Los misterios de la Venus de Milo: el escultor “desconocido”, qué sostenía en sus manos y el camino que la llevó al Museo del Louvre

Fue descubierta por casualidad en abril de 1820 por un campesino griego y sacada de manera clandestina de la isla que le da su nombre para llevarla a París. No se sabe si representa a Afrodita o a Anfitrite, o si es Eris, la diosa de la discordia. El enigma de los brazos perdidos y la fruta que supuestamente aferraba una de sus manos

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El catálogo del Museo del
El catálogo del Museo del Louvre sigue sosteniendo el enigma de la autoría y menciona a su autor como “desconocido”

Al presentarla en su página web, el Louvre define a la Venus de Milo como una de “las tres grandes damas” de museo, honor que comparte con La Gioconda y la Victoria de Samotracia. No es una exageración, porque esa escultura griega de autor anónimo es una de las representaciones femeninas más famosas del mundo y, además, está rodeada por un halo de misterio: es posible que se trate de la figura una diosa, pero no se sabe con certeza de cuál de ellas. Los historiadores del arte no se ponen de acuerdo. Para algunos representa a Anfitrite, diosa del mar; para otros se trata de Afrodita, la deidad de la belleza. Si se intentara identificarla mediante los recursos de la ciencia forense también sería imposible, porque al haber perdido sus brazos no tiene esas huellas digitales que eran marca de identidad de los dioses griegos: los objetos. Si fuera Afrodita, tendría entre sus dedos un mechón de pelo o un espejo; si representara a Anfitrite, debería empuñar un caracol o un tridente.

No hay dudas, en cambio, de que su presencia en el más célebre de los museos franceses es producto de uno de los tantos saqueos arqueológicos perpetrados durante el siglo XIX por las potencias centrales de la Europa de la época en países asiáticos, africanos y de su propia periferia. Porque había muchas maneras de “saquear” y comprar tesoros de la historia de la humanidad era una de ellas. En el caso de la Venus -porque inexplicablemente se eligió llamarla con el nombre de la deidad romana del amor, aunque es griega y anterior- la historia de su descubrimiento y los inicios de su “viaje” de la isla de Milo a París es también algo oscura, aunque se hayan podido reconstruir sus pasos.

De manera algo caprichosa, se sostiene que la escultura fue descubierta -desenterrada- por casualidad el 8 de abril de 1820 por un campesino de la isla. Sin embargo, es imposible precisar la fecha exacta y es más fiel a los hechos que salió a la luz de las entrañas de la tierra entre enero y mayo de ese año. Tampoco hay consenso en el nombre de su descubridor. Algunos dicen que fue un campesino griego de la isla de Milo llamado Giorgos (Yorgos) Kentrotas o Giorgos Botonis. Otros se inclinan por llamarlo Theodoros Kentrotas (o Kendrotas), posiblemente el hijo de Giorgos.

No se sabe con precisiones
No se sabe con precisiones cómo la escultura salió de Turquía y recaló en Francia: una confiscación o una entrega directa a cambio de dinero

Un campesino y un soldado

Según la versión más difundida, el 8 de abril de 1820 -o uno de esos días- Giorgos o Theodoros estaba sacando piedra de unas ruinas que había en su terreno para construir un cercado cuando encontró una cavidad en uno de los muros. Cuando miró adentro, vio que allí había varias piezas de mármol esculpidas y algunas piedras con inscripciones grabadas. Entre esas piezas estaba la estatua que hoy se conoce como la Venus. Cerca de ella, Kentrotas encontró el fragmento de un antebrazo y la mano con una manzana, del se perdieron después los rastros. Eso genera una nueva duda: no se sabe si los brazos de la estatua pudieron perderse después de su hallazgo o si ya estaban perdidos cuando el campesino encontró la escultura.

Milos era una isla rica en yacimientos arqueológicos y Kentrotas -que evidentemente no era un ingenuo- supo que había encontrado algo de valor. Lo que no se puede establecer con certeza es lo que pasó después. Una versión afirma que las autoridades turcas -por entonces Milo estaba ocupada por el Imperio Otomano- le confiscaron la estatua al campesino y se la vendieron clandestinamente a un oficial de la armada francesa. Otra asegura que no hubo confiscación, sino que fue el propio Kentrotas quien se la vendió a los turcos. Una tercera sostiene que las autoridades de la ocupación turca no tuvieron participación en el proceso y que el campesino le vendió directamente la estatua a un clérigo de la Iglesia Ortodoxa Griega que, a su vez, se la vendió al oficial francés.

Sea cual fuere la versión más cercana a la verdad, en todas aparece un oficial de la armada francesa, cuyo nombre sí ha pasado a la historia: el teniente Jules Dumont D’Urville, que además de vestir el uniforme naval era un apasionado por la arqueología. De una u otra manera, el marino la compró, no con fondos propios sino con los que le aportó el embajador francés en Constantinopla, el Marqués de Riviere. Pero una cosa era comprar la joya arqueológica -una escultura de mármol de 900 kilos- y otra sacarla de la isla eludiendo la vigilancia de las autoridades turcas. Aquí, de nuevo, surge una versión incomprobable: que la estatua estaba entera y que perdió los brazos al golpearla contra unas rocas cuando la embarcaban para sacarla clandestinamente de Milo.

La cuestión es que, de una u otra manera, salió de la isla en marzo de 1821 y se convirtió en “propiedad” del embajador francés ante el Imperio Otomano. Pero el Marqués de Riviere que no la quería para sí mismo sino para quedar bien con el rey Luis XVIII, que por entonces gobernaba Francia. Su majestad apreció el regalo del embajador, aunque no incorporó a la Venus a la colección de arte que tenía en el Palacio de las Tullerías sino que se la donó al Museo del Louvre.

Se desconoce el nombre real
Se desconoce el nombre real del campesino que encontró la escultura pero se sabe que fue el teniente Jules Dumont D’Urville, quien la recibió en representación del embajador francés en Constantinopla

La propiedad y las manos

Por esos años, el museo ya tenía una considerable colección arqueológica y de obras de arte obtenidas, en su mayoría, mediante los saqueos perpetrados durante las campañas militares napoleónicas. Eso le había acarreado más de un conflicto diplomático. El más relevante databa de 1815 -seis años antes de la llegada de la Venus-, cuando el Louvre se vio obligado a devolver a Italia, su lugar de origen, otra escultura famosa, la Venus de Médici, traída a París por Napoleón Bonaparte.

Precisamente el mismo mes de 1821 en que la Venus fue sacada de Milo, Grecia había declarado su independencia del Imperio Otomano y existía el peligro de que las nuevas autoridades pidieran la restitución de la obra saqueada. Sin embargo, los griegos tenían asuntos más urgentes de los que ocuparse y no hicieron ningún reclamo. Así, la Venus de Milo siguió inconmovible en el Louvre hasta hoy, salvo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se la trasladó al castillo de Valençay para protegerla.

El primer reclamo de devolución llegó recién en 1960 y no provino de Grecia. Ese año, una comisión de arqueólogos turcos presentó ante el entonces ministro de Cultura francés, André Malraux, un pedido de restitución basado en un informe del jurista Ahmed Rechim, donde se acusaba a los franceses de haber “robado” la estatua al Imperio Otomano. El jurista decía que el descubrimiento de la Venus realizado por el campesino Kentrotas había sido “un incidente” y que existían tres familias que conocían la ubicación de los brazos de la estatua. El reclamo terminaba con una frase enigmática: “Si Francia devuelve la estatua, Turquía retornará los brazos a su lugar, dotando al mundo de una gran obra en todo su esplendor original; de lo contrario, la Venus de Milo seguirá mostrando sus muñones en el Museo de Louvre”, decía.

Malraux respondió al pedido turco de “chantaje cultural” y se negó a devolver la estatua. “La Venus de Milo es tan francesa como la Madelón”, refiriéndose a la canción popularizada por los soldados ejército francés durante la Primera Guerra Mundial. De todos modos, al mencionar que Turquía estaba en posesión de los brazos que le faltaban a la escultura avivó nuevamente la controversia sobre a qué diosa representaba.

Turquía nunca exhibió esos brazos que supuestamente estaban en su poder, pero se volvió a hablar de la manzana que supuestamente aferraba una de las manos de la diosa. Si realmente era así, la estatua no representaba ni a Afrodita ni a Anfitrite, sino a otra deidad.

El Louvre define a la
El Louvre define a la Venus de Milo como una de “las tres grandes damas” de museo, honor que comparte con La Gioconda y la Victoria de Samotracia

Más enigmas sin resolver

Si esa mano que aferraba una manzana realmente existía y, más precisamente, era una parte perdida de la estatua mutilada, la escultura representaba entonces a la diosa Eris y la fruta podía ser la famosa “manzana de la discordia”, origen de la guerra de Troya.

La historia cuenta que Eris, diosa de la discordia, dejó una manzana de oro con la inscripción “para la más bella” en la boda de Peleo, a la cual no había sido invitada. En la ceremonia estaban presentes las diosas Hera, Atenea y Afrodita que se disputaban ese crédito. Zeus, para no comprometerse, le encargó a Paris, príncipe de Troya, que eligiera entre ellas a quién entregársela. Las tres diosas intentaron ganarse los favores de Paris ofreciéndole cumplir con sus deseos. Finalmente, el príncipe se inclinó por Afrodita, a quien le entregó la manzana y proclamó como la diosa más bella del Olimpo. A cambio, la deidad del amor le dio el corazón de Helena, la mujer de Menelao, que huyó con París a Troya, lo que desencadenó la guerra que Homero relata en La Ilíada. Pero el brazo con la manzana nunca apareció y el misterio de la verdadera identidad de la escultura más enigmática que se exhibe en el Museo del Louvre todavía continúa.

Queda, además, una última controversia: la del autor o los autores de la escultura. Una de las primeras teorías del equipo de expertos del Louvre fue que la estatua data del período griego clásico, entre los siglos V y IV antes de Cristo, y que podía ser obra de alguno de los artistas más famosos de la época, como Fidias o Praxíteles. Sin embargo, en la base de la escultura se descubrió una inscripción que alude a otros dos hombres, Agesandros y Aleixandros, ambos escultores originarios de Antioquia, colonia que no fue fundada hasta el periodo helenístico.

Las últimas investigaciones, realizadas con los instrumentos tecnológicos más modernos, permitieron establecer que la Venus de Milo fue esculpida a fines del siglo II antes de Cristo y que, por lo tanto, es imposible que sea obra de Fidias o de Praxítiles. El catálogo del Louvre sigue sosteniendo el enigma de la autoría y menciona a su autor como “desconocido”.

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