
“Estando el infante don Alfonso de Borbón limpiando una pistola de salón con su hermano, la pistola se disparó, alcanzándole en la región frontal, falleciendo a los pocos minutos. El accidente sucedió a las veinte horas y treinta minutos al regresar de los oficios del Jueves Santo, donde había recibido la sagrada comunión”, decía el breve pero abundante en gerundios comunicado de la Embajada de España en Lisboa, fechado un día después de los hechos. El texto constituía la versión oficial de lo ocurrido la noche anterior, la del 29 de marzo de 1956, en el gimnasio de la Villa Giralda, en Estoril, Portugal, donde los dos hijos de Juan de Borbón, Juan Carlos -futuro rey de España- y su hermano menor, Alfonso, estaban jugando y sonó un disparo que se llevó la vida del más chico de los borbones. Si se tomaba al pie de la letra lo que decía el comunicado, quedaba claro que Alfonsito se había matado solo y por accidente.
La familia real española vivía su exilio dorado en la legendaria ciudad portuguesa -que había sido nido de espías de ambos bandos durante la Segunda Guerra Mundial y lo segía siendo durante la Guerra Fría- porque la dictadura franquista la quería lejos pero a la vez cerca. Eso porque en la cabeza de Francisco Franco ya estaba el proyecto de reinstaurar la monarquía cuando él ya no estuviera para salvar al país del acecho de “los rojos” y Juan Carlos, el hijo mayor del conde de Barcelona, era la figura ideal para ocupar el trono. El Generalísmo se ocuparía de que fuera educado para cumplir con sus expectativas. Además, en Portugal, donde la hermana dictadura fascista de António de Oliveira Salazar mantenía al país bajo un manto de silencio, era el mejor lugar para tenerlo bajo control. En ese contexto, en toda la península ibérica, las noticias sobre la “desgraciada muerte” del infante Alfonso se limitaron a reproducir el comunicado oficial.
Tampoco hubo investigación por parte de la policía del régimen, que se limitó a asentar en sus archivos los hechos tal y como se los contaron. Sin embargo, los rumores no tardaron en comenzar a correr. Decían que no era Alfonso quien había tenido el arma en sus manos, sino su hermano mayor, Juan Carlos.
Pasarían 66 años antes de que la verdad quedara al descubierto. En 2022, Corinna Larsen zu Sayn-Wittgenstein, ex amante del rey emérito Juan Carlos I de España, contó algunas confidencias de alcoba y entre ellas relató una referida a los hechos de la noche fatal. “Estaban jugando un juego estúpido, pero en cualquier caso él (Juan Carlos) cargó el arma. En el fondo de su alma y de su cabeza él siente una gran culpa y sufre pesadillas por eso”, dijo. El relato de Corinna, que fue pareja del ex rey durante cinco años, quedó registrado en el podcast titulado Corinna and The King y se distingue de cualquier otra versión de los hechos porque, según la empresaria danesa, es lo que el propio Juan Carlos le contó una noche de 2006 -50 años después de esa muerte- atribulado por una culpa que nunca lo abandonó.

A puertas cerradas
Cuando se dio a conocer la noticia de la muerte de Alfonso de Borbón, nadie contó la trágica escena que se había desarrollado la noche anterior dentro del gimnasio del Palacio, donde Juan Carlos y su hermano menor estaban jugando a puertas cerradas. Al escuchar el disparo, Juan de Borbón y Battenberg, conde de Barcelona, entró corriendo al lugar y encontró a Alfonso en el piso, en medio de un charco de sangre. Al comprobar que estaba muerto, hizo traer la bandera española que flameaba en el mástil de la residencia y envolvió con ella el cuerpo de Alfonso. Solo entonces, mientras abrazaba el cadáver embanderado del chico, miró fijamente a su otro hijo y le rogó en un solo grito: “¡Júrame que no lo has hecho a propósito!”. Juan Carlos, de 18 años, no respondió al desesperado requerimiento de su padre. Prefirió guardar silencio.
A partir de ese momento, comenzó a gestarse una cuidada estrategia comunicacional. A diferencia de la escasa claridad del comunicado oficial sobre la muerte de Alfonsito, la oficina de prensa de los Condes de Barcelona, igual que la embajada española, contaron en detalle las actividades de la familia en aquel trágico jueves santo. El comunicado relataba que por la mañana el infante Alfonso había asistido a misa en la Iglesia de San Antonio de Estoril con sus padres, don Juan de Borbón y doña María de las Mercedes, y sus tres hermanos, el príncipe Juan Carlos y las infantas Pilar y Margarita. La familia había postergado el almuerzo hasta las tres de la tarde, porque después de “recibir la sagrada comunión”, todos acompañaron a Alfonso al club de golf, donde jugaba un torneo con chicos de su edad.
Regresaron todos juntos a Villa Giralda, donde cada uno quedó libre hasta la hora de la cena. Don Juan de Borbón se dedicó a escribir cartas, doña María a dar indicaciones a la servidumbre y a leer en su habitación, las dos infantas a los juegos infantiles, mientras Juan Carlos y Alfonso fueron a una habitación del tercer piso, donde funcionaba un gimnasio, para practicar tiro al blanco con la flamante pistola Long Automatic Star calibre 22 que le habían regalado a Juan Carlos unos pocos días antes en la academia militar. De ahí en más, nada, salvo el disparo accidental y el comunicado oficial sobre la muerte del infante.
El cadáver de Alfonso fue enterrado la mañana del sábado 31 de marzo en el cementerio de Cascais. En la fosa se volcaron varias bolsas de tierra española traídas de la zona agrícola de Almendralejo. Torcuato Luca de Tena, el duque de Alba, Leopoldo Calvo Sotelo y otras siete personalidades españolas transportaron el féretro. Luego de la ceremonia, don Juan se subió solo a su Bentley color negro y manejó hasta un lugar nunca precisado de la costa, donde tiró la pistola al mar. “No quiero verla nunca más”, dijo para explicar el acto; también así también cerró toda posibilidad de descubrir quién empuñaba la pistola calibre 22.
El secreto de lo que realmente ocurrió en aquella sala de juegos se enterró aquel día junto al infante y la pistola arrojada al mar. “Los nobles de España, monárquicos de corazón, callaron en torno al misterio”, escribiría muchos años más tarde uno de los integrantes de aquel cortejo fúnebre, el director del diario español ABC, Torcuato Luca de Tena.

Rompecabezas de testimonios
La investigación oficial fue una formalidad: simplemente rellenar papeles reproduciendo la incuestionada declaración del conde de Barcelona y el comunicado de la embajada española. Sin embargo, de a poco, recogiendo diferentes testimonios de integrantes de la familia y miembros del entorno pudo reconstruirse con cierta precisión cómo se habían desarrollado los hechos dentro del gimnasio.
El primero surge de una carta que el tío de Juan Carlos y Alfonso, don Jaime de Borbón, escribió a su secretario privado. “Mi querido Ramón. Varios amigos me han confirmado últimamente que fue mi sobrino Juan Carlos quien mató accidentalmente a su hermano Alfonso”, se puede leer allí. “Aquel día se me paró la vida”, le dijo tiempo después doña María de las Mercedes -madre de Juan Carlos y Alfonso- a una amiga íntima, y le confesó que se sentía culpable de la muerte de Alfonso porque había sido ella la que, para evitar que siguieran peleando de puro aburridos, les había permitido ir a jugar al gimnasio donde estaba la pistola.
El propio don Juan de Borbón le relató a su amigo Bernardo Arnoso que cuando entró en la habitación vio a Juan Carlos con el arma en la mano. Le dijo que creía que su hijo mayor le había apuntado a su hermano pensando que la pistola no estaba cargada y, por broma o por descuido, había apretado el gatillo. Fue esa escena la que le hizo gritar: “¡Júrame que no lo hiciste a propósito!”.
Lo que sí se hizo evidente a partir del jueves santo de 1956 y durante el resto de la vida de Don Juan -murió en 1993, a los 79 años- fue que la relación con su hijo Juan Carlos, hasta entonces cariñosa, se volvió fría y distante. Es posible que jamás lo haya perdonado.

El rey mudo
Lo cierto es que al día siguiente del entierro de su hermano Juan Carlos fue enviado a España, donde terminó su formación lejos del resto de su familia, con la que se reunió muy pocas veces desde entonces. Como contrapartida, el dictador Francisco Franco lo puso bajo su ala con la idea de convertirlo en estadista. Tenía planes, aunque todavía los mantenía en reserva.
Seis años más tarde, en 1962, Juan Carlos se casó con Sofía de Grecia y, en 1969, finalmente Franco transformó en ley sus deseos de sucesión. Según la Ley de la Jefatura del Estado de 1947, un Borbón volvería al trono de España a la muerte del Generalísimo. Por derecho dinástico, el puesto le correspondía a Don Juan, hijo de Alfonso XIII, pero el 22 de julio de 1969 el dictador completó su jugada y, con otra ley, convirtió a Juan Carlos en heredero legítimo del trono, saltándose a su padre. Don Juan calificó a esa ley como “un engendro monstruoso” y no quiso renunciar a sus derechos dinásticos. Si las relaciones entre padre e hijo eran frías y distantes, a partir de entonces quedaron definitivamente rotas.
Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975 y dos días después Juan Carlos I de Borbón fue proclamado oficialmente Rey de España. Tenía 37 años y llevaba casi veinte años en el país. Durante todo ese tiempo nunca había dicho una palabra sobre la muerte de su hermano. Tampoco lo haría después: el único gesto público hacia Alfonso de todo su reinado fue repatriar sus restos en 1992 para ponerlos en el panteón familiar.
Juan Carlos I llevó la corona de España durante casi cuarenta años, hasta que una sucesión de escándalos amorosos y financieros lo obligaron a abdicar en 2014, cuando dejó el trono a su hijo Felipe, aunque conservó el título honorífico de “Rey Emérito”.
Recién un año después de la abdicación se refirió por primera vez a “Alfonsito”, que ya llevaba 58 años muerte y enterrado. “Ahora lo echo mucho de menos. No tenerlo a mi lado. No poder hablar con él. Estábamos muy unidos, yo lo quería mucho, y él me quería mucho a mí. Él era muy simpático”, dijo frente a las cámaras en el documental Yo, Juan Carlos I, Rey de España, del director de cine hispano-francés Miguel Courtois.

Revelaciones de una amante
Corinna Larsen zu Sayn-Wittgenstein guardó celosamente las confesiones de alcoba de su amante real hasta que, en 2022, ya rota la relación, decidió hablar sobre los años compartidos y también sobre lo que Juan Carlos le había contado sobre aquella noche fatal. En el podcast asegura que el rey admitió que estaban jugando a dispararse con las pistolas y que él había cargado su arma. Si ese era el juego, no quedan dudas de que fue el entonces futuro rey quien disparó.
El relato vuelve también sobre las palabras que el padre de los dos infantes, don Juan de Borbón y Battengerg le gritó Juan Carlos al entrar al gimnasio y ver a su hijo menor caído en medio de un charco de sangre. Corinna confirma esa escena en el podcast: “La primera reacción de su padre fue preguntarle ‘júrame que no lo has hecho a propósito’. Me puedo imaginar cómo se debió de sentir porque aquello significaba que el padre pensaba que había disparado deliberadamente a su hermano”, relata.
Según ella, Juan Carlos no huyó después de la muerte de Alfonso, sino que fue enviado a España por decisión de su padre. “Su papá pensó que, tal vez, si él (Juan Carlos) no estaba, el dolor también se iría”, especula. Y remata: “Sólo Juan Carlos sabe bien lo que pasó”.
Para 2006, cuando Juan Carlos le contó a Corinna los hechos de la trágica noche del 29 de marzo de 1956, circulaba por toda España una carta abierta “al ciudadano borbón”, escrita por el historiador y coronel del ejército español Amadeo Martínez Inglés, donde lo acusaba sin medias tintas de ser un asesino y un cobarde. Decía así: “Usted es, señor Borbón, un homicida confeso (admitió ante su propia familia haber matado a su hermano de un disparo en la cabeza, el 29 de marzo de 1956) y un presunto asesino (existen abundantes indicios racionales que así lo señalan), que se negó a testificar en su momento ante la policía y los jueces portugueses y huyó del lugar del crimen sin asumir sus responsabilidades”. Juan Carlos nunca le respondió.
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