
El cronista de The Times salió maravillado de la demostración realizada en un laboratorio del número 22 de Frith Street, en el distrito de Soho, en Londres, a la que fue especialmente invitado el jueves 26 de enero de 1926, junto con un grupo de científicos de la Royal Institution británica. Dos días después escribió un artículo con un título enigmático: “El Televisor, una prueba exitosa de un nuevo aparato”, donde relató su experiencia frente al novedoso artilugio inventado por un escocés llamado John Logie Baird. “La imagen transmitida era difícil de ver y a menudo borrosa, pero suficiente para sostener que el ‘televisor’, que es como Baird ha llamado a su aparato, sea capaz de transmitir y reproducir instantáneamente detalles de movimientos, y otros detalles como el movimiento de la expresión facial”, contó. La imagen a la que el anónimo periodista se refería era la de la cabeza de un muñeco al que el inventor llamaba “Bill” y que se convirtió en el protagonista excluyente de la primera transmisión de televisión realizada en el mundo.
Para la mirada de un lego – como el cronista de The Times entonces y quien escribe estas líneas casi un siglo más tarde – el artilugio presentado por Baird era realmente complicado. Era una suerte de escáner compuesto por unos treinta discos, con una fotocélula que detectaba el brillo de la luz que incidía sobre el objeto a transmitir – en ese caso, la cabeza de “Bill” – y convertía las variaciones de luz a lo largo de cada línea de escaneo en cambios en la corriente eléctrica. La señal que resultaba de eso se amplificaba y se transmitía a un receptor, donde había una lámpara de descarga de gas neón detrás de un segundo disco perforado, sincronizado con el disco transmisor, donde se producía el proceso inverso. Finalmente, una pantalla de vidrio esmerilado difundía el electrodo incandescente de la lámpara, que era modulado por la señal recibida. La imagen resultante –la del bueno de “Bill”- se visualizaba en la superficie del disco giratorio. El reto técnico consistía en proporcionar suficientes imágenes por segundo para que el sistema visual humano percibiera el movimiento continuo. Así funcionaba el primer televisor.

La imagen de aquella primera transmisión tenía una resolución de apenas 25 líneas y era diminuta, pero el rostro de “Bill” era perfectamente reconocible. Entrevistado por la BBC en 2016, a la edad de 104 años, Andy Andrews, uno de los asistentes de Baird, que por entonces era apenas un adolescente, recordó el impacto que causó la presentación entre invitados: “No podían creerlo... las imágenes eran un poco borrosas, pero fue increíble; quedaron absolutamente asombrados por ella”, contó.
Al final de su artículo de 1926, el periodista de The Times dejaba de lado su asombro para plantear un interrogante: “Todavía queda por verse hasta qué punto los posteriores desarrollos llevarán el sistema de Baird hacia un uso práctico”, decía. La respuesta no demoró en llegar, muy pronto Baird perfeccionaría su aparato y apenas un año después consiguió emitir imágenes desde Glasgow hasta Londres, y dos años más tarde hizo lo mismo, pero cruzando el océano Atlántico, desde Londres hasta Nueva York. Por esos logros, Baird pasó a la historia como el pionero de la televisión.

Pasión por inventar
El televisor –como él mismo lo bautizó– no era el primer invento de John Logie Baird. Para 1926 ya había ideado, con mayor o menor éxito, algunos otros artilugios. Nacido en Helensburgh, Escocia, el 13 de agosto de 1888, a los veinte años intentó “fabricar” diamantes calentando grafito. Más tarde, Baird inventó una máquina de afeitar de vidrio, que era resistente a la oxidación, pero se rompía. Inspirado en las ruedas neumáticas, había creado unos zapatos neumáticos, pero su prototipo contenía globos inflados, que estallaban al caminar. También inventó unas medias térmicas -los calcetines Baird-, con una capa extra de algodón que proporcionaba calor, y logró ponerlas en el mercado con relativo éxito.
En 1923 creó un laboratorio en un dormitorio en Hastings para experimentar con la televisión mecánica, pero lo desalojaron después de que casi se electrocutó durante una de las pruebas. No se desanimó por eso y montó un nuevo laboratorio en Frith Street, donde siguió avanzando con su proyecto. Para lograr su primer éxito, Baird se apoyó de conocimientos obtenidos en avances previos, como el disco Nipkow, patentado en 1884 por el estudiante alemán Paul Nipkow, al que puede considerarse como precursor de ese primer sistema de televisión electromecánico que presentó en enero de 1926. Ese logro se consideró la primera demostración realizada a nivel mundial de la televisión: la posibilidad de “ver a distancia”, que revolucionaría las comunicaciones, la sociedad y la cultura.
La noticia de la invención de Baird no tardó en recorrer el mundo. Por ejemplo, en 1927, el diario español ABC dedicó un extenso reportaje en el que elogiaba al inventor escocés y su novedoso aparato, al que consideraba superior a otros inventos de los años anteriores. “El cinematógrafo, gracias al cual contamos hoy con un elemento de distracción sumamente interesante, nos ofrece tan sólo la visión de una escena. Nos permite ver que una gran actriz habla, más no podemos oírla. La radiotelefonía, por el contrario, nos proporciona la audición de la voz, del canto, de la música, pero nos impide ver la acción de la escena, los movimientos y gestos del actor, su expresión cómica o trágica, etc. Necesitábamos un medio, un procedimiento que haga posible ambas cosas simultáneamente. La constancia y el ingenio de un hombre ha consumado, después de vencer numerosas dificultades, el sueño de dejarnos ver a distancia la expresión y los movimientos de una cara y que podamos ser testigos de algo que sucede muy lejos. Este hombre es Baird, y su invento admirable, la Televisión”, decía.

El éxito y la caída
Aquella presentación de 1926 y las transmisiones desde Glasgow a Londres, primero, y desde Londres a Nueva York, fueron los primeros pasos, porque Baird siguió trabajando para perfeccionar su invento y Andy Andrews se convirtió en uno de sus más cercanos colaboradores. “Era el hombre más agradable con el cual asociarse. Era un buen colega. Si alguien tenía una buena idea, él la desarrollaba por ellos y con ellos. Además, era muy inteligente, amable y honesto. Me gustaría que hubiera más cómo él. Nunca llegué a cansarme de trabajar a su lado. Siempre reconocía el trabajo de los demás. Nunca se atribuyó méritos que no tenía, como Marconi. Marconi nunca inventó nada en toda su vida. Él siempre se apropió de todo diciendo que era él quien pagaba los salarios de sus empleados”, contó en 2016 sobre su experiencia de trabajo con Baird.
La referencia a Marconi no era gratuita, porque la empresa del italiano fue la que se interpuso en el camino del inventor escocés. En 1929 el sistema de barrido mecánico de 240 líneas desarrollado por Baird, con el que la imagen se volvió mucho más nítida, fue adoptado experimentalmente por la BBC y alrededor de 1930 se comercializó el modelo de televisor “Plessey”, con el cual los espectadores británicos podían seguir las emisiones de la época. Baird mismo presentaba el aparato haciendo demostraciones en distintas tiendas londinenses para popularizarlo. “Era muy divertido estar trabajando en algo tan especial. Había una gran expectativa. Sorprendíamos a la gente y muchas personas pensaban que era un truco. Fue un momento feliz. Nunca nos importó cuántas horas trabajamos, sencillamente seguíamos trabajando más y más y más”, recordaba Andrews.

Para entonces, los competidores comenzaron a ganarle terreno. En 1935, la BBC dejó de lado el sistema electromecánico de Baird y lo reemplazó por el sistema de televisión Marconi, totalmente eléctrico. Fue una derrota a medias, porque casi al mismo tiempo la oficina de Correos de Alemania estaba desarrollando por su cuenta un sistema de emisión de televisión basado en su modelo electromecánico y lo convocaron para que los ayudara a montar la primera red de televisión por cable de Europa.
Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, de regreso a Londres, el ingeniero escocés se centró en el desarrollo de la televisión en color y el 16 de agosto de 1942 realizó la primera demostración pública de un tubo electrónico de tonalidades. Cuando lo lanzó, recibió ofertas para comprarle la compañía, que tenía unos 600 empleados, por 100.000 libras esterlinas, pero Baird se negó. “No podría dormir por las noches sabiendo que tengo semejante fortuna”, respondió.
Le quedaban pocos años de vida. John Logie Baird murió como consecuencia de un accidente cerebrovascular el 14 de junio de 1946 en Bexhill-on-Sea en Sussex. Casi ocho décadas después de su muerte, los desarrollos de su invento primigenio están en todos los hogares del mundo y a él se los considera uno de los diez científicos escoceses más grandes de la historia.
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