
Fue el fotógrafo del silencio. Cuando murió, el 30 de marzo de 1984, hace diecisiete años, fue recordado porque había vivido una odisea en su Camboya natal, porque había logrado escapar del infierno comunista de los jemeres rojos (Khmers Rouge) que lideraba en Camboya un asesino de masas llamado Pol Pot, en el que podías ser asesinado sólo porque usabas un reloj pulsera, lo que era visto como un desvío burgués o una muestra de sumisión al capitalismo. Se hizo fotógrafo cuando llegó a Estados Unidos, pero su drama y el de millones de camboyanos, fue fotografiado primero por sus ojos y revelado después por sus palabras. Dio testimonio de un horror que era ignorado o pasado por alto en aquellos años que siguieron al final de la Guerra en Vietnam.
Así fue la breve historia de vida de Dith Pran, a quien un cáncer de páncreas lo arrasó en sólo tres meses a sus sesenta y cinco años. Su odisea fue retratada en una película casi olvidada, “The Killing Fields – “Los campos de la muerte” o “Los gritos del silencio”, como se conoció en España, México y Argentina.
Dith Pran (en realidad, la costumbre oriental coloca los apellidos al principio, de manera que la lógica occidental debería llamarlo Pran Dith, pero por algo así te mataban en Camboya en aquellos años) había nacido en Siem Riep, una ciudad balneario del noroeste de Camboya que fue la sede del reino Jemer. Ese reino, establecido hacia fines del siglo VIII, comprendía los territorios que hoy son el reino de Camboya, Tailandia, Laos, Vietnam, parte de Birmania y Malasia. Siem Riep, que por entonces se llamaba Angkor fue ciudad sagrada y conserva unas ruinas que exponen el rostro del rey-dios Jayavarman VII, que reinó entre 1181 y 1218 y fue el primer rey jemer budista. El complejo religioso de la ciudad sagrada fue descubierto para Occidente en 1861. De esa fuente bebieron los jemeres rojos para desatar el reinado del terror que arruinó la vida de Camboya

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Pran nació en plena Segunda Guerra, el 27 de septiembre de 1942. Era de una familia afincada y de recursos que lo enviaron a colegios donde el chico fue educado en tres idiomas: el suyo, el francés y el inglés. Con ese bagaje se empleó muy joven como intérprete de funcionarios franceses y estadounidenses, Francia tenía más que intereses en esa región llamada, con ánimo abarcador, Indochina. La dominación francesa en la región había terminado en 1954 y Estados Unidos había empezado a desarrollar, en especial en Vietnam, una política de “contención” del comunismo, instalado en el norte de Vietnam, con sede en Hanoi, y sostenía un gobierno afín en Vietnam del Sur, con sede en Saigón. Las primeras tropas de combate estadounidenses, una división de Marines, que desembarcaron en Vietnam, lo hicieron en 1965. De ahí que ese sea el año que se toma como el del inicio de la guerra, que culminaría diez años después con el retiro de las últimas escasas tropas americanas del país.
Ese también fue el año en el que, en la vecina Camboya, el príncipe Norodom Sihanouk se declaró neutral respecto de Vietnam y congeló en parte las relaciones con Estados Unidos que nunca creyeron demasiado en esa neutralidad: Sihanouk expresaba sus simpatías por la República Popular China y por su líder, Mao Tsé Tung. Finalmente, Sihanouk fue derrocado en 1970 por el general Lon Nol, que colaboró de inmediato con Estados Unidos que quería usar el territorio camboyano para cortar la ruta de suministros a los comunistas del sur de Vietnam. Logró el apoyo de Estados Unidos, pero en Camboya estalló una guerra civil.

Las tropas del pro americano Lon Nol enfrentaron a los jemeres rojos, los jóvenes, y no tan jóvenes, miembros del partido comunista de Camboya, aliados de Vietnam del Norte y dominados por el fanatismo y por la intención de refundar ya no un país, sino una civilización: era el impulso chino de destruirlo todo, heredar los escombros y empezar de nuevo. Un dato para que tomen nota los que piensan que la política china es muy tranquila, casi inofensiva.
En 1972, Pran volvió a Phnom Penh. Había recuperado su nuevo trabajo de intérprete porque Camboya estaba colmada por corresponsales extranjeros, en especial los enviados especiales del New York Times, que cubrían la guerra de Vietnam y la guerra civil camboyana. Fue entonces cuando conoció y trabó amistad con Sydney “Syd” Schanberg, un especialista del diario neoyorquino en los conflictos del este asiático. Juntos, Shamberg y Pran, los dos recién llegados al campo de batalla, cubrieron la devastación que había provocado un bombardeo estadounidense en Neak Leung, un cruce de ríos vital para comunicar la capital, Phnom Penh, con el este de Camboya. Los bombardeos americanos a Camboya, ordenados por el presidente Richard Nixon, se lanzaron hacia un país con el que Estados Unidos no Estaba en guerra y cuando ya se habían iniciado las conversaciones de paz en Vietnam, lideradas en París por el secretario de Estado Henry Kissinger.
La dupla Schamberg-Pran siguió con la cobertura periodística de la guerra hasta el 17 de abril de 1975, dos años antes se habían retirado gran parte de las tropas americanas de Vietnam, cuando los jemeres rojos derrocaron a Lon Nol y tomaron el poder en Camboya. Fue un desastre. Fundaron la Kampuchea Democrática, instauraron un sistema comunista y autoritario bajo la formalidad de una “república popular”. ¿En qué consistió el plan de los jemeres? En retornar al siglo VII. Implantaron una economía agraria, obligaron al éxodo a millones de camboyanos que debieron abandonar las ciudades para vivir en los campos, destruyeron gran parte de la civilización urbana, a la que consideraban burguesa y anti revolucionaria y forjaron un retorno a la cultura jemer ancestral, donde habían bebido su fanatismo. Todo, bajo la dirección de su líder, Pol Pot.

El líder jemer había nacido bajo dominación francesa, en 1925: tenía cincuenta años cuando tomó el poder. Además de reubicar en el campo a millones de camboyanos que vivían en los centros urbanos, Pol Pot exterminó a los que llamó “enemigos burgueses”, que incluían a cualquiera que no pensara tal como los jemer: resultado en Camboya murieron o “desaparecieron” entre un millón y medio y dos millones de personas: la población de Camboya era entonces de siete millones de habitantes. El pensamiento vivo de Pol Pot decía que los habitantes de la ciudad representaban a la clase opresora de Camboya, mientras que el verdadero pueblo, el legítimo, era el campesinado.
Otros cientos de miles de camboyanos murieron por hambre, por enfermedades mal atendidas o por mala nutrición en los campos de concentración, condenados como estaban a trabajos forzados. Otras doscientas mil, fueron ejecutadas sin juicio como “enemigos”, entre ellos chicos, ancianos y miembros del propio partido jemer, horrorizados por las acciones de aquel régimen demencial. Camboya se enfrentó también con Vietnam del Norte, los dos países conquistados por el comunismo. Vietnam era tal vez más cercano al comunismo de la URSS, que al díscolo comunismo chino con el que se identificaba Camboya. Los años de Pol Pot se conocieron como los del “genocidio camboyano”.
Pran sobrevivió como pudo a aquel infierno. En 1975, después de que Schanberg ayudara a su familia a huir de Camboya, el periodista regresó a Estados Unidos y Pran debió quedarse en su país. Durante cuatro años cambió su oficio de intérprete por el de un campesino liso y llano; como cualquier símbolo de cercanía a Occidente, un reloj pulsera, anteojos con aumento, o cualquier otra distinción de “intelectualidad burguesa” era castigada con la muerte, Pran se hizo pasar por un campesino analfabeto, sin ningún tipo de educación ni aspiraciones a tenerla y trabajó en los campos en la dieta del día: un bocado de arroz, medido en cucharadas, y cualquier animal que pudiera cazar en una tierra donde abundaban las ratas y los insectos.
En diciembre de 1978, Vietnam invadió Camboya y puso fin al régimen de los jemeres rojos. Era tarde, el daño que había causado el fanatismo casi no tenía remedio. Para entonces, ya de regreso en Estados Unidos, las crónicas de guerra de Schanberg le hicieron ganar un Premio Pulitzer en 1976. El periodista lo dedicó a su amigo camboyano, del que nunca más había sabido nada y al que, con toda lógica, imaginó muerto.
Pero Pran no estaba muerto, tampoco estaba de parranda; en octubre de 1979 aprovechó la confusión de la nueva guerra en su país, camboyanos contra vietnamitas, para iniciar un peligroso camino hacia la libertad. Logró escapar de su campo de trabajo hacia su ciudad natal, Siem Reap; caminó un total de sesenta y cuatro kilómetros, en una lucha permanente por esquivar a las patrullas camboyanas y vietnamitas, hasta llegar a un campo de refugiados cercano a Tailandia.
A lo largo de esos sesenta y cuatro kilómetros, Pran tropezó, casi a cada paso, con restos humanos: huesos, osamentas enteras, cráneos con un agujero de bala: nadie había dado sepultura a dos millones de personas, los habían echado a la tierra como a animales. Pran pensó que caminaba entonces por verdaderos campos de la muerte. Desde el campo de refugiados, llamó por teléfono a Schanberg, que viajó a Tailandia para el reencuentro, cuatro años después del último apretón de manos.
En Estados Unidos Pran fue contratado como fotógrafo por el New York Times, en carácter de aprendiz. Marilynn Yee, una de sus flamantes colegas, dijo que lo tomaron bajo su protección y hubieron de enseñarle lo elemental, los rudimentos de la profesión, en especial, a ver las cosas como un fotógrafo. Después de caminar por los campos camboyanos de la muerte, el abecedario de un buen fotógrafo parece cuento; pero Pran lo incorporó como a tantas otras cosas en su vida.
También le enseñaron en el Times a sobrevivir en las calles de New York. Contó Yee que una madrugada, Pran trabajaba en el turno noche, a las cuatro de la mañana le robaron todo su equipo fotográfico a punta de pistola en la puerta trasera de su departamento. “Sobrevivió a Camboya, también sobrevivió a New York. Nunca más trabajó en el turno noche”.

Pran se convirtió en un crítico abierto de los jemeres rojos. Cuando el sanguinario Pol Pot murió, en abril de 1998, Pran lamentó que nunca hubiera rendido sus cuentas ante la justicia. En verdad, estuvo a punto de hacerlo: era prisionero de los jemeres rojos, el grupo que había liderado, que había prometido entregarlo a la justicia internacional. La historia oficial dice que lo abatió un paro cardíaco. La no oficial habla de envenenamiento. Su cadáver fue incinerado en una hoguera armada de apuro, con cartones y neumáticos. “La búsqueda de justicia del pueblo judío no terminó con la muerte de Hitler –dijo Pran ante la muerte de Pol Pot– la búsqueda de justicia del pueblo camboyano no termina con la muerte de Plot. Sabía de qué hablaba: su padre, tres hermanos y otros cincuenta familiares habían sido asesinados durante el “genocidio camboyano”.
En los años 80, un libro de Schanberg, “La muerte y la vida de Dith Pran”, dio origen a la película que narró para el cine la odisea del reportero camboyano. “The killing fields”, “Los campos de la muerte” o “Los gritos del silencio”, fue un film británico dirigido por Roland Joffé, protagonizado por Sam Waterson como Schanberg y Haing Ngor, un médico sin antecedentes actorales que ganó un Oscar al mejor actor de reparto por encarnar a Dith Pran. Ngor fue asesinado en 1996 por tres pandilleros asiáticos que intentaron robarle.
Schanberg, que murió a los ochenta y dos años en julio de 2016, contó que cuando el cáncer se abatió sobre su amigo Pran, luchó contra el mal como él sabía: “Lo hizo con la misma calma, la misma valentía y el mismo espíritu budista que hicieron tan especial a mi “hermano”. Pran habló de su mal, que fue fulminante, con el diario “The Star Ledger” de Newark, New Jersey. Dijo que iba a pelear contra todo pronóstico y exhortó a todo el mundo a hacer estudios preventivos: “Quiero salvar vidas, incluso la mía. Pero los camboyanos creemos que sólo alquilamos este cuerpo: es solo una casa para el espíritu. Y si la casa está llena de termitas, es hora de irse”.
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