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Fue un desafío valiente, pero suicida. Estuvo inspirado por un idealismo humanista, por creencias cristianas y por una profunda decepción hacia el nazismo que había traicionado la fe y la confianza que aquellos chicos y muchachas de Múnich habían puesto en Adolf Hitler y sus secuaces. Entonces, el grupo, jóvenes estudiantes de la Universidad de Múnich, la emprendieron ellos solos contra el nazismo. Los apresaron y los ejecutaron. Pero el nombre, “La Rosa Blanca”, con el que bautizaron su efímera y entusiasta resistencia, todo duró poco más de ocho meses, perdura aún hoy en plazas, calles y aulas de Alemania, que también honran a sus desdichados integrantes.
Todo empezó en la Universidad de Múnich, la tierra bávara tan amada por Hitler, y en su universidad. Allí, un grupo reducido de alumnos, Hans Scholl, Willi Graf, Christoph Probst, Alexander Schmorell y un profesor, Kurt Huber a cargo de las cátedras de filosofía y musicología, elaboraron un panfleto que llamaba a los estudiantes a oponerse a la continuación de la guerra y revelaba la verdadera cara del nazismo. Todos sabían de qué hablaban. En octubre de ese año, pidió sumarse al grupo, secreto y oculto, Sophie Scholl, sin saber, ni imaginar, que su hermano Hans era uno de los líderes de la “Rosa Blanca”. Excepto el profesor Huber, ninguno superaba los veinticuatro años. Sophie, que quedaría en la historia como el símbolo del grupo, tenía veintiún años.
El primero de los panfletos era pólvora ardiendo. Decía: “¿No es cierto que todos los alemanes honestos se avergüenzan de su gobierno en estos días? ¿Quién de nosotros tiene alguna idea de las dimensiones de la vergüenza que nos sobrevendrá a nosotros y a nuestros hijos cuando un día se nos caiga el velo y los más horribles de los crímenes, crímenes que superan infinitamente cada medida humana, lleguen a la luz del día?”. Era una pregunta retórica. No había en esos meses de guerra demasiados alemanes honestos que se avergonzaran de su gobierno. Pero la “Rosa Blanca” advertía: “No nos callarán. Somos la Rosa Blanca, tu mala conciencia. Y no te dejaremos en paz”.

Hans Scholl había nacido en septiembre de 1918, en una familia luterana. En su adolescencia entró a las Juventudes Hitlerianas, como tantos jóvenes que aún hoy se sienten deslumbrados por el autoritarismo y la violencia política, en contra de los designios familiares: el padre de los chicos Scholl se oponía al régimen nazi. En su temprana adolescencia, Sophie Scholl, que había nacido en mayo de 1921, también había formado parte de la “Liga de Muchachas Alemanas” (BDM por su sigla en alemán). Era un derrotero impuesto a los jóvenes por el nazismo. Y los jóvenes lo habían aceptado con fervor. La hermana de ambos Scholl, Inge, escribió sobre el entusiasmo de los jóvenes por las organizaciones juveniles nazis: “Había algo más que nos atrajo con un poder misterioso y nos arrastró: las filas cerradas de jóvenes marchando con estandartes que ondeaban, los ojos fijos al frente, al ritmo de tambores y canciones. ¿No era este un sentido de compañerismo abrumador? ¿No es sorprendente que todos nosotros, Hans, Sophie y los demás, nos hayamos unido a las Juventudes Hitlerianas? Entramos en él con cuerpo y alma. Y no podíamos entender por qué nuestro padre no lo aprobaba, por qué no estaba feliz y orgulloso. Por el contrario, estaba bastante disgustado con nosotros (…)”
Los Scholl, como otros millones de adolescentes, estaban enredados en la telaraña nazi. Lo describió, y de modo muy gráfico, uno de los sobrevivientes de la “Rosa Blanca”, Jürgen Wittenstein, autor de “Memorias de la Rosa Blanca”, editado en 1979: “El gobierno, o mejor dicho, el partido, controlaba todo: los medios de comunicación, las armas, la policía, las fuerzas armadas, el sistema judicial, las comunicaciones, los viajes, todos los niveles de educación desde el jardín de infancia hasta las universidades, todas las instituciones culturales y religiosas. El adoctrinamiento político comenzaba a una edad muy temprana, y continuaba por medio de las Juventudes Hitlerianas con el objetivo final de un control mental completo. Se exhortó a los niños en la escuela a denunciar incluso a sus propios padres por comentarios despectivos sobre Hitler o la ideología nazi.”
El encanto de los Scholl con el nazismo, como el de otros muchos, duró: poco, pero duró. En 1939, al estallar la Segunda Guerra con la invasión alemana a Polonia, Hans empezó a estudiar medicina en la Universidad de Múnich y fue testigo de la violencia del régimen nazi contra los estudiantes: rechazó participar de actividades de apoyo al nazismo y se vinculó, en secreto, con otros jóvenes opositores. En junio de 1942, con Alemania en guerra total contra la Unión Soviética, Hans fue movilizado al frente ruso como auxiliar médico de los hospitales militares en el “Frente Este”. Así supo de los crímenes de guerra que cometían las SS y los Einsatzgruppen, los “equipos móviles de matanza” nazi desplegados en el frente. Junto a Hans, también fueron testigos varios de los jóvenes soldados que luego integrarían la “Rosa Blanca”. Entre ellos estaba Willi Graf, que espantado por la persecución y asesinato de judíos, y por las atrocidades de los nazis contra las poblaciones civiles del Este, escribió a su hermana Anneliese: “Ojalá me hubiera ahorrado la visión de todo lo que tuve que presenciar”.

La guerra galvanizó a los miembros de la “Rosa Blanca”, que todavía no había nacido. En el segundo de sus folletos anti nazi, los estudiantes denunciaron la persecución y el asesinato en masa de los judíos. Los muchachos se conocían todos, o casi todos. Habían sido criados por familias de clase media alta, de raíz liberal y de espíritu independiente. Compartían las aulas de la Universidad de Múnich al menos desde 1941. Uno de ellos, Alexander Schmorell había nacido en Rusia, su primer idioma había sido el ruso y era un gran amigo de Hans Scholl. Fue en casa de Schmorell que Hans conoció a Christoph Probst, que era amigo de Alexander desde el colegio primario. El padre de Probst era divorciado, se había casado con una mujer judía y padecía los efectos de las leyes raciales nazis dictadas en Núremberg.
Cuando el chico Scholl y sus compañeros de estudio sirvieron en el frente ruso, en el verano de 1942, la Wehrmacht intentaba llevar adelante una nueva campaña militar en el sur del frente oriental para volver a asediar a Moscú, de donde había sido expulsada en el duro invierno de ese año. La ofensiva fue en principio exitosa, pero se estancó en el otoño de 1942. Meses después, en febrero de 1943 y en Stalingrado, los nazis iban a sufrir una dura derrota: el poderoso Sexto Ejército del mariscal Friedrich von Paulus capituló ante los rusos. La guerra se dio vuelta, los rusos empezaron a empujar a los nazis hacia Berlín, la moral alemana cayó ante la certeza de que la guerra podía perderse, si no estaba ya perdida, y la resistencia en los países ocupados por los nazis despertó cierta inquietud en los fidelísimos seguidores de Hitler.
Para entonces, la “Rosa Blanca llevaba algunos meses de febril actividad. Entre finales de junio y hasta mediados de julio de 1942 habían escrito y distribuido los primeros cuatro panfletos que citaban la Biblia, a Aristóteles, a los grandes poetas alemanes Goethe y Schiller. El segundo de los panfletos, que denunciaba la persecución y exterminio de los judíos a manos de los nazis, decía: “Desde la conquista de Polonia, 300.000 judíos han sido asesinados en ese país de la manera más bestial (…) El pueblo alemán duerme en un sueño aburrido y estúpido y alienta a los criminales fascistas. Cada uno quiere ser exonerado de culpa, cada uno continúa su camino con la conciencia más plácida y tranquila. Pero no puede ser exonerado; ¡él es culpable, culpable, culpable!” Los panfletos eran dejados en cabinas telefónicas públicas, o enviados por correo a profesores y estudiantes de otras universidades alemanas para que los distribuyeran entre los jóvenes alumnos. La campaña de agitación antinazi se hizo más dura.

En documentos de cinco o seis páginas, en escritos más breves, en pintadas en las paredes, que entonces no se llamaban grafitis, los estudiantes denunciaron el “subhumanismo nacionalsocialista”; denunciaron al militarismo prusiano, advirtieron “Hitler no puede ganar la guerra. Sólo puede prolongarla”, y convocaron a sus lectores en especial en el quinto de sus folletos, a: “Apoyar el movimiento de resistencia, a luchar por la libertad de expresión, de religión y por la protección del ciudadano individual ante la acción arbitraria de los estados dictadores criminales”. Exigían: “Libertad de expresión, libertad de religión, la protección del ciudadano individual contra el capricho de Estados criminales y violentos: estas son las bases de la nueva Europa”. No estaban muy errados.
El 13 de enero de 1943, diez días después del desastre alemán en Stalingrado, estalló una revuelta estudiantil en la Universidad de Múnich después de un discurso del jefe del partido nazi de la región que denunció a los estudiantes por no servir en las SS y recurrió a referencias obscenas hacia las estudiantes. Para entonces, la “Rosa Blanca” estaba embarcada en una decidida oposición y a ampliar su radio de acción, a llevar la protesta fuera del recinto de las universidades y extenderla a un rango más amplio de la población. En el quinto folleto, el grupo cambió de nombre y eligió el de “Movimiento de Resistencia Alemán”: de hecho, el texto estaba encabezado con un “Llamamiento a todos los alemanes”.
El quinto folleto de la “Rosa Blanca” es, tal vez, el más dramático. Hans y Sophie, los hermanos Scholl, junto a Alex Schmorell, habían pedido consejo a escritores de propaganda experimentados como Falk Harnack, cineasta y guionista, miembro también de la resistencia alemana. El texto ha dejado de lado todo idealismo, muestra mayor madurez y decisión. Algunos de sus fragmentos dicen: “¡Alemanes! ¿Ustedes y sus hijos quieren sufrir el mismo destino que los judíos? ¿Quieren que los midan con la misma medida que a vuestros seductores? ¿Seremos para siempre la nación más odiada y rechazada del mundo? ¡No! Por lo tanto, sepárense de la subhumanidad nacionalsocialista. ¡Demuestren con sus acciones que piensan de otro modo! Comienza una nueva guerra de independencia. La mejor parte de la nación lucha con nosotros. ¡Rasguen el manto de apatía con el que ha envuelto sus corazones! ¡Decídanse antes de que sea demasiado tarde!”.
Y más adelante: “¡No crean en la propaganda nacionalsocialista que ha infundido en ustedes el miedo al bolchevismo! ¡No crean que la salvación de Alemania está ligada a una victoria del nacionalsocialismo para bien o para mal! Una banda de criminales no puede alcanzar una victoria alemana. ¡Sepárense de todo lo que esté relacionado con el nacionalsocialismo mientras aún tengan tiempo! Más tarde, todos los que se han escondido cobardemente e indecisos, tendrán que comparecer ante un tribunal de justicia terrible y justo”.
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De este texto tremendo y acaso profético, se imprimieron entre seis mil y nueve mil copias con una duplicadora manual. Entre el 27 y el 29 de enero los miembros y simpatizantes de la “Rosa Blanca”, los llevaron, con enorme riesgo, a varias ciudades alemanas y, desde ellas, se enviaron centenares de copias por correo. Los folletos se leyeron en Saarbrücken, Stuttgart, Colonia, Viena, Friburgo, Chemnitz, Hamburgo, Innsbruck y Berlín. El 3, el 8 y el 15 de febrero, Hans Scholl, Alex Schmorell y Willi Graf usaron plantillas de estaño, precursoras de los esténciles, para pintar en las paredes de los edificios de Múnich leyendas que decían: “Abajo Hitler” y “Libertad”.
Hubo un sexto folleto, escrito a finales de enero o principios de febrero de 1943 por el profesor Kurt Huber, el filósofo y musicólogo. También tiene un hondo contenido dramático y es un abierto desafío a Hitler y al nazismo: “Ha llegado el día del ajuste de cuentas de nuestra juventud alemana con la tiranía más abominable que nuestra nación haya sufrido jamás. En nombre de toda la juventud alemana, exigimos que el gobierno de Adolf Hitler nos devuelva nuestra libertad personal, el bien más valioso que posee un alemán. Nos la ha robado de la manera más despreciable. Hemos crecido en una nación donde toda expresión abierta de opinión es brutalmente apaleada. Las Juventudes Hitlerianas, las SA y las SS han tratado de conformarnos, revolucionarnos y anestesiarnos en los años más fructíferos de nuestra vida educativa. (…) El nombre alemán será difamado para siempre si la juventud alemana no se levanta finalmente, se venga y se expía, si no destroza a su verdugo y levanta una nueva Europa intelectual. ¡Estudiantes! ¡La nación alemana nos mira! (…) Y los muertos de Stalingrado nos suplican (…)”
El 18 de febrero de 1943, hace ya ochenta y dos años, Hans y Sophie Scholl fueron a la Universidad de Múnich con una especie de valija cargada de folletos; lanzaron centenares de ellos en los pasillos vacíos, para que sus compañeros los hallaran a la salida de las aulas. Unos pocos cientos de ejemplares quedaron en el fondo de la valija, así que Sophie subió al piso superior y los tiró para que cayeran en el atrio de la Universidad. La vieron. La vio Jakob Schmid, un encargado del mantenimiento de la Universidad, que denunció a Scholl y fue después poco menos que un héroe del nazismo. Así fue como terminó la “Rosa Blanca. Los hermanos Scholl fueron capturados por la Gestapo. En manos de Hans, la policía nazi halló el borrador de un séptimo folleto redactado por Christoph Probst, un borrador que le costaría la vida al autor.
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Los hermanos Scholl y Probst fueron acusados, juzgados, condenados y ejecutados en cinco días. Los sentenciaron a muerte el 22 de febrero y los guillotinaron el mismo día. A cargo del juicio estuvo Roland Freisler, conocido como “El juez de Hitler”, el mismo tipo que condenaría a muerte a los conspiradores del atentado contra Hitler llevado a cabo por Klaus von Stauffenberg en julio de 1944. Los dos muchachos y la chica enfrentaron a la muerte con valentía. Sophie le había dicho a Freisler: “Sabés tan bien como nosotros que la guerra está perdida. ¿Por qué sos tan cobarde de no admitirlo? Tu cabeza va a rodar también”. La cabeza de Freisler no rodó. Pero murió en su juzgado de Berlín el 3 de febrero de 1945, cuando los aliados bombardearon la ciudad: lo hallaron bajo una columna del Palacio de Justicia. Sin augurios, Hans gritó “¡Viva la libertad!” antes de ser ejecutado
El 19 de abril de 1943, los nazis juzgaron al resto de las figuras principales de la “Rosa Blanca”. Willi Graf había sido arrestado el mismo día que los hermanos Scholl, Alexander Schmorell había sido apresado días después, el 24 de febrero, después de haber intentado huir a Suiza. El profesor Kurt Huber fue detenido el 26. Todos fueron condenados a muerte y ejecutados: Schmorell y Huber el 13 de julio, Graf el 12 de octubre.
Inge Scholl, hermana de Sophie y de Hans, recopiló y publicó los panfletos de la “Rosa Blanca”, y reveló gran parte de su historia. Fue una activa pacifista en los años que siguieron a la guerra. Murió de cáncer en 1998.
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