
Pablo iba a ir a entrenar como si ese fuera un día igual a los demás. Había ido al colegio y estaba a punto de viajar desde Morón hasta Liniers para repetir una de las rutinas que organizaba su vida: prepararse junto a sus compañeros para el partido de voley que jugaría el fin de semana con la camiseta de Vélez. Acababa de cumplir 17 años y creía que esas “bolitas” que sentía en todo el cuerpo podían esperar.
Amelia, su madre, dijo que no. Que esa tarde no habría entrenamiento sino una visita a la guardia. Fueron a una clínica cercana a su casa y les dijeron que ahí no contaban con la tecnología que requería diagnosticar el cuadro y les recomendaron algunos hospitales a los que podían acudir. Eligieron el Hospital de Clínicas, que depende de la Universidad de Buenos Aires, y fueron esa misma tarde. Todavía no lo sabían, pero ese lugar se iba a convertir en un destino frecuente para Pablo y su familia. Ahí iban a cambiarles -y salvarles- la vida.
“Llegué al hospital y me hicieron estudios de sangre, imágenes y una biopsia. Me atendieron rapidísimo y nos citaron para el día siguiente. Ahí nos dijeron que había que esperar algunos resultados más pero que lo que tenía inflamado eran ganglios y que lo más probable era que tuviera un tumor maligno, o sea, cáncer”, cuenta Pablo Noble en conversación con Infobae.
El diagnóstico se confirmó. Tenía un tumor maligno en el testículo izquierdo y metástasis alrededor del riñón izquierdo -o al menos eso parecía-, en el pecho y en el abdomen. Los médicos le dijeron cómo procederían: iban a sacarle el testículo y hacer quimioterapia para combatir las ramificaciones del cáncer.

“Yo pensé ‘hasta acá fui un pibe normal, un estudiante y un jugador de voley, y ahora voy a ser un pibe normal, que estudia y que tiene que atravesar esta situación, ir para adelante todo el tiempo’”, se acuerda Pablo. Lo de jugador de voley entraría primero en pausa, después se volvería más recreativo que competitivo y, finalmente, su salud cancelaría esa posibilidad para siempre. Ese jugador que entre el final de su infancia y el principio de la adolescencia había concentrado con la Selección Nacional Infantil en el Cenard debía dejar esas ilusiones deportivas atrás.
Dos años en el hospital
“Me internaron por primera vez en octubre de 2014. Ahí fue la cirugía del testículo y empecé enseguida quimio. En general, pasaba dos semanas internado por cada sesión de quimio, y la tercera me volvía a casa, excepto que los valores me dieran mal, que tuviera las defensas muy bajas, entonces me quedaba en el Clínicas”, reconstruye Pablo. Se había puesto un objetivo: terminar las quimios hacia febrero de 2015 y volver a entrenar en Vélez.
“Desde el principio fue muy importante que los médicos me explicaran todo, que yo pudiera hacerles preguntas y que me hablaran de forma muy precisa pero no técnica, es decir, para que pudiera entenderlo sin tener que saber nada de medicina”, explica, y suma: “También ayudó mucho que fueran contenedores, los médicos y las enfermeras”.
El efecto que las explicaciones claras y humanas de los profesionales de la salud tuvieron en su tratamiento y su recuperación es indeleble. Por eso, entre varios motivos, este martes Pablo será uno de los oradores de las actividades que organiza el Hospital de Clínicas por el Día de Internacional de la Lucha contra el Cáncer Infantil, que fue este sábado pero cuyas actividades empezarán esta mañana a las 10.30. “A mí me convocaron las enfermeras del servicio de Oncopediatría del hospital, es la tercera vez que voy a participar”, anticipa.

Después de esa primera fase de quimioterapia, Pablo cumplió con su objetivo. A principios de 2015 se reincorporó a los entrenamientos en Vélez. Primero, con un ritmo adaptado a su recuperación. Después, al mismo ritmo que sus compañeros del deporte que había empezado a practicar a los diez años.
“Pero un año después del diagnóstico vino una recaída que empezó a verse en mis indicadores de sangre. Se habían agrandado unos tumores y me abrieron con el objetivo de sacar todo lo que hiciera falta”, cuenta Pablo. A Amelia, su mamá, le dijeron que la cirugía duraría entre cuatro y cinco horas, pero duró entre seis y siete. “Por suerte mi mamá y mi hermana Camila siempre estuvieron acompañadas de esa red indispensable que son la familia y los amigos. Mis tíos, mis compañeros de Vélez, del club de Morón en el que yo había empezado a jugar, todos estaban ahí”, se acuerda.
Cuando Pablo abrió los ojos después de esa cirugía más larga de lo previsto, un médico le explicó lo que había pasado. Los tumores que creían que estaban alrededor del riñón izquierdo en realidad lo había tomado: se lo habían sacado. Y durante la cirugía, el riñón derecho se había infartado: funcionaba en apenas el 5% o, con suerte, el 10%. “Al otro día intentaron recuperarlo, que volviera a recibir sangre y funcionara bien, pero no se pudo. Así que me anunciaron que iba a tener que hacer diálisis”, reconstruye Pablo.
Pasó casi tres semanas en terapia intensiva, después un mes en una habitación común, y otros dos meses de alta ambulatoria: debía volver casi todos los días al hospital para hacerse controles. “Cuando me dijeron lo de la diálisis pensé lo mismo que cuando me diagnosticaron cáncer, que iba a ser un pibe normal con un diagnóstico oncológico y con diálisis cotidiana”, repasa Pablo. Tenía 19 años y su vida había vuelto a cambiar rotundamente.
Una vocación inesperada
Esa tarde que Pablo sintió que le habían salido “bolitas” en distintas partes del cuerpo todavía era centro del equipo de Vélez de menores de 21 años y también del equipo de mayores, con quienes jugaba en la División de Honor, la categoría más alta de todas las que había en la Federación Metropolitana. Se había formado en “El 77”, un club de su Morón natal, y había aprovechado su estatura desde que asomó el primer estirón: mide 1,96 metros.

Ahora, una década después, hace diálisis tres veces por semana y no puede tomar mucho más que un litro de líquido por día. “Eso suma todo: agua, gaseosa si tomo, alcohol si tomo. No puedo tomar mucho porque al no tener riñones, lo retengo”, describe. Sus sesiones de diálisis son cerca de su casa y duran una media hora más que las standard, que le llevan a cada paciente unas cuatro horas y diez minutos. El motivo es su estatura: hay más líquido para procesar en un cuerpo más grande.
Usa las sesiones de diálisis para tres cosas: a veces duerme, a veces mira películas y a veces estudia. Es que en 2019 ese pibe que tenía todo para hacer del voley su destino de la primera juventud se inscribió en la Universidad Nacional de La Matanza para construir un nuevo destino. “Me anoté en la licenciatura de Kinesiología y Fisiatría. En la pandemia dejé porque no me pude adaptar a la virtualidad y hacia 2023 retomé, ya aprobé 12 de 54 materias y cada vez me gusta más la carrera”, cuenta Pablo.
“Estar tanto tiempo en el hospital, cerca de los trabajadores de la salud, me hizo ver como nunca que una vocación de ese tipo requiere de mucho sentido de lo asistencial, de estar para el otro, de cuidarlo. Algo me despertó ver todo eso, y ahí descubrí un posible futuro”, explica, y agrega: “A la vez, haberme dedicado al deporte desde tan chico también me hizo tener otra relación con el cuerpo, otro abordaje. Saber que si dormís bien y comés bien podés rendir mejor, y que al cuerpo hay que cuidarlo”. De la suma de las dos cosas, y de que cuando era adolescente se había lesionado y había visitado a un kinesiólogo para recuperarse y le había parecido un buen trabajo, empezó a construir su futuro.
Su presente está hecho de estudiar para seguir avanzando en su carrera, de atender su salud, de hacer actividad física -sobre todo caminar o correr- y, también, de trabajar. “Doy clases particulares a estudiantes secundarios de materias como Biología, Física, Química o Ciencias Naturales, y soy entrenador de voley”, dice.
De jugador a entrenador, siempre cerca del voley
El primer llamado se lo hicieron desde Vélez. Su escenario renal, más que oncológico, le impedía volver a las canchas. O al menos, le impedía volver a las canchas como jugador, pero no como entrenador. Así que el club de Liniers lo convocó para que cumpliera esa función, Pablo hizo los cursos que lo habilitaban y se puso manos a la obra. Entrenó a jugadores de 11 y 12 años en torneos competitivos y a adolescentes de a14 a 18 en una liga más formativa.

“Después, por una cuestión de logística, renuncié a Vélez y me vine a dar clases a El 77, donde había empezado a jugar, en Morón. Y ahora empecé en otro club, El 17 Voley, en Ituzaingó. Es una manera de seguir cerca del deporte que tuve que dejar de jugar pero que amo”, le cuenta a Infobae, sin nostalgia y con entusiasmo. Esa cercanía al deporte que lo convirtió en entrenador es también la que alimentó su vocación profesional.
De los años dentro de la cancha quedaron fotos que lo tienen rematando sobre la red y también amigos de los que acompañaron a su mamá y a su hermana en los pasillos del Hospital de Clínicas mientras esperaban que llegaran noticias desde el quirófano.
“Que el cáncer deje de ser tabú”
“Sobre el cáncer tiene que dejar de existir ese tabú de que te diagnostican y ya estás despidiéndote y empezando a conversar con San Pedro. Yo en los primeros instantes sentí eso y enseguida los médicos del Clínicas me dijeron que, en el estadío en el que yo estaba, siete de cada diez chicos se recuperaban. Esa información fue muy importante para mí porque empezás los tratamientos sabiendo que es crudo pero también sabiendo que podés tener un buen pronóstico”, explica Pablo.
Algo de eso es lo que intenta transmitir en las charlas que tiene con pacientes, padres, médicos, enfermeros, psicólogos y cualquiera que quiera acercarse a las jornadas que organiza el Clínicas para concientizar sobre el cáncer infantil. “Los padres y madres tal vez preguntan con miedo por el escenario que están atravesando sus hijos y también porque no quieren meter la pata sobre cómo me va a caer lo que preguntan, pero yo les digo que pregunten todo. Es importante sacarse todas las dudas. Yo no soy médico pero trato de hablar desde la experiencia de haber sido paciente”, dice.
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Conjuga en pasado porque, después de la pandemia y de una batería exhaustiva de estudios, obtuvo su historia clínica oncológica ya convertido en una persona “libre de enfermedad”, según la documentación con la que se sacó una foto sonriente. Entre las médicas que le dieron ese certificado estaba la que lo había recibido en la guardia en 2014 y le pidió el DNI para constatar que, efectivamente y a pesar de sus casi 2 metros, fuera menor de 18 años, lo que confirmaba a Pablo como paciente pediátrico en el Clínicas. “Al día de hoy mantenemos una amistad”, dice.
Repite la palabra experiencia una y otra vez a la hora de intentar reflejar por qué elige participar en charlas sobre concientización. “No es que te voy a dar un mensaje de esperanza así empalagoso. Esto es crudo pero a la vez puede haber luz al final del túnel porque hay muchos tratamientos para hacer y muchos trabajadores de la salud dispuestos a dar lo mejor de sí en ese proceso”, cuenta.
“Los chicos preguntan muy directamente, sin tabúes, sin ese misterio que todavía envuelve al cáncer. Y eso es clave, es en lo que hay que hacer hincapié, porque achicar el tabú del cáncer implica perderle el miedo, hacerse los controles a tiempo, tener diagnósticos tempranos y, por eso, tratamientos con mejores resultados”, dice Pablo, como si spoileara algo de lo que les va a intentar narrar a las familias que lo vayan a escuchar a las 10.30 al hall del Clínicas al que se accede por la Avenida Córdoba.

La entrada es gratuita y abierta a toda la comunidad. Pablo Noble llevará toda esa experiencia que construyó desde la tarde que casi va a entrenar el deporte al que pensaba dedicarle muchos años más pero que, gracias a su mamá, terminó en la guardia de un hospital en el que supieron diagnosticarlo, tratarlo y contenerlo. En el que hizo amigos, del que se fue con el papel que le indica hacerse los mismos controles anuales que se hace una persona que no ha atravesado un diagnóstico oncológico y al que vuelve con la voz llena de gratitud.
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