
Corría 1856 cuando una viuda de 23 años entró en la oficina de la Agencia de Detectives Pinkerton, en el número 80 de Washington Street, Chicago, para responder a un aviso de reclutamiento de detectives publicado esa mañana en el diario. La agencia llevaba funcionando apenas seis años y la manejaba personalmente su fundador, el escocés Allan Pinkerton. Por eso, él mismo se ocupó de recibir a esa joven a la que luego describiría como “de estatura superior a la media, delgada, elegante en sus movimientos y perfectamente serena en sus modales”. Las memorias del legendario detective permiten reconstruir la conversación que mantuvieron.
-Vengo por el empleo… - comenzó a decir la mujer, que se presentó como Kate Warne.
-Estamos contratando detectives. No buscamos en este momento secretarias ni empleadas de limpieza – la cortó Pinkerton.
-Lo sé. Estoy acá para solicitar el puesto de detective – aclaró la mujer.
-No acostumbramos a contratar mujeres detectives – le respondió el dueño de la agencia con delicadeza.
Pinkerton no le dijo lo que realmente pensaba: que ninguna mujer podía hacer ese trabajo, no solo en su agencia sino en ningún lugar de los Estados Unidos. Sin embargo, Kate Warne ya lo había impresionado, y no solo por su audacia. “Observé que sus rasgos, aunque no eran lo que llamaría hermosos, eran de un molde decididamente intelectual. Sus ojos eran muy atractivos, azul oscuro y llenos de fuego. Tenía un rostro ancho y honesto, lo que podría hacer que alguien en apuros instintivamente la eligiera confidente, alguien en quien confiar en un momento de dolor, en quien buscar consuelo. Parecía tener los atributos masculinos de firmeza y decisión, solo que había puesto todas sus facultades bajo control”, escribiría muchos años después.
Warne pareció adivinar lo que estaba pensando el detective, porque a continuación le dijo que ella, por su condición de mujer, podía investigar y descubrir secretos en muchos lugares donde los hombres no tenían acceso y con personas que no se abrirían ante ellos. Le explicó también que podría ganarse la confianza de las esposas y novias de los sospechosos para sacarles información, y que los hombres suelen volverse fanfarrones y hablar de más ante una mujer para impresionarla, si ésta tiene la habilidad de fomentarles la jactancia.
Con esos argumentos lo convenció. “Dio razones excelentes por las que podría ser de utilidad, de modo que decidí al menos intentarlo”, dejó escrito Pinkerton. Al contratarla, sin embargo, no podía imaginar que esa flamante detective -la primera del país- se convertiría en una de las piezas clave de su organización y llegaría a salvar con sus habilidades la vida del presidente electo Abraham Lincoln cuando iba camino a asumir su cargo.

Una detective brillante
Desde los primeros casos que le asignaron, Kate Warne demostró que podía hacer mucho más que lo que le había dicho a Pinkerton en aquel primer encuentro. Tenía una habilidad especial para disfrazarse, hablaba con diferentes acentos y tomaba las identidades más adecuadas -desde una enfermera hasta una adivina- para conseguir información, se introducía con facilidad en círculos criminales a través de las mujeres de su entorno y reparaba como nadie en detalles que al final resultaban reveladores.
Llevaba dos años en la agencia cuando resolvió uno de los casos más resonantes de la historia de la Pinkerton: descubrió a los autores de un gran robo y logró recuperar buena parte del botín. En los primeros meses de 1858 la Compañía Adams Express, de Montgomery, Alabama, sufrió una serie de desfalcos que le ocasionaron pérdidas por 50.000 dólares, una cifra sideral para la época. Desesperado, el dueño de la compañía contrató los servicios de la agencia para descubrir a sus autores. “¿Puede enviarme un hombre, mitad caballo y mitad caimán? ¡Me han ‘mordido’ (robado) una vez más! ¿Cuándo puede enviarlo?”, decía la carta que le envió al jefe de la agencia. En lugar de mandar a un hombre, Pinkerton resolvió encargarle el caso a una mujer que no era ni mitad caballo ni mitad caimán sino una investigadora que se movería como pez en el agua en el terreno.
Kate Warne llegó en tren a Montgomery con la identidad de madame Imbert, una mujer sureña que tenía a su marido preso por haber cometido, precisamente, un desfalco. Con esa cobertura y una historia bien aceitada, en pocos días entabló relación con la esposa de un posible sospechoso, un hombre de apellido Maroney, un mensajero que trabajaba para la compañía y había encontrado la manera de cobrar parte de los cheques que enviaba la empresa. Usando su cobertura de esposa de un preso, la supuesta señora Imbert se ganó la confianza de la señora Maroney, que no solo conocía las maniobras que realizaba su marido sino que era su cómplice. Así, una noche, la mujer del estafador le contó con orgullo a su “nueva amiga” el gran desfalco que ella y su marido venían perpetrando desde hacía meses sin ser descubiertos. Con la información obtenida por Kate, Maroney fue detenido, juzgado y condenado a diez años de cárcel, y se recuperaron 39.515 de los 50.000 dólares que le había birlado a la Compañía Adams Express.
La resolución del gran desfalco, la captura de sus autores y la recuperación de buena parte del botín pusieron por las nubes el prestigio de la agencia y un gran espaldarazo para la carrera de Kate, para quién Pinkerton creó la Oficina de Detectives Femeninas y la autorizó a seleccionar personalmente a sus agentes. Dos de ellas también serían famosas por su eficacia: Elizabeth H. Baker y Hattie Lawton.

El complot contra Lincoln
Kate Warne aceptó comandar la oficina que Pinkerton había creado para ella con la condición de no tener que abandonar el trabajo de campo. Eso le permitió convertirse en una de las figuras clave del equipo de la agencia que en 1861 frustró un atentado contra el presidente electo Abraham Lincoln.
Ese año Pinkerton fue contratado por Samuel H. Felton, presidente del Ferrocarril de Filadelfia, Wilmington y Baltimore, para investigar la actividad de los grupos secesionistas y, especialmente, la posibilidad de que estos realizaran atentados contra sus trenes. Poco después, el equipo de cinco detectives que realizaba la investigación -entre los cuales se contaba Kate- descubrió algo mucho más alarmante que los sabotajes al ferrocarril: un plan para asesinar al presidente electo.
Abraham Lincoln había sido elegido presidente en noviembre de 1860 y debía tomar posesión del cargo el 4 de marzo de 1861. Para jurar, el futuro jefe de Estado debía viajar desde su casa en Springfield, Illinois, hasta Washington. El viaje en tren duraría 11 días, con escalas en diferentes ciudades donde Lincoln, como nuevo presidente, participaría en diversos actos de masas. Uno de los puntos más peligrosos del trayecto era Baltimore, donde los secesionistas tenían uno de sus centros más activos y contaban con miles de simpatizantes. Para descubrir lo que planeaban los conspiradores, Pinkerton envió a Kate Warne a esa ciudad con la misión de infiltrarse en el movimiento secesionista.
Así, la señora Barley, una dama oriunda de Alabama que hablaba con un impecable acento sureño, llegó en tren a Baltimore y se alojó en uno de los hoteles más importantes de la ciudad, precisamente donde los conspiradores hacían sus reuniones mientras sus esposas tomaban el té. La supuesta señora Barley no tardó en relacionarse y compartir reuniones con las esposas y las hijas de los más notorios secesionistas. A través de ellas descubrió que planeaban matar a Lincoln cuando el tren que llevaba al presidente electo pasara por la ciudad.
Kate, con la ayuda de otros detectives, obtuvo detalles del plan, los horarios y el modus operandi de los conspiradores. Una ordenanza municipal impedía que el tren pasara por el centro de Baltimore con el objetivo de evitar el ruido. Así que, entre las estaciones de President Street y Camden Street, los pasajeros continuaban a bordo de los vagones, aunque no arrastrados por la máquina de vapor sino por caballos. Los conspiradores atacarían al presidente cuando el tren se detuviera para desenganchar la máquina y enganchar los caballos.

“El hermano inválido”
En base a la información que les hizo llegar la detective infiltrada, Pinkerton y los encargados de la seguridad de Lincoln tomaron una decisión arriesgada: no detendrían a los conspiradores ni evitarían pasar por la ciudad para evitar tensiones políticas, sino que montarían una operación para que el atentado fracasara escatimándole el “blanco”.
En Pensilvania, la escala anterior a Baltimore, Lincoln participaba de un homenaje a George Washington en compañía del gobernador y otros notables. Allí comenzó la operación para frustrar el atentado, con Kate como protagonista, junto al presidente. Luego de la última actividad de Lincoln, una reunión con el gobernador Andrew G. Curtin, en lugar de subir directamente al tren el presidente fue llevado a otra habitación, donde lo disfrazaron hasta convertirlo en un irreconocible hombre de edad. “Lincoln se puso un abrigo y un sombrero, abandonando su característica ‘pipa de estufa’. Su papel era el del ‘hermano inválido’ de Kate Warne”, escribió después Pinkerton.
Recién entonces lo llevaron hasta el tren, pero no al vagón que venía utilizando, sino a un coche cama contratado por Kate Warne para viajar con ese supuesto “hermano inválido”. El vagón estaba separado por una cortina de modo que nadie viera quién lo ocupaba. Cuando Lincoln llegó al lugar, la detective lo recibió sin ningún protocolo. “Warne se adelantó, saludó de modo familiar al presidente, como su hermano, entramos en el coche cama por la puerta trasera sin demoras innecesarias y sin que nadie se diera cuenta del distinguido pasajero que había llegado”, cuenta Allan Pinkerton en sus apuntes. Para mayor seguridad, las líneas telegráficas de Baltimore fueron cortadas y así evitar cualquier comunicación entre los conspiradores por si la estratagema había sido descubierta.
Durante el resto del viaje, Kate Warnes no se despegó un minuto de Lincoln. Según un relato que hizo correr después la Agencia Pinkerton, la detective no durmió hasta que llegó con el presidente sano y salvo a Washington DC. Eso dio lugar al histórico slogan de la agencia: “We never sleep” (“Nunca dormimos”).

“Nunca me falló”
Abraham Lincoln salvó esa vez su vida esa gracias al plan elaborado y llevado a cabo por la primera detective mujer de los Estados Unidos, pero no pudo escapar a su destino. La noche del 14 de abril de 1865, cuando apenas iniciaba su segundo mandato presidencial, fue asesinado de un disparo en la cabeza por John Booth, un agente secesionista, mientras asistía a una función en el teatro Ford.
Para entonces, la Oficina de Detectives Femeninas de la Agencia Pinkerton estaba consolidada al mando de Kate Warne. Durante la Guerra de Secesión, ella y sus agentes habían llevado numerosas misiones de espionaje, en las que perfeccionaron sus habilidades para infiltrarse y obtener información de todo tipo de fuentes. Después del conflicto, continuó protagonizando misiones encubiertas en casos de alto perfil, mientras entrenaba y supervisaba a nuevas camadas de detectives femeninas.
La primera detective mujer de la historia de los Estados Unidos murió de neumonía el 28 de enero de 1868. Tenía solo 35 años. Sus restos fueron enterrados en la parcela familiar de la familia Pinkerton en el cementerio Graceland de Chicago. El hombre que había confiado en ella al contratarla 12 años antes la despidió con una sola frase que lo decía todo: “Ella nunca me falló”.
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