
¿Cómo voy a morir? ¿Será cuando intente respirar con desesperación y, en vez de aire, ingrese agua salada a mis pulmones? ¿Cuánto demoraré en perder la conciencia? ¿Será rápido? ¿Me daré cuenta? ¿O dejaré este mundo cuando se termine el oxígeno en esta burbuja de aire bajo el enorme peso del Mar Rojo? ¿Espero mi hora final en la oscuridad y sin hacer nada, flotando entre el techo que es el piso y los escombros? ¿O debería salir en busca de la vida aunque pueda ahogarme en el intento? ¿Encontrarán mi cuerpo entre los restos del naufragio?
En la historia de la humanidad no son muchas las personas que, cara a cara con la muerte, tienen el tiempo suficiente de enfrentarse a preguntas filosas y urgentes. Tan angustiantes que por única respuesta tienen la realidad que, segundo a segundo, acontece. Como en las peores pesadillas.
Este fue el caso de varios pasajeros, muchos de ellos buzos expertos y buenos nadadores, de un barco turístico que se hundió en medio de una noche tormentosa frente a las costas de Egipto y pudieron vivir para contarlo.
Ocurrió el pasado mes de noviembre de 2024. Será un relato no apto para claustrofóbicos o para quienes teman a la oscuridad y a las profundidades del mar.
Infortunio en el Mar Rojo
El barco Sea Story, operado por la compañía Pro Liveaboard, partió del puerto de Port Ghalib, al norte de Marsa Alam, Egipto, el domingo 24 de noviembre de 2024. Iba cargado con 46 personas: treinta turistas, cuatro buzos/guía y doce miembros de la tripulación. Estarían embarcados durante seis días para llevar a cabo un plan de buceo turístico intensivo y terminar en el puerto de Hurghada el viernes 29 de noviembre. Tenían por delante varios días en un barco de lujo para relajarse y disfrutar de las tres inmersiones diarias previstas.
El Servicio Meteorológico egipcio había anticipado, para el domingo 24 y el lunes 25, mal tiempo: habría mar revuelto y alto oleaje. Por esto no deberían llevarse a cabo actividades náuticas. Como suele verse en las tragedias, repetidamente hay seres humanos que minimizan las alertas. Los que conducían el barco de 44 metros de eslora, cuatro pisos y 18 camarotes en suite, no fueron la excepción a las reglas de la laxitud que suelen rodear toda negligencia. Porque el Sea Story arrancó su periplo con un resultado fatal.
Recién comenzado el lunes 25 de noviembre, entre las dos y las tres de la madrugada, el Mar Rojo se tornó violento. La inestabilidad de la embarcación se volvió evidente cuando las olas empezaron a golpearla por los lados. Las cosas se salieron de control con rapidez. En medio de la noche, luego de una supuesta ola gigante de cuatro metros de altura, la nave se dio vuelta y comenzó a hundirse de costado. Entre cinco y siete minutos demoró en tocar fondo a unos doce metros bajo la superficie marina. Parte del casco quedó sobre la línea de flotación. Estaban a 46 millas náuticas (unos 85 kilómetros) del puerto que habían zarpado.
La reacción de las autoridades demoró demasiado. Recién a las 5.30 de la mañana la guardia costera dio el aviso. Esa misma mañana fueron rescatadas con vida 28 personas que habían pasado horas de angustia a la deriva, en medio de la oscuridad, en una balsa salvavidas. Algunos fueron subidos a helicópteros para ser trasladados a hospitales. Los que estaban ilesos fueron llevados a la costa por fragatas militares. El gobernador del Mar Rojo, el general Amr Hanafi, aseguró que aviones y unidades navales continuarían buscando al resto de los pasajeros. Faltaban 18 personas. Y cada minuto contaba.

En manos improvisadas
Habría historias de supervivencia insospechadas en un rescate que se demoró hasta 36 horas. Vamos a contar algunas de ellas y para eso hay que volver las horas hacia atrás. Cuando todavía el barco flotaba sobre el mar y nadie esperaba la zozobra.
La doctora Sarah Martin, originaria de Lancaster, Reino Unido, fue una de las afortunadas sobrevivientes. Relató su angustiante experiencia a la revista especializada DIVE. Si bien Sarah había reservado en otra embarcación de la compañía, un barco llamado Tillis, a último momento la empresa le informó que viajaría en el Sea Story. Al igual que a otros pasajeros le habían cambiado su reserva y su itinerario. Desde la empresa argumentaron que era un barco mejor y que le estaban haciendo un regalo, un upgrade gratis.
Vaya regalo.
Embarcó la tarde del sábado 23 de noviembre junto con el resto de los pasajeros. Lo primero que Sarah notó en el Sea Story fue la falta de un recibimiento formal y la ausencia de una introducción sobre la nave y su tripulación. Ni un recorrido a bordo como suele ser habitual. Sarah sintió que nadie sabía bien cuántos pasajeros habría a bordo. Eso sí: el encargado de buceo, con su laptop, fue registrando los pagos de los extras a bordo, de las excursiones, de los gastos portuarios y de la entrada a parques nacionales.
El barco zarpó a la mañana siguiente: el domingo 24. Apenas dejó el puerto, un guía llamado Aladin, les hizo una presentación en power point. No estuvo mal, pero siguieron sin hacerles un recorrido por las instalaciones de la embarcación y sin darles las indicaciones de rigor sobre cómo actuar en una emergencia. Nada.
Sí recuerda Sarah que esa mañana les advirtieron que no cargaran los celulares en los camarotes. Tarde, ya todos lo habían hecho durante la noche anterior. También les pidieron que no cerraran los cuartos con llave para que, en caso de un imprevisto, pudieran entrar a ayudarlos. Al pasar les señalaron cuál era la salida de emergencia, la famosa EXIT, pero no les dijeron cuál era el punto de reunión convenido ni cómo se debe desplegar y utilizar una balsa salvavidas.
A la mayoría de los pasajeros no les preocupó demasiado que las explicaciones fueran tan breves y escasas. Total, nunca pasa nada.
El Sea Story puso proa hacia Marsa Shauna donde harían un chequeo de buceo. Luego, almorzarían. Y para la madrugada del 25, a las 5.30, estaba prevista una excursión nocturna de buceo.
Planes inútiles para un destino que ya había entrado en tiempo de descuento.

Aviso de tormenta
El capitán del Sea Story no era esta vez el hombre experimentado que solía conducirlo. Era un reemplazo. El capitán original al ver los pronósticos adversos del clima se preocupó y llamó a su sustituto. Frente al parte meteorológico, le aconsejó no salir del puerto.
La llamada fue debatida por el capitán interino y los guías seleccionados. Terminaron decidiendo que seguirían adelante a pesar de las advertencias. Seguramente, pensaron, eran precauciones exageradas. O, quizá, no lo sabemos, experimentaban alguna presión de la compañía para no quedar varados en el puerto. El turismo y sus dólares, a veces, pueden ser suficiente motivo para una pésima decisión.
Llevaban varias horas navegando cuando las condiciones climáticas se empezaron a deteriorar con rapidez. Mientras tomaban unos tragos en el bar, Sarah observó que la tripulación aseguraba las sillas poniéndolas debajo de las mesas. Parecía que la cosa se pondría movida. Al rato los muebles pesados resbalaban sobre la cubierta, de un lado para otro. Ya no era fácil caminar sin sostenerse. Para muchos pasajeros el altísimo barco se había vuelto claramente inestable. En un momento, uno de los dos botes Zodiac con motor, se soltó de la plataforma de buceo donde estaba amarrado. Dos tripulantes saltaron en el otro bote y lograron recuperarlo del mar picado. Sarah le preguntó a un guía si esas condiciones de tiempo eran habituales sobre el Mar Rojo. Por toda respuesta recibió una mueca que no supo interpretar.
Cerca de la medianoche Sarah se retiró a su camarote para dormir. Compartía su cabina con Natalia Sánchez Fuster, una guía de buceo española. El movimiento le impedía conciliar el sueño. Así se lo relató a DIVE: “A eso de las dos ya estaba un poco preocupada porque se suponía que a las 5.30 íbamos a bucear y no había dormido casi nada. Me di cuenta de que había estado tirada sobre mi teléfono así que lo puse dentro del cajón, en la mesa de luz. Me habían dicho que no durmiera con auriculares, pero estaba nerviosa y como no podía dormirme me los puse igual. También me coloqué una máscara para taparme los ojos. Tenía que relajarme y conseguir descansar un poco más. Fue poco después que el barco se inclinó abruptamente hacia la derecha y, luego, lo hizo hacia la izquierda. Me arranqué la máscara de los ojos. Recuerdo haber visto que las luces se prendían un segundo, titilaban y luego todo voló por los aires. Otra vez nos inclinamos hacia la derecha tan marcadamente… Después el barco quedó en completo silencio y oscuridad. Le dije a Natalia que estaba un poco desorientada, confusa. Y ella me dijo: ‘Necesitamos salir de este camarote ya, ¡vamos!’”.

Desconcierto en medio de la noche
Parece increíble, pero para este momento Sarah no se había percatado de que el barco estaba de costado, a 90 grados. “Toqué la pared a lo largo y me di cuenta de que la mesa de luz estaba dada vuelta. Me las ingenié para abrir el cajón y tomar mi teléfono y prender la linterna… Ahí vimos que estábamos dadas vuelta. La puerta estaba en el piso, por eso no la encontrábamos al pasar la mano. Todo lo que teníamos había caído sobre esa puerta. Pensé que tenía mucha suerte. Había puesto mi teléfono en el cajón de la mesa una hora antes, si no no hubiéramos podido tener luz (...). Movimos todas nuestras cosas velozmente y nos colocamos los chalecos salvavidas. Fue difícil abrir la puerta del piso, después de dos o tres intentos lo logramos y nos introdujimos. Ahí había más gente intentando salir del barco y los seguimos”.
Gatearon por donde podían, buscando una salida. “Era sumamente desorientador y estaba oscuro. Creo que subimos por la salida de emergencia hacia la sala de la tripulación. Creo que ascendimos dos niveles y en un punto tuvimos que saltar dentro de una sala. Me lesioné el tobillo. Después nos colgamos de algo y nos tuvimos que empujar con fuerza para poder subir. Había dos tipos, uno era un buzo egipcio y el otro un pasajero llamado Justin, quienes me ayudaron. Fue en ese momento que le di mi celular a alguien y después cayó al agua. El barco se estaba hundiendo con rapidez. Nuestra idea inicial fue nadar lejos del bote. Yo no sabía mucho acerca de qué hay que hacer en un naufragio. Por un lado, pensaba que había que estar cerca para que nos hallaran, pero se venía a mi cabeza la película Titanic donde aprendimos que había que alejarse del bote. Flotaban escombros por todos lados. Nadé un poco mientras gritaba para saber quién estaba cerca mío. Había dos personas más. Pero solo Natalia y yo teníamos puestos los chalecos salvavidas. Nos agarramos de las manos y nos quedamos juntas. Nos alejamos un poco del barco. Luego encontramos a los jóvenes que me habían ayudado. El buzo egipcio estaba agarrado a una boya.(...) Dijo que estaba herido, creía tener rotas las costillas. Así que dijimos: nos quedamos acá con él. Inicialmente pensé que ya vendría el rescate (...) Pensamos que si nos quedábamos ahí, agarrados a la boya sería más fácil que nos hallaran”. Eran cinco personas en ese sitio. Sarah y Natalia se dieron cuenta enseguida de que los chalecos salvavidas no tenían funcionando las luces correspondientes para poder ser avistadas.
Los cinco sobrevivientes parecían ir a la deriva. De pronto, vieron emerger la luna. Estaba cuarto creciente. A la distancia observaron la silueta del barco acostado. Natalia escuchó el motor de uno de los botes Zodiac. Era muy buena nadadora. Podría nadar hasta el barco otra vez a ver si conseguía ayuda. Pero para eso debía dejar la boya segura y a sus cuatro compañeros. Decidió correr el riesgo y se lanzó. El momento más terrible fue al llegar al barco: el silencio era total. Nadie parecía estar ahí. Era como un fantasma. De pronto, escuchó unos gritos apagados y golpeó las ventanas. En un momento localizó, detrás de una de ellas, a dos hombres. Eran los alemanes Mathias y Danilo que habían quedado atrapados en su cabina. Intentó usar un pedazo de escombro flotante para romper el vidrio. No pudo. En eso apareció un Zodiac por su espalda con gente de la tripulación. Natalia quería ayudar a los atrapados, pero ellos se negaron a quedarse ahí, no podían hacer nada para sacar a los alemanes... Natalia suplicó entonces que fueran hasta la boya donde estaban sus cuatro compañeros. Se resistieron, pero Natalia jugó una carta clave: mencionó que con ellos estaba un guía egipcio herido. Aflojaron. Fueron con ella para rescatarlos de la boya. Una vez que estuvieron todos a bordo, cuando quisieron volver a arrancar el motor, no lo consiguieron. Se había roto. Natalia observó una luz a la distancia y los arengó para remar con sus manos hasta allí. Lo lograron. Era la balsa inflable para 25 personas. Dentro de la misma estaba el joven capitán del Sea Story envuelto en una manta de emergencia que no compartía con nadie. No había nada de lo que debería haber habido en una balsa. Ni agua, ni comida, ni bengalas. Solo un botiquín con curitas y paracetamol; un ancla; un calentador; un espejo; un equipo de pesca y una antorcha ¡sin batería!
Hacía dos horas ya del hundimiento, todavía estaba oscuro. El grupo de sobrevivientes estaba agotado, vomitando por el contínuo movimiento e intentando mantener la temperatura corporal con dos mantas para compartir. Alguien dijo que el capitán no la cedió.
A Sarah le llamó la atención algo más: varios de los tripulantes que la habían rescatado estaban con su uniforme seco, tenían cigarrillos y fumaban. Claramente no habían vivido el estrés que habían atravesado ellas para escapar de su camarote, primero y, luego, nadando en el oscuro mar.
Otra de las rescatadas, la también guía de buceo española Hissora González, contó que fue su amigo Christian Cercos quien le salvó la vida al gritarle enloquecido que saliera de su camarote inmediatamente y, luego, al ayudarla a alcanzar la puerta que al volcar el barco, en su caso, había quedado en el techo. Recién en el quinto intento pudo salir impulsada por Cercos.
Estas historias se desarrollaron en medio de la negrura de la noche, del desconcierto y la tempestad.

A 36 horas del naufragio
Mathias y Danilo tuvieron suerte, aunque no trascendió cómo lo hicieron: encontraron la manera de salir de su cabina y fueron rescatados un poco más tarde. Para Natalia fue un alivio enterarse de que lo habían logrado.
Por la mañana, los rescatistas que llegaron hallaron cuatro cuerpos. Pero dentro del barco, al mismo tiempo que Sarah y Natalia subían a la balsa, sucedían otras historias de supervivencia mucho más claustrofóbicas y desesperantes.
Se llevaban contabilizadas 36 horas desde el hundimiento del Sea Story cuando se produjo el milagro y rescataron a cinco personas que habían sobrevivido en distintos bolsones de aire dentro de la embarcación dada vuelta. Entre los rescatados había una pareja belga, un guía egipcio, un arquitecto suizo y un finlandés.
El milagro de los sobrevivientes no se debió a la pericia técnica sino más bien al amor familiar.
El experto buzo egipcio Khatabb al-Faramawy quería como fuere bajar buceando y entrar al barco para revisar los posibles bolsones de aire. Podría haber alguien con vida. Era una misión peligrosa y había muchos tiburones dando vueltas debido a los cuerpos. Pero Khatabb tenía un fuerte motivo que lo impulsaba: su sobrino de 23 años, Youssef al-Faramawy, era uno de los guías de buceo del barco. Khattab insistió. En una entrevista con la cadena BBC contó que buscar sobrevivientes entre los restos del barco implicaba maniobras sumamente peligrosas. Terminaron bajando con tanques y buceando doce metros hacia el fondo. Se introdujeron por los corredores del barco hundido, rodeados por filosos escombros y alumbrándose con linternas en medio de la oscuridad. Khatabb soñaba con encontrar a su sobrino en alguna de las zonas con aire. Mantenía la esperanza y no se equivocó.
La perseverancia de uno compensó la desidia de otros.
Ahora veamos lo que pasaba con los que no podían salir de la nave que se había ido a pique y estaban confinados en esos espacios reducidos.

Atrapados en una burbuja
Michael Miles, un arquitecto suizo retirado de 71 años, había viajado desde Lausanne para la excursión de buceo en el barco Tillis. Terminó, como tantos otros pasajeros, en el Sea Story. Antes de subirse al barco le dijo una frase premonitoria a su mujer quien había decidido quedarse a esperarlo en el hotel: “¡Qué loco que hagan estos barcos tan altos!”. La desproporción, para un experto en construcción, era obvia. Sabía, por experiencia, que semejante altura no otorgaba buena estabilidad. El Sea Story era una torre con cuatro pisos repartidos en 44 metros de eslora. Tanto lo impactó el tema que cuando embarcó y le pidieron que firmara el consentimiento informado por los riesgos, rechazó hacerlo. Se excusó diciendo que nadie le había dado ninguna indicación de seguridad. La firmaría al día siguiente, cuando ya le hubieran hecho el recorrido por el barco con sus respectivas instrucciones.
Con la primera excursión de buceo pautada para las 5.30 de la mañana en el coral Sataya Reef, Michael no lo pensó y, a las 21, se fue a dormir a su camarote. Compartía habitación con otro hombre de 69 años, de Finlandia, a quien no conocía.
Se durmió enseguida. Los movimientos que tanto molestaron a Sarah, a él no le impidieron descansar en ningún momento. Tan bien durmió que, mientras el barco se daba vuelta por completo, él no se despertó.
“En un momento me di cuenta de que el movimiento era inusual. Pero eso no me despertó al ciento por ciento (...). Enseguida se inclinó para el otro lado de una manera mucho más pronunciada, pero no me caí de la cama, porque mi cama se pegó a la pared. Fue entonces que la historia se volvió extraña”, contó Michael al medio DIVE. Lo que para otros duró casi treinta minutos, para él que estaba dormido fueron solo segundos. Curiosamente su compañero de habitación tampoco reaccionó de inmediato.
“Intenté prender la luz, pero no la encontraba. Mi compañero me dijo: ‘Lo que estás tocando no es la pared, es el techo y la puerta no está donde crees’. Finalmente encontré el interruptor, pero no había luz. Nos las arreglamos para hallar la puerta y vimos que estaba entrando agua en la cabina. Abrimos para evaluar la situación del corredor, pero el pasillo estaba lleno en dos tercios de agua así que decidimos quedarnos dentro del camarote. No había sonido ni mucho movimiento”. Al rato su compañero intentó salir, pero el agua era tanta que para alcanzar la salida de emergencia, a unos diez metros, deberían bucear. Y, luego, saldrían a algún sitio en el que desconocían si habría espacio para emerger y respirar. Podrían ahogarse en el intento. Al menos en su camarote habían quedado en una posición aparentemente estable y había suficiente aire. Michael pensó con frialdad que, por el momento, les convenía quedarse quietos. Si veían que la cosa se volvía inestable deberían intentar algo con el claro riesgo de morir.
Fue durante ese rato de elucubraciones que escucharon los gritos de una mujer pidiendo ayuda. No eran los únicos en esa situación. Estaba claro.
La voz, lo sabrían después, era de la belga Luciana Galetta quien estaba con su pareja Christophe Lemmens y el guía egipcio Youssef al-Faramawy (23) atrapados en la sala de máquinas, varios metros más hacia la popa, pero al mismo nivel que ellos.

Cuando la salida es bucear
En el interior de la cabina de Michael y su compañero finlandés, el agua subía por momentos y, luego, bajaba. Tenían puestos sus chalecos salvavidas e intentaban mantenerse lo más alto posible. En esas primeras horas de encierro bajo el mar Michael se ocupó de organizar y preparar a su compañero para lo que sería el rescate: “Le decía que tenía que prepararse para ser salvado. Que debía vestirse y tratar de estar lo más seco que se pudiera”.
Llevaban muchas horas cuando Michael escuchó el ruido de las aspas de un helicóptero. No podían saberlo, pero estaban recogiendo del mar a Mathias y Danilo. Nadie sospechaba de ellos, que también estaban vivos y atrapados dentro de los restos del naufragio. Michael sopesó rápidamente el riesgo de bucear hasta la salida de emergencia. Creyó que era demasiado, no llegaría a salir vivo. Además, en la oscuridad, no sabría el camino que debería tomar bajo el agua. Aun así, cuando sintió alejarse el helicóptero, no se deprimió. Michael no es de los que se desesperan con facilidad. Sabía que ahora pasarían varias horas más sin novedades.
Michael se define como un hombre práctico y cuenta que había entrado en lo que llamó “modo supervivencia”: “Tomaba las cosas como venían. No me puse dramático. Tendríamos que pasar otra noche ahí”.
Pero el compañero de Michael sí se había puesto ansioso y no se mostraba nada optimista. Le preguntó a Michael si él no experimentaba miedo, a lo que el arquitecto respondió: “No. No tengo miedo”. El finlandés insistió en preguntarle por qué no sentía temor. Michael contestó con firmeza: “Porque no me ayudaría en nada tener miedo”. Acto seguido le aconsejó que buscara sus documentos y su billetera porque cuando fueran rescatados los iba a necesitar. Fue entonces que su compañero de cuarto le anunció: “Voy a empezar a pensar como vos”, e inmediatamente comenzó a sentirse mejor.
Unas 27 horas después del naufragio, la madrugada del martes 26, Michael comenzó a tener náuseas por el penetrante olor a combustible en esa pequeña burbuja en la que estaban subsistiendo. Tenía que hacer algo para que entrara aire fresco. Quería alcanzar la escotilla que estaba ubicada como si fuera en el techo. Rompió una madera y se apoyó en su compañero. Después de mucho esfuerzo y una lastimadura en la pera, logró abrirla. La bocanada de aire marino fresco los alivió. Luego, por esa misma abertura, sacaron un pantalón para que volara al viento y llamara la atención de alguien sobre su presencia viva en el barco. En eso estaban, mirando para arriba, cuando el rescate los sorprendió desde abajo.
Unas luces se veían en el agua, por donde estaba situada la puerta del camarote. Michael se preocupó, creyó que su mente había comenzado a divagar. Era el final.
Pero las luces seguían ahí así que corrieron el colchón empapado y colocó un pie a cada lado y tiró con fuerza de la puerta que estaba debajo suyo. Al abrirla vieron muchas burbujas y luces. Recién entonces le dijo a su compañero: “Nos hemos salvado”.
El buzo que había llegado hasta ellos era Khatabb al-Faramawy, el tío de Youssef, el otro buzo atrapado.
Le puso su máscara y alternando la respiración pudieron salir por el laberinto de escombros bajo el agua. Ya volvería ese mismo hombre a buscar a su compañero finlandés.
Les llevó dos minutos salir: “Pasamos por la puerta de seguridad, pasamos por unas escaleras, pasamos como por un túnel y luego vi la brillante luz azul del día en la superficie”. Cuando asomaron sus cabezas Michael vio al Zodiac dando vueltas con dos personas. Una de ellas le tiró una soga. Khatabb le dijo que la tomara que él iba a bajar para buscar a su compañero. Y le advirtió que hiciera todo rápido, que no se quedara ni un segundo de más en el agua, porque “hay tiburones cazando”.
Unas horas antes, esos mismos hombres, habían rescatado con vida de la otra burbuja a Youssef y a la pareja belga conformada por Lucianna Galetta y Christophe Lemmens. Ellos fueron quienes les avisaron a los rescatistas que había más gente viva abajo porque los habían escuchado.
Pero el rescate de Michael y su compañero se había demorado un poco más porque uno de los buzos rescatistas se había descompuesto por tanto esfuerzo. Debieron esperar al reemplazo para continuar con la búsqueda. Eran pasadas las dos de la tarde del día 26 de noviembre cuando Michael y su compañero estuvieron sentados finalmente en el Zodiac.
Serían los últimos en ser rescatados con vida.
Michael fue derivado a un hospital para tratar su deshidratación. Su hija Melvina viajó especialmente para buscarlo y, créase o no, le cobraron la internación y él pagó… ¡con su tarjeta de crédito! Esa que le había recomendado guardar a su compañero desanimado bajo el agua. Había tenido razón una vez más.

Entrar en pánico
Para Lucianna Galetta que embarcó con su pareja Christophe Lemmens, la primera impresión del barco fue buena. Así lo dijo en una entrevista en enero al medio BBC. A ellos también los habían cambiado de barco y modificado su itinerario.
Esa madrugada fatal, cuando el barco volcó, Lucianna y Christophe intentaron buscar sus chalecos salvavidas, pero cuando lograron abrir la puerta ya había demasiada agua. Ella entró en pánico y saltaron dentro. Casi se ahogan antes de alcanzar la salida. Terminaron metidos en la sala de máquinas donde había un bolsón de aire. No entendían en qué parte del barco estaban, pero al menos podían respirar. Se les unió en ese pequeño espacio el joven buzo Youssef al-Faramawy. Sentados en los tanques de combustible pasaron las próximas 35 horas.
Lucianna gritó tanto que Michael y su compañero la escucharon, pero estaban tan atrapados como ellos. Lucianna estaba aterrada, no tenía la calma de Michael. En esas horas que se le hicieron interminables pensó que iba a morir. Se preguntaba cómo sería. Además del miedo que le quedó instalado en el recuerdo, después sintió mucha rabia. Porque está segura de que no hubo organización para el salvataje, ni se hicieron demasiados esfuerzos por localizar a quienes como ellos estaban atrapados. A la BBC les entregó en exclusiva una pequeña filmación de ese encierro bajo el agua en la sala de máquinas. Se escucha a Christophe hablar y el roce de los desperdicios flotantes moviéndose sobre el agua. Desesperante.
Durante esas horas Youssef llegó a proponer bucear a través del barco para encontrar la salida, pero la pareja lo hizo desistir de esa idea y argumentaron: “Van a venir a buscar nuestros cuerpos y nos encontrarán”.
Cuando sucedió el milagro y apareció su tío, Youssef fue el primero en salir de la burbuja compartida. Al rato, Kathabb volvió con dos equipos de buceo para conducirlos hacia la superficie. Khatabb describió lo complejo que fue el rescate porque las puertas de los camarotes eran difíciles de abrir porque estaban bloqueadas por el mobiliario y dijo que el momento en que halló a su sobrino fue “milagroso”.

Ni Zeus ni Poseidón
El crucero hundido había sido botado en 2021. Tenía 44 metros de eslora, cuatro pisos y podía ir a una velocidad máxima de 37 km por hora. Los pasajeros estaban distribuidos en 18 camarotes con aire acondicionado y baño en suite. Entre la tripulación iban, además del capitán, un ingeniero mecánico, dos cocineros, dos mozos y seis navegantes. Estaba equipado con tres generadores de energía, tres compresores y dos botes Zodiac de seis metros de eslora con motores fuera de borda para las actividades de buceo. En la embarcación había un lounge, un comedor y un bar. Era un crucero bastante lujoso. Según lo que dijeron las autoridades tenía una capacidad máxima para cincuenta personas en sus botes salvavidas y se encontraba en perfectas condiciones técnicas, con todos los permisos al día. El último chequeo había sido realizado en marzo de 2024. Esgrimieron como causa del desastre el golpe de una ola de cuatro metros de altura. Claro que eso igual no los excusa de haber desoído los avisos de tormenta.
Lo cierto es que los mismos sobrevivientes dijeron que el barco parecía inestable mucho antes de hundirse y que no estaban seguros de la existencia de una ola de tanta magnitud. Lo que habían observado eran olas que no superaban los dos metros. Y sí denunciaron que al subirse a la balsa salvavidas faltaban elementos básicos.
Hubo buzos experimentados que sostuvieron que ese barco no parecía estar construido para navegar en aguas abiertas. El oceanógrafo Simon Boxall le dijo al medio Sky News que las condiciones de la noche del hundimiento no eran tan malas: “El viento de la región no era tan fuerte para generar esas olas que dicen de tres o cuatro metros de altura”.
Pareciera que todos se inclinan más por señalar, como posibles motivos del desastre, impericia, negligencia.
Los rumores fueron muchos y se difundieron por los foros de Internet. Sostienen, por ejemplo, que las autoridades no daban el lugar preciso del naufragio, que los rescatistas eran reacios a las inmersiones, que los funcionarios navales las desaconsejaban, que los hombres temían a los tiburones que estaban al acecho por los cadáveres... También dejaron trascender que el que habría estado conduciendo el Sea Story esa madrugada siniestra era nada menos que el cocinero. Sí, el cocinero. Por supuesto, nada de esto es oficial.
El nombre del joven capitán envuelto en su manta en la balsa era Alaa Hussein. De él no se supo nada más.
El 16 de diciembre de 2024 la rama británica que investigaba la vuelta campana seguida del hundimiento del Sea Story (junto con otros dos incidentes graves más en el Mar Rojo y que habían involucrado a pasajeros británicos) elevó un informe a las autoridades egipcias sobre sus preocupaciones y consideraciones en materia de seguridad. También aprovechó para avisarles a sus compatriotas sobre los riesgos de hacer excursiones de este tipo en países donde las normas son demasiado laxas.
De hecho hubo testimonios de buzos calificados, que estaban asignados a otros buques de la misma compañía como el Sea Pearl, que dijeron que habían detectado varias fallas de seguridad: había menos salvavidas que gente a bordo, la tripulación fumaba cerca de los tubos de oxígeno para buceo con el riesgo de explosión que eso conlleva y no existía un sistema adecuado de comunicación para disparar las alarmas si algo malo sucedía. Si bien las leyes egipcias eran duras, nadie las cumplía. Eso era el preámbulo de cualquier desastre.
A partir de este suceso dramático se endurecieron las regulaciones para los barcos: ahora deberán tener dos capitanes, dos mecánicos entrenados y todos los miembros de su tripulación deberán estar formalmente registrados y sus quehaceres detallados. No quieren más dramas que espanten al lucrativo turismo de la zona.
De los once pasajeros dados por muertos, siete jamás fueron hallados. Entre ellos está la pareja inglesa conformada Jenny Cawson (36) y Tarig Sinada (49), expertos buceadores. ¿Estaban del lado completamente sumergido donde no habían quedado bolsones de aire que les hubieran permitido respirar? Porque también es cierto que hay una posibilidad aterradora… que hubiera algún sobreviviente más respirando bajo el casco del Sea Story esperando el milagro que jamás llegó. De hecho, hay familiares de un desaparecido que siguieron recibiendo hasta el 2 de diciembre señales de su ubicación desde su app Polarsteps. Mejor no pensarlo.
No fue la furia de Zeus ni el mal carácter de Poseidón, la única responsable de esta tragedia parece haber sido la deliberada y negligente sordera humana.
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