El día que Isabel fue coronada reina de Inglaterra: un millón de personas en las calles de Londres y su momento “a solas con Dios”

Reinó durante siete décadas, vio pasar 15 primeros ministros británicos, 14 presidentes de EE.UU. y 7 papas. Isabel II fue símbolo de estabilidad en un mundo inestable. Nunca dejó de ser aquella joven que llegó al trono a los 25 años con la promesa de poner su vida al servicio de su pueblo

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La reina Isabel fue coronada
La reina Isabel fue coronada el 2 de junio de 1953 (Credit Image: © Keystone Press Agency/Keystone USA via ZUMAPRESS.com)

El 2 de junio de 1953, millones de británicos se sentaron frente a sus televisores, algunos por primera vez en su vida. En Londres llovía, pero nadie se movía de su lugar. La ciudad, adornada con flores, banderas y retratos reales, parecía latir al ritmo de un único corazón. Dentro de la Abadía de Westminster, bajo las bóvedas góticas que habían visto pasar a casi cuarenta monarcas antes que ella, una joven de gesto sereno y mirada firme se preparaba para recibir la corona. Era Isabel II. Tenía 27 años y estaba a punto de convertirse, oficialmente, en soberana del Reino Unido.

Había pasado más de un año desde la muerte de su padre, el rey Jorge VI, quien falleció el 6 de febrero de 1952. Isabel, su hija mayor, tenía entonces apenas 25 años y se encontraba de gira en Kenia con su esposo, el príncipe Felipe. Fue allí, en un alojamiento colgado entre los árboles del Parque Nacional de Aberdare, donde le comunicaron la noticia: su padre había muerto mientras dormía. Y con esa muerte, ella se convertía en reina. No hubo transición. La sucesión era inmediata. A la mañana siguiente, los medios del mundo ya la llamaban “Su Majestad”.

La muerte de un rey

El rey Jorge VI había ascendido al trono casi por azar, tras la abdicación de su hermano Eduardo VIII en 1936. Hombre reservado, con un tartamudeo que lo acompañó toda su vida, se convirtió en símbolo de integridad durante la Segunda Guerra Mundial. Nunca abandonó Londres durante los bombardeos, caminaba entre las ruinas, hablaba con los ciudadanos. Su figura tímida pero firme fue un ancla para una nación herida.

Pero tras la guerra, su salud empezó a deteriorarse. Fumador empedernido, en 1949 comenzó a experimentar episodios de trombosis. En septiembre de 1951, se le diagnosticó un cáncer de pulmón, aunque la palabra fue cuidadosamente evitada en los comunicados oficiales. Fue sometido a una cirugía para extirparle el pulmón izquierdo en una operación que se realizó en secreto dentro del Palacio de Buckingham. Tras la intervención, su fragilidad se hizo evidente. Perdió peso, se fatigaba con facilidad y sus apariciones públicas se espaciaron.

Isabel junto  su familia
Isabel junto su familia el día de su coronación (Reuters)

La noche del 5 de febrero de 1952, el rey pasó la velada en su residencia de Sandringham House, en Norfolk. Jugó al bridge con su hija menor, la princesa Margarita, y se mostró de buen ánimo. A las 23.30 se retiró a dormir. A la mañana siguiente, cuando su valet personal, James MacDonald, entró a su dormitorio, lo encontró muerto. Había fallecido durante la noche, a los 56 años, a causa de una trombosis coronaria. La imagen de su cuerpo inmóvil en la cama, con la ventana aún empañada por el frío, quedó grabada en los recuerdos de la corte.

Fue el secretario privado del rey, Tommy Lascelles, quien llamó al secretario del primer ministro para dar la noticia. Luego se activó el protocolo. El país entero supo de la muerte del monarca pocas horas después. El entonces primer ministro, Winston Churchill, pronunció un discurso estremecedor ante la Cámara de los Comunes: “El rey ha muerto mientras dormía, en paz, en su hogar. Su vida fue breve, pero plena en deber y devoción.” Y sobre Isabel, agregó: “Una joven reina, educada en el rigor, asciende al trono con el amor de su pueblo y la guía del recuerdo de su padre.”

Isabel estaba en África cuando su destino dio un giro. El lugar era simbólico: se alojaba en el Treetops Hotel, una estructura elevada sobre árboles, en medio de una reserva natural. Fue allí donde Felipe recibió la llamada. Se tomó un tiempo antes de decírselo. Luego, con una mezcla de gravedad y ternura, le comunicó que su padre había muerto. Isabel, según los testigos, no rompió en llanto. Simplemente guardó silencio y pidió regresar a Londres.

La joven princesa descendió del árbol convertida en reina. Literalmente.

A su llegada a Londres, fue recibida por Churchill, quien la saludó con una inclinación de cabeza. Aunque la coronación se celebraría al año siguiente, Isabel ya era oficialmente la reina. A partir de entonces, su vida cambió para siempre. Tenía 25 años. El pueblo británico, todavía de luto, la observaba con una mezcla de expectativa, tristeza y afecto.

El arzobispo de Canterbury, al
El arzobispo de Canterbury, al frente, lee una bendición a la Reina Isabel II, quien lleva puesta la Corona de San Eduardo, durante su ceremonia de coronación, en Londres, el 2 de junio de 1953 (Foto AP, archivo)

La coronación

La ceremonia fue preparada durante dieciséis meses. Se ensayaron los recorridos, los saludos y las pausas. Fue la primera coronación en ser televisada íntegramente: más de 27 millones de personas la vieron desde sus casas. Muchos alquilaron televisores sólo para ese día. Otros se agruparon en casas vecinas. Isabel había insistido en que las cámaras ingresaran a la Abadía. Quería compartir el momento con su pueblo.

El vestido fue diseñado por Norman Hartnell, con símbolos bordados de cada nación del Commonwealth. Isabel se preparó en silencio. Caminó por el pasillo central seguida de su esposo, Felipe, y recibió los símbolos del poder real: la espada, el orbe, el anillo, el cetro. Fue ungida con aceite sagrado —una mezcla de oliva, jazmín, rosa, canela y almendra— en un momento tan íntimo que no fue televisado. Sólo se vio el dosel bordado que la cubría. El arzobispo de Canterbury dijo: “En ese instante, la reina estuvo a solas con Dios.”

Cuando la corona de San Eduardo —una joya de oro macizo que pesa más de dos kilos— fue colocada sobre su cabeza, el silencio se volvió aplauso. “La corona se alza… y ahora… se posa sobre su cabeza. Dios salve a la Reina”, dijo el locutor Richard Dimbleby. Afuera, un millón de personas bajo la lluvia coreaban su nombre.

El desfile posterior, de ocho kilómetros, fue el mayor despliegue militar desde la Segunda Guerra Mundial. Más de 29.000 soldados formaron parte de la procesión. Isabel y Felipe saludaron desde el carruaje dorado. Las calles eran una fiesta empapada.

La reina Isabel se casó
La reina Isabel se casó con Felipe cuando tenía 21 años

Isabel y Felipe: un amor de hierro y ternura

Felipe de Grecia y Dinamarca fue su ancla y su compañero. Se conocieron cuando ella tenía 13 años. Él tenía 18. Ella quedó fascinada. Comenzaron a escribirse. Durante la guerra, él sirvió como oficial en la Marina Real. Cuando regresó, ella ya era una joven decidida y enamorada.

Se casaron el 20 de noviembre de 1947 en la Abadía de Westminster, en Londres. Ella tenía 21 años y él, 26. Para casarse con ella, Felipe renunció a su religión ortodoxa, adoptó la nacionalidad británica, cambió su apellido a Mountbatten, y dejó su carrera naval. Nunca se quejó. Siempre estuvo un paso detrás de ella, como lo exigía el protocolo, pero fue su confidente, su aliado, su crítico más honesto.

En la coronación, su presencia fue clave. Supervisó detalles, impulsó la modernización de la monarquía, y ayudó a Isabel a sobrellevar la presión. Aunque nunca fue rey, ni tuvo un rol político formal, fue “el único hombre que la trató como a una persona”, como dijo una vez un miembro del gabinete. Estuvieron casados 73 años, hasta la muerte de Felipe en 2021.

“Él ha sido mi fuerza y mi sostén todos estos años”, dijo Isabel en su aniversario de bodas número 50. Su amor fue discreto pero indestructible.

La reina Isabel II luciendo
La reina Isabel II luciendo su característicos atuendos en colores vivos. (Reuters/Infobae)

Churchill y la reina: respeto mutuo

Winston Churchill tenía 77 años cuando Isabel se convirtió en reina. Era el primer ministro más célebre del siglo XX. Ella, una joven de 25 con un destino grabado en la piel. Sus encuentros semanales, privados y sin testigos, fueron memorables. Se respetaban profundamente. Él la trataba con ternura paternal; ella lo escuchaba con atención.

Churchill, que había visto nacer el siglo, reconocía en Isabel una continuidad. Dijo que su “serenidad” lo impresionaba, que su “inteligencia natural” superaba la de muchos políticos. Ella, por su parte, lloró el día en que él renunció. En 1965, cuando Churchill murió, Isabel hizo algo que no había hecho por nadie: llegó al funeral antes que el féretro, un gesto reservado sólo para los reyes. Era su forma de decir adiós.

ARCHIVO - La Familia Real
ARCHIVO - La Familia Real monta guardia durante el funeral de la Reina Isabel II, en Westminster Hall, en el Palacio de Westminster, Londres, el 16 de septiembre de 2022. (Yui Mok/Pool Photo vía AP, archivo)

Lo que hizo especial a Isabel

No fue la reina más joven. Su tatarabuela Victoria fue coronada a los 18. María de Escocia fue proclamada reina a los seis días. Pero Isabel fue especial por otros motivos: reinó durante 70 años, más que ningún otro monarca británico; sostuvo a la monarquía en un siglo de cambios, guerras, escándalos y redes sociales; supo hacer del deber una forma de amor; fue la cara constante de una nación cambiante; y reinó con discreción, templanza y dignidad.

Vio pasar 15 primeros ministros británicos, 14 presidentes de Estados Unidos y 7 papas. Fue símbolo de estabilidad en un mundo inestable.

Y porque, en el fondo, nunca dejó de ser aquella joven de 25 años que recibió la corona con una mezcla de serenidad y destino. Esa que descendió de un árbol en África convertida en reina. Esa que lloró en silencio por su padre, que amó a un solo hombre durante toda su vida, y que cumplió con su promesa hasta el final: “Toda mi vida, larga o corta, la dedicaré a su servicio.”

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