches en mal estado.

El negocio, sin embargo, no se limita a Sally y Abby. Detrás de la magia hay una red de familiares que sostiene la logística y la relación con los clientes. Bill Winey, o “Pop Pop”, esposo de Sally, atiende los teléfonos y responde correos electrónicos, aconsejando a quienes buscan ayuda para evaluar el nivel de restauración necesario, entre chiste y chiste. Además, ayuda en tareas técnicas, desde vaciar y rellenar hasta despachar pedidos desde el taller en Statesville.
Shawn Cornelius, esposo de Abby, recibe cada paquete, comunica la llegada a sus dueños y colabora en la limpieza, relleno y embalaje para el retorno final. Incluso las pequeñas CeCe y Lucy, hijas de Abby y Shawn, participan activamente. Lucy abraza cada peluche recién restaurado antes de enviarlo de vuelta, mientras CeCe los “inspecciona” y selecciona el lazo con moño para el cuello que mejor encaje con la personalidad renovada.
Lo que comenzó una solución para salir del paso en una crisis económica, se transformó con el tiempo en la semilla de un negocio familiar, que impulsó la creatividad y multiplicó el afecto.
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