El juego mortal de Wilhelm Canaris, el espía del Tercer Reich ejecutado por Hitler que en su juventud estuvo ligado a la Argentina

Wilhelm Canaris, jefe de la inteligencia nazi durante la Segunda Guerra Mundial, vivió una vida de intriga, espionaje y traición. Su historia, marcada por su habilidad para navegar entre el servicio a Adolf Hitler y la conspiración para derrocarlo, culminó en su ejecución en 1945. Cómo fueron sus primeros años en la marina imperial y su relación con la Argentina, donde encontró refugio

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Wilhelm Canaris estuvo ligado a
Wilhelm Canaris estuvo ligado a la Argentina: aquí le salvaron la vida y lo ayudaron a regresar a Alemania como un joven héroe

Y un día, el fino alambre por el que había transitado su vida, mientras daba pasos de equilibrista entre el buen servicio a Adolf Hitler y conspiraciones para derrocarlo o asesinarlo, ese alambre fino y siempre tenso de funámbulo experto se rompió. El antes todopoderoso almirante Wilhelm Canaris, que había dirigido la oficina de inteligencia de los ejércitos del Führer, fue colgado en el campo de concentración de Flossenbürg el 9 de abril de 1945, con la guerra ya perdida, veintiún días antes de que Hitler se suicidara y de que el Reich que iba a durar mil años sucumbiera entero ante el empuje del Ejército Rojo. Tenía cincuenta y ocho años.

La historia de Canaris es gris, como la de todo agente secreto, maestro de espías, con un cerebro laberíntico y un accionar que siempre deja dudas sobre cuál es el equipo para el que juega el agente. Es un juego riesgoso. Si todo sale bien, se gana un retiro honroso y silenciado, con alguna medalla otorgada sin aspavientos y con su identidad protegida por un anonimato lacerante y hosco. Si sale mal, la muerte le besa los labios. Salvo que seas Mark Felt y, ya en el borde de tu vida, alces la mano y grites al mundo: “Yo fui Garganta Profunda”. Pero eso pasa una vez cada Watergate.

Según Ian Kershaw, el gran biógrafo de Hitler, Canaris fue “un gran embaucador profesional”. La frase no define si eso es un mérito o un quebranto, pero en todo caso define la esencia del dueño del adjetivo: un sobreviviente. Su historia, que transcurrió durante la Segunda Guerra tras los cortinados, no sería digna de mayor mención si no fuese porque, en sus años de joven marino, Canaris estuvo ligado a la Argentina: aquí le salvaron la vida y lo ayudaron a regresar a Alemania como un joven héroe. La historia es esta.

Wilhelm Canaris había nacido en Aplerbeck, Westfalia, el 1 de enero de 1987. Gustaba decir que su apellido tenía reminiscencias griegas porque decía que sus raíces estaban enlazadas con un famoso almirante, héroe de la independencia griega, Konstantinos Kanaris. Otras fuentes dicen que en verdad el apellido estaba ligado a la familia italiana Canarisi, que había llegado a Alemania en el siglo XVII. A sus dieciocho años, Canaris se enroló en la marina imperial y, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, sirvió ya como joven oficial de inteligencia, en el “SMS Dresden”. Era un muchacho de baja estatura, que en los años 30 y 40 estaría alejado del ideal ario de excelencia física: lo llamaron “El pequeño almirante” y Canaris respondía a las bromas con otra, se definía como “El pequeño WC” porque se comparaba con el primer ministro británico Winston Churchill.

Gracias a sus estudios de infancia, Canaris hablaba muy bien el inglés y el español, una curiosidad de la época que le sería de gran utilidad como joven oficial de la armada imperial alemana. En 1914, durante el conflicto civil mexicano contra Victoriano Huerta, Canaris gestionó el traslado de los ciudadanos alemanes que vivían en Veracruz, que estaba a punto de ser invadido por Estados Unidos, que no reconocían a Huerta como presidente de México. El español de Canaris, que lo dominaba a la perfección, fue vital para esa carrera contra el tiempo. El joven oficial, a quien ya veían más que temerario como a un tipo hábil para negociar, un diplomático del mar que incluso sirvió como intérprete a las autoridades mexicanas.

Cuando poco después estalló la guerra, la flota alemana con el “SMS Dresden” navegaba por el Pacífico. Canaris servía como teniente, oficial de informaciones y ayudante del comandante de la nave, Fritz Lüdecke. Sus compañeros lo bautizaron “Kieka”, que quiere decir mirón, apodo con el que pretendían elogiar su capacidad de observación y análisis. Los buques imperiales tenían intención de llegar a Tsingtao, que hoy se llama Qingdao, en la provincia de Shandong, en el este de China, una ciudad portuaria, famosa por su cerveza que era un legado de la ocupación alemana entre 1898 y 1914. El plan quedó trunco y los buques alemanes se reunieron en la Isla de Pascua con el resto de la flota imperial, al mando del almirante Maximilian von Spee.

Ian Kershaw, el gran biógrafo
Ian Kershaw, el gran biógrafo de Hitler, describió a Canaris como “un gran embaucador profesional

Frente a las costas chilenas, el 1 de noviembre de 1914, enfrentaron y vencieron a una escuadra británica que había partido de Malvinas, en la “Batalla de Coronel”, conocida así porque se libró frente a ese puerto, en el golfo de Arauco. La flota de von Spee ancló luego en Valparaíso y Canaris fue intérprete de von Spee ante las autoridades chilenas. Después llegó el desastre. Envalentonados por la victoria, los alemanes llegaron a Malvinas y fueron vencidos por los ingleses el 8 de diciembre de 1914. El Dresden fue uno de los pocos buques, sino el único que sobrevivió y se refugió en los canales australes de la Patagonia chilena mientras buscaba despistar a sus perseguidores británicos. Por fin, los ingleses dieron con el crucero en lo que hoy es la isla Robinson Crusoe, en el archipiélago Juan Fernández y antes de que cayera en manos enemigas, la tripulación lo hundió. Una paradoja: veinticinco años después, también en los mares del sur, frente a Montevideo, la tripulación de un barco alemán decidió hundirlo antes de que cayera en manos de sus perseguidores, la flota británica. Era el acorazado Admiral Graf von Spee, bautizado así en honor del comandante de la flota perdida en 1914 en Malvinas.

Los sobrevivientes del Dresden fueron internados en Chile, en la isla Quiriquina, frente al puerto de Talcahuano. En lo formal, eran prisioneros, pero aquella era una cárcel de puertas abiertas para los marinos alemanes. Desde la embajada en Buenos Aires, la inteligencia alemana empezó a moverse para expatriar a sus marinos cautivos, en especial a Canaris. Le consiguieron un pasaporte chileno, auténtico o falsificado a la perfección, a nombre de Reed Rosas, un vendedor anglo-chileno.

Canaris salió de la isla Quiriquina y viajó en tren hasta Osorno, adonde llegó el 6 de agosto de 1915, después de hacer gala de sus conocimientos de español durante todo el viaje como el comerciante Reed Rosas. En Osorno había una importante colonia alemana que se había instalado a mediados del siglo XIX: el sitio era relativamente vecino a la frontera con Argentina. Allí recibió alojamiento en casa de la familia Von Geyso, que lo derivó a la estancia de la familia Eggers, en la localidad de Puyehue, en la zona de Los Lagos. Después, cruzó la Cordillera a caballo y solo. Del otro lado de la frontera, en uno de los extremos del lago Nahuel Huapi, lo esperaba otro miembro de la familia Eggers que lo cruzó en bote hasta San Carlos de Bariloche. Allí lo recibió el cónsul alemán, el chileno Carlos Wiederhold Piwonka, un colono que había establecido un almacén y mantenía un intenso comercio con Chile. Bariloche fue fundada por el general Julio A. Roca el 3 de mayo de 1902 y, dice la leyenda, que el San Carlos que anticipa el nombre de Bariloche, fue un homenaje del Congreso argentino a aquel cónsul chileno. Bariloche quedó así ligada a la influencia que la colonia alemana mantuvo en esa ciudad, que sirvió de refugio a varios jerarcas nazis llegados a Argentina después de la Segunda Guerra.

Canaris pasó fugazmente por Buenos Aires, sólo para embarcar en un carguero holandés que lo desembarcó en Róterdam, desde donde regresó a Alemania donde lo recibieron como a un héroe y ascendido a capitán. Fue transferido a las incipientes oficinas de inteligencia de la Armada y destinado luego, por sus conocimientos del idioma español, a trabajar en la embajada alemana en Madrid: usó siempre el pasaporte que lo identificaba como Reed Rosas y, cuando le preguntaban, decía haber nacido en una pequeña ciudad del sur de Chile: Osorno.

Durante la República de Weimar, el período revolucionario que estalló en 1918 luego de la derrota alemana en la Primera Guerra, Canaris colaboró con la organización de los “Freikorps”, los grupos paramilitares que combatían en las calles a los comunistas. Se le atribuye haber planeado, y supervisado, la ejecución de dos comunistas notorios: Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Así lo dijo, palabra por palabra, Baldur von Schirach, que había sido líder de las juventudes hitlerianas, mientras estuvo preso en Spandau luego de los juicios de Núremberg.

A Canaris se le atribuyó
A Canaris se le atribuyó la ejecución de Rosa Luxemburgo (foto) y Karl Liebknecht, dos comunistas destacados (Grosby)

La carrera militar de Canaris chocó, y también se benefició, con el ascenso del nazismo al poder. Era un furioso anticomunista a quien los nazis vieron siempre con buenos ojos; había impulsado el ingreso a la marina de Reinhard Heydrich, que sería al delfín de Hitler hasta su asesinato en Checoslovaquia, en 1942. En 1934, ya con Hitler en el poder, fue jefe de Estado Mayor de la flota alemana del Mar del Norte.

Hitler lo hizo jefe de la Abwehr, una organización clave en la compleja trama de inteligencia, contrainteligencia y espionaje armada por el nazismo. Canaris entró en conflicto con Heydrich y con el cada vez más poderoso Heinrich Himmler, quienes tenían a cargo la Oficina Central de Seguridad del Reich, la RSHA: ambos veían en Canaris, que no era antisemita ni se había afiliado al nacionalsocialismo, un enemigo en potencia. Y Canaris quedó horrorizado con el nazismo luego de las atrocidades cometidas por las tropas alemanas en Polonia, al inicio de la Segunda Guerra.

La rivalidad entre Canaris y la jerarquía nazi, la competencia por el manejo de la información que circulaba en los servicios de inteligencia y, por encima de todo, la posibilidad de que la aventura hitleriana terminara en un desastre, despertó resistencia en las fuerzas armadas alemanas. El jefe del Ejército, Ludwig Beck, había renunciado aún antes de la guerra, Canaris manifestaba con cautela su desconfianza, el secretario de Estado Ernst von Weizsacker estaba en contra de las decisiones de su superior, el canciller Joachim von Ribbentrop. El segundo de Canaris, el general Hans Oster había sido uno de los primeros opositores del nazismo y uno de los líderes de la resistencia alemana entre 1938 y 1943. Oster, respaldado por Canaris, siempre cauteloso y silencioso, hizo que la Abwehr se convirtiera en el centro de una red opositora al régimen Hitler.

Existió un intento de derrocar a Hitler en vísperas de su “ataque a Occidente”, como calificaron los generales no nazis a la idea del nazismo de invadir Francia, que se produjo en 1940.

Hitler pidió al almirante Canaris una misión casi imposible: convencer al dictador español Francisco Franco para que se uniera a las fuerzas del Eje y entrara en la guerra. De nuevo, su dominio del idioma español le hacía un lugar en la historia al jefe de la Abwehr. Franco, que tal vez ambicionaba entrar en la guerra a cambio de conquistas territoriales, Gibraltar y posesiones francesas en África, terminaría por desechar la propuesta de Hitler cuando ambos se encontraran en Hendaya en octubre de 1940. Canaris fue casi el confidente de Franco, le dio un consejo de oro: “A Hitler no se le puede decir que no”, y le sugirió un par de estrategias para que el español pudiera eludir las exigencias de Hitler sin ofenderlo. Franco siempre estuvo agradecido a Canaris y llegó a enviar a su viuda un retrato autografiado y le concedió una pensión económica hasta su muerte.

Hitler en la ocupación de
Hitler en la ocupación de Francia en 1940 (The Grosby Group)

Pese a su cautela, a su prudencia y a su discreción, Canaris chocó con Hitler. Durante una conferencia de jerarcas nazis sobre el estado de la guerra, Canaris dejó caer un comentario que ponía en duda la victoria alemana. Hitler, furioso, lo tomó de las solapas y le gritó si el propio jefe de inteligencia del Ejército insinuaba que se podía perder la guerra. Canaris se retiró, ofendido, o hizo creer que se retiraba ofendido, sin dar respuesta.

Después de varios episodios que rondaron atentados personales contra Hitler, de intentos de derrocamiento del gobierno nazi, de complots varios y de intrigas descubiertas por la inteligencia de la Gestapo, los nazis decidieron terminar con la Abwehr. Canaris, el funámbulo, el experto en caminar sobre alambres, quedó colgado de un hilo muy fino: los nazis desconfiaban de él, y los opositores no creían demasiado en su oposición a Hitler. En febrero de 1944 el Departamento Exterior de la Abwehr que dirigía el virulento general Oster, pasó a manos de Himmler y Canaris fue sometido a una detención domiciliaria bajo vigilancia de la Gestapo.

El final llegó con el fracaso de la “Operación Walkiria”, el intento de asesinar a Hitler en su “Guarida del Lobo”, el cuartel general de Hitler en Rastemburg, Prusia, hoy Polonia. El 20 de julio de 1944, el coronel Claus von Stauffenberg colocó una poderosa bomba escondida en un maletín a los pies de Hitler, enfrascado con otros jerarcas nazis en el estudio de unos mapas sobre el curso de la guerra. Stauffenberg huyó de inmediato para tomar su avión rumbo a Berlín y poner en marcha la segunda fase del alzamiento, ya con Hitler muerto. Camino a la salida de la Guarida del Lobo, oyó la explosión que destruyó parte del bunker de Hitler y subió a su avión con la certeza de que Führer había muerto. Pero Hitler vivía. Alguien había colocado el maletín con la bomba del otro lado de la enorme pata de madera de la gran mesa de estudios, y eso había salvado la vida.

El plan de instalar un nuevo gobierno en Berlín fracasó. Von Stauffenberg fue fusilado esa misma noche y una ola de delaciones y detenciones sacudió la estructura de las fuerzas armadas del Reich. Algunos jefes del complot se suicidaron, otros soportaron terribles torturas a manos de la Gestapo y denunciaron a más de seiscientos conspiradores. Hitler, que pensaba en una pequeña camarilla de oficiales opositores, comprendió su error y ordenó juicios sumarios y ejecuciones: “Que los cuelguen como a reses en un matadero”. Eso hicieron. Después de una parodia de juicio, los principales conspiradores fueron colgados en ganchos de carnicería amurados a un riel de ferrocarril.

Contra Canaris y contra Oster no hubo pruebas concretas. Ambos, con otros conspiradores, fueron enviados al campo de concentración de Flossenbürg en Baviera, Alemania: los campos instalados por los nazis en el este europeo habían sido desmantelados o liberados por los aliados. Los investigadores hallaron entre los papeles de Canaris un diario que arrojaba más luz sobre la conspiración para asesinar a Hitler.

El 8 de abril de 1945, cuando ya los cañones rusos estremecían el suelo de Berlín, cuando Hitler vivía desde hacía tres meses encerrado en su bunker de la Cancillería, cuando ya la guerra estaba perdida para Alemania, Canaris, Oster y otros conspiradores fueron juzgados y condenados a muerte. Fueron colgados al día siguiente, desnudos y con cuerdas de piano para hacer más lenta su agonía.

Para Canaris, el joven marinero que en 1915 había pasado fugaz por la Argentina y se había convertido en maestro de espías, el juego había terminado.

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