
John Balson fue un productor británico reconocido dentro del género de crímenes. Trabajó en series como Meet, Marry, Murder, Britain’s Deadliest Lovers y In the Footsteps of Killers, esta última para Channel 4, conducida por Emilia Fox y el criminólogo David Wilson.
Según The Guardian, en ese último proyecto investigaba un caso vinculado a una presunta red de pedofilia en Londres durante los años noventa.
Desde el inicio, todo fue cuesta arriba: la familia de la víctima no quería participar, los testigos no colaboraban y él mismo recibió amenazas. Para The Times, a pesar de ello, según relató en un texto encontrado más tarde, sus jefes le indicaron que debía seguir adelante.
El contenido de la carta que dejó era desgarrador. En ella, Balson escribió que si pudiera volver atrás, habría trabajado menos.
Lamentaba no haber priorizado su salud mental ni haber impuesto límites a una industria que, según él, trata a sus trabajadores como “carne”, sin contemplar el impacto psicológico de pasar horas revisando fotos de cadáveres o entrevistando a víctimas de abuso.
“No hay cuidado alguno por cómo nos afectan las horas o las historias. Fui un tonto al no tomar más descansos”, escribió, según Daily Mail.

Su colapso físico comenzó el 18 de marzo del 2024. Según contó su familia a The Guardian, ese día se encontraba en las oficinas de Alaska TV, en Chiswick, cuando, al dirigirse al baño, le pareció que el pasillo se inclinaba. Al día siguiente, al despertar, la sensación se repetía: la cama parecía moverse como una balsa.
Pronto llegaron los síntomas persistentes: vértigo, cefaleas diarias, náuseas, ataques de pánico. Visitó a médicos generalistas, neurólogos, otorrinolaringólogos. Gastó más de 3.000 dólares en atención médica privada: pruebas, escáneres, fisioterapia, medicación. Nada funcionaba.
La intensidad de los síntomas y su resistencia al tratamiento lo sumieron en la desesperación. Dejó de correr, de cocinar, de estudiar japonés. Su esposa, Yumeno Niimura, expresó que actividades que antes le daban alegría, como ver partidos de fútbol, ya no le generaban ninguna emoción.

Según The Guardian, en su diario personal, que fue leído durante la investigación, Balson escribió que sentía “como un cuchillo caliente en la cabeza todo el día” y que su única motivación era “ver crecer a sus hijas”.
En medio de ese calvario físico, comenzó a hablar abiertamente de suicidio. El 18 de abril, le dijo a su médico que no podía más con el dolor y que se encontraba en un estado de “agonía constante”.
Tres días después, el 21, intentó quitarse la vida en su propia casa. Su madre, Margaret, lo encontró a tiempo y llamó a emergencias. Pasó 31 horas en una silla en el área de emergencias del Hospital Queen’s de Romford. No había camas disponibles.

De acuerdo con The Guardian, un psiquiatra se acercó, escribió unas notas en un papel y prometió volver. No lo hizo. Le administraron diazepam y lo mandaron a casa. Margaret le tomó una foto y la envió a la ministra de Salud. No recibió respuesta.
Pese al episodio, nunca fue internado. El Daily Mail dice que la doctora Isabelle Ritouret “no creyó que tuviera intención real de suicidarse” y pensó que su apego a la familia era un “factor protector”.
Según Deadline, días antes de morir, la terapeuta de John había alertado al médico de cabecera: durante una llamada telefónica, él le había dijo con calma que “esa sería la última vez que hablarían”. La advertencia no bastó para activar ningún protocolo.
En su historial médico, además, había señales que mostraban la gravedad de su estado. Llegó a golpearse la cabeza con una botella en un intento de aliviar el dolor. Se quejaba de no recibir atención integral.

Niimura dijo al Daily Mail que fue un “fracaso del sistema de salud, pero también de la industria audiovisual”.
Ese sistema, en el que John había construido su carrera, estaba en crisis. Tras la pandemia, muchos productores independientes se vieron sin trabajo. La presión aumentó para quienes aún conservaban contratos.
Según datos del sindicato BECTU citados por The Guardian, el 68% de los trabajadores freelance estaban sin empleo en 2023, y el 75% reportaba problemas de salud mental. John se sentía afortunado por trabajar, pero también atrapado: su contrato estipulaba que, si faltaba más de una semana por enfermedad, la empresa podía terminar el vínculo.
Vivía con miedo a perder su lugar. Se sentía culpable por delegar tareas. Llevaba años sumido en historias de asesinatos, violencia doméstica, abuso infantil.
Según su amigo Jack McKay, productor como él, John era profundamente empático y cargaba con cada historia. “Decía que había dejado entrar la oscuridad con su obsesión por el crimen”, recordó a The Guardian.
En su diario escribió que se arrepentía de no haber hecho programas más positivos, como documentales de naturaleza.
Hubo un momento en que pensó que cambiaría de rumbo. Un especialista privado, el doctor Surenthiran, le confirmó que sufría migraña vestibular, una condición que afecta el equilibrio y la visión.
Según el neurólogo Diego Kaski, citado por The Guardian, este trastorno no tiene una prueba diagnóstica clara y suele tardar años en ser identificado.
John lo logró en dos meses. Le prescribieron un tratamiento preventivo. Una cita presencial fue programada para unos días después. Él mismo grabó la conversación. En ella, su voz se quebraba con alivio.

Pero el dolor físico, la falta de sueño y la culpa acumulada fueron más fuertes. La noche anterior, cenó solo en su cuarto. Niimura se durmió en la habitación de su hija para no molestarlo. A la mañana siguiente, cuando despertaron, él ya no estaba. El coche había desaparecido.
Su teléfono sonaba sin respuesta. “Por favor, vuelve John. El doctor Surenthiran te va a ayudar”, escribió su madre. Ya era tarde. Esa misma mañana, la policía llegó a su casa para comunicar la noticia.
John había salido temprano de su casa en el este de Londres, tras dejar su anillo de bodas. Se dirigió hacia el Puente de la Reina Isabel II. Se suicidó.

Según The Daily Mail, la autopsia determinó que la causa de la muerte fueron múltiples lesiones severas por una caída desde gran altura. Tenía 40 años. Dejaba una hija pequeña, una esposa embarazada de su segundo bebé, y una carta.
“Si alguien está leyendo esto y trabaja en esta u otra industria explotadora, dejen de trabajar tanto. Tómense un descanso. No se exijan tanto por hacer dinero. No vale la pena arriesgarse a un destino tan grotesco como éste. La vida no es nada sin equilibrio. Algo que aprendí demasiado tarde".
Tras su muerte, Channel 4 inició una investigación externa a cargo del estudio legal Reynolds Porter Chamberlain. Alaska TV se declaró “devastada”, pero evitó dar declaraciones mientras se desarrollaba la auditoría.
La Asociación de Productores de True Crime convocó una reunión de urgencia. En septiembre del 2024, se lanzará una organización de bienestar para trabajadores audiovisuales. El sindicato BECTU exige incluir el apoyo psicológico en los presupuestos de producción.
Pero para su familia, nada es suficiente. Niimura, embarazada de su segunda hija, dijo que quiere que la historia se sepa para evitar que otros atraviesen lo mismo.
“¿Fue este programa tan valioso como para que alguien muera por él?”, preguntó en una declaración pública a The Times. “¿Fue tratado con dignidad y respeto? ¿Había alguien allí para cuidarlo?”
Hoy, su madre dice que todavía le escribe por WhatsApp. Que toma fotos para mostrárselas. Que lee sobre migrañas buscando una cura para él. Y que, cada vez que recuerda que John está muerto, las piernas le fallan.
El último mensaje en el diario de su hijo, escrito tres días antes de su muerte, es breve, honesto, imposible de ignorar. “Ojalá me hubiera tratado con más amabilidad”.
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