El sheriff de Texas que inventó a un asesino en serie para “resolver” 197 crímenes abiertos y hacerse famoso

Henry Lee Lucas murió en la cárcel el 12 de marzo de 2001. Había matado a tres personas, pero una maniobra ideada por un oficial de los Rangers lo llevó a realizar confesiones falsas. La investigación de un periodista y la desconfianza de un fiscal pusieron al descubierto la conspiración

Guardar
Henry Lee Lucas llegó a
Henry Lee Lucas llegó a confesar 197 crímenes

La ecuación es sencilla: si se culpa – y se condena – por un crimen a alguien que no lo cometió no solo se está cometiendo una injusticia, sino que el crimen sigue sin ser resuelto, su verdadero autor continúa libre e impune y, por lo tanto, puede continuar con su raid criminal. Cuando sucede por equivocación y en un solo caso es una situación grave; si ocurre en doscientos y es producto de una vasta maniobra de manipulación de confesiones y de pruebas, se trata de una conspiración. Eso es lo que hicieron el sheriff de los Rangers de Texas en Georgetown Jim Boutwell y su fuerza especial de tareas utilizando al mismo supuesto criminal para dar por resueltos centenares de asesinatos en cuyas investigaciones, ellos u otros policías, habían fracasado. Para salir de ese pantano le cargaron 197 muertes a un solo tipo llamado Henry Lee Lucas, al que convirtieron en el mayor asesino en serie de la historia de los Estados Unidos.

La resolución exprés de los crímenes

Lucas seguiría cargando hoy con ese siniestra galardón si el sheriff Boutwell no se hubiera puesto tan hambriento de fama como para permitir que se escribiera un libro sobre sus hazañas policiales y el periodista encargado de hacerlo desconfió, investigó y descubrió que era una patraña. Porque Boutwell resolvía los casos con una facilidad extrema: le bastaba sacar a Lucas de su celda, llevarlo a su despacho, darle un paquete de Pall Mall, alcanzarle un licuado de fresa – los preferidos del reo – y preguntarle por un nuevo asesinato para que dijera que sí, que ese muerto también era suyo, uno más y sumando.

Para Boutwell, ese criminal flaco, desaliñado, con el párpado izquierdo caído sobre su ojo ciego y dentadura podrida se había transformado en un pasaporte a la fama y la promesa de un futuro brillante. Todo había empezado cuando Lucas fue detenido por posesión ilegal de arma de fuego en junio de 1983 y él quedó a cargo del interrogatorio. Era un caso más, por un delito menor. Quizás por simple rutina le preguntó al detenido por dos casos que tenía sin resolver: las desapariciones de la anciana Kate Rich y de la adolescente Becky Powell. Lucas no vaciló al responder: “Sí, yo las maté y las descuarticé”.

Trascartón, contó que Becky, de 15 años, era su novia y que juntos habían trabajado algunos meses para Kate, a quien ayudaban en la casa donde vivía sola; que había matado a Becky porque quería dejarlo y que después también mató “a la vieja”; que las descuartizó y las enterró en distintos lugares, por piezas. Lucas indicó los lugares y Boutwell encontró los restos. No quedaron dudas de que el hombrecito era un asesino.

Para entonces, el ranger de Georgetown sabía que Henry Lee Lucas, de 47 años, había asesinado también a su propia madre en 1960, cuando tenía 24 años, y había purgado su condena. También que acumulaba breves pero reiterados pasos por distintas cárceles para cumplir condenas por delitos menores. Sumaba tres muertes: tenía a un asesino en serie entre sus manos. El juicio fue rápido, y las dos condenas a perpetua un simple trámite para el jurado.

Henry Lee Lucas murió en
Henry Lee Lucas murió en prisión en el 2001 (AP Photo/Pat Sullivan)

Esas tres muertes – la de su madre, la de Becky y la de la anciana Kate – fueron los únicos asesinatos cometidos realmente por Henry Lee Lucas. Su carrera criminal estaba terminada, porque ya no saldría de la cárcel. Fue entonces cuando la historia dio un giro espectacular, porque después de escuchar la sentencia, Lucas siguió de pie, miró al juez y le dijo: “Bueno, señoría, ¿qué vamos a hacer con las otras cien mujeres que maté?”. La única persona que no pareció sorprendida al escuchar esa terrible confesión fue el sheriff de los Rangers en Georgetown Jim Boutwell.

Un río de confesiones

“A confesión de parte, relevo de pruebas” sostiene un axioma jurídico que significa que quien confiesa algo libera a la contraparte de tener que probarlo, y ese fue el juego que el sheriff Boutwell y el asesino Lucas comenzaron a practicar desde el día siguiente al fallo. Porque después de la impactante confesión de cien muertes que hizo ante el juez, el reo no fue a parar a la prisión del Estado – lo que le correspondía para cumplir con su condena – sino que fue alojado en una celda de la jefatura de los Rangers en Georgetown, donde se creó la Fuerza de Tareas “Henry Lee Lucas” al mando del sheriff para investigar ese centenar de asesinatos.

Cada mañana, Boutwell sacaba al prisionero de la celda y lo llevaba a su oficina, le daba cigarrillos y la bebida que quisiera antes de presentarle un nuevo crimen. Lucas, casi sin excepción, lo admitía. Confesó que había matado hombres, mujeres y niños durante ocho años en prácticamente todos los estados del país. Había empezado a matar en 1975 y no había parado hasta 1983, cuando fue detenido.

La Jefatura de los Rangers en Georgetown, Texas, se convirtió así en la meca de casi todas las policías de los Estados Unidos, que enviaron detectives que tenían casos sin resolver para averiguar si Lucas era el autor de esos crímenes. Frente a sus preguntas, el hombrecito del párpado caído y la dentadura podrida confesaba y, además, daba detalles que solo la policía y el autor del crimen podían saber. En pocos meses de interrogatorios, confesó 197 crímenes que le presentaron, al tiempo que fue subiendo sin que nadie se lo pidiera la suma de sus muertes: primero 200, después 350 y finalmente más de seiscientas.

Omnipresente, el sheriff Boutwell coordinaba los interrogatorios de los enviados policiales, que tenían que pedir turno y a veces esperar semanas para poder entrevistar al reo. También aprovechaba la situación: daba conferencias de prensa, invitaba a periodistas para que lo entrevistaran brevemente, se hacía fotografiar con Lucas e incluso protagonizó junto a su asesino estrella un breve documental para la televisión japonesa. Estaba en el centro de la escena: había descubierto al mayor en asesino en serie de la historia de los Estados Unidos.

Un periodista cruzó datos y
Un periodista cruzó datos y descubrió que muchos datos no cerraban (AP Photo/David J. Phillip)

Un cronista con olfato

Lucas se convirtió también en una suerte de oscura celebridad y en todos los medios se contaba su historia. “A su lado, Charles Mason parece Tom Sawyer”, lo definió un periodista con algo de ingenio. Porque las confesiones de Lucas significaban un alivio para todos: los policías resolvían casos que parecían imposibles, los familiares de las víctimas podían cerrar un capítulo doloroso al conocer la identidad del asesino, los medios de comunicación tenían un verdadero folletín por entregas para fidelizar al público y los ciudadanos sentían que la sociedad se había sacado un peligro de encima.

Nadie ponía en tela de juicio las confesiones del hombrecito. O casi nadie, porque apareció Hugh Aynesworth, un periodista que tenía un merecido prestigio en la cobertura de noticias policiales. Investigaba por su cuenta, tenía buenas fuentes, era de los primeros en obtener información y había publicado un libro con buen suceso. En su desaforada hambre de fama, Boutwell pensó que Aynesworth podía escribir un muy buen libro sobre su éxito con el mayor asesino serial de los Estados Unidos y le dio un acceso casi irrestricto a la investigación. No sólo permitió que se entrevistara con Lucas a solas – con los otros periodistas era siempre en su presencia – sino que le permitió ver las grabaciones de los interrogatorios e, incluso, asistir a sus conversaciones informales con el criminal.

Aynesworth fue testigo también de las entrevistas de Lucas con el equipo japonés que filmaba el documental y de la reconstrucción de un caso en el terreno, el de la mujer desnuda con medias color naranja, una víctima totalmente desnuda salvo por esa prenda. Frente a las cámaras, Lucas relató cómo había cometido el crimen mientras Boutwell se pavoneaba a su lado. Al terminar, el reo quedó solo unos momentos y Aynesworth se le acercó. Lucas le sonrió y le dijo en voz baja: “No lo hice”

Esa única frase – porque el hombrecito no quiso decirle más – fue un disparador de la desconfianza del periodista. En los días siguientes hizo una lista cronológica de los crímenes confesados por Lucas, consiguió un gran mapa de los Estados Unidos donde marcó los lugares y estableció las distancias. Había cosas que no cerraban: asesinatos a miles de kilómetros con una diferencia de 24 horas. No en uno, sino en varios casos. Entonces escribió un artículo sobre el asunto y eso a Boutwell no le gustó, pero ya era tarde, porque el periodista estaba decidido a investigar a fondo, aunque el sheriff no quisiera.

Lee Lucas sólo cometió 3
Lee Lucas sólo cometió 3 de los 197 crímenes que se le adjudicaron (AP Photo/Ted W. Powers)

Falsedades al descubierto

Después de seguir el supuesto rastro de los crímenes y los recorridos que Lucas había hecho para cometerlos, Aynesworth descubrió información más inquietante. No se trataba solamente de que algunas distancias hacían imposible que la misma persona estuviera en dos lugares con una diferencia de tan poco tiempo, sino que encontró datos concretos que desmentían las confesiones. Encontró que Lucas tenía una multa de tránsito en una ciudad a miles de kilómetros del crimen confesado en una fecha determinada; que había cobrado un cheque en un trabajo cuando, según sus dichos, estaba matando a una persona en otro lugar; uno de los crímenes coincidía con la fecha de casamiento de Lucas en otro Estado (corroborado por su ex mujer) y hasta una multa por no recoger las heces de su perro en la otra punta del país el día de otro crimen. En las fechas de dos de los crímenes estaba preso por delitos menores.

Cruzando datos – algo que nadie había hecho – el periodista siguió descubriendo incongruencias, una detrás de la otra. También tomó contacto con familiares de algunas víctimas que no creían en las confesiones de Lucas y que creían que los Rangers lo estaba manipulando para cerrar casos. Supo que habían querido cuestionar a Boutwell y que este no había querido recibirlos o los había amenazado de manera velada.

En el transcurso de la investigación consultó además a varios criminólogos y todos coincidieron en que Lucas no encajaba en los perfiles típicos de los asesinos en serie. Según sus confesiones había matado con armas de fuego, cuchillos, atropellando con su auto, mediante estrangulación, a golpes de puño, a mazazos y decenas de otras maneras. No tenía un modus operandi típico, no era sistemático y sus víctimas eran de lo más variadas. Frente a toda esa evidencia, el periodista pensó: “O encontraron al mayor asesino en serie o es el peor engaño de la historia criminal estadounidense”.

Una trampa para el sheriff

Mientras Hugh Aynesworth hacía su propia investigación, el fiscal Vic Feazell, del condado de McLennan, Texas, intentó hacer cuadrar algunos casos no resueltos con las confesiones de Lucas, especialmente el asesinato de Rita Salazar y su novio, cuyos cadáveres se encontraron el mismo día a decenas de kilómetros. La confesión sobre esas dos muertes no cerraba del todo y Feazell se lo dijo a los Rangers. Al día siguiente, cuando quiso acceder a los archivos digitales sobre el asesino en las bases de datos estatal y nacional se encontró con una frase en la pantalla de su computadora: “Acceso denegado”. Era evidente que no querían que investigara.

La policía de Waco tampoco estaba segura de la veracidad de tres confesiones de Lucas y desconfiaba de los Rangers en general y de Boutwell en particular. Antes de que el hombrecito confesara le habían dado al sheriff los archivos de los tres casos y en los interrogatorios el supuesto asesino había repetido casi todo lo que ellos le habían dado al Boutwell, sin agregar un solo dato más. Como si se los hubiera aprendido de memoria. Entonces, en el mayor de los secretos – con la anuencia del jefe de la policía local – dos detectives idearon una maniobra: le darían al sheriff el archivo de un caso inventado.

El resultado puso al descubierto una maniobra tan sencilla como monumental. Las confesiones de Henry Lee Lucas resultaban creíbles porque describía la ropa de las víctimas, los lugares y otros detalles o circunstancias que sólo el asesino o los investigadores del caso podían saber. Al ser interrogado por los detectives de Waco, el supuesto asesino en serie confesó el crimen y dio con exactitud todos los detalles que figuraban en el archivo con datos ficticios que le habían enviado al sheriff Boutwell.

Un fiscal de Waco tomó
Un fiscal de Waco tomó los datos del periodista e inició una investigación

La conspiración al desnudo

Pronto quedó en evidencia el modus operandi de Boutwell y por lo menos algunos de sus hombres más cercanos: le daba a Lucas los archivos para que los leyera y le mostraban las fotografías para que se familiarizara con los lugares. Por eso sus confesiones resultaban creíbles. Después, no era él quien indicaba el lugar donde había enterrado a las víctimas, sino que lo llevaban hasta ahí y él los reconocía por las fotografías. Lucas hacía todo eso por complacer a Boutwell y mantener el régimen de vida cómoda que tenía en la jefatura de los Rangers en Georgetown, mucho mejor que el de la cárcel estatal.

Un hallazgo fortuito empeoró todavía más la situación de la task force que comandaba el sheriff. Por casualidad, un pescador encontró en el fondo de un lago un auto en cuyo interior estaba el cadáver de Carolyn Cervenka, una de las supuestas víctimas de Lucas. En su confesión, el supuesto asesino dijo que la había descuartizado y dispersado los restos a lo largo de una ruta, pero el cadáver estaba completo dentro del auto. La autopsia reveló que había sufrido un ataque de epilepsia mientras manejaba y habían terminado en el lago, donde se ahogó.

Con todos esos datos en las manos, el fiscal Vic Feazell ordenó investigar a la fuerza especial que comandaba el sheriff, pero los Rangers, encabezados por el jefe del Departamento de Seguridad de Texas, el ex subjefe del FBI Jim Adams, consiguieron que se les permitiera hacer una investigación interna. Como no podía ocultar la falsedad de las confesiones obtenidas a través de Boutwell, el dictamen fue que se cometieron errores, pero que el sheriff y sus hombres obraron siempre según las reglas y con buena intención.

Las Rangers amenazan

Con esa conclusión pretendieron cerrar el caso y pudo quedar así, pero Botwell y los suyos quisieron escarmentar a sus acusadores. Faezell fue acusado de recibir sobornos, debió apartarse de la fiscalía y someterse a juicio. El jurado lo encontró inocente, pero la escandalosa cobertura mediática del proceso acabó con su carrera política y debió renunciar al cargo. Años después le ganó al Estado un juicio por 58 millones de dólares, pero jamás pudo volver a ser candidato a nada.

El periodista Hugh Aynesworth sufrió un extrañísimo robo en su casa. Entraron una noche y no se llevaron ningún objeto de valor. Al revisar, comprobó que lo único que le faltaba eran las cintas y los apuntes de su investigación sobre Lucas. Un par de días después del robo, se cruzó casualmente con Boutwell, que hacía meses que no hablaba con él. El sheriff lo saludó y le dijo: “Lamento mucho que te hayan robado, Hugh”. Aynesworth se quedó helado: no había denunciado el robo, ni siquiera lo había comentado con nadie. Le quedó claro que Boutwell le había dado un mensaje.

Los juicios contra Lucas siguieron adelante. Fue declarado culpable de once asesinatos y condenado a muerte por uno de ellos y a perpetua por los restantes. Para entonces, el hombrecito se había arrepentido: “Dije todo lo que me hacían decir”, denunció ante el jurado y lo repitió una y otra vez desde su celda en el pabellón de la muerte.

Crímenes impunes

La maniobra de los Rangers era tan evidente que el supuesto mayor asesino en serie de la historia logró algo que ningún condenado a muerte había obtenido ni obtendría del entonces gobernador de Texas, George W. Bush. Durante su mandato, el futuro presidente de los Estados Unidos rechazó todos los pedidos de conmutación o postergación de ejecuciones por la inyección letal. Sumaban más de cien casos. La única excepción fue Lucas, ya que las pruebas demostraban que había estado en un estado diferente en el momento del asesinato por el que fue condenado a muerte. “Sé que cometió otros crímenes, pero éste no”, dijo Bush cuando lo anunció.

Pese al escándalo y la intervención del gobernador, los Rangers se negaron sistemáticamente a reabrir la investigación de sus confesiones dudosas. Para ellos son casos cerrados. Sin embargo, las consecuencias de las maniobras del sheriff Boutwell y sus secuaces siguen saliendo a la luz todavía hoy. Varias policías estatales y la Fundación Cold Case – con la que colaboran familiares de las supuestas víctimas de Lucas – continuaron investigando los casos y exigieron pruebas de ADN. Así lograron identificar a veinte de los verdaderos autores de los 197 crímenes confesados – y supuestamente probados - del hombrecito del párpado caído y la dentadura podrida. El resto de los asesinos sigue en la calle gracias a la conspiración de la task force de los Rangers de Texas.

Henry Lee Lucas murió en la cárcel el 12 de marzo de 2001 como consecuencia de una insuficiencia cardíaca congestiva.

ultimas

Los escándalos de Pete Doherty: del robo a su ex banda de rock que lo llevó a prisión a las fotos filtradas que arruinaron a Kate Moss

Ícono del rock británico y protagonista de incontables escándalos, Pete Doherty lleva una vida marcada por el talento, el exceso y la autodestrucción. Desde su ascenso con The Libertines hasta sus problemas con la justicia y las drogas, su historia refleja el lado más oscuro de la industria musical

Los escándalos de Pete Doherty:

El calvario de Lena, la joven discapacitada que fue violada y asesinada por un hombre “poseído por el diablo”

La chica fue abordada mientras paseaba por un parque de Auckland, Nueva Zelanda, en el 2021. Cómo fue hallado el cuerpo, la autopsia que definió lo sucedido y el criminal que fue captado por una cámara de seguridad

El calvario de Lena, la

La singular historia de la primera detective de los Estados Unidos y el día que disfrazó al presidente para evitar que lo mataran

Kate Warne tenía solo 23 años cuando, en 1856, pidió empleo en Agencia Pinkerton y se convirtió en la primera mujer en hacer ese trabajo en los Estados Unidos. La desconfianza inicial de Allan Pinkerton y su sorpresa al descubrir su habilidad para adoptar diferentes identidades, infiltrarse y conseguir información. El ardid del “hermano inválido” que ideó para hacer fracasar un atentado contra Abraham Lincoln

La singular historia de la

La vida de Jon Hamm antes de ser Don Draper: un paso por el cine porno y las pérdidas que lo marcaron

El actor que protagonizó Mad Men cumple 54 años. Cómo fueron sus inicios y el momento que tuvo que internarse para superar el alcoholismo. Las razones por las que lo eligieron para la serie que lo llevó al éxito. Y los dos amores de su vida

La vida de Jon Hamm

La peor catástrofe minera de Europa: una explosión por negligencia, 1099 muertos y la odisea de los 14 sobrevivientes

La mañana del 10 de marzo de 1906, un estallido provocó la destrucción de 110 kilómetros de galerías subterráneas en la mina de Courrières, en el norte de Francia. Entre las víctimas hubo cerca de doscientos niños-mineros de entre 13 y 17 años. Las tareas de rescate se suspendieron casi de inmediato, pero 17 días después un grupo de mineros logró salir por sus propios medios

La peor catástrofe minera de
MÁS NOTICIAS