
Lo tenía decidido. Nicholas Prosper (19) lo tenía no solo decidido, lo tenía planeado. Había practicado frente a la cámara de su celular cómo hacerlo con una tabla de madera que usó a modo de rifle. Pa, pa, pa, apuntando hacia abajo y hacia arriba enteramente vestido de negro y amarillo. ¿Su objetivo? Asesinar como mínimo a 34 seres humanos y, entre ellos, 30 debían ser niños de entre 4 y 5 años. El sitio escogido para la masacre era el colegio católico primario St Joseph, en Luton, Gran Bretaña. El mismo al que él y sus hermanos habían concurrido desde pequeños. Conocía sus pasillos, sus aulas, sus patios. Al completar su misión, se dispararía a él mismo. Solo de esta manera podría obtener el título que buscaba como “El asesino escolar en masa más famoso del mundo”. De esa manera su nombre sería conocido para siempre.
Quería fama aunque no estuviese vivo para verlo.
Sin amigos a la vista
Juliana Falcon (48) había nacido el 4 de junio de 1976 en la ciudad de Mar del Plata, Argentina. Había hecho la escuela primaria en el establecimiento número 18 de la ciudad y, luego, el secundario en el Instituto Polivalente de Arte. A los 19 años emigró en busca de nuevos horizontes. En el Reino Unidos conoció al británico Raymond Prosper con quien se terminó casando. La pareja tuvo cuatro hijos. El segundo de ellos nació el 18 de diciembre de 2005 y le pusieron por nombre Nicholas. Años más tarde llegaron Kyle y al final Giselle, la menor.
Cuando Nicholas tenía solamente 8 años, la pareja se divorció. Pero la relación entre los padres no se resintió y el contacto paterno con los chicos continuó normalmente.
Juliana siguió con su vida,trabajando y viviendo con sus hijos. Al momento de morir también formaba parte de un grupo de voluntarias que recaudaban fondos para enfermos terminales, algo que había comenzado a hacer después de la muerte de su jefe debido a un cáncer.
Sus hijos asistieron durante la primaria al colegio St Joseph, en Luton, situado a poco más de un kilómetro de su casa. El secundario lo hicieron en el Cardinal Newman School.

Nicholas pareció siempre un chico tranquilo e introvertido. Tenía un pequeño grupo de amigos y se mostraba muy interesado en computación.
A los 15 o 16 años las autoridades escolares se preocuparon por él. Notaron que se había vuelto más introspectivo. Pensaron que podía estar atravesando algún problema o que pudiera tener algún trastorno para relacionarse con el resto. Sus padres también lo notaron y conversaron con sus profesores. Pero Nicholas se negó a aceptar ningún tipo de ayuda.
Como no daba problemas, nadie le otorgó al asunto la suficiente importancia. Y el adolescente no vio a ningún especialista en salud mental.
Tanto era su desinterés por los estudios y su baja interacción con sus pares que, en 2023, abandonó el colegio. Ya era catalogado por muchos como un “friki”. Para septiembre de 2024 Nicholas solamente navegaba por las redes y su contacto con el mundo real se había reducido a la mínima expresión. Tenía su trabajo de medio tiempo como repositor en un supermercado y concurría al gimnasio. Esa era toda su vida social. Sus amigos favoritos eran los personajes de los juegos inspirados en The Walking Dead.
Para ese entonces el hijo mayor de la familia ya se había mudado a vivir solo a otra localidad y Juliana vivía con sus tres hijos menores en el departamento de siempre, en un octavo piso en un complejo edilicio llamado Leabank, en la calle Wauluds Bank Drive en las afueras de Luton. La ciudad está situada a unos 60 kilómetros de Londres.

Mientras Nicholas era reservado y extraño, por el contrario, Kyle era popular, adoraba el fútbol y el boxeo. Giselle, la menor, era una excelente alumna y la alegría de la casa.
El primer tiro y los siguientes
La madrugada del viernes 13 de septiembre de 2024 Juliana Falcon se despertó al oír ruidos extraños. Miró la hora. Eran las 4.50. Se levantó en la oscuridad y salió de su cuarto. Los sonidos provenían del dormitorio de Nicholas. Abrió la puerta y lo encontró manipulando un arma larga. Nicholas se estaba preparando para cometer la masacre familiar y escolar y su madre había aparecido para importunarlo.
Esta interrupción lo obligó a adelantar las cosas. Juliana reaccionó espantada y lo confrontó, ¿qué estaba haciendo? Intentó quitarle el arma y comenzó una pelea física. Salió al pasillo donde perdió la pelea definitivamente porque él, a cortísima distancia, apretó el gatillo con el doble caño casi apoyado contra su cabeza.
Adiós mamá.
La intervención de Juliana había cambiado en segundos el curso de la historia que tenía tan bien planeada Nicholas. Entre las piernas de su madre derribada dispuso un libro: Cómo matar a tu familia.
El mensaje era claro.
A estas alturas, en el departamento, ya también estaban despiertos sus hermanos. Giselle (13) tomó sus anteojos de la mesa de luz y se los colocó justo cuando Nicholas entró y le disparó a la distancia. Aterrada corrió como pudo a esconderse al living. Nicholas la persiguió con calma y estando ella debajo de la mesa le disparó de lleno a su ojo derecho. Su cara estalló en una mancha de carne y sangre.
Chau hermana menor.

Enteramente salpicado ahora iría por Kyle (16) que, escondido en la cocina, gritaba rogando por su vida y sostenía un cuchillo entre sus manos como defensa. La furia de Nicholas se manejaba desde el gatillo de su escopeta. Disparó hacia su pecho. Como Kyle seguía con vida y moviéndose, Nicholas tomó un cuchillo y le asestó puñaladas en todo el cuerpo: cara, cuello, cabeza, pulmones, muslos. Lo atravesó más de cien veces mientras su hermano le imploraba piedad. La adrenalina le permitía a Kyle, medio muerto, seguir luchando. Intentó moverse hacia el pasillo, escapar, pero su hermano se acercó para darle el tiro de gracia en la cabeza.
Hasta nunca Kyle.
Listo. Su plan original había sido matar a todos mientras dormían para luego proceder a violar a su hermana. Pero su madre había desbaratado todo al despertarse antes de morir.
Había terminado en casa, ahora debía proseguir con rapidez, como lo había pensado previamente, e ir al colegio. Intuía que sus vecinos ya habrían llamado a la policía. No tenía tiempo para nada más allí. Salió del edificio.
No se equivocaba. Los vecinos se habían despertado sobresaltados con los ecos macabros de esa noche y habían llamado al 999 a las 5.29 de la mañana.
La fecha elegida por Nicholas no era casual: viernes 13. Tampoco lo era la cifra de muertes que pretendía provocar: 34. De esa manera superaría a otras masacres como la de Sandy Hook, ocurrida en Connecticut, Estados Unidos, el 14 de diciembre de 2012, donde murieron 20 niños y 8 adultos (incluido él mismo atacante) en manos de Adam Lanza. Nicholas adoraba a Lanza, pero ansiaba superarlo. También pretendía vencer en el podio del horror a la de la Universidad Virginia Tech del 16 de abril de 2007 donde murieron 33 personas incluyendo al autor.
A las 5.30 de la mañana Nicholas dejó apurado el departamento llevándose su arma larga y 30 cartuchos.
La policía arribó al lugar a las 5.50. Nadie respondía así que debieron tirar la puerta abajo. Encontraron sangre y más sangre. Había en la escena varios cuchillos ensangrentados. Uno estaba deformado por lo salvaje del ataque.
Nicholas se mantuvo escondido por la zona durante unas horas. Esperaba a que abriera el colegio. Apenas llegaran los chicos pequeños él comenzaría su epopeya sangrienta. A las 6.22 subió a Facebook un video que había filmado previamente donde decía que quería dispararle a su hermana en la cara diciendo “por eso su rostro será mutilado más de lo necesario” o, alardeando, en medio de frases divagantes, expresando “soy el elegido”.
A las 7.50 unos policías que estaban en un patrullero vieron a un chico salir de entre unos matorrales y levantar un puño sangriento cerca de la calle Bermingham, a unos 600 metros de su edificio. Fue ese pequeño gesto el que los alertó que estaban ante el sospechoso de los crímenes. Lo detuvieron. Tenía sangre en la cara, en las manos, en la ropa y en sus anteojos. Sangre de sus seres más cercanos.
Nicholas se mostró extremadamente calmo y mientras lo esposaban con las manos a la espalda él repetía “No es asesinato”. En sus bolsillos encontraron un cuchillo y dos teléfonos celulares. Se lo notaba alegre, orgulloso. Incluso les preguntó si los colegios cercanos habían sido cerrados por los sucesos.
Su arma cargada estaba escondida cerca de allí y en el camino hacia el colegio hallaron, también escondidos, 33 cartuchos más.
A una de las enfermeras del lugar de detención le dijo sin escrúpulos: “hubiera deseado haber asesinado a más” y le reveló que su idea era alcanzar el número de 34 víctimas fatales.

Un plan meticuloso
La policía comenzó a investigar y encontró de todo. Revisó sus redes, sus computadores y celulares. Así pudieron rearmar los pasos previos de Nicholas: el plan se había ido armando a lo largo de un año entero.
Encontraron los sitios que había visitado y su búsqueda obsesiva sobre masacres escolares, tiroteos masivos, heridas de escopeta, abuso infantil y necrofilia. Incluso supieron que había sido parte de un grupo de internet de pedófilos donde discutían sobre su atracción por los menores. Nicholas había hecho resúmenes, había dibujado planos detallados del colegio que quería atacar y de las aulas. En esos planos había escrito: “Kill all” (matar a todos). Además había buscado videos morbosos de los últimos momentos de vida de la gente y de pedofilia.
Un año antes, en septiembre de 2023, Nicholas llamó a su colegio primario St Joseph para enterarse de los horarios habituales y de los movimientos de los niños. También capturó fotos por internet del personal y de los niños.
En los primeros meses de 2024 además de seguir googleando sobre matanzas en colegios y viendo películas de violaciones a menores, comenzó a obsesionarse con una chica de 6 años identificada como C.
En el mes de abril de 2024 estuvo muy activo: se compró su outfit negro y amarillo para el día clave y se hizo miembro de un sitio de ventas por internet. También se filmó con esa madera como si fuera la escopeta que iba a comprar.

En junio seguía obsesionado con C. al punto de que intentó ponerse en contacto con su madre usando un pseudónimo. También devoró los manifiestos de Anders Breivik (quien asesinó a 77 personas en Noruega en 2011) y el de Christopher Dorner (un ex oficial de policía que murió en 2013 luego de haber asesinado al menos a cinco personas).
En agosto hizo un primer intento para comprar un arma, pero no pudo concretarlo. Había descubierto que podía comprar una mediante un certificado. Finalmente se las arregló para confeccionar uno que pareciera legal y logró engañar a un vendedor que tenía una semana desde la compra para registrar la venta. Adquirió por un total de 680 libras (unos 882 dólares) una escopeta de doble caño. Era el jueves 12 de septiembre y se la enviaron al estacionamiento del edificio en el que vivía.
Unas horas después ese vendedor registró la venta, pero ya había terminado el horario laboral. Y el homicida no esperó ni un día para llevar a la práctica su plan.
Ese mismo día Nicholas chequeó el clima para el viernes 13 en su zona. Sería una jornada totalmente soleada, con mínimas de 5 grados y máximas de 13. Perfecto. Tenía casi todo bajo control.
Con el arma en la mano, el 12 de septiembre buscó en la web sobre heridas con armas de fuego, disparos en el cuello, necrofilia y hasta buscó la historia de Sarah Everard, la joven asesinada por un perverso policía en Londres en marzo de 2021 cuando todavía había vigente un relativo régimen de confinamiento por el Covid 19.
Su plan original era: matar a su madre y hermanos mientras dormían y luego violar el cadáver de Giselle. Hecho esto dejaría su departamento a las 8.30 de la mañana para llegar al establecimiento escolar St Joseph a las 9. Entraría a una clase como si fuese a robar a la maestra, pero en cambio empezaría a asesinar a chicos de 4 años. Luego seguiría por otras aulas hasta alcanzar a matar, al menos, a 30 menores.
Cómo consiguió el arma Nicholas en una venta por Internet con credenciales falsas, desató una gran controversia en Gran Bretaña: el sistema había demostrado tener una gran falencia. Un resquicio mortal donde, en cuestión de horas, el arma no informada podía asesinar a mansalva.
Sin alertas a la vista
Por otro lado, los detectives que rearmaron su vida no encontraron señales evidentes de que él la hubiera pasado mal durante la escuela primaria. Tampoco nadie había reportado que algún miembro de la familia tuviera problemas de conducta. Ni que se llevara mal con su familia. Todo era normal a ojos del mundo. Con la normalidad aparente que se puede esconder bajo un manto de alertas ignoradas.
El 24 de febrero de 2025 el acusado se declaró culpable de los tres homicidios y admitió la posesión de un arma de fuego comprada con documentos fraudulentos y de un cuchillo.
El psiquiatra forense consultado, doctor Iain Kooyman, dijo en febrero de este año que el joven padecía Trastorno del Espectro Austista y que no había sido diagnosticado previamente, pero aseguró que eso no le había impedido en absoluto entender lo que hacía. Dijo que si bien tenía deficiencias en la comunicación e interacción con la gente, de ninguna manera se podía establecer una conexión entre su trastorno y su violencia creciente. También sostuvo haber observado que estar preso no le provocaba sufrimiento a Nicholas, sino todo lo contrario: se mostraba orgulloso de sus crímenes. Y recalcó que el acusado había demostrado “falta de empatía extrema hacia el resto al igual que extrema falta de remordimiento”.
El fiscal Timothy Cray apuntó contra Nicholas: había planeado las cosas con suma frialdad, deliberadamente y sin ninguna empatía hacia quienes serían sus víctimas.
La jueza Justice Cheema Grubb lo obligó a estar presente en la sentencia, el último 19 de marzo, para que se enfrentara con las consecuencias de sus actos. Nicholas aceptó que no odiaba a su madre ni a sus hermanos y que había tenido una buena vida con ellos.
El detalle más escabroso para todos los presentes fue tener conocimiento de que la víctima siguiente sufría la angustia anticipada de morir y habiendo presenciado el crimen de su familiar.
La jueza dijo desde su estrado que lo que él había hecho era “un espiral de crímenes con el único objetivo de glorificar el nombre del perpetrador en la historia de los asesinos en masa fue lo que intentaste (...) Incluso no expresaste remordimientos ni pena. Incluso, cuando el psiquiatra te preguntó si intentarías cometer otra masacre, dijiste: “Bueno, el trabajo de ellos es detener el que yo pueda conseguir las armas si soy liberado (...) Tus planes fueron calculados, inteligentes y egoístas. Tu ambición fue hacerte conocido. Querías hacerte famoso como el asesino escolar más importante del siglo 21 (...) Las vidas de tu madre y de tus hermanos más chicos fueron daños colaterales en tu camino para concretar tu ambición”, pero también agregó, “eres intelectualmente capaz de comprender lógicamente el impacto de tus acciones (...) Tu inteligencia y tu capacidad de detenerte no estaban disminuidas”.
Nicholas Prosper fue condenado a pasar entre rejas, por lo menos, 48 años y 177 días. A partir de ese tiempo podría pedir la libertad bajo palabra. Pero lo cierto es que con casi 68 años podría todavía seguir siendo peligroso para el resto. La nota que dejó escrita el asesino es una prueba clara de lo riesgoso que sería liberarlo algún día: “Yo tenía razón en predecir que nadie habría llamado a la policía si los asesinaba mientras dormían”.
Previamente a la condena, durante las testimoniales del juicio, Raymond Prosper, le gritó desde su asiento a su hijo: “Aún te amo hijo. No es tu culpa ok?”. El día que se leyó la condena el único llanto que retumbó en la sala fue el suyo.
Nicholas se negó a pararse para recibir la sentencia. Se quedó sentado sosteniendo su cabeza con sus dos manos. La jueza le espetó: “Sigues siendo sumamente peligroso y probablemente nunca seas liberado”.
Punto final.
Su madre se llevó los titulares, no él. Ella fue quien se despertó y acometió un acto heroico en los últimos instantes de su vida: interponerse entre su hijo y la masacre.
Siempre es curioso y paradojal ver los significados de los apellidos y cuánto dicen o no de quienes los portan. El de Nicholas significa algo así como florecer, prosperar o triunfar. Nada más lejos de lo que él encarnó.
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