El calvario de Terri Schiavo: la noche que sufrió el colapso y los 15 años que pasó en estado vegetativo

Se cumplen 20 años de su muerte este 31 de marzo. Las disputas familiares en torno a su internación. Y el debate abierto sobre la eutanasia en Estados Unidos

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(Captura de video)
(Captura de video)

La madrugada del 25 de febrero de 1990 Terri Schiavo estaba en su apartamento de St. Petersburg, Florida, cuando cayó en el suelo del pasillo que iba de su habitación al baño. Tenía 26 años. Su corazón había dejado de latir por unos minutos. Michael, su esposo, la encontró desmayada, apenas respiraba y con el cuerpo frío. Desesperado, el hombre llamó al 911.

Terri había sufrido un paro cardíaco masivo causado por una descompensación de potasio, derivada —según los informes posteriores— de un largo historial de bulimia nerviosa. La chica no murió esa madrugada, pero algo se apagó para siempre en su cuerpo. El cerebro quedó sin oxígeno demasiado tiempo. Cuando abrió los ojos semanas después, ya no era la misma.

Desde ese día, el cuerpo de Terri quedó atrapado en una especie de limbo: sin conciencia, sin control, sin voz. Pero también, sin morir. Lo que siguió fue una larga agonía médica que incluyó una batalla familiar, judicial y política que convirtió su existencia —y su muerte— en una causa nacional.

Terri Schiavo antes de tener
Terri Schiavo antes de tener el problema de salud que la dejó postrada (Captura de video)

La joven con vida sencilla

Terri era hija de Bob y Mary Schindler, una familia católica de clase media de Bucks County, Pensilvania. Amaba a los animales, era una católica practicante y le gustaban los programas de concursos. Solía jugar desde el living de su casa. Su familia siempre le pedía que se anote porque solía tener pocas fallas en sus respuestas. Había sido una adolescente insegura con problemas de peso, una preocupación constante que, con los años, se transformó en obsesión.

A los 21 años se casó con Michael Schiavo, un joven con quien compartía sueños modestos. La pareja quería tener hijos y una casa en los suburbios para ver crecer a los niños. Se mudaron a Florida en busca de un futuro mejor. Michael trabajaba en hoteles. Terri, en una oficina. Llevaban siete años de casados la noche del colapso.

“Nunca discutíamos. Era mi mejor amiga”, dijo Michael años después. Los Schindler, sus suegros, la visitaban con frecuencia. Todo parecía en orden. Solían almorzar los domingos en el patio trasero de la casa. Schiavo era el encargado de la parrilla, mientras su suegro le daba charla y le convidaba con alguna cerveza.

Terri Schiavo junto a su
Terri Schiavo junto a su esposo Michael (Captura de video)

El accidente y el diagnóstico

Tras el paro cardíaco, los médicos lograron reanimarla con maniobras de RCP. Estuvo semanas en coma, conectada a un respirador. Cuando despertó, no podía hablar, ni moverse por voluntad propia. Los estudios mostraban que su corteza cerebral estaba severamente dañada. Entró en lo que se denomina un “estado vegetativo persistente”.

Durante los primeros años, hubo esperanza. Michael autorizó terapias físicas, estimulación auditiva, incluso tratamientos experimentales. Se grababan videos de Terri con una sonrisa o algunas reacciones de su cara. Sin embargo, los médicos explicaban que eran reflejos neurológicos. Su madre, Mary, se aferraba a cada espasmo como si fuera una señal de regreso. Los pasillos de la clínica en la que estaba internada se convirtieron en una extensión de la casa de los Schiavo.

“No podés decirme que no siente nada. Yo la veo, yo soy su madre”, decía entre lágrimas frente a las cámaras de los canales de Estados Unidos que siguieron el caso durante mucho tiempo.

Terri Schiavo, junto a sus
Terri Schiavo, junto a sus padres, en el día de su casamiento (AP)

Pero Terri no mejoraba. Pasaron los años. No hablaba. No caminaba. No respondía. No comía por sí sola. Se alimentaba a través de una sonda gástrica. El tiempo comenzó a desgastar la esperanza. Lo que en un principio fue una cruzada común entre esposo y padres, empezó a transformarse en enfrentamiento.

Del esposo devoto al enemigo público

En 1992, Michael demandó por negligencia médica a los doctores que, según él, no habían tratado correctamente la deficiencia de potasio de Terri. Ganó cerca de un millón de dólares, de los cuales parte se destinó a su cuidado médico.

Ese dinero se volvió la primera grieta visible entre Michael y los Schindler. La relación se volvió tensa. Comenzaron a sospechar de sus motivaciones. Lo acusaron de querer quedarse con el dinero. Los cruces en la antesala de la habitación de Terri ya no eran tan amables. Se miraban con recelo.

Terri estuvo 15 años internada
Terri estuvo 15 años internada (Captura de video)

A mediados de los 90, Michael tomó una decisión radical: solicitar legalmente que se desconectara a Terri de la alimentación asistida. Alegó que ella, en vida, le había dicho que no quería permanecer conectada a máquinas si alguna vez quedaba en ese estado.

La familia lo acusó de mentir. “Terri es católica. Jamás diría algo así”, insistían sus padres. Intentaron quitarle la tutoría legal. Fallaron. Michael siguió siendo su tutor por orden judicial.

La resistencia de los Schindler

Los Schindler comenzaron una campaña pública. Se rodearon de abogados, grupos religiosos, activistas antiaborto y figuras del movimiento pro-vida. Aseguraban que Terri no estaba en estado vegetativo y que su yerno quería matarla. “Solo necesitaba terapia. Ella nos miraba, nos reconocía”, decía su madre.

Las imágenes en video de Terri —con la mirada perdida, emitiendo sonidos ininteligibles— se volvieron virales en una época donde el streaming aún no existía. Cada gesto se analizaba como prueba o contra-prueba de conciencia. Médicos opinaban en televisión.

Durante años, los tribunales de Florida revisaron el caso. En varias ocasiones, la sonda fue retirada y reinstalada por órdenes judiciales. La guerra familiar continuó, mientras la chica esperaba postrada en una cama sin poder comunicar sus sentimientos. Hasta que el caso escaló hasta el Congreso de Estados Unidos.

Tras los primeros años, el
Tras los primeros años, el marido de Terri se distanció de sus suegros

En marzo de 2005, el Congreso de EE.UU. aprobó una ley especial que permitía a los padres apelar en tribunales federales la decisión de retirar la alimentación. El presidente George W. Bush interrumpió sus vacaciones y voló a Washington para firmarla.

Pero incluso la Corte Suprema se negó a intervenir. Los fallos siempre coincidían en un punto: Terri no tenía posibilidad de recuperación. El testimonio de Michael se mantenía firme. Él aseguraba que cumplía con su voluntad. Y, en ese momento, ya estaba en pareja con otra mujer, con quien tenía dos hijos.

Lo acusaban de abandono. Él respondía que había cuidado de ella durante más de una década. “Amo a mi esposa. Pero este no es el cuerpo de mi esposa. Ella se fue hace muchos años”.

El cuerpo convertido en símbolo

El rostro de Terri, sus gestos involuntarios, se multiplicaban en las pantallas. Su cuerpo, frágil, inmóvil, se convirtió en el epicentro de una guerra cultural. A un lado, quienes defendían el “derecho a la vida”. Al otro, los que reclamaban la autonomía individual.

Grupos católicos rezaban afuera de la clínica en la que se encontraba Terri. Otros grupos arrojaban flores o pancartas al grito de “Déjenla ir en paz”. En el fondo, lo que estaba en disputa era más grande que Terri: el sentido mismo de morir dignamente.

La salud de Terri Schiavo
La salud de Terri Schiavo generó una disputa en la que participó todo Estados Unidos (AP)

El 18 de marzo de 2005, tras años de litigio, un juez autorizó finalmente el retiro de la sonda de alimentación. Terri Schiavo murió 13 días después, el 31 de marzo, a los 41. Estuvo 15 en estado vegetativo.

La autopsia fue contundente: su cerebro pesaba la mitad del tamaño normal. El daño era irreversible. “No había posibilidad de recuperación”, concluyeron los forenses. Además, no se encontraron signos de abuso físico, como habían insinuado los padres en el pasado.

Pero ni siquiera la muerte logró cerrar las heridas.

La vida después de Terri

Michael Schiavo fundó Terri’s Living Will Foundation, una organización que promueve la importancia de expresar por escrito las decisiones sobre el final de la vida. Dio entrevistas, escribió un libro. Repetía una frase: “Terri no hubiera querido vivir así. Lo sé”.

Vivió años bajo amenazas. Lo llamaban asesino. Algunos lo consideraban un héroe, otros, un traidor.

Los Schindler, por su parte, fundaron la Terri Schindler Schiavo Foundation, orientada a defender a personas discapacitadas. Recibieron apoyo del ala más conservadora del espectro político. La madre de Terri, Mary, siguió hablando en público hasta su fallecimiento. Nunca perdonó a Michael.

El caso de Terri Schiavo no fue solo un drama familiar. Fue un espejo de las fracturas culturales de Estados Unidos. Religión versus ciencia. Familia versus pareja.

Desde su cama, sin pronunciar palabra, Terri se convirtió en uno de los cuerpos más politizados de la historia reciente. Un cuerpo inmóvil que sacudió congresos, iglesias, hospitales y sobremesas. Que obligó a millones a preguntarse qué harían ellos, si estuvieran allí.

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