
El 28 de julio de 1945, un trágico accidente marcó la historia de la ciudad de Nueva York y del edificio más emblemático de la metrópoli: el Empire State Building. Aquel día, un avión bombardero B-25 se desvió en medio de la niebla y se estrelló contra la estructura entre los pisos 79 y 80. El suceso dejó como saldo catorce fallecidos y veintiséis personas heridas. Entre los involucrados se encontraba Betty Lou Oliver, una joven de 20 años, que transitaba su último día de trabajo como operadora de ascensores. La mujer, reseñó The New YorkTimes, pasó a la historia por ser una de las pocas sobrevivientes de la tragedia.
La jornada había comenzado con grandes expectativas para Betty Lou. Tenía planes de reencontrarse con su esposo, Oscar Oliver, tras dos años separados por el servicio militar de él en la Marina de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Ella había tomado el trabajo en el Empire State en tanto aguardaba por el final de las labores de Oscar y, tras dar su aviso de renuncia, pensaba regresar con él a su ciudad natal, Fort Smith, Arkansas, para iniciar una etapa juntos.
El destino, sin embargo, tenía otros planes. Mientras Betty Lou cantaba alegremente en el ascensor número 6, el avión pilotado por el teniente coronel William F. Smith impactó contra la fachada norte del edificio.
El choque fue devastador. Según precisó The Washington Post, uno de los motores atravesó el hueco del ascensor, destruyó cables de acero y desató una explosión que dejó el interior cubierto de humo y fuego. Betty Lou sufrió graves quemaduras y múltiples heridas, entre ellas fracturas en el cuello, pelvis, espalda y ambas piernas.

Según testimonios recogidos posteriormente, la joven quedó atrapada en el interior del ascensor justo cuando comenzaron a fallar los cables que lo sostenían. Sin posibilidad de contacto con el exterior, intentó accionar los controles y se aferró con fuerza a las paredes. De pronto, el ascensor se precipitó al vacío y recorrió alrededor de 305 metros. Betty Lou describió la sensación de descenso vertiginoso y la impotencia al verse incapaz de frenar la caída. El accidente fue tan impactante que, al rescatarla de los restos del elevador, se pensó que había fallecido; incluso le colocaron una etiqueta de identificación post mortem y le administraron la extremaunción.
Sin embargo, sucedió algo inesperado. Betty Lou Oliver sobrevivió y hoy conserva el récord mundial Guinness por sobrevivir a la caída más larga dentro de un ascensor.
La clave de su milagrosa salvación fue la presencia de presiones de aire en el hueco del ascensor y un amortiguador de aceite en el fondo del pozo que absorbió parte del impacto. Los médicos coincidieron entonces en que su recuperación fue un milagro. Después de atravesar un extenso proceso de rehabilitación, que incluyó cuatro meses de hospitalización y varios meses más de reposo en casa de unos tíos en Nueva York, pudo finalmente reencontrarse con Oscar y regresar a Arkansas.
El siniestro no solo marcó a Betty Lou, sino también a quienes trabajaban en el edificio y a la sociedad neoyorquina en general. Según People, funcionarios como Catherine O’Connor y Edmund E. Cummings, empleados de la agencia Catholic Relief Services situada en el piso 79, recordaron hacia el 25 aniversario del hecho el insoportable calor, el humo denso y el temor a una muerte inminente. Aquel sábado trabajaban pocas personas, lo que ayudó a evitar una tragedia mayor, aunque las escenas de destrucción y fuego sorprendieron incluso a los equipos de rescate.

El accidente del Empire State Building se debió a una combinación de factores: la intensa niebla, decisiones desafortunadas del piloto —que volaba a una altitud mucho menor a la permitida sobre Manhattan— y el desconocimiento de la situación meteorológica adversa. El choque abrió un boquete de 5,4 por 6 metros en el edificio. Las explosiones generaron llamas visibles hasta los pisos más altos y los motores del bombardero se precipitaron por los huecos internos, exacerbando la gravedad de los daños.
El episodio dio origen a relatos de sobrevivencia y valentía. Betty Lou Oliver pudo salir del hospital tras 18 semanas de tratamiento. A pesar de las secuelas físicas, y del hecho inusual de haber tenido que pasar por la experiencia de la caída más larga jamás sobrevivida en un ascensor, ella evitó toda notoriedad. Sólo dijo al New York Times que era “imposible olvidar una experiencia de esas características”.
Con el paso del tiempo, el caso de la operadora de ascensores inspiró el recuerdo permanente en los guías turísticos del edificio y una admiración silenciosa en quienes conocieron su historia. El accidente dejó huellas imborrables en la memoria colectiva de la ciudad y en la vida de quienes fueron testigos de aquella inesperada mañana de tragedia y milagro en el corazón de Nueva York.
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