
Dylan Mortensen (21) baja del Uber en el número 1122 de la calle King, en Moscow, Idaho, Estados Unidos. Hace un tiempo que vive en esta casa de tres plantas de madera gris y marcos blancos, llena de luz y alegría, muy cerca del campus de la universidad a la que asiste. Comparte el alquiler con cuatro chicas más: Xana Kernodle, 20; Madison Mogen, 21; Kaylee Goncalves, 21, y Bethany Funke, 21. Hoy el novio de Xana, Ethan Chapin (20) también está durmiendo aquí, aunque ella no lo sabe.
Cuando se baja del auto el reloj marca las 2.20 de la madrugada. Ella es la última de los moradores en llegar. Va directo a su cuarto ubicado en la planta que está al nivel de la calle, en el segundo piso de la casona de 280 metros cuadrados. Está agotada, va a intentar dormir. Pronto se dará cuenta de que será imposible, es una noche de mucho movimiento. La madera cruje bajo las pisadas. En su celular observa que Bethany, quien duerme en la planta inferior a la suya, está en línea. Ella tampoco duerme.
A las 4 de la mañana Xana, quien ocupa un cuarto en diagonal al del Dylan, en ese mismo segundo nivel, recibe un pedido de comida por DoorDash. Pasos que van y pasos que vienen. Al rato, Dylan oye a Kaylee jugando con su perro en el piso de arriba. La joven duerme en el tercer nivel de la casa, justo encima de su habitación y en el mismo piso que su amiga Madison.
Molesta, Dylan se levanta de la cama y abre la puerta de su dormitorio por primera vez a lo largo de esa noche. Se asoma al pasillo. No ve movimientos y cierra. Un poco después, cree escuchar la voz de Kaylee desde la planta superior. Dice algo así como “hay alguien aquí”. Es extraño lo que escucha, pero todavía no suenan sus alarmas. Entre jóvenes, amigos, fiestas, trasnochadas de fines de semana y diversión esto es algo posible.
A las 4.12 Xana está conectada a Tik Tok. Nadie parece dormir. Solo minutos más tarde Dylan escucha más sonidos extraños. Los perros de la zona ladran con fuerza. Por segunda vez abre su puerta y escucha voces distorsionadas y un lloriqueo seguido de un ruido sordo provenientes del cuarto de Xana y Ethan. Están a metros. Una voz masculina que no reconoce dice: “Está bien, ahora voy a ayudarte”. Cierra su puerta.
Luego, silencio absoluto.
Desorientada, asustada e intrigada, Dylan abre la puerta unos centímetros y sin hacer ruido por tercera vez. Queda petrificada. Ve venir hacia ella la silueta de un hombre flaco, con una máscara que le cubre la nariz y la boca, enteramente vestido de negro. La siniestra figura pasa de largo, a centímetros suyo, hacia la puerta corrediza de vidrio de la cocina y sale al exterior.
Dylan está helada, sin reacción. No entiende qué está pasando. Tampoco sabe si él la ha visto. Cierra la puerta temblando y coloca la traba. No se le ocurre llamar a emergencias ni a la policía, quizá no sea nada. Está confundida. ¿Qué es lo que ocurre?
Son las 4.22 de la madrugada del domingo 13 de noviembre de 2022. Dylan toma su celular y temblando escribe primero a Kaylee Goncalves.

Dylan: “Kaylee, qué está pasando”.
No obtiene respuesta. Sigue escribiendo, pero nadie le contesta. Le envíarle a Bethany varios mensajes.
Dylan: “Nadie me contesta”. “Estoy realmente confundida”. “Xana está vestida toda de negro”. “Estoy enloqueciendo ahora mismo”. “Vi a alguien con una máscara de esquí”.
Bethany: “Stfu” (en inglés eso quiere decir shut the fuck up, algo así como “¡Carajo, cállate!”).
Dylan: “Es como si tuviera algo sobre su cabeza…”. “No estoy bromeando. Estoy muerta de miedo”.
Bethany: “Yo también”.
Dylan: “Mi celular está por morirse, mierda”.
Bethany: “Vení a mi habitación ya. Corré hacia abajo”.
Dylan baja al cuarto de Bethany. Al rato, agotadas por el miedo se quedan dormidas durante unas horas. Pasadas las 10 de la mañana, Dylan se despierta y mira su teléfono. Ninguna de sus otras compañeras ha respondido los mensajes que les envió.
A las 10.23 Dylan vuelve a escribirles a Kayle y a Madison: “¿Están levantadas? Por favor respondan”.
Nada.
Ella y Bethany, sumamente asustadas, llaman a otros amigos que viven en otras residencias cercanas. Les piden ayuda, quieren que vayan hasta allí porque están muertas de miedo.
Cuando los compañeros arriban a la casa ven que nadie de los otros cuartos responde a los llamados. Uno de ellos, identificado solamente por sus iniciales como H.J, se anima y entra al cuarto de Xana y Ethan.
Observa a Xana en el piso de la habitación. Está ensangrentada y no responde. Parece muerta. Inmediatamente le grita a las chicas que llamen al 911.
Una de ellas marca a emergencias, pero en medio de la llamada se descompone y cae al suelo inconsciente. H.J toma el celular. La operadora no entiende nada lo que está pasando del otro lado: escucha llantos, gritos y respiraciones pesadas. Una voz femenina no identificada le dice: “Algo pasó en nuestra casa. No sabemos qué”. Envía emergentólogos al lugar con la idea de que hay una persona desmayada en la calle King 1122 de la ciudad de Moscow.
Minutos después llegan a escena los paramédicos. Afuera, encuentran a varios jóvenes que lloran desconsolados; adentro, la sangre chorrea por las paredes. Murphy, la perra de Kaylee está ladrando como loca desde una de las habitaciones superiores. Recorren la casa y, con la piel erizada, descubren cadáveres. Jóvenes que han sido brutalmente acuchillados. Uno, dos, tres, cuatro. Se comunican de inmediato con la central de emergencias y refieren que están siendo testigos de una sangrienta masacre ocurrida hace muy poco.
¿Qué había pasado intramuros en la casa de los estudiantes de la Universidad de Idaho?
Dylan era la única que tenía información interesante para los detectives de homicidios: había visto un intruso salir por el pasillo de la cocina… Era un joven flaco, alto, no muy musculoso, pero atlético, y con espesas cejas oscuras.

La visita de la muerte
En la casa de la calle King había seis habitaciones. Una no estaba ocupada. Bethany Funke era la única estudiante que dormía en la planta baja o primer nivel. En la segunda planta, a nivel de la calle, lo hacían Xana (con su novio Ethan cuando estaba) y Dylan Mortensen. En este piso se encontraba también la cocina por la que se podía salir al porche exterior por una puerta de vidrio corrediza. También estaban aquí las dos escaleras conectoras con las otras dos plantas: de un lado, la que unía el primer nivel con el segundo y, del otro, la que iba del segundo al tercero donde dormían, en sus respectivas habitaciones, las íntimas amigas desde la primaria y estudiantes de marketing, Madison Mogen y Kaylee Goncalves (quien en un mes se iba a mudar a Texas por un ofrecimiento laboral).
Lo primero que hicieron los agentes fue dedicarse a rearmar cómo había sido la noche del sábado 12 de noviembre de 2022 para el grupo de víctimas y sobrevivientes. Los compañeros de la calle King habían salido cada uno por su lado. Kayle y Madison fueron al Corner Club entre las 22 y la 1.30 de la mañana. A la 1.40 pararon a comer algo en un food truck y, luego, retornaron en el auto de un conocido a la casa a la 1.56 según registró la cámara de una casa vecina. Por su lado, Xana y su novio Ethan, fueron a una fiesta de la hermandad Sigma Chi y regresaron minutos después.
Dylan llegó en Uber alrededor de las 2.20 y vio que Bethany estaba conectada y en línea en su celular. Ya para esa hora todos los moradores de la calle King estaban en la supuesta seguridad de su casa.
No sería el caso. El horror estaba por colarse.
La investigación recolectó un dato perturbador: hay diez llamadas que hicieron Kaylee y Madison entre las 2.26 y las 2.52, desde sus celulares, al ex novio de Kaylee: Jack DuCoeur. Él dormía, no respondió.
¿Qué estaba pasando para que ellas llamaran con semejante insistencia a Jack? ¿Ya habría alguien dentro de la casa? Las dos amigas aparecieron asesinadas en la misma habitación, en la cama de Madison, a pesar de que cada una tenía su propio cuarto. Se piensa que, asustadas por algo, se encerraron en la misma habitación. Hoy los investigadores suponen que habrían sido las dos primeras víctimas. Luego, el asesino habría descendido un piso para dirigirse a la habitación que ocupaban Xana y Ethan. ¿Sabía a quién buscaba? ¿O era al azar?

Se cree que el lloriqueo de Xana fue lo que provocó la frase del asesino que Dylan escuchó desde su cama. Una voz masculina que no había escuchado nunca. Hoy los fiscales piensan que era el atacante que, habiendo asesinado a Ethan y con Xana aterrorizada, procedió a calmarla con su cuchillo letal. A eso llamó “ayudarla”.
A las 4.25 de la mañana, según los peritos forenses, los cuatro jóvenes ya estaban muertos en sus habitaciones. Las pericias demostraron que el asesino enfrentó alguna resistencia de las víctimas. La oscuridad traicionera, la confusión en medio del sueño, lo inesperado del ataque y el certero filo del arma de combate… Ninguno tuvo la oportunidad de anticiparse y ganar esa batalla por la vida.
Algo impulsó al agresor a huir.
Dylan y Bethany se salvaron, literalmente, por un pelo.
La policía no encontró el arma asesina, el homicida se la había llevado. Pero en el suelo, al lado de los cuerpos de Kaylee y Madison, encontraron la funda de la hoja de metal. Se mandó a analizar. Descubrieron que el arma utilizada era un cuchillo Ka-Bar, un puñal de combate que usaban los marines en la Segunda Guerra Mundial. Espeluznante.
Los agentes decidieron reservarse este dato de la funda y del tipo de arma usada. Esos detalles no se dieron a conocer públicamente a propósito. Querían sorprender al asesino y no brindarle información por la prensa.
Las autopsias decretaron que todas las víctimas habían fallecido por repetidas puñaladas, algunas tenían también heridas defensivas. No hubo más detalles ni precisiones. Querían preservar a las familias.

El auto blanco y buscando al dueño del ADN
En un principio, todos quedaron en la mira. Amigos, ex novios, conocidos, personas circunstanciales que estuvieron aquella noche con las víctimas. Si bien mandaron a analizar las huellas de la funda y lo que había bajo las uñas de las víctimas, necesitaban más.
Recolectaron todos los videos de las cámaras de seguridad de las calles y de las casas cercanas. Eran miles de horas de películas para supervisar con ojo crítico. Tenían que hacerlo bajo un hermetismo total. Al mismo tiempo debían soportar la presión de una ciudad que había entrado en pánico. Los estudiantes, incitados por sus padres, habían vuelto a sus ciudades de origen. Nadie iba a clases. Además, bares y restaurantes cerraron por las noches para proteger a sus clientes y a su personal.
Un asesino loco y peligroso andaba suelto por Moscow y sus alrededores.
Una cinta clave fue aportada por un joven que trabajaba en una estación de servicio Exxon Mobil, ubicada en las cercanías de la calle King. En las imágenes se veía a un auto blanco pasar varias veces cerca de la casa de las víctimas ubicada en un cul de sac. ¿Quién conducía ese Hyundai Elantra blanco entre las 3.29 y las 4.04 de la madrugada? El modelo, dijeron los especialistas, podría corresponder a uno fabricado entre los años 2011 y 2016. En otra filmación se pudo encontrar al mismo auto saliendo a toda velocidad de la ciudad de Moscow, Idaho, hacia la vecina ciudad Pullman en el estado de Washington. ¿La hora? Las 4.20 de la mañana del 13 de noviembre de 2022.
En la zona había 22 mil autos iguales. Tendrían que ver cuál era el que aparecía en la filmación. Una vez que lo encontraran deberían averiguar si su conductor podría tener algo que ver con los crímenes.
El 29 de noviembre un policía reportó un Hyundai Elantra blanco, modelo 2015, en la vecina ciudad de Pullman. Estaba registrado a nombre de un joven de 28 años llamado Bryan Christopher Kohberger. Enseguida averiguaron: era un alumno brillante, doctorado en Criminología en la universidad de Pullman y ayudante de cátedra. Era curioso porque Moscow y Pullman están separadas, yendo por la ruta 270, por solamente 14 kilómetros que cruzan el límite entre los dos estados. El trayecto se podía hacer en menos de quince minutos.
Los expertos en homicidios siguieron también con gran hermetismo la pista de las huellas y rastros biológicos hallados en la escena de los crímenes. En la escasa resistencia que había hallado el asesino había cometido un gran error: dejar la funda de cuero de su cuchillo Ka-Bar. Su ADN estaba impreso en ella.

El 10 de diciembre el FBI se encargó de comandar el análisis de esta pieza clave de evidencia.
Tiraron de la línea: ¿el dueño del auto Hyundai blanco, Bryan Kohberger, podía ser el mismo del ADN de la escena de los crímenes? ¿Cómo podían conseguir su ADN, sin alertarlo, para poder compararlo con el que ya tenían de la funda?
Se cargaron las huellas en bancos de datos genéticos buscando alguna coincidencia utilizando la técnica de la genealogía genética. Estudiar el ADN familiar viene revolucionando la ciencia forense. Gracias a esto en los últimos años se pudieron resolver muchos casos antiguos, estancados durante décadas.
Los detectives pergeñaron una táctica: rescatar ADN de la casa familiar del joven en Pensilvania para ver si alguien de su familia coincidía con el ADN de la funda del puñal. Montaron guardia allí y el 27 de diciembre lo consiguieron de la basura de los Kohberger.
La sorpresa no se hizo esperar: el ADN del padre de familia, del señor Michael Kohberger, tenía una coincidencia del 99,99 por ciento con el hallado en la funda. En una palabra: Michael Kohberger era el padre biológico de esa huella asesina.
Si a esto le sumamos que su hijo Bryan tenía, además, el auto blanco igual al que circulaba por la escena aquella noche, no parecía haber muchas dudas. Dos más dos, cuatro.
Empezaron a seguirlo de cerca, sin que nada de esto trascendiera a la prensa ni a los familiares de las víctimas.
Cuarenta y ocho días después de los asesinatos, la policía comunicó la buena noticia: el 30 de diciembre, un equipo Swat conformado por fuerzas de elite norteamericanas, había detenido al sospechoso de la masacre a unos 4100 kilómetros de Moscow, en la vivienda de sus padres en el estado de Pensilvania.

Homicida salvaje y estudioso
Bryan Kohberger (30) nació el 21 de noviembre de 1994. Creció en Poconos con sus padres Michael (hoy 69) y Maryann (hoy 64) y sus hermanas mayores, Amanda y Melissa. El matrimonio trabajaba en el mismo colegio al que concurrió su hijo Bryan. Michael se ocupaba del mantenimiento del establecimiento, algo que hizo hasta el año 2019, y Maryann fue hasta el 2020 la terapeuta encargada de los chicos con necesidades especiales y problemas de conducta.
Un ex compañero de colegio de Bryan admitió: “No me gusta decir que era raro, pero no tenía habilidades sociales, no sabía hacerse amigos. La verdad es que sí, era extraño”. Otra alumna de su clase, quién era asistida por Maryann Kohberger, contó que si bien la madre del acusado era muy cariñosa, su hijo en cambio era sumamente agresivo cuando intentaba coquetear con alguna chica: “Todas teníamos una sensación rara en el estómago hacia él. Mi instinto me decía que había mala vibra y siempre intenté mantenerlo a distancia”.
Durante el secundario Bryan no la habría pasado nada bien: las chicas lo rechazaban y no toleraban sus modos intempestivos; luchaba contra la obesidad heredada de su padre y los varones le hacían bullying. Empezó a consumir con frecuencia heroína.
Sin embargo, luego del último verano de su secundaria, volvió al colegio muy cambiado: estaba extremadamente flaco y se mostraba seguro de sí mismo. Ya no se dejaba amedrentar por el resto y, por el contrario, se volvió un matón de temer.
Hacia 2017 Kohberger pareció enfocarse en sus estudios universitarios. Para su familia había cambiado para bien y de manera definitiva. Ya no consumía drogas y, además de estudiar, había comenzado a trabajar part time como empleado de seguridad.
En 2018 terminó de estudiar la primera parte de psicología en la Northampton Community College y se licenció en 2020 en la Universidad DeSales de Pensilvania. En junio de 2022 terminó su primer semestre de su doctorado en Justicia Criminal en la Universidad de Pullman, en el Estado de Washington, donde también trabajaba como asistente en una cátedra.

Al momento de su detención Bryan Kohberger tenía 28 años y estaba instalado, desde el 17 de diciembre, para pasar las fiestas en la casa de sus padres en Albrightsville, Pensilvania.
Como el trayecto entre Pullman y Albrightsville es demasiado largo, unas 38 horas de auto, su padre Michael había volado al estado de Washington, el 13 de diciembre, para poder compartir con su hijo la conducción del auto Hyundai hacia Pensilvania. No le gustaba que lo hiciera solo, era sumamente cansador manejar tanto tiempo sin compañía.
Durante ese viaje a la casa de la familia fueron dos veces interceptados por la policía: una por exceso de velocidad y otra por ir demasiado pegado al camión que iba delante. En las dos oportunidades el que conducía era Bryan. Un temerario y no solo al volante.
El viernes 30 de diciembre, a las 3 de la madrugada, Bryan Kohberger fue arrestado en Albrightsville, ante la mirada atónita de sus padres. Michael y Maryann escucharon azorados que era el sospechoso del cuádruple asesinato de Moscow.
Mientras lo esposaban, Bryan mantuvo la tranquilidad y solo preguntó si habían detenido a alguien más por esto. Su auto Hyundai Elantra blanco fue decomisado y se envió para ser analizado. El jefe de la policía, James Fry, sostuvo ese mismo día en una conferencia de prensa: “Tenemos bajo custodia al individuo que cometió estos crímenes horribles, creo que nuestra comunidad está a salvo”.
Horas después de la detención, la policía allanó también la vivienda de Bryan Kohberger en Pullman ante la presencia del fiscal de turno. Que el salvaje homicida fuera un licenciado con honores en psicología, doctorado en criminología y ayudante de cátedra, dejó a todos más que perplejos.
El 4 de enero de 2023 fue extraditado a Idaho y el 5 de enero Kohberger fue formalmente imputado.

Paradojas familiares
Según los conocidos de la familia, los padres y las hermanas de Bryan no podían creer que él pudiera haber cometido semejante atrocidad. Dijeron entender el dolor de las familias de las víctimas, que dejarían que el proceso legal se desarrollara con normalidad y que ellos, como familia, apoyarían a su hijo y hermano al amparo de la idea de que la ley avala la presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario.
A una ex tía política del joven se le escapó algo: contó que Bryan tenía hábitos alimenticios extraños y manías compulsivas con la higiene: “No era que fuera vegano, iba mucho más allá de eso. No comía en ningún recipiente que alguna vez hubiera contenido carne así que tenían que comprar siempre bowls y cacerolas nuevas para la comida. Tenía un comportamiento obsesivo compulsivo”.
Maryann, la madre de Bryan, siempre se manifestó en contra del aborto y de la pena de muerte. El 24 de mayo de 2022 en el colegio de Uvalde, Texas, un joven de 18 años mató a tiros 21 personas y dejó 17 heridas. Conmocionada con esa noticias Maryann decidió escribir una carta al medio Poconos Record que fue publicada el 2 de junio de 2022.
“Quedé shockeada esta mañana, tambaleándome por otro tiroteo escolar, me encontré debatiendo las acciones que se deben tomar para detener toda la locura. ¿Cuál es la respuesta? ¿Medidas de control de armas? ¿Intervención de Salud Mental? (...) Entonces recibí un mensaje de mi hija que trabaja como terapeuta de salud mental en Nueva Jersey (...) Compartió un poema que había escrito mientras estaba en lo más profundo de la desesperación (...) Me conmovió mucho y sentí la necesidad también de compartirlo:
24 de mayo de 2022, Uvalde, Texas, de Melissa Kohberger.
´Privados de sus risas
Ya no hay sonido alguno
Mientras bajamos a nuestros hijos al suelo
Manos y pies pequeños,
enterrados a dos metros de profundidad
en la tierra del mundo que les falló´”.
Cinco meses más tarde Maryann tendría su propio cataclismo: cuando su hijo fue esposado y acusado de cuatro macabros asesinatos a cuchillo.
La paradoja está a la vuelta de la esquina. Ella y sus dos hijas Amanda y Melissa son terapeutas especializadas en conducta. Ayudaban a otros, pero no percibían lo que ocurría frente a sus propios ojos.
A veces el saber no alcanza para ver la realidad.

Una encuesta y el lado oscuro
En mayo de 2022, Bryan Kohberger, se mostraba muy interesado en la elaboración de perfiles criminales. Por ello disparó una encuesta entre delincuentes que difundió por la red social Reddit (que ya fue borrada de la web) para un supuesto estudio que tenía en mente: “Hola, mi nombre es Bryan y te invito a participar en un proyecto de investigación que busca comprender cómo las emociones y los rasgos psicológicos influyen en la toma de decisiones a la hora de cometer un delito (...) en particular este estudio busca comprender la historia detrás de tu delito penal más reciente, con énfasis en tus pensamientos y sentimientos a lo largo de la experiencia”. Esa encuesta era anónima y las preguntas eran: “¿te preparaste para el delito antes de salir de tu casa?; “¿por qué elegiste esa víctima o blanco en lugar de otros?; “¿cuál fue el primer paso que diste para lograr tu objetivo?”; “¿qué pensaste y sentiste después de cometer el delito?”.
Preguntas que hoy, a la luz de los hechos, parecen más las de un perverso asesino en ciernes que las de un alumno estudioso.
La profesora universitaria de DeSales, Michelle Bolger, dijo que Korhberger era uno de sus alumnos más brillantes. Sostuvo: “Fue uno de los mejores que jamás tuve”. Por ello lo recomendó para el doctorado que estaba haciendo Kohberger al momento de los crímenes.
Pero fueron sus compañeros de clase los que contaron algunos detalles que permiten vislumbrar su costado más oscuro: una persona que no dormía nunca y que tenía comportamientos antisociales. Bajo el anonimato, uno de ellos explicó: “Era una persona nocturna que usaba el baño de noche y pasaba la aspiradora a la una de la madrugada. Siempre estaba solo”. Benjamin Roberts, otro de sus conocidos del posgrado en Criminología y Justicia Penal, contó que con frecuencia llegaba tarde a clase, con un café en la mano, y dijo que “parecía siempre exhausto”.
Sara Healey reveló que una vez, caminando por un pasillo de la universidad, Kohberger sin previo aviso la paró para decirle: “¿Quieres convivir un rato?”. Un alumno del mismo doctorado de apellido Norton recordó que cuando, en clase, salió el tema de los terribles asesinatos de Moscow, Kohberger no mostró reacción alguna sino que se quedó “inmóvil, inexpresivo (...) La conversación fue larga y no recuerdo ningún comentario suyo”. Pero uno de sus vecinos en Pullman aseguró que dos días después de los asesinatos Kohberger le preguntó directamente si había escuchado acerca de los crímenes. Él le dijo que sí y, entonces, Kohberger aventuró: ”Parece que no hay pistas a seguir. Parece un crimen pasional”.
Hubo más. El dueño de un bar llamado Seven Sirens Brewing Company, Jordan Serulnek, señaló que Kohberger solía ir al local donde acosaba de mala manera a las mujeres que trabajaban en el lugar.
El patrón de conducta con el sexo opuesto era siempre igual. Quizá Ethan estaba en el lugar equivocado esa noche, porque el odio de Bryan parecía dirigido, especialmente, hacia las mujeres.

Descubrir el móvil mortal
Las pistas que se analizaron suman la friolera de 19 mil. Todavía hay muchas respuestas que faltan. Para saber más habrá que esperar al juicio que comenzará el próximo 11 de agosto. Entonces se sabrá cómo exactamente se llegó al ADN de su padre y los fiscales intentarán develar el misterio de por qué y cómo escogió a sus víctimas y cuál fue su recorrido dentro de la casa esa noche fatal. ¿Conocía Kohberger a alguien del grupo asesinado? ¿Son verdaderas las cuentas de Instagram suyas donde en una de ellas seguía a Kaylee Goncalves y a Madison Mogen? Los investigadores están convencidos de que una de ellas era el principal objetivo del rabioso homicida. Apuestan, aunque no lo dicen, a que ese objetivo podría haber sido Kaylee.
En un perfil de Instagram, que ya fue borrado, el supuesto Bryan se describía a sí mismo como un “criminólogo estudiando lo absurdo de la experiencia humana, actualmente tomándome un año para hacer una inmersión en mi campo de estudio”. ¿Broma negra casual o clara expresión de una mente homicida en gestación?
Lo cierto es que conforme avanzó la investigación se supo que Kohberger habría aplicado para una pasantía en la policía de Pullman; que cinco días después de los crímenes había cambiado la placa de su auto (quizá intuyendo que las cámaras podrían haber registrado su coche en la zona); que su teléfono se había conectado con las torres cercanas al área del crimen en doce oportunidades antes de los homicidios y, al menos una vez, entre las 9.12 y las 9.21 del domingo 13. Eso lo ubica en la escena, cuando Bethany y Dylan dormían antes de descubrir los cuerpos de sus amigos. El asesino había regresado al lugar de los hechos, una conducta obvia para un criminólogo experto. ¿Por qué lo hizo? ¿Quería recuperar la funda perdida de su cuchillo porque sabía que lo podía incriminar?
Un dato más: entre las 2.47 y las 4.48 de la madrugada del 13 de noviembre su teléfono no registró actividad alguna. ¿Estaba Bryan Kohberger muy ocupado acechando y matando?
Los vecinos de Kohberger contaron haberlo visto en los días que siguieron a los homicidios, limpiando meticulosamente su auto, por dentro y por fuera, con guantes de goma. Buen detalle.

Lo que queda de las víctimas
En 2023 se disparó una sospecha más sobre Bryan Kohberger: una mujer de 45 llamada Dana Smithers había desaparecido en mayo de 2022, unos meses antes del cuádruple crímen. Dana, madre de tres chicos, era vecina de los Kohberger y Bryan estaba en la casa de su familia en Pensilvania en ese momento. La última imagen de ella con vida es del 28 de mayo de 2022 a las 23 horas. Así se vio en una cámara callejera. Sus restos fueron hallados en un bosque a pocos kilómetros de Albrightsville. ¿Podría ser ella una víctima anterior del estudiante? Ante las coincidencias en los tiempos, los padres de Bryan fueron citados para testificar en el juicio donde se investigaba ese crimen. Ellos habrían brindado una buena coartada para su hijo y no se encontró evidencia que lo conectara al caso.
La madre de la víctima Xana Kernodle, Cara Northington, después del crimen de su hija recayó en un espiral de drogas que la condujo a la cárcel y la hizo perder el contacto con sus otros dos hijos. Para colmo luego se enteró que quien la defendió a ella de los cargos por drogas terminó siendo la abogada Ann Taylor, quien defiende hoy al asesino de su hija. Un desastre para su psiquis.
Por su parte, los padres de Ethan Chapin cuentan que su hijo era uno de los trillizos. Jim Chapin padre asegura que lo extrañan demasiado y que darían cualquier cosa para poder volver a abrazarlo. La madre de Madison Mogen, Karen Laramie, habló por primera vez a fines del año pasado con la revista People y dijo que sueña repetidamente con su hija: “La parte dura del sueño es cuando me despierto. Es duro porque le tengo que decir adiós nuevamente”. Contó un detalle: tiene decidido hablar de Madison siempre, por el resto de su vida, en tiempo presente. La madre de Kaylee Goncalves, Kristi, también habló y contó, por primera vez, por cómo estaba la cama y el cuerpo en la habitación era obvio que su hija no tenía escapatoria. Steve, el padre, expresó al medio 48 Hours que “hay evidencia que ella se despertó y trató salir de esa situación, pero estaba atrapada en la cama, del lado de la pared”.
Las sobrevivientes Dylan y Bethany, a pesar de lo vivido, tuvieron que soportar algo más: las críticas desmesuradas por no haber actuado antes y llamado antes al 911.
En 2023 la casa de los crímenes fue demolida porque la universidad pensó que sería mejor para cerrar las heridas. Los Goncalves y los Kernodle se opusieron, ellos creían que podrían necesitarla como una pieza de evidencia más hasta que terminara el juicio. No tuvieron éxito.

¿Futuro condenado a muerte?
Si bien los crímenes ocurrieron en el condado de Latah, la Suprema Corte de Idaho aceptó el pedido de la defensa de Kohberger de mover el juicio al condado de Ada para asegurarle al acusado un juicio justo.
Las pruebas cruciales en contra de Kohberger, y que se debatirán en el proceso legal, son varias piezas de ADN: las de la funda del cuchillo; las obtenidas de los cadáveres y algunas manchas de sangre masculinas. Debajo de las uñas de la mano izquierda de Madison Mogen, hallaron una mezcla de tres personas desconocidas. Una coincidiría con Kohberger.
La defensa del acusado pretenderá invalidarlas diciendo que no son concluyentes. Ann Taylor, la letrada que lidera su equipo de abogados, arguye que el FBI usó las bases de datos de MyHeritage y GEDMatch, no las oficiales, y que eso violaría los derechos constitucionales de Bryan Kohberger. Es más: dirá que la funda del puñal fue plantada por el verdadero asesino. Apunta a instalar la idea de que existirían dudas razonables para que el acusado no sea considerado el homicida. La doctora Taylor intenta evitar la pena capital si es que su defendido es encontrado culpable. Para ello prepara una estrategia paralela: la salud mental de Kohberger. Sostendrán que, como padece un desorden del espectro autista, eso habría afectado su relación con el resto. Textual: “Debido a su ASD -sigla en inglés para referirse al trastorno del espectro autista- simplemente no pudo comportarse de una manera que se alinea con las expectativas de la sociedad de normalidad”. Un neuropsicólogo contratado por los abogados sostuvo que Bryan Kohberger demostró tener déficit en la reciprocidad emocional y una conducta impulsiva y compulsiva, que se notaba, por ejemplo, en sus obsesiones “por la higiene y lavarse las manos”.
Sin embargo, adjudicar su conducta a un trastorno del espectro autista sería más que injusto y, además, muy complejo de probar. Porque lo cierto es que hasta la fecha no hay estudios que relacionen directamente esos desórdenes con crímenes de ningún tipo. Los que los padecen no parecen ser más susceptibles que otras personas a cometer delitos.
Es probable que la defensa sostenga, además, que una sentencia a muerte sería inconstitucional, ya que varios estados han abolido la práctica y que ponerla en acción infringe preceptos internacionales.
Lo fiscales ya anticiparon que pedirán la pena capital y aseguran que la táctica de ADN usada por el FBI no viola ninguna ley. Y en los últimos días introdujeron dos elementos más para que sean autorizados como evidencia para la acusación: una selfie que Kohberger se sacó, con auriculares y pulgares arriba, seis horas después de los crímenes y el registro de compras online del acusado en Amazon donde figuran -entre marzo y noviembre del 2022- el cuchillo Ka-Bar, la funda de cuero y un afilador. La selfie sería clave porque lo que vio la única testigo dentro de la casa fueron justamente las pobladas cejas del asesino.
Los defensores del homicida intentarán invalidar todo. Tecnicismos y maniobras que vaya a saber cuánto le importaran al jurado en este proceso que esperan se prolongue por tres meses.
Los que han interactuado con Bryan Kohberger aseguran que su mirada es perturbadora, penetrante, intensa y muy poco habitual.
Dylan Mortensen estuvo a escasos centímetros del imperturbable asesino y de su filoso cuchillo manchado con la sangre tibia de sus amigos. Vio los mismos ojos que ellos, en la oscuridad, bajo las cejas densas del intruso. Por ello, aún con Kohberger tras las rejas, parece imposible que algún día ella pueda volver a dormir como lo hacía antes de aquel 13 de noviembre de 2022. Seguir sobreviviendo no es fácil. Porque, desde entonces, el miedo se llevó el sueño de Dylan y le dejó las pesadillas.
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