Michael Rockefeller, hijo de Nelson Rockefeller y descendiente de una de las familias más influyentes de Estados Unidos, desapareció en noviembre de 1961 en la remota región de Asmat, Nueva Guinea.
Tenía 23 años y prefería la exploración y la fotografía antes que el camino empresarial impuesto por su apellido. Dejó atrás la seguridad de Nueva York y se internó en uno de los territorios más inaccesibles del planeta para estudiar las costumbres de los asmat y recolectar piezas para el Museo de Arte Primitivo de Nueva York.
Las condiciones en Asmat eran extremas. Según reseñó National Geographic, no existían rutas y la humedad convertía los senderos en lodazales durante casi todo el año. Los habitantes vivían según normas distantes de la cultura occidental y mantenían prácticas que incluían el canibalismo ritual y el uso de artefactos tallados en madera, los bisj, que sobresalían en el arte local. Michael recorrió trece aldeas, intercambió objetos de valor para los nativos —hachas, telas, anzuelos, tabaco— por tambores, lanzas, figuras y remos.
El 18 de noviembre de 1961, junto al antropólogo René Wassing y dos jóvenes asmat, Michael emprendió una travesía fluvial a bordo de un catamarán. El motor falló en la desembocadura del río Betsj, una ola volcó la embarcación y el grupo permaneció aferrado a la barcaza durante horas. Michael decidió intentar llegar a tierra firme. Ató dos bidones vacíos a su cuerpo y nadó hacia la orilla, mientras el río presentaba amenazas reales de cocodrilos y pirañas. Esa fue la última vez que alguien reportó verlo con vida.

“El multimillonario Nelson Rockefeller recibió la noticia, comunicada por la Embajada holandesa, de que su hijo ha sido dado por perdido”, expresaba la gráfica de ABC en aquel entonces. El joven “cayó al agua cuando iba en una pequeña embarcación indígena. El lugar: una zona próxima la aldea de Agats, entre los puertos de Merauke y Kaimana, al norte de la isla de Frederick Hendrik. Confirman que formaba parte de la expedición que estudiaba y filmaba la vida de los indígenas de Nueva Guinea”, señalaba.
Inmediatamente, la familia Rockefeller puso a disposición todos sus recursos. Barcos, aviones, helicópteros y numerosos lugareños participaron en una búsqueda sin precedentes. La operación no logró ningún resultado. Las autoridades holandesas dieron por terminada la búsqueda y atribuyeron la muerte de Michael a un ahogamiento, aunque nunca se encontró el cuerpo.

A partir de ese momento, el caso se volvió un enigma internacional. Las dudas sobre el destino real de Michael Rockefeller se multiplicaron. Según detalló National Geographic, diversos testimonios sugerían que la tribu Otsjanep tuvo un papel directo en su muerte. Wim van de Waal, holandés vinculado a la venta de la embarcación a Michael, investigó durante meses y recopiló relatos donde se detallaba que los nativos lo mataron y practicaron un ritual caníbal con sus restos. El Gobierno holandés prefirió mantener la hipótesis oficial del ahogamiento para evitar conflictos mayores.
Décadas después, el periodista Carl Hoffman recopiló evidencias junto a testimonios de misioneros y habitantes locales, los cuales confirmaron que miembros de la tribu asmat identificaron a Michael como extranjero, lo atacaron y lo mataron para vengar los abusos coloniales previos. Según describieron -detalla NatGeo- el grupo utilizó su cuerpo en actos rituales que incluyeron el consumo de su carne y el uso de sus huesos en armas y adornos tribales.

La historia de Michael Rockefeller se transformó en leyenda. Sus diarios personales y las piezas asmat que logró recuperar encontraron lugar en museos y archivos especializados. El caso inspiró libros, películas, documentales y canciones. Ni los recursos ni la influencia de una de las familias más poderosas del mundo lograron revertir el final trágico del hijo rebelde. Tampoco se esclarecieron todos los detalles.
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