
El aire espeso en la sala de urgencias del Hospital General de Riverside se tornó irrespirable. Mientras el equipo médico intentaba estabilizar a una mujer tendida en la camilla, con la piel cubierta por una película aceitosa y un olor punzante que invadía el ambiente, nadie hablaba. Sin embargo, todos percibían que algo no encajaba: la atmósfera sofocante, y un extraño resplandor en el cuerpo de la paciente parecía anticipar que aquella no sería una intervención rutinaria.
El caso de Gloria Ramírez, apodada la “mujer tóxica”, continúa desconcertando a la medicina décadas después de su muerte en un hospital de California. Lo ocurrido la noche en que ingresó de urgencia no solo impactó al personal sanitario, sino que se transformó en uno de los episodios más inquietantes para la ciencia y la opinión pública.
Su historia, marcada por síntomas inusuales y una cadena de intoxicaciones inexplicables, sigue generando preguntas sin respuesta. Aún persiste el enigma de la denominada “dama tóxica”.
Un caso que sorprendió a la medicina

El 19 de febrero de 1994, el Hospital General de Riverside, en California, vivió una emergencia médica sin precedentes. Gloria Ramírez, de 31 años y con cáncer cervical avanzado, ingresó por insuficiencia respiratoria. El diagnóstico era reservado: presentaba taquicardia, presión arterial baja y una seria dificultad para respirar. Los médicos aplicaron ansiolíticos, antiarrítmicos y oxígeno, pero su condición no mejoró.
Para ser más específicos, le administraron diazepam para calmarla, lorazepam para controlar posibles convulsiones y midazolam, otro sedante, por vía intravenosa. También recibió lidocaína, un antiarrítmico utilizado para estabilizar el ritmo cardíaco, y fue conectada a una mascarilla con oxígeno al 100 %. Estos procedimientos eran parte del protocolo de emergencia ante un cuadro clínico de colapso.
Durante la atención, el personal notó señales singulares. La piel de Ramírez exhibía un brillo aceitoso, inusual incluso en pacientes terminales, y desprendía un olor fuerte y picante, descrito como una mezcla de ajo y productos químicos. Al tomarle sangre, una enfermera identificó un aroma parecido al amoníaco y la médica residente Julie Gorchynski observó en la muestra unas partículas amarillentas, densas y flotantes, que no lograba identificar.

Sin radares, ni comunicación por radio, el desconcierto se apoderó del equipo. El aire en la sala se volvió pesado, casi irrespirable. Una técnica respiratoria fue la primera en desvanecerse; Gorchynski colapsó poco después, entre espasmos musculares y confusión neurológica. Esa reacción en cadena continuó con varios médicos y enfermeros cayendo al suelo o siendo retirados de la sala de emergencia. El desfibrilador fue inútil y la paciente falleció poco después, sin que pudiera determinarse con claridad la causa directa de muerte.
Ese evento desató una reacción en cadena en la sala de emergencias. En total, veintitrés personas resultaron afectadas por la exposición a los vapores emanados del cuerpo.
Cinco médicos y enfermeras necesitaron ser hospitalizados, y Gorchynski sufrió convulsiones, pancreatitis y lesión ósea severa (producida por la interrupción del flujo sanguíneo hacia el hueso, con una muerte progresiva del tejido y deterioro, particularmente, en la cadera). El daño fue permanente, el dolor crónico y la pérdida de movilidad la obligaron a utilizar muletas durante meses y las secuelas que persistieron mucho después del incidente.

Ante la magnitud del suceso, el hospital activó un estado de emergencia interna. Se evacuó el área afectada, se ordenó la eliminación inmediata de la ropa del personal expuesto y se aisló la zona como medida preventiva, en un operativo similar al que se implementaría ante una fuga química o un incidente biológico.
La noticia atravesó rápidamente los límites de la institución. Medios nacionales e internacionales, lo catalogaron enseguida como el caso de la “mujer tóxica”. La falta de explicaciones inmediatas y el elevado número de personas afectadas alimentaron el misterio y captaron la atención del público y de la comunidad médica.
Hipótesis científica y limitaciones
En los días siguientes, se desplegó una investigación sin precedentes. El Departamento de Salud y Servicios Humanos de California asumió la investigación forense, interrogando a quienes estuvieron presentes en urgencias aquella noche: un total de 30 profesionales. Los síntomas registrados entre quienes estuvieron en el lugar fueron desde desmayos y espasmos musculares hasta dificultad respiratoria.

Paralelamente, científicos del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore plantearon un hallazgo clave que cambió la perspectiva: Ramírez usaba dimetilsulfóxido (DMSO) como compuesto para paliar el dolor, un solvente con un olor penetrante a ajo.
La hipótesis principal indica que el oxígeno suministrado a la paciente podría haber transformado este compuesto en dimetilsulfona (DMSO2), que se cristaliza a temperatura ambiente. Las partículas observadas por la doctora serían DMSO2.
Supuestamente, la descarga eléctrica del desfibrilador habría generado dimetilsulfato (DMSO4), un gas muy tóxico capaz de generar síntomas neurológicos severos y colapso respiratorio con solo segundos de exposición. Esto explicó el cuadro del personal afectado.

La teoría fue respaldada por estudios forenses y publicada en la revista Forensic Science International, aunque algunos especialistas pusieron en duda que tal reacción química pudiera ocurrir dentro del cuerpo humano.
Aunque este planteamiento ofreció cierta coherencia, nunca se logró demostrar de manera concluyente. La hipótesis fue divulgada en medios y revistas científicas, pero ningún experimento posterior recreó completamente las condiciones ni los síntomas presentados por el equipo médico.
De forma paralela, se sugirió una explicación alternativa: que el personal médico había sufrido un episodio de histeria colectiva, acentuado por el estrés y las condiciones extremas. Sin embargo, esta posibilidad fue descartada por los médicos más afectados, quienes presentaron secuelas fisiológicas verificables, y particularmente por Gorchynski, cuya lesión ósea crónica no podía atribuirse a causas psicológicas.

El cuerpo de Ramírez fue sellado en un ataúd hermético y sometido a una autopsia bajo estrictas condiciones de bioseguridad. Los análisis no detectaron toxinas ambientales ni sustancias químicas de laboratorio. Con el paso del tiempo, la falta de evidencia concluyente dejó el caso abierto.
Dudas, controversias y la versión familiar
La familia de Gloria Ramírez siempre se mostró escéptica ante la conclusión oficial. Sostuvo que pudo haber existido negligencia médica y alegó irregularidades en el manejo del cadáver.
Dos meses después del deceso, una autopsia independiente reveló que partes fundamentales del cuerpo, como el corazón, estaban ausentes, y que los órganos presentaban contaminación. El avanzado estado de descomposición frustró cualquier análisis determinante. Las sospechas de la familia se mantuvieron, al igual que el debate sobre el origen real del fenómeno.

Ramírez fue enterrada en una tumba sin nombre en Olivewood Memorial Park, lo que acentuó el aspecto enigmático de su muerte y sumó un matiz trágico al caso.
Un misterio aún presente
El expediente de Gloria Ramírez pasó a formar parte de la cultura popular. Inspiró episodios en series de televisión y análisis en documentales, consolidando su apodo como la “mujer tóxica”. Las investigaciones oficiales no alcanzaron un consenso definitivo. Ni la comunidad científica ni la familia lograron encontrar una respuesta irrefutable.
A casi tres décadas del suceso, la intoxicación masiva en el hospital de Riverside permanece como uno de los grandes enigmas de la medicina moderna. La historia de Ramírez sigue recordando que la ciencia, por rigurosa que sea, a veces encuentra límites ante fenómenos extraordinarios y, en ocasiones, la explicación más lógica puede no resolver del todo el misterio.
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