“Vine para morir, lo verán en televisión”: el plan fallido del primer hombre que intentó asesinar a John F. Kennedy con un coche bomba

En diciembre de 1960, semanas antes de la asunción del presidente número 35 de Estados Unidos, Richard Paul Pavlick planeaba un atentado contra John F. Kennedy con siete cartuchos de dinamita, tan potentes como para hacer estallar una montaña. Las razones detrás de su intento de magnicidio, cómo fue descubierto por el Servicio Secreto y la reacción del presidente electo

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Richard Paul Pavlick murió a
Richard Paul Pavlick murió a los 88 años. Había planificado volar a JFK

Se arrepintió en el último segundo. Su plan era estrellar su auto, cargado con siete cartuchos de dinamita y con un sencillo mecanismo de encendido, contra el auto de su víctima. Morirían los dos, morirían todas las personas que estuviesen cerca, y él, Richard Paul Pavlick, se hubiese convertido en un magnicida y en el primer terrorista en usar un coche bomba como medio para alcanzar su fin. En aquellos años, un coche bomba era impensable.

Aquellos años eran los inicios de los que iban a ser, y no fueron, los gloriosos 60. En la mañana del domingo 11 de diciembre de 1960, Pavlick pensaba asesinar al flamante presidente electo de Estados Unidos, John F. Kennedy, que pasaba unos días de descanso en Palm Beach, Florida, después de una agotadora campaña de 312 días que le habían valido ser electo presidente sobre su rival, Richard Nixon, entonces vicepresidente de Dwight Eisenhower. Pavlick fue el primer hombre que quiso asesinar a Kennedy, que murió baleado tres años después, el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas.

El atentado frustrado contra Kennedy se conoció días después, cuando Pavlick, que tenía entonces setenta y tres años, fue apresado por la policía cuando seguía los pasos del presidente electo y buscaba la manera de matarlo, después de su intento arrepentido de aquel domingo. La historia pasó casi inadvertida hasta hoy, cuando un libro la rescata y la expone: “The JFK Conspiracy – The secret plot to kill Kennedy and Why it Failed – La conspiración contra JFK – El complot secreto para asesinar a Kennedy y por qué falló”, de Brad Meltzer en colaboración con Josh Mensch.

John F. Kennedy asumió como
John F. Kennedy asumió como presidente el 21 de enero de 1961. En diciembre de 1960 pudo haber sido asesinado. Pero el atentado no se concretó

¿Qué llevó a Pavlick a desistir de asesinar a Kennedy ese domingo 11 de diciembre? Todos los Kennedy necesitaban descanso en Miami. El presidente electo por su campaña, y su mujer, Jacqueline Kennedy, necesitaba sobre todo de la calma y del sol, invernal pero sol al fin, de Florida: el 24 de noviembre, después de un parto difícil, había dado a luz al segundo hijo de la pareja, John-John Kennedy.

Ese domingo, Kennedy, que fue el primer presidente católico de Estados Unidos, tenía decidido ir a misa en la Iglesia de San Eduardo, en Palm Beach, parte de una institución que colaboraba con los católicos del Estado desde 1920. Pavlick lo sabía. Había inspeccionado el templo días antes para saber si le sería más fácil atentar contra Kennedy en ese ámbito silencioso, recogido y en penumbras, iluminado apenas por cirios. Desistió. Detonar una bomba en medio de una misa implicaba matar a inocentes y Pavlick pretendía sólo matar a Kennedy: era un asunto personal entre él y el presidente electo. Decidió entonces esperarlo en la puerta de la mansión donde vivía por esos días la familia presidencial y donde se delineaban los nombres de quienes iban a integrar el nuevo gobierno que asumiría en enero de 1961. Cuando Kennedy subiera a su auto, custodiado por el Servicio Secreto, Pavlick lo embestiría y accionaría el mecanismo de encendido de la dinamita.

Pero aquel domingo, Kennedy salió a la puerta de su casa acompañado por Jacqueline y por Caroline, la hija mayor de la pareja que entonces tenía tres años. La escena familiar hizo que Pavlick diera marcha atrás con su intención criminal: esperaría una mejor oportunidad. El episodio, que se descubrió días más tarde, no figura casi en las biografías de Kennedy. Sí, en cambio, lo cita Arthur Schlesinger, en su libro “A Thousand Days – John Kennedy en la Casa Blanca – Mil Días – John F. Kennedy en la Casa Blanca”. Schlesinger era entonces un hombre de confianza de Kennedy, tenía cuarenta y tres años, la misma edad que el presidente electo, era uno de sus principales consejeros y un brillante historiador: lo consideraban entonces, y lo consideraron después, uno de los representantes más importantes del liberalismo estadounidense en los años de la Guerra Fría.

El expediente desclasificado por el
El expediente desclasificado por el Servicio Secreto de Estados Unidos sobre Pavlick tiene 600 páginas

Cuenta Schlesinger en su libro, que ganó el Premio Pulitzer en 1966: “Un domingo de diciembre, a la mañana, un hombre llamado Richard P. Pavlick, estacionó su auto frente a la casa de Kennedy para esperar que el presidente electo saliera para ir a misa. Había cargado su auto con siete cartuchos de dinamita, y su idea era estrellarlo contra el auto de Kennedy y pulsar el botón que desataría la explosión. Una carta que le hallaron luego decía: ‘Creo que los Kennedy compraron la Presidencia y la Casa Blanca y hasta que él se convierta en presidente, mi intención es evitarlo de la única manera que tengo para hacerlo’. Cuando Kennedy estuvo listo para dejar la casa –sigue el relato de Schlesinger– Jaqueline y Caroline salieron a la puerta con él para decirle adiós. Pavlick, de repente, decidió que no quería matarlo frente a su mujer y a su hija y resolvió también dejarlo para más tarde. Aunque el Servicio Secreto había recibido desde New Hampshire el aviso de que un tal Pavlick era una amenaza para el presidente electo, no supieron nada hasta el miércoles 14, cuando descubrieron que Pavlick realmente había viajado a Palm Beach. De inmediato lo buscaron por toda la ciudad y lo detuvieron al día siguiente”.

El libro de Meltzer y Mensch echa luz, entre otras cosas, sobre quién era Pavlick, cuáles eran sus motivaciones para matar a Kennedy y qué pasó luego con su vida. El tipo era un desesperado. Es posible también que tuviese serios problemas mentales, que anduviera por la vida algo tronado y desnortado. Al contrario de quienes habían atentado con o sin éxito contra los presidentes estadounidenses, desde John Wilkes Booth, que asesinó a Abraham Lincoln en 1865, hasta Ryan Routh que el pasado 13 de julio atentó contra Donald Trump y lo hirió en la oreja derecha, pasando por Lee Harvey Oswald que mató a Kennedy en 1963, aunque las dudas sobre su autoría persisten, Pavlick no era joven. Los autores de “The JFK Conspiracy…” se enorgullecen de haber escrito el primer libro completo sobre Pavlick y sobre su atentado fallido. Pavlick había nacido en New Hampshire en 1887, había pasado un corto período en el ejército y combatió en la Primera Guerra Mundial. El resto de su vida lo pasó como empleado de correos de Boston, la ciudad natal de Kennedy.

Mostró siempre rasgos paranoides que no eran muy tenidos en cuenta en la época: lo describían como un tipo raro. Sintió, o dijo sentir, que Estados Unidos estaba bajo la amenaza de una potencia extranjera, era de alguna forma un fanático religioso y, ya en 1955, intentó formar una organización de veteranos de guerra exclusiva para protestantes, sin participación de católicos ni judíos.

La noticia de la detención
La noticia de la detención de Richard Pavlick en un diario de Boston

Para Meltzer, resulta evidente que Pavlick tenía problemas mentales: “Creó asociaciones para que los judíos no pudieran servir en el ejército: si no pensabas como él no podías ser miembro de las fuerzas armadas. No estaba del todo bien de la cabeza. De las cuatro personas que han asesinado a presidentes, todas tienen ese algo de inestabilidad incorporada. Es un individuo que está muy solo y está muy enojado: esa es una combinación peligrosa. Por eso le dispara a un líder del mundo libre.”

Pavlick tenía aversión hacia los Kennedy y afirmaba lo que era un secreto a voces: el patriarca de la familia, Joseph Kennedy, invertía mucho dinero en la campaña presidencial de su hijo. Esto lo sabía hasta el rival electoral de Kennedy, Richard Nixon, y todo el partido demócrata. Una anécdota acaso simpática, pero en todo caso reveladora, está narrada en “1960 - Countdown – 1960 - Cuenta regresiva”, que relata día a día las campañas electorales de Kennedy y de Nixon. En sus páginas, el periodista e historiador Chris Wallace cuenta que Raymond Chafin, el jefe político demócrata del condado de Logan, en West Virginia, que estaba por celebrar sus elecciones primarias, pidió dinero a los operadores de campaña de Kennedy. Le preguntaron cuánto necesitaba y el tipo dijo “thirty-five”, porque necesitaba tres mil quinientos dólares. Le mandaron treinta y cinco mil. Cuando quiso enmendar el error le dijeron que se quedara con los treinta y cinco mil y le diera un buen uso. Otro caudillo demócrata del condado, Claude “Big Daddy” Ellis, también recibió cincuenta mil dólares, una pequeña fortuna de la época, y no pudo evitar lanzar una broma: “Kennedy no está comprando West Virginia: la está alquilando por un día”. El de las primarias.

Pavlick pasó de Boston a Belmont, New Hampshire, su ciudad natal; trabajó en el correo a las órdenes de Thomas Murphy, un funcionario que tendría vital importancia en esta historia. Según Murphy y varios de sus vecinos, Pavlick era un hombre que parecía siempre molesto, “un quejoso crónico”. Meltzer y Mensch ponen las actitudes de Pavlick en un contexto político y cultural más amplio. Citan el odio del grupo racista Ku Klux Klan hacia católicos, judíos y afroamericanos; revelan que el pastor evangelista Billy Graham intentó, a través de sus sermones y con otras maniobras “non sanctas” frustrar la candidatura de Kennedy. Y citan al reverendo Norman Vincent Peale, uno de los más famosos predicadores de New York, autor de “El poder del pensamiento tenaz” que había declarado: “Ante la elección de un católico, nuestra cultura está en juego”. Los textos del reverendo Peale tuvieron, y acaso tengan aún, una fuerte influencia en las ideas del hoy presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

En el expediente del Servicio
En el expediente del Servicio Secreto sobre Richard Pavlick se lee una descripción de lo que intentó hacer

Kennedy debió sortear en campaña los reparos de gran parte de la política americana que lo señalaba como un católico que, como presidente, iba a aceptar las instrucciones del Papa de Roma. Tuvo que desmentirlo más de una vez de manera formal y, también más de una vez, con el sarcasmo al que era tan afecto: “Qué extraño. Cuando me incorporé a la Marina para luchar contra los japoneses en el Pacífico, no me preguntaron cuál era mi religión”.

Kennedy ganó las elecciones del 8 de noviembre de 1960 por poco: ciento doce mil votos. Su victoria fue mayor en el Colegio Electoral: trescientos tres votos en su favor y doscientos diecinueve a favor de Nixon. Pavlick había votado por Nixon y empezó luego a formar parte de uno de los dos bandos en los que había quedado dividida la nación. Escribió una carta a un conocido en la que le confiaba que iba a echar “un maleficio sobre Kennedy y los millones de su familia”. Poco después, empezó a acecharlo. Confesó luego que había viajado a Hyannis Port, en Massachusetts, donde se alzaban tres propiedades que constituían la residencia familiar de los Kennedy, y había visto al presidente electo saludar a una multitud en el aeropuerto de Cape Cod.

En las siguiente tres semanas, Pavlick compró diez cartuchos de dinamita, el 1 de diciembre puso en un bolso algo de ropa, unas pocas pertenencias y los explosivos, para después subir a su Buick modelo 1950. Estaba dispuesto a dejar Belmont para siempre: la leyenda dice que incluso entregó el resto de sus cosas personales a un campamento juvenil local. Decidido a matar a Kennedy viajó primero a Washington y luego, enterado del viaje del presidente electo a Miami, condujo hasta Palm Beach. Para entonces, ya era un hombre desesperado. Le escribió a un amigo de New Hampshire: “Estoy al borde del abismo. Si muero en algún lugar de Florida, tal vez te enteres de ello en tres semanas”. En otra postal escribió: “Nunca más volveré a New Hampshire. Vine para morir: lo verán en televisión”.

La historia de cómo fue
La historia de cómo fue arrestado Richard Pavlick en diciembre de 1960

Virtud o defecto, Pavlick escribía mucho y a todo el mundo: amigos, conocidos, editores de diarios, asociaciones políticas y culturales. Parecía querer dejar un rastro, un legado detrás de su estela recóndita y fatal. Durante las semanas que acechó a Kennedy, escribió mucho a su antiguo jefe de correos, Thomas Murphy. O Murphy era muy astuto, que lo era, o tal vez tenía la certeza del toque de locura que latía en el cerebro de Pavlick. Lo que notó Murphy en la correspondencia que le enviaba su antiguo empleado, reflejos de un hombre de correos, fue que el matasellos de las cartas y postales que recibía coincidían con las ciudades y pueblos que visitaba Kennedy. Una de las postales de Pavlick anunciaba que él, Murphy, pronto tendría noticias suyas “a lo grande”. Entonces, Murphy avisó al Servicio Secreto.

Los autores de “The JFK Conspiracy…” describen en su libro cómo Pavlick había acondicionado su auto para convertirlo en un coche bomba: “Ocultos en el baúl, escondidos bajo las mantas y mezclados con diversos trastos y herramientas, había siete cartuchos de dinamita. Fijado a esa dinamita, un cable iba desde el baúl hasta la carrocería del vehículo y hacia un pequeño mecanismo de disparo. Todo lo que tenía que hacer era activar ese pequeño detonador para hacer estallar el vehículo y todo lo que lo rodeaba. Según los expertos, la cantidad de dinamita era tan potente como para hacer estallar una montaña pequeña.”

Pavlick ni estrelló su auto contra el de Kennedy, ni accionó un disparador, ni nada. Esperó su próxima oportunidad: esa vez, pensó, no iba a fallar, ni se iba a arrepentir. No sabía que, gracias al aviso de Murphy, el Servicio Secreto lo buscaba por todo el país, incluso por Palm Beach, donde se presumía que podía estar en acecho a Kennedy. Y estaba. Pero no dieron con él. Tenían, sí, el número de la patente de su Buick modelo 50, que compartieron con la policía de local. El jueves 15 de diciembre, Lester Free, un oficial de la patrulla caminera, vio el coche y lo detuvo en el puente Royal Park, que une Palm Beach con el continente, para descubrir que el auto era una poderosa bomba lista para estallar. La policía descubrió luego, en el hotel donde se hospedaba Pavlick, otros tres cartuchos de dinamita y más explosivos.

En el expediente sobre Richard
En el expediente sobre Richard Pavlick se halla un proyecto de libro en el que el hombre cuenta su historia. En esta página se refiere al 11 de diciembre de 1960

En la cárcel del condado, Pavlick confesó a la policía lo de su “loca idea de impedir que Kennedy fuese presidente”, porque estaba convencido de que había “comprado” la Casa Blanca. Le fijaron la fianza más alta hasta ese momento en la historia del condado, cien mil dólares, mientras todo Palm Beach esperaba que los agentes federales llegaran desde Miami para llevarse a un personaje tan incómodo, aun para tenerlo entre rejas. Días antes de la toma de posesión de Kennedy en Washington, el 20 de enero de 1961, Pavlick fue enviado a un centro médico federal en Missouri y acusado de intento de asesinato siete días después. Allí permaneció hasta que el 2 de diciembre de 1963, diez días después del asesinato de Kennedy en Dallas, los cargos contra Pavlick fueron retirados: el hombre que lo había obsesionado, ya no existía. El juez Emett Clay Choate dictaminó que Pavlick padecía una enfermedad mental que le hacía imposible distinguir lo correcto de lo incorrecto y ordenó que permaneciera en el hospital psiquiátrico. El gobierno federal también retiró su acusación de intento de asesinar a Kennedy en agosto de 1964. Luego de un traslado al Hospital Estatal de New Hampshire, Pavlick fue dado de alta el 13 de diciembre de 1966. Murió el 11 de noviembre de 1975, a los ochenta y ocho años, en el Hospital de Veteranos de Manchester, New Hampshire.

Meltzer se permite varias reflexiones en su libro “The JFK Conspiracy…”. Afirma que si Pavlick hubiese tenido éxito, Kennedy nunca hubiera dicho su famosa frase: “Por eso ciudadano, no preguntes que puede hacer tu país por vos, pregunta qué podés hacer vos por tu país”; la crisis de los misiles soviéticos en Cuba tal vez pudo tener otro desenlace; quién sabe si el hombre hubiera llegado a la Luna en 1969, un desafío lanzado años antes por Kennedy. Son especulaciones válidas para un periodista y no historia contra fáctica.

La teoría más interesante de Meltzer afirma que las sucesivas presidencias de Estados Unidos hubiesen sido muy diferentes: “JFK -afirma- fue nuestro primer presidente famoso. Hemos tenido muchos presidentes famosos, pero JFK y Jackie vendían algo muy diferente: una presidencia de celebridad, fama, riqueza e imagen. Hemos estado persiguiendo ese tipo de presidencia desde entonces. Para algunas personas la encarnó Ronald Reagan, para otras, fue Barack Obama, para otras es hoy Donald Trump. Pero todos han hecho un “cosplay” (una imitación) de la presidencia de JFK. Para mí, sin embargo, en el centro de todo esto está la esperanza. Y lo que los Kennedy nos dieron fue un increíble nivel de esperanza. Lo hicieron mejor que nadie”.

El presidente de los Estados
El presidente de los Estados Unidos y su esposa Jacqueline Kennedy

El intento de asesinato de Pavlick pasó con suma rapidez al olvido y no pasó a la historia. Primero, porque Kennedy y su equipo decidieron no convertirlo en noticia. Segundo, porque al día siguiente del arresto de Pavlick en Palm Beach, dos aviones chocaron en el aire en el cielo de New York. El 16 de diciembre de 1960 un Douglas DC-8, vuelo 826 de United Airlines, que debía aterrizar en el aeropuerto Idlewild (que hoy es el John Kennedy Airport) chocó con un Lockheed L-1049 Super Constellation, el vuelo 266 de la TWA, Trans World Airlines, que se aprestaba a aterrizar en el aeropuerto La Guardia, que hoy es el Ronald Reagan Airport. Uno de los aviones se estrelló en Staten Island y el otro en Park Slope, Brooklyn. Murieron ciento veintiocho personas, pasajeros y tripulantes de los dos vuelos, y seis personas en tierra. Fue la mayor tragedia aérea de la historia, hasta que fue superado en cantidad de víctimas en 1969, y tapó durante semanas cualquier noticia relacionada con el descanso del presidente electo en Miami.

Kennedy era temerario. Le quitó importancia al incidente de Pavlick como le quitaba importancia a su debilitada salud. Por el contrario, se empeñaba en dar una imagen de joven empuje y de vigor inagotable. No era así. Había sido un chico enfermo, casi muere de escarlatina a los tres años, y padecía el mal de Addison, que le diagnosticaron a los treinta años: un hipotiroidismo que lo hacía vulnerable a las enfermedades. Sufrió de úlceras, osteoporosis, infecciones urinarias y de tremendos dolores en la espalda, a raíz de una herida de guerra. Siempre tuvo la idea de su muerte joven, o de una segunda presidencia que transcurriría tal vez en silla de ruedas. Arriesgó un vaticinio que no se cumplió. La noche en la que fue nominado candidato a la presidencia, le dijo a su hermano Robert: “Tengo cuarenta y tres años, no voy a morir en el cargo…”.

El 22 de noviembre de
El 22 de noviembre de 1963, JFK fue asesinado en Dallas, Texas

Sobre el final de su vida fue consciente de que podían asesinarlo. Con extraño fervor, entre junio y noviembre de 1963 apuró las medidas que juzgó importantes para su gobierno: la implementación de un plan de salud que contemplara a los más necesitados, la sanción de una ley que consagrara los derechos civiles de la población afroamericana y una política de conciliación con la Unión Soviética que pusiese fin a la Guerra Fría y alejara el fantasma de una guerra nuclear, como el que había sobrevolado su gobierno cuando la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, en octubre de 1962.

Tan consciente era Kennedy, y su entorno, de que podía sufrir un atentado, que en la mañana del 22 de noviembre de 1963, en Forth Worth, Texas, antes de partir en el avión presidencial hacia Dallas, escuchó a su consejero y amigo personal, Kenneth O’Donnell, decirle en referencia al sitio callejero donde iba a hablar antes de salir al aeropuerto: “Con todos esos edificios alrededor, el Servicio Secreto no puede parar a alguien que quiera atacarte”. Kennedy contestó: “Vamos a una ciudad muy loca hoy”. Antes, le había comentado a los agentes encargados de su custodia, entre ellos a Roy Kellerman, el hombre a cargo del operativo: “Anoche hubiese sido muy fácil matarme. Cualquier tipo con un rifle con mira telescópica pudo haberlo hecho.”

Horas después, a la una de la tarde, yacía en una camilla del Parkland Hospital de Dallas, con la cabeza destrozada por un balazo.

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