Una desaparición, un regalo costoso y el mejor detective a disposición: el crimen de la joven que salió a correr y jamás volvió

Tiffany Sessions tenía veinte años cuando el jueves 9 de febrero de 1989 se fue de su casa a realizar su rutina diaria para despejarse y bajar de peso. Llevaba solo el reloj que le había regalado su papá y unos walkman negros. El dolor y la desesperación de una familia que invirtió una fortuna para motorizar la búsqueda de la joven desaparecida. Las respuestas tardías de un caso que durante 36 años tuvo pocos avances

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Tiffany Sessions desapareció el 9
Tiffany Sessions desapareció el 9 de febrero de 1989 durante su caminata en Gainesville, Florida

“Me voy a quitar las joyas. Pero voy a vigilar… Si alguien me persigue, ¡tendrá que pelear conmigo por el reloj!”, dijo bromeando Tiffany Sessions (20) a su compañera de departamento Kathleen Hsu (23). Se quitó los anillos, pero se dejó puesto su Rolex combinado oro y plata y sus aros. Ese reloj era un regalo de su padre Patrick que jamás se quitaba.

La tarde estaba fea. Lloviznaba y un frío glacial se introducía por los huesos, pero Tiffany quería hacer su rutina de caminata rápida para despejarse y bajar de peso. Se puso el buzo blanco con rayas grises de mangas largas, con la palabra Aspen en color verde estampada en el frente. Debajo llevaba un pantalón de jogging colorado y zapatillas Reebok. Cuando cerró la puerta de su departamento en Gainesville, donde se había instalado para estudiar en la Universidad de Florida, eran casi las seis de la tarde. Un walkman Sony negro sonaba en sus oídos por toda compañía. Nada de documentos, ni llaves. Estaba Kathleen, que ese día no se sentía del todo bien y decidió quedarse. Volvería en una hora, es lo que solía demorar, para que Kathleen le abriera y pudiera salir a tiempo para su clase en la facultad de farmacología.

A las 8 de la noche Tiffany no había vuelto. Kathleen se preocupó. No era habitual que demorara. Llamó a la policía y luego discó el teléfono de Patrick Sessions, el padre de Tiffany que vivía en Miami.

Era el jueves 9 de febrero de 1989.

Para Patrick y Hilary Sessions, los divorciados padres de Tiffany, comenzaba el calvario.

Sus padres, Patrick y Hilary
Sus padres, Patrick y Hilary Sessions, lideraron una intensa búsqueda que incluyó helicópteros y voluntarios

El orgullo de ser lo que esperan

Tiffany Louise Sessions nació en Tampa el 29 de octubre de 1968 y desde pequeña la llamaron Tiffy.

Su padre Patrick “Pat” Sessions era un reconocido ejecutivo de marketing de una gigantesca inmobiliaria del sur de Florida; su madre, Hilary, integraba la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y viajaba mucho. Lamentablemente, la pareja se divorció demasiado rápido cuando Tiffany tenía solamente ocho meses de vida. Por este motivos, durante esos primeros años de su infancia, Patrick estuvo bastante ausente. Era Hilary quien la llevaba con ella a todos lados: “Yo era la mamá y el papá. Era quien dictaba la disciplina y quien proveía. No había nada que no hiciéramos juntas. Trabajábamos en equipo”, explicó Hilary en una entrevista. “¡Ella era mi obra maestra! Solo tuve una hija. Me esforcé mucho para asegurarme de que fuera tan buena por dentro como por fuera”. Ambas pasaban mucho tiempo en la granja de sus abuelos maternos en Massachusetts, andaban a caballo por el bosque (Hilary le compró a los siete años un pony) y nadaban en un estanque. “Era un lugar perfecto para crecer sana y feliz”, contó Hilary quien también recordó un viaje que hicieron juntas, con ella pilotando, desde Connecticut a Miami. Hilary necesitaba sumar horas de vuelo para conseguir su licencia de piloto comercial.

Con su padre, Tiffany recién volvió a reconectar en la adolescencia. Patrick era millonario, estaba en sus cuarentas, se había vuelto a casar con Kitty con quien había tenido un hijo varón, Jason, y vivían en Coconut Grove, muy cerca del mar, en Miami. Tiffany empezó a pasar los veranos con él y con su medio hermano menor. Lo pasaban bárbaro. Jason contó que su padre “siempre fue un tipo muy activo y divertido. Así que cuando nos reuníamos, hacíamos cosas geniales, como salir a navegar”. Patrick tenía un barco de trece metros de eslora anclado en la bahía a la que daba su casa. Los chicos se llevaron bien desde el comienzo, pero para Patrick conquistar a Tiffany fue un poco más difícil. No haber estado presente en su infancia hacía que ella le pasara alguna que otra factura. Con el tiempo superaron el tema y la relación de Tiffany con sus dos padres fue extremadamente cercana, especial e intensa. Hablaba con ellos a diario por teléfono. Le decía a sus amigas que estaba feliz por haber recuperado a Patrick en su vida. Su padre estaba tan contento y orgulloso con su desempeño universitario que le regaló un Rolex de oro y plata combinado único: una edición limitada con fondo azul. Una vez que Tiffany se lo colocó en la muñeca, nunca más se lo quitó. Admiraba todo lo que hacía su padre quien era presidente de Weston División de la gigante desarrolladora inmobiliaria Arvida, la más importante de Florida.

Después de un tiempo en la residencia universitaria Tiffany decidió mudarse a un departamento más silencioso y tranquilo para poder concentrarse en sus estudios. Con su amiga Kathleen alquilaron uno fuera del campus. A fines de 1988 una severa mononucleosis la tuvo a maltraer, pero a pesar de todo logró aprobar las materias. Tiffany era buena jinete, excelente esquiadora y le gustaba correr. Pero por molestias repetidas en los músculos de sus tibias tuvo que cambiar de entrenamiento. En vez de trotar empezó a ejercitarse con caminatas rápidas. El comienzo de 1989 encontró a Tiffany Sessions en su tercer año de finanzas en la Universidad de Florida. Su sueño era llegar a dirigir una empresa y que sus padres estuviesen cada día más orgullosos de ella.

Según Hilary: “Ella sabía muy bien lo que quería hacer. Sabía a dónde iba a ir”. Según su padre: “Estaba decidida a lograr algo por sí misma”.

Pero los deseos están construídos por la materia impenetrable de la realidad. Una realidad que resultó muy distinta a la que los Sessions habían soñado.

Más de 700 personas distribuyeron
Más de 700 personas distribuyeron cinco millones de afiches con la foto de Tiffany por todo el estado de Florida

La ausencia y lo que sigue

Con la mononucleosis y el estudio Tiffany había aumentado un poco de peso y pretendía bajar unos kilos. Por ello mantenía su rutina: su objetivo era bajar seis kilos. El camino que solía tomar por más que en partes fuera boscoso siempre había sido seguro. Pasaban autos y muchos estudiantes lo usaban.

Ese día que su amiga no volvió en hora Kathleen se asustó. Tiffany era muy puntual, no llegaba jamás tarde a ningún sitio. Pero no perdió las esperanzas de inmediato: “Seguía creyendo que iba a regresar sana y salva”, confesó a la prensa.

Patrick, en cambio, no pensó igual. Apenas se enteró de que Tiffany había salido del departamento solo con su reloj y un walkman, se alarmó: “No tenía la billetera ni el carnet de conducir. Su coche estaba allí. Eso me asustó enseguida. Ya sabes, todas sus cosas estaban allí… Todos empezamos a ponernos nerviosos a medida que avanzaba el día”. Seguían sin noticias sobre Tiffany.

Al día siguiente de la desaparición ambos padres llegaron a Gainesville. Patrick lo hizo en avión a las nueve de la mañana y tomó un taxi porque, como reconoció años después, pensó que no necesitaría alquilar un auto: creía que todo terminaría rápidamente y que sería la mismísima Tiffany quien lo llevaría de retorno al aeropuerto. Pensamientos positivos que resultaron inútiles.

Como en tantos casos de desapariciones de mujeres jóvenes, la policía reaccionó con cierta lentitud al comienzo. Los agentes llegaron al complejo de departamentos Casablanca East, ubicado en SW 35th Place, en Gainesville, pero no sospecharon nada raro. No encontraron señales de lucha en la casa ni en el área y Tiffany no se había llevado su auto del estacionamiento. Recorrieron con perros pastores alemanes la ruta que solía hacer cuando corría tomando por la calle principal de la zona y, luego, un atajo por el bosque. El circuito era una rutina que solía llevarle exactamente una hora. Tiffany era menuda, medía un metro sesenta y pesaba unos 55 kilos. No encontraron ni un solo rastro.

Patrick se movió rápido. Alquiló un helicóptero para escanear las 120 hectáreas que rodeaban el complejo de departamentos de su hija. Y los ejecutivos de su empresa condujeron desde Miami hasta el lugar para colaborar con la desesperada búsqueda por tierra de la hija de su jefe.

Lo único que pudo saberse fue por un vecino: había observado a una joven, que coincidía con la descripción de Tiffany, hablando con unos sujetos que estaban sentados dentro de un auto. Pero no había prestado mucha atención y no supo decir si esa chica se había ido en el auto. Tampoco se pudo confirmar que fuera Tiffany efectivamente la mujer que había visto.

Eran años sin cámaras ni celulares ni gps. Había que confiar en la vista de unos pocos y en la colaboración de otros. Hoy, como el mismo Patrick dijo desolado, “con solo pulsar un botón, puedes llegar a un millón de personas en Facebook. En aquellos tiempos... la televisión era mi Facebook”.

Hilary Sessions aún mantiene esperanza
Hilary Sessions aún mantiene esperanza de encontrar los restos de su hija para darle una sepultura cristiana

Uno de los investigadores principales del caso, Jim Eckert, comentó años después: “Creo que había una gran sensación de urgencia. Esta joven no tenía novio, ni una relación tensa con nadie. Era una buena estudiante. Que desapareciera era bastante inusual”.

Patrick se puso el caso de su hija al hombro desde el primer momento. Tener algunas cosas bajo control le bajaba la ansiedad y ocupaba su mente. Se sentía útil. Puso en práctica sus habilidades marketineras y organizó una de las búsquedas más grandes de la historia del estado de Florida. Contrató a Wayne Black, un investigador privado especializado en secuestros y en la recuperación de niños desaparecidos, quien contó que solamente “en 24 horas, Patrick tenía la foto de Tiffany en el interior de cada caja de pizza que se repartía en el condado de Alachua”. Era un logro.

Unos setecientos voluntarios inundaron el estado con cinco millones de afiches con la cara de Tiffany y buscaron en los alrededores del sendero que solía utilizar para correr.

La esperanza era hallar una pista, por mínima que fuese. Su hermano, Jason, con 17 años, trabajaba a la par de su padre, las 24 horas, para difundir la búsqueda. Patrick recuerda que el objetivo era muy simple: que todo el mundo supiera qué había pasado y cómo era Tiffany para que ayudaran a encontrarla.

Organizó conferencias de prensa y reclutó a algunos famosos, como la leyenda del fútbol americano Dan Marino, quien salió a hablar públicamente del caso y le pidió a sus amigos de la NFL (National Football League) que difundieran el tema. También colaboró el político Jeb Bush y el presentador de Los Más Buscados de América (America ‘s Most Wanted), John Walsh. Walsh no era uno más en la tarea, había atravesado en carne propia el secuestro y brutal asesinato de su propio hijo Adam (6) de un shopping.

Todo esto logró que el caso Tiffany tuviera cobertura nacional. Pero, de todos modos, no hubo avances.

El detective Jim Eckert recuerda cada paso de la ruta que cree que siguió Tiffany Sessions la tarde/noche en que desapareció y cuenta que “todo era un bosque espeso”. Él se preguntó durante mucho tiempo si el captor de Tiffany podría haber sido uno de los trabajadores del complejo de departamentos Hunter‘s Run, ubicado en la ruta que tomaba Tiffany. Intentaron hablar con todas las personas posibles, pero nadie dijo nada que sirviera.

Dispusieron una línea telefónica exclusiva para recibir pistas: tenían unas seiscientas llamadas al día. La tecnología de entonces no era la actual. Rápidamente se vieron desbordados con la cantidad de información que no sabían ni podían procesar. Ni siquiera tenían un fax por lo que Eckert decidió comprar uno.

Había tantas pistas de todo tipo que lo que se generó fue una gran madeja de confusión. Algo importante, que seguro hubiera servido para hallarla, podría estar perdido en esa montaña de datos improcesable.

El padre de Tiffany contribuyó
El padre de Tiffany contribuyó a que la desaparición de su hija se convirtiera en una noticia a escala nacional

El primer sospechoso

El FBI declaró la búsqueda de Tiffany como la mayor de la historia de Florida. Pero nada alcanzó. Pasaron los meses y, luego, los años. Las lágrimas se mezclaron con la impotencia.

Hilary, por su lado, volvió a casarse con Douglas Brown (presidente de South Florida Fishermen), pero no tuvo más hijos y optó por conservar el apellido Sessions de su hija para siempre.

En un momento apareció una pista que los detectives creyeron prometedora: era una carta donde un convicto anónimo contaba que un tal Michael Knickerbocker, violador y asesino en serie quien se encontraba cumpliendo cinco cadenas perpetuas, le había confesado haber asesinado a Tiffany Sessions luego de atarla a un árbol. Decía que el tipo había dispuesto el cadáver en un río cerca de Fort Myers.

Eckert no desestimó la carta y fue a hablar con ese sujeto mencionado: “Era un tipo inquietante... Daba mala espina… Era un poco extraño”. El detective le preguntó si era cierto que había atacado a Tiffany, pero el tipo le respondió: “No. Pero así es como lo habría hecho yo”. Aseguró que no había cometido ese asesinato, pero admitió que había escrito la carta a la policía como parte de un broma pesada.

La pista se cayó.

Pero Patrick no es de los que bajan los brazos: subió la apuesta y aumentó la recompensa hasta 250 mil dólares para quien ofreciera datos sobre su hija. Daría lo que fuera para saber algo.

Patrick Sessions ofreció una recompensa
Patrick Sessions ofreció una recompensa de 250 mil dólares para conseguir pistas sobre el paradero de su hija

Su investigador privado Wayne Black comentó: “Cuando ofrecés una recompensa, consigues que vengan a tí todos los locos”. Tuvo razón. Apareció un hombre que dijo saber dónde estaba la joven: aseguró que estaba enferma y que necesitaba atención médica. Esa persona involucró a Patrick en una alocada persecución automovilística por la ciudad de Miami. El sujeto empezó a decirle que no colgara el teléfono porque si lo hacía “la voy a matar”.

El resultado fue demoledor: el que llamaba era un estafador profesional que terminó siendo atrapado por el FBI y condenado a prisión. Patrick tuvo que aguantar dos intentos más de extorsión. Los locos codiciosos iban tras él y poco les importaba el destino de Tiffany.

Poco más de un año después de la desaparición de Tiffany, en agosto de 1990, hubo una serie de noticias horribles: en solo cuatro días cinco estudiantes fueron asesinados en una residencia de la Universidad de Florida, en Gainesville.

¿Había un salvaje asesino en serie suelto en la zona? Era la pregunta que se hacían los aterrados habitantes del lugar y los estudiantes empezaron a marcharse en masa. Estos últimos hechos inspiraron, en 1996, la película de culto Scream.

Pocas semanas más tarde fue arrestado un ex preso llamado Danny Rolling, quien confesó esos cinco asesinatos y otros más, pero negó haber sido el responsable de lo ocurrido con Tiffany.

La policía finalmente lo descartó de la lista de posibles sospechosos cuando pudieron comprobar que la noche en la que Tiffany fue secuestrada él estaba cometiendo sus fechorías en Shreveport, Luisiana.

Después de esto, el caso se enfrió.

La sheriff Sadie Darnell creó
La sheriff Sadie Darnell creó una unidad especial para investigar el caso de Tiffany casi 25 años después

Una sheriff con prioridades

Patrick y Hilary no abandonaron el caso de su hija. Siguieron haciendo de todo y más. Hubo más de 30 mil pistas. Hilary escribió un libro ¿Dónde está mi Tiffany?. Tuvieron que tratar de identificar unos 170 cuerpos. Visitaron más de 100 psíquicos. Además de enfrentar a defraudadores seriales y mentirosos patológicos. Por momentos Patrick admite que se sintió “abrumado y frustrado”.

En 2006, el condado de Alachu nombró a la primera mujer sheriff del condado: Sadie Darnell. Sadie había crecido escuchando la historia de Tiffany Sessions y muchas veces le había enviado cartas de apoyo y aliento a Patrick. Cuando la nombraron no olvidó su obsesión por los casos sin resolver. Creó una unidad especial para reflotarlos y el primero de la lista era: Tiffany Sessions. Se lo comunicó a Patrick.

En enero de 2013 Sadie, harta de no tener avances, decidió contratar el mejor detective del momento, al hombre que creía necesitar: Kevin Allen. Ella le dijo a Patrick “es de los mejores que he visto en toda mi vida”.

Y le encomendó a Allen enfocarse en un hombre preso por otros crímenes llamado Paul Rowles. Era la primera vez que Allen escuchaba ese nombre. Empezó de cero.

Uno de los principales sospechosos
Uno de los principales sospechosos fue Paul Rowles, un convicto relacionado con otros crímenes cercanos a Gainesville

Con perpetua, pero en libertad

Allen tenía una hija de 18 años que era la luz de su vida. Puso la foto de Tiffany en su escritorio. Durante un año se levantó y se acostó pensando en el caso.

Se empapó en todo lo que había y comenzó a estudiar el prontuario de Rowles. Su ficha policial contaba que en 1972 había asesinado a una ex reina de belleza llamada Linda Fida (20). Rowles, por ese entonces, era un estudiante de arquitectura de 23 años, que se había casado hacía poco tiempo. No parecía encajar con el perfil de un peligroso asesino. La bellísima Linda estaba casada y era su vecina en el complejo de departamentos donde vivían en North Miami, Florida. Rowles la empezó a vigilar mirando por la mirilla de su puerta. Una tarde, luego de que el marido se fuera a trabajar, él esperó que Linda saliera con su ropa para lavar. En ese momento se coló en su departamento y la esperó. Cuando ella volvió la violó, la acuchilló numerosas veces en el pecho hasta que se le dobló el cuchillo y no pudo usarlo más y la terminó por estrangular. La dejó desnuda en la bañadera y cruzó el hall, tan tranquilo hacia su departamento. A las diez de la noche volvió su marido quien encontró a Linda brutalmente asesinada.

La policía revisó esa misma noche la escena y encontró un par de extrañas curitas. Las tomaron para obtener huellas dactilares.

Al día siguiente, los agentes tocaron la puerta de los vecinos. Rowles fue uno de los primeros por donde estaba ubicada su vivienda, justo en frente de la víctima. Los atendió descalzo. Enseguida los detectives notaron algo curioso: ese joven tenía curitas en los dedos de los pies. Rowles era un ferviente tenista y vivía con los pies lastimados. Tomaron sus huellas y, en unos días, detuvieron al asesino: el vecino.

Rowles no se resistió a confesar. Lo hizo con tanta naturalidad que a los detectives se les heló la piel. Casi que estaba orgulloso de haberlo hecho. Les reconoció que, desde hacía bastante tiempo, solía tener impulsos sexuales que no podía controlar. Dijo que hacía meses que seguía los movimientos de Linda y que fantaseaba con violarla. Desde pequeño, aseguró, soñaba con apuñalar a una mujer en el pecho.

Un tipo corriente, un aparente buen vecino, un joven universitario, era el peor asesino.

Fue condenado a perpetua en marzo de 1976 por este asesinato y el juez Rivkind, debido a los detalles perversos del caso, recomendó que no fuera jamás liberado. Pero… nueve años después, en 1985, le dieron el beneficio de la libertad condicional debido al hacinamiento de las cárceles y por su buena conducta. El departamento de libertad bajo palabra pidió que Rowles fuera liberado antes de las fiestas como un gesto de compasión y le abrieron el candado de su celda el 17 de diciembre de 1985. Error. Error. Error.

Habían soltado a un hombre sin remordimientos, sin empatía y con impulsos sexuales ultra violentos.

Hubo casos similares a la
Hubo casos similares a la desaparición y muerte de Tiffany Sessions que llevaron el caso a sospechar de Paul Rowles

Demasiado cerca y un nuevo ataque

En abril de 1988 Rowles se instaló en Gainesville con su nueva esposa a quien había conocido estando en prisión. Consiguió dos trabajos: como repartidor de pizzas en Pizza Hut y como instalador de andamios en el complejo de apartamentos Hunter’s Run. Estaba demasiado cerca de donde se evaporó Tiffany. Sus jefes de entonces dijeron que era sumamente discreto y que se comportaba como si no quisiera ser visto.

El 9 de febrero de 1989, cuando desapareció Tiffany, Rowles casualmente no fue a su trabajo en Pizza Hut.

El dato, a posteriori, resultó más que llamativo. Ella caminaba; él conducía por el mismo camino. ¿Se cruzaron? ¿En qué circunstancias? Es probable que nunca sepamos lo que pasó.

En 1992, otra estudiante universitaria llamada Elizabeth Foster (21) fue hallada asesinada y violada a una distancia de un kilómetro y medio de donde se supone caminaba Tiffany. Hilary Sessions enseguida pensó que podría tratarse del mismo depredador de su hija.

Dos meses después del crimen de Elizabeth Foster, Rowles se fue, muy silenciosamente, de la ciudad. Y a los dos años volvió a atacar en Jacksonville. Violó e intentó asesinar a una menor de 15 años. La adolescente logró escapar de sus garras. Y, lo que no había hecho la justicia, lo hizo una víctima: identificó a su atacante y lo mandó directo tras los barrotes.

También esta vez Rowles brindó una confesión total. Era 1994.

Nadie lo entrevistó en ese momento por los casos de Elizabeth Foster y Tiffany Sessions de Gainesville.

El investigador contratado por Patrick reveló, tiempo después, que la policía no pudo vincular a Rowles, quien tenía en ese momento 43 años, estaba en zona y era un ex convicto sexual, con ninguno de esos dos casos. La ciencia forense no tenía aún las herramientas actuales.

A medida de que la tecnología cambiaba, el ADN se volvía una herramienta importante para la resolución de casos fríos. Los Foster permitieron que se exhumara el cadáver de su hija para recolectar más ADN de su cavidad bucal y así intentar resolver el caso.

En 2012, finalmente, dispusieron del ADN de Rowles y lo compararon con el hallado en el cuerpo de Elizabeth Foster. Se encontraron coincidencias. Rowles era el asesino de Foster. Esto hizo que, inmediatamente, los investigadores pensaran que ese asesino podría tener que ver con el caso de Tiffany Sessions.

La sheriff, Sadie Darnell, estaba convencida de que si Rowles había asesinado a una, podría perfectamente haber asesinado a la otra: dos chicas de casi la misma edad, blancas, solas, en la misma zona. El perfil de la presa del victimario cerraba. Además, estaba esa molesta evidencia de que Rowles no se había presentado a trabajar cuando se perdió el rastro de Tiffany.

La sheriff decidió que había que confrontar a Rowles, quien ya tenía 64 años. Allen se dispuso a hacerlo pero cuando llegó a la cárcel a fines del 2012 se encontró con que el preso estaba moribundo y en coma. Rowles estaba en la etapa final de un cáncer de pulmón.

Murió el 12 de febrero del 2013 sin despertar para confesar nada. Allen y Sadie Darnell no podían creer la mala suerte.

Sadie le ordenó a Allen que fuera inmediatamente a la prisión para recoger las pocas pertenencias del convicto fallecido. Algo le decía que entre sus cosas podría haber algo que ayudara al caso de Tiffany Sessions.

Una libreta de Rowles tenía
Una libreta de Rowles tenía anotada la fecha de la desaparición de Tiffany acompañada del número “#2”

Qué había en su libreta

Cuando el detective Allen recibió la caja con los efectos personales de Rowles habían pasado casi 25 años desde la desaparición de Tiffany.

Encontró cartas y más cartas, escritos sueltos y una libreta de direcciones negra. La revisó con paciencia. En el centro de sus páginas encontró manuscrita, debajo de un calendario, una fecha muy significativa: 2-9-89. Se le heló la sangre. Era la fecha en que Tiffany había desaparecido. Además, había una anotación repetida a ambos lados de esa fecha. Se veía así: #2 2/9/89 #2. Sintió un agujero en su estómago. Si Linda Fida había sido su primera víctima en 1972, Tiffany bien podría haber sido la segunda en 1989.

Eso daba un sentido mortal a esa anotación.

En esa libreta había más anotaciones que reforzaban sus crímenes: estaban los nombres de Linda Fida, de Elizabeth Foster y el de la menor de 15 años a la que había intentado matar en Jacksonville. Era una enumeración de sus sádicas conquistas. Había mencionadas entre cinco y siete víctimas.

Allen no tuvo dudas: estaba frente a la agenda de un perturbado psicópata.

El nieto de Kathryn, la esposa de Paul Rowles, contó que había vivido con ellos en los años 90 y que recordaba que Paul le había regalado a su abuela un lindo reloj y unos aros. ¿Podrían ser el reloj y los aros que llevaba puestos Tiffany en 1989?

Con estos datos en la mano, el 13 de enero de 2014, fueron con perros detectores de cadáveres al sitio donde Rowles había descartado a su tercera víctima Elizabeth Foster. No era ilógico pensar que el escondite de una podría haberle resultado cómodo para otra.

Los Sessions estuvieron presentes en la excavación que se prolongó durante cinco días. Muchos de los que participaron llevaban más de dos décadas buscando a Tiffany. Uno de ellos era Michael Warren, un antropólogo francés experto en identificación de huesos humanos. Warren estaba tan compenetrado con el caso que reconoció saberse de memoria el patrón dental de la joven. Cavaron y cavaron pero no hallaron nada.

Tanto Patrick como Hilary adhirieron, frente a las pruebas que había, que Rowles había sido el homicida de su hija. La agenda los había terminado de convencer.

Cuando el detective había reunido
Cuando el detective había reunido suficientes pruebas para incriminar a Paul Rowles, era 2012 y el acusado estaba preso, moribundo y en coma

¿Y sus huesos?

Por aquellos días Hilary contó que mantenía el cuarto de su hija intacto: “Me siento muy cómoda en su habitación. En los días malos, como en su cumpleaños, duermo aquí porque me siento muy unida a ella en ese momento”.

Patrick sostuvo: “Sinceramente creo que si Tiffany estuviera aquí me diría: ‘supéralo’. No creo que ella quisiera que me pasara toda mi vida intentando hacer algo que no la va a traer de vuelta”. Dijo que si él no llega con vida al final de esta búsqueda por los restos el que seguirá con el legado será Jason.

Desde entonces, la policía ha excavado en varios lados más. La última vez fue en 2020 en una propiedad al noreste del condado de Alachua, pero no han conseguido resultados alentadores. Quizá la única pista que podría seguirse es la de ese Rolex edición limitada. Si alguien todavía lo tiene, y sabe o escucha del caso, podría solidarizarse con Tiffany y amigarse con el bien: ir a la policía para que ellos intenten reconstruir el camino del reloj, qué manos anduvo adornando durante los últimos siete lustros.

Saber que el asesino fue Rowles no le alcanza a Hilary: “No estoy conforme porque no hemos hallado sus restos”. Para ella el tiempo se detuvo allá por febrero del 89. Han pasado 36 años pero, con 78 cumplidos, le anunció al medio Gainesville Sun que todavía sigue “esperando a que alguien que haya visto algo pueda ayudar (...) Mi desafío es encontrar los restos de Tiffany para darles una sepultura cristiana. No he perdido la esperanza todavía. (...) No hay un solo día en que no la extrañe, que no desee tenerla conmigo”. Se consuela diciendo: “Tuve veinte años maravillosos con ella, ¡eso es lo bueno!”. Le agregaría: eso es lo único que el asesino de su hija nunca pudo quitarle.

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